El señor que estaba en el mostradorcito de ingreso lucía un uniforme austero y prolijo: pantalón gris, zapatos negros con suela de goma, camisa celeste y corbata oscura. Su cara regordeta de rojo rubor no dejaba dudas respecto de la afeitada diaria realizada esa mañana. Me preguntó a quién iba a ver y le respondí lo que él ya sabía puesto que él, desde ese minúsculo escritorio de madera con un teléfono negro y un cuaderno, sabía todo lo que ocurría en la editorial. El amigo Ranea –tal su apellido que lo aprendí de inmediato- me indicó con aspereza: “Tome el ascensor hasta el tercer piso y espere en el hall que el señor Fontanarrosa lo mandará a buscar”.
El hall no era tal: se trataba de un patio cerrado de unos 15 metros de largo por 10 ó 12 de ancho con un piso de mosaicos de Ravenna blancos y negros simétricamente alternados cual tablero de Damas. Y cubría ese majestuoso espacio un vitraux de ángeles azules sostenido por 4 columnas estilo greco-romanas. El patio tenía sobre el lado derecho un largo pasillo donde estaban las redacciones de El Gráfico, Billiken y La Chacra. En el medio de esa pared resaltaba una vitrina llena de plaquetas, copas, artesanías y medallas que recibían las distintas revistas de la empresa como reconocimiento por sus diferentes logros. A la izquierda de la vitrina un imponente reloj de pie cuyo péndulo dorado sobresalía por el brillo. Y en el centro, bajo una alfombra persa silenciosa, la mesa de roble con las revistas expuestas para acompañar la espera de los visitantes. Frente a esa vitrina pero con sus puertas al imponente patio se realizaban las revistas Para Ti y Atlántida. Y en medio de ellas, justo en el centro de la pared, el retrato de Don Constancio C. Vigil, el visionario fundador de la empresa en 1918.
Luego de ver todo, con el asombro y las expectativas dentro de cada una de mis células, me senté a esperar en uno de los 4 sillones de cedro estilo provenzal inequívocamente artesanales, anchos y duros, que estaban ubicados de a dos tras cada una de las entradas al patio cerrado. En el fondo había otro sillón de tres cuerpos de moderno tapizado y los infaltables y enormes jarrones de barro pintados de ocre, ociosos e inmóviles en el extremo diagonal al ingreso. Desde allí podían verse tras dos amplias ventanas las oficinas de los directores. Ellos eran don Carlos Vigil (director general), su hijo Constancio C Vigil (director ejecutivo de El Gráfico y La Chacra ya que Sport y Canal TV aún no habían sido creadas) y su sobrino Aníbal Vigil, primo de Constancio, (director editorial de Para Ti, Billiken y Atlántida pues aún no habían salido ni Somos, ni Platea ni el gran suceso periodístico que fue Gente y la Actualidad). Habrían pasado unos 10 minutos hasta que vino a buscarme Piri –Manuel María- García, recordado compañero a quien conocía del Luna Park pues él era por entonces el comentarista de boxeo de la revista El Gráfico, un hombre respetado, una firma prestigiosa.
Carlos Fontanarrosa me hizo sentir tan cómodo en aquella primera entrevista, tan cálidamente tratado que desbarató mi discurso formal de compromiso futuro. El director editorial de El Gráfico en persona era tan agradable –y con el tiempo agregaría tan genial- como en la tele cuando conducía “Polémica en el Fútbol” por el Canal 13. Una idea que plasmó junto a Apo Rutschi –el padre de Alejandro Apo, ese admirado amigo- y el recordado productor Jorge Fernández. Era un programa de enorme éxito y repercusión –pionero de los debates futboleros en 1961 – al cual yo solía concurrir como público siendo estudiante de periodismo deportivo junto con Horacio Garcia Blanco y otros soñadores.
La charla duró unos pocos minutos. Los suficientes como para saber que la revista vendía 78.000 ejemplares de los históricos 165.000, que había que recuperarlos, que estaba en un proceso de cambio abierta a nuevas ideas, que no se hacía para los amigos ni mucho menos para los enemigos, que debían convivir en sus páginas “héroes” y “villanos” y que lo más importante, la Ley 1 digamos, era el respeto por sus lectores. Imposible no entenderlo para siempre. Qué maestro Carlos…
Pasé entonces a la oficina contigua, la de Piri García, el coordinador de El Gráfico. Función que cumplía además de ocuparse de escribir los comentarios de boxeo y fundamentalmente sobre básquetbol. Fue él quien me dejó en claro cómo serían los pasos: “Vos entrás a prueba por 28 días; si andás bien quedas como colaborador –última categoría gremial- y cobrarás 1.500 pesos (un poco menos de 10 dólares de la época) por nota”. Y agregó: “Lo mismo que te pagaremos por si te quedas a corregir los domingos –se refería a la corrección de estilo o datos sobre todos los textos de cada autor) o si tenés que venir a la madrugada a ver “Vidrios”, una revisión final con las páginas desplegadas en planchas transparentes que permitían visualizar títulos, textos, fotografías e ilustraciones antes de enviar todo el material al taller y ordenar su impresión.
