Casas bajas y fábricas rodean el club que le da deporte a tantas manzanas de cemento de Villa Libertad, uno de los barrios que conforman el partido bonaerense de San Martín. Algunos pocos terrenos baldíos, baldosas rotas, grafitis en las paredes, plantas descuidadas y autos estacionados sobre las veredas son parte del paisaje que envuelve al Club la Recova, cuyo color naranja sobresale del resto de las fachadas. “Actividades deportivas, fútbol infantil, patín artístico, actividades culturales, danzas folclóricas, zapateo y sarandeo, bombo y boleadoras”. La oferta pintada con letras negras sobre la pared de ladrillos es amplia. Se respira esfuerzo. Pocos saben que allí nació un campeón del mundo.
Una arcada permite ingresar al edificio que da dos opciones, a la derecha, un pasillo destechado que conduce a los baños. De frente, el bufet. Una tele a todo volumen que sintoniza una serie de detectives doblada es la compañía de quien atiende apoyado sobre la barra y sentado sobre una banqueta, concentrado en el plasma. Si algún desprevenido llega hasta allí sin saberlo, en ese punto ya se le deberían despejar todas las dudas de quién es la gran estrella que de ahí surgió. Una camiseta número 13 de River Plate enmarcada, una gigantografía que alguna vez estuvo en el Monumental y una lámina con imágenes del futbolista junto a la frase “gracias por acordarte de tus raíces”, le dan vida al rincón de Enzo Fernández.
Tras la puerta del bufet, está la cancha. Solo los jugadores pueden atravesar la reja naranja para ingresar, el resto puede optar por escoger una silla y sentarse detrás de uno de los arcos o ubicarse en la grada de tablones del costado izquierdo. Contra el lateral derecho, una bandera naranja y blanca que recorre casi toda la línea está colgada sobre el paredón. En el fondo, el verde predomina en la pared que tiene dibujos de niños cantando y alentando con banderas del club La Recova y de Argentina.
Pronto llegará Giuli, encargada del fútbol masculino y femenino. Mientras, 10 compañeros de trabajo se enfrentan en un partido que de amistoso no tiene nada y se pica cuando uno de los jugadores va a disputar una pelota con los dos pies hacia adelante. Si hubiese habido un árbitro, la acción se podría haber castigado con una tarjeta roja, pero aquí no hay juez y por eso quien interviene es uno de los rivales. Tras amenazas verbales de ambos lados, la disputa se resuelve de manera poco cordial: a los golpes. Todos corren rápidamente hacia afuera, ya que sería una falta de respeto al club tomarse a trompadas en las instalaciones, y por eso eligen la calle como arena de batalla. Pero, allí, nada sucede. Luego de unos empujones y más gritos, todo se resuelve con palabras y los 10 futbolistas regresan para terminar la partida que estaba 9-9, según el tablero manual que se ubica a un costado del campo de juego. Minutos después, el dueño del bufet hace sonar una chicharra y le pone fin al encuentro: 11-10. Si algún curioso necesita saber quién ganó: el equipo del muchacho que recibió la dura infracción se quedó con la victoria.
Ya detrás de los arcos eran varios los niños de cinco y seis años que se acumulaban porque era hora del inicio del entrenamiento, pautado para las 18 horas. La mayoría acompañados por sus madres y con camisetas naranjas. Llega entonces Giuli, quien luego de saludar con un beso y un abrazo a cada uno de los presentes, se acerca para dar testimonio.
Giuli tiene 31 años y hace 16 que trabaja en La Recova como encargada de actividades ligadas al fútbol. Es la hija de Wilson, el entrenador histórico de la institución. Por su rol, ella fue testigo del nacimiento de Enzo Fernández. “Cuando yo llegué acá, él tenia 1 año porque los hermanos eran categoría 94 y ya jugaban acá, así que desde que tiene 3 años que está metido en la cancha pateando, jugando. Todos los fines de semana venía a dormir a casa, es amigo de mi hermano, de la familia, así que hay un vínculo muy lindo”.
