Las irregularidades en la contraprueba del control antidoping de Diego Maradona del partido ante Nigeria en Los Ángeles, el giro de los dirigentes de la AFA que impidió que la historia de la selección argentina en el torneo fuera otra y la falsa declaración pública del departamento médico de la FIFA cuando dio a conocer las consecuencias del caso en una multitudinaria conferencia de prensa en Dallas se recrean en este artículo basado en el libro “Maradona, rebelde con causa”, con detalles que se agregan a partir de una nueva consulta con fuentes vinculadas con esos hechos.
Tras vencer por 4-0 a Grecia en el debut mundialista en el estadio Foxboro de Boston, el 21 de junio de 1994, había comenzado a correr un rumor cerca de la concentración del equipo que dirigía Alfio Basile, en el Babson College: a partir de artículos y comentarios de todo el mundo por la forma en que Diego Maradona había gritado su gol, la DEA habría sugerido a la FIFA realizarle lo antes posible un control antidoping.
Lo cierto es que tras la segunda victoria argentina en el Mundial de los Estados Unidos, 2-1 ante Nigeria cuatro días más tarde, con dos goles de Claudio Caniggia, Maradona salía de la cancha de la mano de una enfermera rubia, con una remera blanca con una cruz verde en la parte delantera, que luego se supo que se llamaba Sue Ellen Carpenter y que trabajaba en una clínica de fertilización asistida en Atlanta, hoy tiene 61 años y está casada con un argentino -de hecho, su tema preferido es “Mi Buenos Aires querido, cantado por Carlos Gardel”-, y cuyo oficio durante el Mundial fue el de ser “chaperona”, como denominó la WADA (Agencia Mundial Antidoping, creada en 1999), a los oficiales antidoping que podían ir a buscar a los futbolistas sorteados. El crack y la oficial salieron de la mano del estadio, rumbo al control antidoping de rutina. El otro jugador argentino sorteado fue Sergio Vázquez, marcador central de Ferro Carril Oeste.
Pocas horas más tarde, ante la noticia de que había aparecido un positivo en uno de los jugadores argentinos -se supo el 28 de junio- y cerciorado de que se trataba de Maradona, se les comunicó a Santiago Agricol de Bianchetti (abogado de la AFA), a Daniel Bolotnicoff (agente de futbolistas que trabajaba con Marcos Franchi, y abogado de Maradona), a David Pintado (dirigente de River Plate) y a Roberto Peidró (el segundo médico de la delegación y el que mejor relación tenía con el “Diez”) para indicarles que debían viajar de inmediato a la contraprueba de Los Ángeles, representando a la institución futbolística argentina.
En el avión a Los Ángeles, los cuatro integrantes de la delegación argentina trataban de serenarse y de descansar porque les esperaría una jornada de mucha tensión, pero al menos la situación daba para algunas bromas, o ironías, como que se autodenominaron “los cuatro jinetes del Apocalipsis”. El vuelo, desde Boston, duró seis horas y allí diseñaron una pequeña estrategia: la idea era que los condujeran al hotel para “sentarse tranquilos” a conversar y planificar bien el argumento de la defensa.
Pero no fue así: en la pista de aterrizaje ya los esperaban oficiales de FIFA que los condujeron “derecho” al laboratorio, sin tiempo de nada. Pintado ensayó una pequeña resistencia y pidió que los dejaran ir al hotel, pero la respuesta fue tajante: “No, ahora vamos al laboratorio y cuando todo termine, van al hotel”.
Cuando llegaron al laboratorio, apareció una nueva sorpresa: Agricol, el abogado de la AFA, no figuraba en la lista de los asistentes y por lo tanto, debió quedarse afuera de la reunión, que se desarrolló en una mesa ovalada, con un traductor mexicano “que traducía mal”, recuerda Peidró. A la izquierda del médico se ubicó Bolotnicoff, y a la izquierda de éste, Pintado. Representando a la UEFA, un dirigente sueco “muy alto”, un africano y un español, éste último, bioquímico de la FIFA que formaba parte de los controles antidopaje.
“Me llamó la atención que el español, ni bien entramos, me preguntó ‘qué le pasó al nene’”, recuerda Peidró en lo que cita como una de las primeras irregularidades “porque se suponía que el caso era, por ese momento, un número y no un nombre”, y el médico fue tajante en su respuesta: “No sé quién es el nene”. “Dieguito, todos lo sabemos”, respondió el español, a lo que el médico y ex arquero respondió, cortante “eso no está bien, yo lo que tengo es un número”.
Por fin, se procedió a mostrar que el Frasco A había dado positivo por aparecer efedrina y metabolitos de efedrina en la orina. Ninguna otra sustancia prohibida por la FIFA. Se procedió, entonces, a abrir el Frasco “B”. “Se hizo pasar entonces a una chica -describe Peidró- que abrió una caja fuerte, donde se encontraba el frasco, contra una pared. Todos debíamos firmar una planilla, para certificar de lo que se trataba, y a mí me llegó último porque empezó por el orden al revés. Cuando por fin llegó a mí, noté que el frasco tenía un cartel pegado que decía “efedrina”. Yo dije que se cometió un error y que entonces había que dejar de lado el procedimiento porque ese frasco tenía que ser ciego, es decir, no debía tener ninguna identificación y el análisis del contenido debía ser efectuado por una persona que no conociera el resultado del frasco “A”, lo que se llama en la jerga ‘Ruptura del ciego’. Lo que anula el procedimiento”.