Muchas de estas cosas las sabía pues antes que ya habían ingresado a El Gráfico otros compañeros de la Escuela. Eso ocurría en 1962 bajo la dirección de Dante Panzeri, el director anterior, alta vara ética y moral, quien escribiría en 1967 “Fútbol, dinámica de lo impensado”. Un incunable de la literatura futbolera.
Al momento de estar por primera vez en ese templo del periodismo deportivo eran mis compañeros –hoy enorme amigo radicado en Chile- Héctor Vega Onesime (fútbol), Eduardo Llana (deportes olímpicos), Diego Bonadeo, padre de Gonzalo (natación por poco tiempo más, fútbol, olimpismo) y Jorge Ventura (atletismo, fútbol) –un hermano que se fue a México, triunfó y se nos fue -. Estos que ya eran colaboradores e incondicionales admiradores de Panzeri, me habían puesto al tanto sobre éste y otros aspectos. Por ejemplo: evitar el cabello largo –arrancaban Los Beatles-, estar siempre afeitado, usar camisas con corbatas y en lo posible saco – a lo sumo una prolija campera-, siempre zapatos (en lo posible lustrados) nunca zapatillas, siempre pantalones nunca jeans. Eran cosas tan habituales en la cultura de entonces que no se hubieran concebido de otra manera…
Era un martes. Más precisamente el 21 de marzo, igual que ahora pero de 1963, han pasado 60 años y recuerdo todo con la perfección de una imagen. Ese día y todos los martes posteriores desfilaban (por favor, los interesados en saber quiénes eran estos pioneros que menciono recurran a Google) los escritores outsiders de la revista. Evoco a los Juan C. Villa (Banda Bow del remo), a los Hugo Mackern (Free Lance del rugby), a Eduardo Donadio (ciclismo, que por suerte nos sigue acompañando), a Don Julio Martínez Vázquez, hermano de Gastón, que fuera director de la revista hasta 1949- (yachting), a Carlos Garaycochea quien traía su talento en un dibujo con humor, a Laureano Villamañan (análisis de arbitrajes), a Federico Kirbuz (número uno en automovilismo), a Peter Clutterbuck (natación), a Otto Hauser (tenis internacional) a Jack Barski (misceláneas). Cuando ellos traían su original escrito a máquina desde sus casas se encontraban con los nuevos, los que habían ingresado con Carlos Fontanarrosa. Entonces te caía un Julio Lagos quien con sus 18 años ya era una estrella del diario El Mundo desde hacía 2 años; traía un nuevo idioma, una sintaxis innovadora de frases cortas y sus notas convulsionaban a la revista pues por ellas desfilaban poetas, artistas, escritores, filósofos –mujeres y hombres- abordando temas “transgresores”, impensados en la tradición de El Gráfico. Y en una de las 3 habitaciones que hacían de redacción se corrían los ceniceros y las Olivetti Lexington 80 o Lettera 22 (15 kilos cada una) para fabricar el lugar en el cual se pudieran sentar a cambiar opiniones Juvenal (Don Julio Cesar Pasquato, el primer periodista que utilizó infografías para enriquecer su análisis técnico; salud Maestro) con Pepe Peña (un “loco” de incomparable genialidad, amante del fútbol inglés, del jazz, del nuevo tango de Piazzolla, de idioma nuevo y vivaz (” juega con una caña de pescar en el área”, decía por Sanfilippo o “Juega con un balde en la cabeza”, en alusión a Luis Artime, el papá de Luifa) . Así definía Pepe, muy admirado por Panzeri a esos tremendos goleadores a quienes todos ponderábamos mientras él ironizaba con ellos de manera desafiante. Cuantas tapas les quedó debiendo a Sanfilippo, Artime y Valentim aquel Gráfico…
Yo disfrutaba y aprendía mucho con aquellas inolvidables tertulias de la redacción. Para Ardizzone, Juvenal o El Veco las discusiones por 4-2-4 o el 4-3-3 tenían la misma entidad y énfasis que sobre el cine, el teatro, la literatura, la música. Gracias infinitas a ellos que nos permitían participar a los más jóvenes y una vez por semana, cuanto menos, salir a culturizarnos. Tomábamos algo en el centro –en el bar Ramos o en El Águila-, después cenábamos y rematábamos yendo a escuchar música. Podría ser a Piazzola en Michelangelo o recalábamos en el Caño 14 para vibrar con el Gordo Troilo y el Polaco Goyeneche. Y si no, nos íbamos hasta El Viejo Almacén donde habríamos de encontrarnos con Edmundo Rivero… Sentados en sillas o en las puntas de los escritorios estaban los grandes escritores de la literatura deportiva. En la consumación de un cigarrillo alternado y sucesivo con el olor penetrante del café recalentado, el fútbol, el deporte, la cultura y el periodismo eran discusión y poesía cuando los visitantes de los martes se encontraban con los redactores fijos que iban a trabajar toda la semana: de domingo a viernes con el lunes franco. Y así el inolvidable Osvaldo Ardizzone – también poeta, músico y escritor- mezclaba su voz enlijada y nocturnal con la de El Veco, fenomenal maestro de la descripción emotiva. Y entre ellos Juvenal, Pepe Peña – papá del malogrado Fernando- nosotros, los jóvenes periodistas incorporados por Panzeri o por Fontanarrosa –quien se hizo cargo de la revista en octubre de 1962- aprendíamos disfrutando para luego disfrutar escribiendo.