Siempre con una sonrisa en el rostro, cuenta feliz que la actuación del ex River plate en el Mundial hizo que La Recova ahora sea el destino predilecto de los chicos y chicas de la zona que quieren anotarse en un club de barrio: “Del querer ser Dibu de los nenes que están en el arco, ahora la mayoría es el querer ser como Enzo”.
En su memoria mantiene recuerdos sobre cómo era de pequeño la actual estrella del Chelsea: “Era gruñón, cuando era muy chiquito se escapaba de los entrenamientos para ir a jugar al metegol que había en el bufet o se iba al baño y se quedaba jugando con agua, tenía esas cosas. Tenía 3 años y ya andaba jugando con nenes que tenían 4 o 5. También era muy de hacer bromas, tenemos nuestro clásico rival, el Villa Bonich, y cuando nos tocaba jugar contra ellos y Enzo hacía un gol, iba y les gritaba el gol en la cara a un directivo de ellos”.
Ya en ese entonces, el joven Fernández era la gran estrella de su categoría y nadie dudaba de que sería un crack porque no le temblaban las piernas cuando compartía equipo con niños de categorías mayores. Así lo recuerda Wilson Correa, su primer entrenador. “Tenía picardía de jugador ya desde chiquito”, cuenta sentado en el bufet y asegura no haberse sorprendido de la explosión que generó en la selección argentina y en la Premier League: “Yo le dije, si lo convocan para un amistoso (con Argentina), algo hay. No te van a invitar porque te van a ver cómo jugás, ya saben cómo jugás. Alguien lo llevó de la mano diciéndole a Scaloni, mirá a este pibe. Cuando mi señora me dijo ‘lo van a ilusionar’, yo le dije, ‘Quedate tranquila que va a ir al Mundial’ y así fue”.
“Él es 2001 y jugaba para la 2000, son chicos de un año más, pero hoy por hoy son chicos que te pueden sacar una cabeza y un físico más. Porque él no era grandote, era un nene delgado de seis años. Él le pintaba la cara a cualquiera”.
Wilson fue testigo del día que un ojeador de River Plate llegó a verlo. Pero el padre de Enzo dejó pasar el tren: como su hijo era muy pequeño le pidió a la gente del Millonario que esperara un año más. Las actuaciones de Enzo eran tan destacadas que así los ojeadores volvieron 365 días más tarde y el pequeño Enzo se unió al club de Núñez para ser parte de sus categorías infantiles. Por eso, durante un tiempo defendió las dos camisetas, la de River y la de La Recova.
“Él llegaba 3-4 minutos y entraba en un partido que perdíamos 2-0 y lo ganábamos 4-2 o 3-2 y era muy chivo. Gracias a él”. La categoría 2000 (en la que él jugaba pese a ser 2001) se alzó con cinco trofeos. “No tiene miedo a nada ese muchacho”, insiste Wilson.
Además, el mediocampista que fue elegido como el mejor futbolista joven del Mundial de Qatar no se ha olvidado de sus inicios. A Giuli le dejó dicho que no temiera pedir si necesitan hacer una obra. Además, ha donado pelotas y hasta una bicicleta para hacer una rifa y juntar dinero. Después de la popularidad que tomó el club por la explosión del fruto de su semillero, la Municipalidad apareció para arreglar las goteras del techo y ahora se ilusionan con poder hacer más refacciones pronto, posiblemente en los baños y en la tribuna.
La Recova sigue creciendo en Villa Libertad. A puro pulmón, quienes pasan la mayor cantidad de horas de sus días entre esas paredes se muestran felices de que cada vez más familias de la zona los elijan como centro de recreación de sus hijos. Porque esa cancha de fútbol ayuda a sacar a los jóvenes de la calle y les ofrece (por la módica cuota de 200 pesos) un lugar para pasar sus tardes. Lamentablemente, FIFA ignora la función de estos centros de formación en sus reglamentaciones ya que de los millones de dólares que Chelsea pagó por Enzo hace algunos meses, ni uno irá a parar al club de San Martín. Afortunadamente para ellos, la familia del actual volante de la Scaloneta sigue colaborando con la institución naranja y, como dice una de las láminas, Enzo no se olvida de sus raíces.
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