De una foto a un viejo recuerdo, la emoción y a zambullirse al teclado. Esos fueron los pasos que siguió Antonio Enrique Domínguez cuando se decidió a buscar una vieja imagen de la categoría 87 de Newell’s, a la que dirigió en sus años dorados como formador de Infantiles allá por la década del 90. El equipo que daba que hablar en todo Rosario y localidades aledañas tenía como emblema al número 10: Lionel Messi. El mismísimo 18 de diciembre de 2022, el día de la consagración máxima del capitán de la selección argentina, su ex DT escribió una carta abierta que hoy comparte en este medio.
Hace algunos años, Quique (papá de Sebastián Domínguez, el ex defensor de Newell’s, Vélez y la Selección, entre otros) había repasado la anécdota del viaje de Messi con sus compañeros a la ciudada balnearia. Con permiso del coordinador general, a Leo lo incluyeron en la nómina de viaje pese a que iba a estar imposibilitado de jugar por una fractura en su muñeca derecha. Era el paso de la cancha de 7 en la que tanto había deslumbrado a la de 11, a la que tardó en llegar por esta lesión.
“Yo sé que si Quique me necesita en la final, me va a sacar el yeso y me va a poner”, fue lo que le respondió el diminuto Lionel a una madre acompañante curiosa que quería saber por qué andaba con un bolsito de un lado a otro. Domínguez recordó viejas épocas, agradables momentos, gambetas que guarda en lo más profundo de su corazón y se explayó en una epístola que ya les llegó a varios de los integrantes de aquella Máquina del 87. “Yo conocí al hombre pero a los 11 años, cuando nos hacía soñar sus sueños”.
LA CARTA ABIERTA:
Recordé lo que alguna vez me hizo llorar de emoción. Y busqué esa foto. Dije “¡Ahhh, esta vez no! ¿Cómo hago para evitarlo?”. No pude: otra vez lloré de emoción. Y en algún momento volveré a verla, porque lo que te hizo bien ayer, lo que hoy te hace bien, seguramente mañana también... Yo conocí al hombre pero a los 11 años, cuando nos hacía soñar sus sueños. Y nos convencía con sus gambetas. Y nunca se enojaba cuando algo no salía bien, y metía la pelota bajo el brazo y arengaba, marchando adelante de todos: “¡¡Vamos, Vaaamos!!”, sin armas, sin escudos, sin levantar la voz, poniendo el pecho, el mismo que invencibles mal calificaron alguna vez. Con el código de justicia bajo el brazo, invitaba a sus compañeros a la vendetta. Un pase, una pared, una doble, un sombrero, un caño y a las duchas. A los osados que desafiaron al Rey del Fútbol y su ejército fiel... Sus compañeros de la categoría 1987. En Malvinas, la Escuela de Fútbol de Newell’s Old Boys, en cualquier canchita de Rosario, en Balcarce. En Perú, en cualquier lugar donde la 87 A jugara. En el mundialito de Aldosivi de Mar del Plata, donde estabas enyesado en la muñeca derecha, les perdonaste la vida a todos los rivales, pero fuiste con nosotros. Eras el estandarte de aquella comparsa futbolera en la que bailaban el “Loco” Juan Cruz Leguizamón en el arco, el Hueso Mariano Miró, que le pedía documento a todo quien quisiera entrar al área, cuando Emanuel Correa se cagaba de risa al hacer un lateral, porque no se acercaban y él no llegaba y lo dejaba a Marcelo Romero, con esa cara seria y una fuerza poco común; Federico Rosso y Franco Casanova lustraban tobillos en el fondo y el Pumita Bruno Milanesio, pecoso lindo y divertido, siempre con una sonrisa, salía por la izquierda tirando paredes con Lucas Scaglia, el “General del Medio”, el de la voz en cuello, el que los ordenaba a todos, el motor trifásico del equipo, que le pedía a Diego Rovira que bajara un poco a dar una mano, y el grandote de la gambeta fina o larga y tremendo disparo ya no podía con su alma. Pero aparecía el “Negrito” Leandro Benítez para correr a todos y había que avisarle que los de rojo y negro eran los nuestros, porque también los gambeteaba. O del otro lado por la derecha subía Geri Grighini y la pedía a los gritos, porque él no hablaba, mientras el “Negrito” Leandro Giménez metía en 5 metros de primera a quinta con esas patas revoleadas para que dentro del área arrugara más de uno. Y disfrutó de la comparsa Lucas D’Alessandro en el arco, siempre jovial y compañero de sus compañeros, y la saeta Juanjo Gómez, hincha N° 1 de cada integrante de la fiesta porque así era su espíritu. Lucas Molina Rojas era la elegancia y el silencio en defensa, la sombra de los delanteros rivales. Ema San Gregorio endiablado por derecha picaba hasta estando offside. Y el recuerdo para mi coterráneo Facundo Roncaglia, que en Mar del Plata hizo que el “Gordo” Maddoni retara y reemplazara a la defensa de Boca porque nadie lo podía parar. En aquel equipo las luces de colores, la mejor música, la letra siempre exitosa, donde siempre pero siempre aparecía la palabra “campeón” la ponía Leo. ¡Lionel Andrés Messi! No hacían falta tantos títulos y récords para que supiéramos que eras, sos y serás siempre el mejor de la historia del fútbol mundial. GRACIAS POR HABERNOS INVITADO A SUBIR A TUS SUEÑOS. Disfrutá. Solo tus padres y toda tu flia, solo ellos saben cuánto costó. Aunque algunos no crean en los méritos. Vos te merecés ser feliz siempre. Ya no habrá lágrimas de angustias ni pañuelos de papel de Antonela. Porque estas nuevas lágrimas son, por las que luchaste tanto. Larga y buena vida A NUESTRO CAPITÁN CAMPEÓN DEL MUNDO.
*Carta de Antonio Enrique Domínguez, uno de los primeros entrenadores que tuvo Lionel Messi en las infantiles de Newell’s Old Boys
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