Nosotros no queríamos ser famosos como ellos; antes bien, sólo aspirábamos a escribir como ellos… Y hubo un martes, no sé… al poco tiempo de ingresar, un par de meses acaso, en el que vi sentado en uno de los sillones del patio con un sobre color papel madera en la mano al maestro de los maestros: Don Ricardo Lorenzo, el inolvidable ex director de la revista que firmaba sus notas con el seudónimo Borocotó; como el sonido de los tamboriles de su Montevideo natal. Traía con franciscana humildad una notita de evocación pues su condición de jubilado lo impulsaba a seguir escribiendo para facturar sus nuevas notas. Pensar que una “Doble Bragado” escrita por Borocotó, creador de la prosa deportiva, parecía más estoica que un Tour de France o un Giro de Italia: los lectores –y sus discípulos- íbamos a rueda de los héroes esperando esa aventura que nos perforara el alma. En cambio don Félix Daniel Frascara, inmenso maestro que lo sucedió en la dirección de la revista y escribía sobre boxeo – a veces con el seudónimo D. Gancho-, una vez jubilado se dedicó a disfrutar y escribir sobre pintura clásica y moderna. Frascarita fue un ángel noctámbulo que escribía o encontraba un título en la bohemia infinita de sus noches sin reloj y sin copa vacía…
El Gráfico era una verdadera escuela de periodismo. Y cada etapa de aprendizaje tenía sus tiempos. Por ejemplo el archivo de la editorial – para nosotros un santuario manejado por un santo como Enrique Grimaldi- vendría a ser el Google de hoy. Los periodistas jóvenes teníamos la obligación de pasar mucho tiempo de cada día buscando datos en el sobre de un deportista. Por cierto que cada actor de la vida social, el arte, la cultura, la política, las ciencias etc. –en nuestro caso los deportistas- tenían un sobre de cartulina gruesa y desteñida prolijamente cerrada y membreteada de manera manuscrita. Para saber dónde había nacido Luis Angel Firpo o Angel Clemente Rojas bajábamos al archivo, buscábamos el sobre, anotábamos en un papel lo que necesitábamos saber y regresábamos con el dato para el autor de una nota en marcha. Lo mismo si se requería la foto del gol de Grillo a los ingleses o un triunfo de Fangio en Europa. Para entender la revista y adquirir cultura deportiva había que abrevar en nuestro incomparable archivo. Allí estaba la historia del deporte que se alimentaba cada día con los nuevos hechos y las nuevas fotos semanalmente renovadas.