Lo que vino a continuación fue un momento muy particular. Muchos quedaron aturdidos ante la situación. “Gritaban todos. Uno pedía que tradujeran bien lo que se decía. El sueco daba golpes en la mesa y decía que había que llamar a la AFA, cuando de repente, se paró el bioquímico español y me dijo ‘perdón, doctor, quiero pedirle que saquemos el papelito al frasco, lo retiramos, que se retire la señorita (que había entrado para abrir el Frasco B) y traemos a otra persona’. Mi respuesta fue que “yo sé que se trata, éste, de uno de los mejores laboratorios del mundo, pero este procedimiento es nulo porque el frasco B está marcado, y esto terminó”.
Peidró recuerda aquel momento sublime, que puso definitivamente nerviosos a todos los integrantes de la mesa del laboratorio en Los Ángeles. “Bolotnicoff me apretó la pierna y me decía ‘los cagamos, los cagamos’ y entonces dijo “señores, la posición de los abogados del jugador involucrado es la de pedir un cuarto intermedio de tres meses por haberse caído el mecanismo de control del Frasco B”. Pintado, el otro de los miembros presentes de la delegación argentina, no dijo nada.
“Todos hablaban entre ellos. Recuerdo al africano hablando por teléfono con un aparato enorme, móvil, que en ese tiempo no conocíamos”, rememora Peidró. Al cabo, llegó la comunicación: “Se concede un cuarto intermedio de ocho horas”, lo que provocó el enojo de Bolotnicoff y del médico argentino, pero el dirigente sueco levantó la sesión.
“Cuando salimos de allí, de ese tremendo ambiente de tensión, le conté lo sucedido a Agricol, al que los hechos le parecieron interesantes y me decía que yo tenía razón en mi reclamo, pero me advirtió que esto ‘tiene un trasfondo político, y el que sabe de todo esto es el Número Uno. Él conoce estos entuertos’”, siguió Peidró.
Cuando había pasado una hora del cuarto intermedio, desde un cuartito del laboratorio, Pintado utilizó un teléfono de línea para hacer un llamado, con Peidró a su lado. “Los tenemos. Sí, sí, el planteo técnico del doctor fue espectacular”, le decía el dirigente de River a su interlocutor. “Le paso con el doctor, así le explica”, pero para sorpresa de Peidró, Pintado no le pasó el teléfono. En cambio, su respuesta al médico fue “no, tenemos que entrar, que abran el Frasco B”.
Tras apenas una hora y media, se reanudaba el procedimiento, ante el asombro de Peidró y Bolotnicoff, que se miraban, atónitos. Tomó la palabra Pintado: “Señores, en tres horas tenemos que regresar a Dallas, procedamos a abrir el Frasco B porque la AFA ha decidido no apelar a esa falla técnica”. “El sueco estaba eufórico y el frasco ya no tenía el cartel de “efedrina”. “Doctor, lo felicito por su intervención anterior, pero lo invito al análisis del frasco B”, me dijo el español. “Usted hágalo, no dudo de su trabajo, pero sí del procedimiento”, respondió Peidró.
Un rato más tarde, cuando ya acababa el procedimiento, el bioquímico se le acercó a Peidró y le dijo “tienes que entender que así es nuestro trabajo”, a lo que el médico argentino le respondió “el reglamento es muy claro y dice que debe haber un doble ciego en los frascos y es la única defensa”. Al rato, llegó el sueco, mucho más relajado y sonriente. “Usted hizo todo lo posible, doctor, pero nosotros ganamos” y le dio un abrazo al médico argentino. “Era completamente otra persona”, recuerda Peidró del escandinavo. “Eso no fue todo. El español me dijo que iba a estar en el banco de la FIFA en el partido contra Bulgaria, en Dallas, y que me iba a saludar allí, y luego también lo vi en el partido contra Rumania (el día de la eliminación argentina en los octavos de final de Los Ángeles).
“Al otro día, ya en Dallas, donde jugaba Argentina ante Bulgaria por el último partido de la fase de grupos, le conté lo sucedido a (Ernesto) Ugalde (primer médico de la delegación, que se había quedado con los jugadores) y que me habían citado a una reunión de la FIFA a las 8 de la mañana, pero a las 6,30 me llamaron a la habitación: ‘Mirá que me llamó Grondona para que no vengas, que resolvieron sacar del Mundial a Diego. Te pido que le digas a Basile que no juega, que cambie de jugador’, pero cuando fui a avisarle, ya estaba enterado y recuerdo ese desayuno con todos con la cabeza gacha”.
