(Enviado especial a Santiago del Estero) La primera persona con la que hablé antes de mi viaje fue una partera, quien trabaja más de 10 horas por día en una clínica a varios kilómetros de la capital, la segunda fue un chofer que vive 8 horas arriba de un taxi y, la tercera, un mozo que trabajaba en una cafetería y además estudiaba. Los tres me hicieron la misma pregunta: “¿Conseguís entrada?”. A los tres les gustaría ganar más, a los tres les gustaría trabajar menos, pero ahora su cabeza estaba en otro lado porque nada era más importante que la selección argentina.
La ciudad estaba decorada con un vallado histórico de cinco kilómetros que separaban el aeropuerto del hotel Hilton, donde se iban a hospedar los héroes. La capacidad hotelera estaba a full. En las esquinas de la avenida principal flameaban banderas y camisetas. Dos nombres sobre cualquiera, Messi y Dibu Martínez. Alguna también de Julián Álvarez, quien pelea el ingreso al podio de los favoritos.
Desde las 16 horas una multitud se congregó en las inmediaciones del edificio. Hacían cerca de 25 grados, agradable por el viento e inusuales por la época del año. “Tuvieron suerte”, se rieron los santiagueños. Es que la semana pasada el termómetro rondaba los 40 grados. Se hicieron las 22 y llegó la noticia de que el bus estaba llegando, casi dos horas más tarde de lo previsto.
En charla con los más veteranos, nadie tenía registros de una movilización popular que se le asemejara a eso que estaban viviendo. Sí, lo estaban viviendo ellos, en el Norte, lejos de Buenos Aires. Y no podían parar de sonreír por eso. Los más jóvenes, mientras tanto, cantaban por los “Muchachos” y alentaban con el típico “dale campeón”. Todos tenían la ilusión de ver a los jugadores al menos por un rato, incluso algunos habían llevados fibrones para que autografiaran sus camisetas.
Tras una jornada de más de cinco horas de espera de pie y derramando dinero en gaseosas y agua para refrescarse, el premio fue un fotograma menor a un segundo. El micro pasó a tal velocidad que fue imposible disfrutarlo. Pero en el ambiente había euforia. Muchos los habían filmado con sus celulares y todos habían podido verles -por un instante- las caras a sus ídolos. Misión cumplida. Con qué poco.
Al otro día, una nueva misa. Desde la mañana cientos de personas se reunieron frente al hotel para poder ver a los jugadores. Ya había algo de impaciencia en los presentes, golpeados por el rayo del sol y de pie por la ilusión. “Qué saluden”, gritaban los miles que ya se habían aglomerado a horas del mediodía. Ninguno de ellos tenía entrada, porque los que habían tenido la suerte de obtener una estaban retirándola en el estadio de Central Córdoba.
Pero otra vez, el esfuerzo valió la pena. Dibu Martínez apareció desde uno de los balcones del Hilton y saludó cual Rolling Stone para desatar los gritos y hasta el llanto de los más pequeños. “Me saludó”, gritaba uno convencido de que el gesto del arquero había sido para él.
Mientras tanto, en el Parque Paseo de la Terminal ya había una multitud aguardando por la hora que se abrieran las puertas. El cronograma decía 15.30, pero para ese entonces el desborde era tal que hubo que esperar un poco más. Un desordenado control policial provocó que quienes estaba haciendo la fila sufrieran del amontonamiento. Insultos al aire, algún botellazo de bronca, y después de un rápido despliegue de fuerzas la situación se contuvo y por fin se abrieron los retenes. A correr. La ansiedad por llegar lo más rápido posible hizo que todos se lanzaran hacia adelante, pese a que el estadio ese ubicaba a más de un kilómetro. Fueron cuatro cacheos en total. Uno más lento que el otro. Y todos generaban lo mismo: amontonamiento. Todo con una temperatura algo superior a los 30 grados y bajo el rayo del sol. Pero, los empujones y la espera tuvieron su recompensa porque por fin llegaron al estadio.
Un imponente monstruo blanco se asomaba a un costado de la Avenida Costanera. Moderno, techado y con cumplimiento de todas las normas FIFA, aunque tal vez el taxista que me llevó unas cuadras tenga razón: “Semejante estadio hicieron, qué les costaba hacerlo más grande”. 30 mil personas es poco para semejante amor del pueblo hacia el seleccionado nacional, por eso para esta ocasión especial quitaron los asientos de las tribunas altas para convertirlos en populares. Pequeño ingenio para ampliar la capacidad.
“Muchachos” sonó como un himno que acompañó toda la procesión hasta las gradas que rápidamente se fueron poblando hasta quedar completamente colmadas, incluso por encima de su cantidad de butacas, ya que las escaleras de los accesos se vieron plagadas de fanáticos. Espectadores de lo que sería un evento único.
Las bandas y los artistas que pasaron por el escenario armado a un costado del campo de juego fueron actores de reparto en una noche cuyos protagonistas no eran músicos y la gente lo hizo sentir. Porque el primer estallido tuvo lugar cuando Rodrigo De Paul y Leandro Paredes pisaron el campo de juego para iniciar la cábala de los caramelos. “Dale campeón” salió disparado de las gargantas que pronto regurgitaron el “que baile Dibu”, cuando el arquero apareció en escena.
Pero nadie pudo más que Messi. Ensordecedor el griterío cuando la Pulga salió del túnel del Madre de Ciudades para hacer el calentamiento, solo comparable con el que causan las estrellas de pop adolescentes al subirse a un escenario. Locura por el Diez, prócer de una generación alimentada a frustraciones que por fin encontró su liberador.
Tucumán, Santa Fe, Buenos Aires, Misiones, Jujuy, Córdoba y Tucumán, algunas de las respuestas cuando se consultaba “de dónde vienen” a los que buscaban su lugar en la tribuna. Una coincidencia general, la mayoría era la primera vez que iba a ver a Messi en cancha y si que arrancara el partido ya parecían satisfechos.
El partido será una anécdota para los registros, aunque siempre se recordará por ser el duelo en el que La Pulga alcanzó y superó los 100 goles con un hat-trick en el primer tiempo que le permitió llegar a 102 con la camiseta albiceleste. Pero para los más de 35 mil que estuvieron en las gradas del estadio más moderno del norte argentino será inolvidable. Aquellos que nunca habían visto al astro, lo vieron hacer tres goles. Impagable.
Santiago del Estero tuvo a los campeones, pese a que en las redes sociales haters remarcaban la “ridiculez” de que los héroes hayan ido a festejar a una provincia con carencias obvias. Pero estos “carentes” disfrutaron de una noche que contarán por generaciones, cual leyendas. Porque los próceres vinieron hasta aquí para celebrar la conquista en Qatar. Es cierto, primero pasaron por la parada obligada en el Monumental, casa de la Selección, pero luego volaron hasta Santiago para una regalarle a este pueblo una velada imborrable en su memoria.
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