El problema vino cuando pasamos al color y las fotos físicas en blanco y negro de papel –no más de 50 por fin de semana- se convirtieron en slides de color. Lo que costaba clasificar las miles de fotos que dejaban un domingo de fútbol, automovilismo, boxeo, rugby, tenis…eran más de 1.000 fotos. Y ni hablar a partir de 1965 cuando se produjo el aluvión Gente y la Actualidad… Fue Carlos Fontanarrosa –gracias Maestro- , ese genio no reconocido de la comunicación, quien creó Gente y desde entonces todo quedó chico en la editorial: las redacciones, los baños, el Departamento de Fotografía –uno de los mejores del mundo-, el archivo, el taller, el bufet del 4° piso con Felisa y Don Luis –los concesionarios- reclamando más mesas, más sillas, más vajilla. Hubo que ampliar todo, construir en los entrepisos y convencer al portero de que las chicas con mini y los muchachitos con barba y jean que se incorporaban a Gente “también” eran periodistas y no había que mirarlos con rostro escandalizado…
Al mismo tiempo resultaba algo fatigoso pero leer todas las notas escritas por cada compañero con la facultad de enmendar un error de información ( minutos de un gol o autor, por ejemplo) y tener que consultar frente a un concepto poco claro, era también un aprendizaje fenomenal que comenzaba a la medianoche del domingo y finalizaba con el primer destello de luz del lunes. Por cierto que al lado de cada periodista de guardia a quien le tocaba la corrección de estilo estaba el corrector ortográfico, quien solo se ocupaba de algún error en el escrito original. Además teníamos muy clara la consigna de atender a los lectores que llamaban a nuestro conmutador (33-4591 al 99 o al directo: 34-0267 que por suerte lo sabían pocos) y de igual manera a aquellos otros que nos escribían y nutrían la importante sección Cartas de Lectores. Lo que hoy serían: Twitter, Facebook, Instagram, Tik Tok, Snapchat, Pinterest o You Tube. Qué maravilla cuando el tiempo nos permite ver la evolución: vengo del Telegrama Nocturno como enviado especial con información cifrada en líneas para pasar al Telex – una revolución a mediados de los 60-, después el Fax – un milagro a comienzo de los 70′- hasta llegar a Internet, en los albores de los 80. Basta de buscar pasajeros en los aeropuertos para que nos traigan los rollos fotográficos a Ezeiza. Y chau a ir a los palacios de correos los domingos a darle los textos a un operador que copie en la cinta perforada nuestro texto…
Vuelvo: ese año de 1963 escribí mi primera notita después de que el director de la Cárcel de Caseros, Don Roberto Amalric nos invitara a un partido en el patio del penal entre jugadores de la Primera de San Lorenzo y un combinado de reclusos. Al término del mismo nos ofreció un tentempié. Y junto a Coco Rossi, el Mono Irusta, Facundo, el Bambino Veira entre tantos cracks de amado club, un mozo gentil y atento no permitió que nos faltara nada. “Buen muchacho el mozo”, le señalé a Amalric. Y su respuesta me paralizó: “Sí, buen muchacho, tiene perpetua por haber matado a la madre y descuartizarla para cobrar la herencia… pero atiende bien, es atento”, me respondió.
Y la primera pelea que comenté fue la que protagonizaron en el Luna Park, Ignacio Basilio Magallanes y Héctor Mora por el título argentino vacante de peso mediano. Fue en abril del 63 lo reemplacé a Piri quien se hallaba cubriendo los Panamericanos de San Pablo, el evento en el cual Bonavena le mordió la tetilla al norteamericano Lee Carr y lo sancionaron obligándolo a hacerse rápidamente profesional. A partir de ese combate firmé – con mi nombre o como Robinson- por casi 30 años las notas, comentarios y entrevistas de boxeo en la revista El Gráfico.
Pero el objetivo de hoy era recordar aquel primer día. Pues con los años vinieron los inigualables momentos de estar junto a grandes compañeros –muchos de los cuales hoy son destacadas estrellas de la TV-; y el privilegio de convivir con los grandes actores del deporte: Ringo desde Joe Frazier hasta su muerte; Locche, Galíndez, Castellini, Ballas, Laciar, Coggi, Sacco, Palma, Roldan, Muhammad Ali (11 peleas y 4 entrevistas en diferentes partes del Mundo), las grandes peleas de Mano de Piedra Durán, Sugar Ray Leonard, Tommy Hearns, bueno, bueno. Paremos aquí porque faltan decenas de memorables eventos y cientos de protagonistas a quienes acompañe periodísticamente desde el principio hasta el final como Carlos Monzón y Diego Maradona quienes me confiaron el relato íntimo de sus vidas para que yo las transformara en biografías oficiales. Qué épocas tan bellas. Teníamos corresponsales en USA (Alberto Oliva, un grande de verdad), en Italia (Bruno Passarelli, brillante escritor, gran amigo, afortunadamente vigente con su blog “Futbol, Fierros y Tango), a Enrique Romero y Esteban Peicovich en España (a quienes perdimos, qué dolor). Y por cierto que teníamos corresponsales en toda Latinoamérica donde El Gráfico era la revista deportiva de referencia por su prestigio y calidad.
Debo detenerme aquí pues creo haberme excedido. Se trataba solo de recordar el “primer día” y no pude evitar algunos incisos que hicieran comprender mejor la historia.
Doy gracias con emoción a El Gráfico por lo que fui y a Infobae por lo que estoy siendo… Una bendición. Gracias Dios.
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