A la extraordinaria historia del tenis argentino le falta, apenas, un puñado de conquistas icónicas: un título individual en Wimbledon, un primer puesto en los ranking de singles de la ATP y la WTA y la conquista de la Billie Jean Cup, equivalente femenino de la Copa Davis.
Con mucho más en el plato del haber que en el del debe, llevamos medio siglo acostumbrados a que cada semana algún jugador nuestro haga algo excepcional.
Tal vez por esa razón, el presente parece llamativamente inestable: ganar algún título de ATP 250 (la categoría más modesta entre los principales torneos del circuito), no bajar de semifinales del circuito Latinoamericano de challengers durante más de seis meses o tener más jugadores entre los 70 mejores de la clasificación que la gran mayoría de los demás países, de pronto, nos parece poca cosa.
Está claro que no es el mejor momento de nuestro tenis profesional. Sin embargo, más que de preocupación es un tiempo de transición y renovación.
Retirado Del Potro, es Diego Schwartzman el referente de los últimos años. Jugador icónico hasta para colegas de su misma generación por su don de superación, atraviesa un momento extraño que lo llevo casi sin escalas de afianzarse como Top Ten del ranking a padecer una racha de resultados adversos que no debe haber sufrido ni en sus primeras experiencias en los circuitos domésticos de menores. Tenaz hasta lo impensado, más temprano que tarde las noticias sobre el Peque volverán a parecerse a las de los mejores días.
Por cierto, más allá de esta referencia puntual, las expectativas para nuestro tenis profesional masculino son, cuantitativa y cualitativamente, para tener paciencia. Y confianza.
Con Francisco Cerundolo y Sebastián Báez como mascarones de proa, hay casi una decena de jugadores de entre 19 y 24 años en condiciones de regalarnos buenas noticias.
Sin embargo, es necesario poner en foco qué significa “buenas noticias” en estos tiempos del tenis mundial. En primer lugar, es torpe minimizar lo bien que hay que jugar para merodear con cierta consistencia un lugar entre los 30 mejores del planeta, que es por donde navegan los dos mencionados y el mismo Schwartzman. Por el otro, el circuito en si atraviesa un tiempo de enorme inestabilidad, donde el fenómeno de Carlos Alcaraz parece ser el único que, más allá de derrotas tan circunstánciales como inevitables, está en condiciones de heredar seriamente algo de la majestuosidad del trío Federer-Nadal-Djokovic.
En su escala, los tenistas argentinos padecen los mismos vaivenes de un circuito que, de pronto, hace que nos cueste memorizar a los 10 mejores casi como si se tratara del circuito de las chicas. Y lo que suena atractivo por la diversidad se convierte en un riesgo material: como en cualquier deporte profesional, el dinero de los patrocinadores fluye mucho más en tiempos de íconos que en los de volatilidad.
Más allá de cualquier consideración la sensación es que, a su manera y en su medida, el tenis argentino sigue un camino saludable. Entre otras cosas, porque al presente de los mayores hay que agregar una importante dosis de expectativa respecto de un deporte que, entre los más chicos, sigue siendo un lugar de pertenencia. Con el enorme diferencial que representan los clubes -ese fenómeno argentino-, es de asombro la cantidad de chicos y la cantidad de torneos que forman parte de los circuitos que, en distintos niveles, involucran desde infantiles a juveniles. Garantía de futuro.
Por cierto, el principal distorsivo por el cual a veces minimizamos este momento de nuestro tenis es nuestra propia historia... ¿Cómo acostumbrarnos a valorar un cuarto de final en Roland Garros si hace no demasiado tiempo teníamos 4 jugadores entre los 11 mejores del mundo, 10 entre los 100 y metíamos tres de cuatro semifinalistas en el abierto francés?
Si ponemos el listón rígido en esa referencia cualquier presente parecerá austero. Nalbandian, Coria, Gaudio, Cañas, Puerta, Chela, Calleri, Acasuso, Monaco, Zabaleta, Squillari… demasiado y todo junto. Irrepetible.
Por eso, cuando nos preguntamos cuándo llegará otra Legión o quien será el nuevo Del Potro solo encuentro dos respuestas posibles: nunca y nadie. Que si así no fuera, ni la Legión ni Delpo habrían sido tan extraordinarios.
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