“En el hotel de Dallas fui al cuarto de Diego, que se concentraba con Jorge Borelli y parecía que no tenía ojos de tanto llorar. Bolotnicoff le dijo ‘Roberto -por mí- se la jugó delante de todos esos tipos -por lo que pasó en la contraprueba- y Diego me vino a abrazar y me dijo ‘gracias’ al oído. Claudia, cuando me vio tiempo después, me dijo ‘sabés lo que te queremos y sabemos todo lo que hiciste’. Lo volví a ver en 2000, en Punta del Este, cuando me llamaron de urgencia aquella otra vez”.
Todavía quedaba algo más, el encuentro con Grondona para saber qué pasó realmente en aquella charla que supuestamente tuvo Pintado con él, la que cambió el rumbo de la contraprueba de Los Ángeles. “Yo lo conocía bien a Don Julio porque Humbertito, su hijo, jugó conmigo en Deportivo Morón”, recuerda Peidró. ‘Don Julio, ¿podemos hablar un minuto?’, le pregunté, en un baño en el vestuario. ‘Usted me tomó de pelotudo’. ‘No me digas eso. Hice todo lo que pude para salvarlo, me comí puteadas, pero creeme que esto fue lo mejor que pudimos hacer por la Argentina. Y te pido que no hables de esto con la prensa’, me dijo. Yo le reiteré: ‘Yo me sentí un pelotudo porque usted no me quiso atender el teléfono’, pero me insistió en que ‘no fue así’ “.
“La verdad -continúa Peidró- es que yo no le conté de esto ni a mi familia, pero hubo un asado con muchos médicos y resultó que entre ellos había un muchacho de una revista médica de Avellaneda, cuyo padre era médico. Ahí me pidieron que contara lo que pasó con Maradona en el Mundial, lo conté y salió publicado en la revista de la Asociación Médica -”El médico del conurbano”- y me volvieron loco desde ese momento”.
Cuando Peidró es consultado acerca de lo que horas más tarde manifestó el director del departamento médico de la FIFA, el belga Michel D’Hooghe, en la multitudinaria conferencia de prensa de Dallas, acerca de que el doping de Maradona consistió en “un cóctel de sustancias”, el médico argentino sostuvo que “ese es un sinvergüenza y un ignorante total porque desconoce que la efedrina desprende metabolitos, pero todo forma parte de la misma sustancia. Es un sinvergüenza, un mentiroso y un atorrante. Diego tomó efedrina, pero no un cóctel. En el Ripped Fuel, lo que Diego tomó, hay un seis por ciento de efedrina”.
El médico argentino contó cómo siguió la historia con Grondona. “Él me propuso presentar el caso cuando se trató en Zurich ya meses después del Mundial -cuando el Boureau de la FIFA sancionó a Maradona con quince meses de suspensión, hasta el 29 de septiembre de 1995-, pero al final fue el doctor Néstor Lentini, que había tratado a Diego desde mucho antes de viajar al Mundial de los Estados Unidos” (allí, el médico explicó que tal como se investigó después del Mundial en el laboratorio del CENARD, en Buenos Aires, con cuatro voluntarios, no aparecieron picos en el cromatógrafo con el Ripped Fast, la sustancia que tomaba Maradona en la preparación, y en cambio, con el Ripped Fuel -la sustancia ingerida en los Estados Unidos- aparecieron picos de efedrina, pseudoefedrina, metilefedrina y dos metabolitos, norpseudoefedrina y norefedrina, las cinco sustancias en un solo remedio y no un “cóctel de sustancias”, como hizo saber la FIFA).
“Grondona -señala Peidró, director del Instituto de Ciencias del Deporte de la Universidad Favaloro- dijo en una oportunidad a Roberto Ayala, periodista de Radio Rivadavia en ese entonces, que yo era ‘un muchacho sin experiencia’, a lo que respondí cuando me llamaron ‘tengo que agradecer no tener la experiencia de este señor’. Allí me hicieron la cruz, me llegaron a llamar a través de un amigo para que “me dejara de joder”, pero a mí no me interesaron más la AFA y la FIFA. No volví a trabajar por diez años y me dediqué a la Fundación Favaloro, donde sigo ahora también”.
Sin embargo, ocurrió lo impensado. “Se organizó un partido amistoso de la selección argentina y por un convenio, parte de la recaudación iba para la Fundación Favaloro y entonces, como sabían que yo había estado tantos años en el ambiente del fútbol, me pidieron que fuera a recibir yo a Grondona y me negaba, pero en una oportunidad, lo llamaron a Don Julio desde un micro que se llamaba “Médicos de Guardia”, en la Rock and Pop, él salió al aire y le dijeron que yo estaba del otro lado y él dijo “lo quiero como si fuera alguien de mi familia, lo conozco de chico”. A los dos o tres meses vino invitado a la Fundación y me abrazó y me preguntó si había visto a Humbertito. Cuando subió al estrado del aula magna dijo “para mí es un honor estar acá recordando a Favaloro y que uno de mis hijos tenga un cargo en este lugar”.
Peidró detalló que en 2011 “un día me llamó José Luis Meiszner (mano derecha de Grondona en la Conmebol) para que ayudara a montar la parte médica de la Copa América que iba a jugarse en la Argentina y después, Grondona me dio su número de teléfono celular y me atendía al instante y de hecho, vimos partidos juntos en ese torneo”.
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