Aquel miércoles 16 de marzo de 1983 no fue un cumpleaños más para Carlos Salvador Bilardo. Festejó sus 45 atravesando una situación profesional única, por la que había soñado desde que comenzó, con su clásica pasión, a trabajar como director técnico. El 14 de febrero se había dado el gusto de salir campeón con su amado Estudiantes de La Plata y pocos días más tarde se cristalizaba lo que era un secreto a voces, ya que, en compañía de Julio Grondona, firmó el contrato como entrenador de la selección argentina. Viajó a Europa para entrevistarse con varias personalidades del fútbol y, sobre todo, ver a Diego Maradona. En el regreso fue escribiendo y tachando nombres y apellidos, porque el viernes 18 iba a dar a conocer su primera lista de convocados, los 18 apellidos que fueron la piedra fundacional de su ciclo, que sería histórico.
La travesía europea había sido productiva. Se reunió con Enzo Bearzot, el DT campeón del mundo con Italia y Alfredo Di Stéfano, entre otros. Interrogó a Ulie Stielike, el alemán que actuaba en el Real Madrid, para saber un poco más sobre la función que el cumplía y que era fundamental en el credo del Narigón: el líbero. Pero el viaje tuvo una primera y fundamental parada: Barcelona. Allí charló varias horas con Diego, para contarle sus pensamientos y saber si habría alguna restricción de su equipo para cederlo, a lo que el crack le respondió con una sentencia que preanunciaba la unión de ambos por esos colores: “De eso olvídate. Voy por la selección y para defender la camiseta argentina”.
Muchos rumores circulaban en torno a la lista, pero Bilardo no se la anticipó a nadie. Los medios especulaban con respecto a sus gustos y preferencias, pero debieron esperar a ese viernes 18, pasadas las 20 hs., horario fijado para el cierre del libro de pases. Una hora antes, el Narigón cruzó nerviosamente al amplio grupo de periodistas que lo aguardaban en la vereda de la AFA en la calle Viamonte. Saludó e ingresó por la misma puerta que otro viernes, el 10 de diciembre anterior, había salido por última vez su antecesor, César Luis Menotti, tras dar por concluido su ciclo de 8 años.
Con saco oscuro, camisa blanca y corbata al tono, enfrentó a los medios a las 20:24 en la antesala de la presidencia. En sus manos, solo tenía una hoja. No necesitaba más. Allí estaban los nombres y apellidos que todos querían conocer. Los dos equipos que había disputado el último torneo, acaparaban el 50% de la convocatoria. Independiente con seis (Ricardo Giusti, Carlos Morete, Claudio Marangoni, Gabriel Calderón, Enzo Trossero y Jorge Burruchaga) y Estudiantes con tres (Alejandro Sabella, Julián Camino y José Luis Brown).
Ferro Carril Oeste, el cuadro de rendimiento más parejo de las últimas dos temporadas, contaba con dos representantes: Oscar Garré y Carlos Arregui. Su rival, Velez Sarsfield, con la misma cantidad: Nery Pumpido y Norberto Alonso. A su vez, Boca y River también estaban parejos con Ricardo Gareca - Oscar Ruggeri y Ubaldo Fillol – Julio Olarticoeceha, respectivamente. La gran sorpresa fue Pedro Remigio Magallanes, que actuaba en Loma Negra de Olavarría.
El recordado Tata Brown supo contarnos una anécdota muy divertida de aquella jornada: “Era marzo de 1983 y me encontraba concentrado con Estudiantes, porque la noche anterior habíamos debutado en la Copa Libertadores ante Ferro, y al día siguiente partíamos hacia Córdoba para enfrentar a Racing de esa provincia por el nacional. Recuerdo que fue un viernes, cuando vino un empleado del club, Rubén Coroch y me avisó que había sido citado para la primera convocatoria de Carlos Bilardo como nuevo entrenador de la selección. Lo miré asombrado y le dije: “Rubén: no me está jodiendo, ¿no?”. Me respondió: “A vos te parece que te voy a joder con algo así”. Era la mejor noticia que podía recibir. Tenía que viajar esa misma tarde desde La Plata hacia San Telmo, donde estaba la redacción de la revista El Gráfico, ya que allí nos iban a sacar la foto a los jugadores del plantel. Tenía un Peugeot 505 nuevito, cero kilómetros. Iba por el camino Centenario, y a la altura de la entrada de la Escuela Juan Vucetich estaba el tránsito parado. De la alegría y la emoción que tenía, terminé chocando. No lo pude evitar, y me llevé puesto el auto que tenía delante. Más allá del mal momento, pude llegar a tiempo y sacarme la foto que salió en la tapa”.
Julián Camino era el excelente lateral derecho de Estudiantes, a quien Bilardo conocía a la perfección y por eso no llamó la atención su citación. Así nos recuerda ese momento inolvidable: “Me enteré unas horas antes que Carlos diera la lista en forma oficial, porque nos iban citando para estar esa misma noche en la revista El Gráfico para hacer la foto de la tapa. Calculo que, a eso de las cinco de la tarde, me llegó el aviso. Fue una alegría inmensa porque nunca había jugado en la Selección y lo haría de la mano de Bilardo. Fue hermoso ponernos todos juntos la camiseta para esa portada y recuerdo que nos las llevamos. El problema es que no tengo idea si aún la tengo (risas). Las primeras prácticas fueron buenas, pero enseguida, los que lo conocíamos, nos dimos cuenta de que se les iba a hacer difícil a varios muchachos que venían de practicar otro tipo de fútbol. Es cierto que tiraba muchos conceptos juntos y por eso, a quienes nos había tenido en Estudiantes, nos dejaba afuera para que nosotros también les dijésemos cómo eran los movimientos a los otros compañeros. Pero todo se fue acomodando y, en mi opinión, fue muy importante el viaje que hicimos a la India a comienzos del ‘84. Con el paso de los años quedó demostrado el gran técnico que fue. El Narigón era un fenómeno.”.
Tras haber sido el máximo artillero del River que cortó la racha de 18 años sin salir campeón en 1975, Carlos Morete emigró a España, donde siguió con su costumbre goleadora. Regresó al país en 1981, donde salió campeón con Boca, pero estuvo lejos de sus antecedentes, por actuar en otra posición. El año 1982 fue como una segunda juventud para él, donde anotó 40 tantos: 20 en Talleres en el Nacional y 20 en Independiente en el Metro. Así se produjo su regreso a la selección, luego de 10 años y 4 meses, la segunda marca más alta en la historia del elenco nacional, detrás de Juan José Ferraro. De esta manera nos contó el Puma como fue aquella convocatoria: “Realmente no me sorprendió mucho porque estaba atravesando un buen momento, pero fue una alegría inmensa, porque no me ponía esa camiseta desde 1973. Lo sentí como un premio por esa actualidad, que Bilardo había visto y es algo por lo que siempre le estaré agradecido. Las primeras prácticas fueron muy lindas, donde me reencontré con compañeros que había tenido en diferentes clubes, sabiendo que ahora teníamos la celeste y blanca. Tengo el recuerdo del segundo partido del ciclo, un amistoso con Chile en cancha de Velez, que ganamos 1-0 con gol mío. Al poco tiempo, asumió Pastoriza como DT en Independiente y tuve problemas con él. Me sacó del equipo por cosas que habían pasado hacía muchos años. Acá quiero señalar lo más grandioso de Bilardo que fue llamarme para charlar en un bar de Juan B. Justo y Libertador, donde me dijo: “Como no estás jugando, tengo que dejarte de lado momentáneamente”, a lo que le respondí que era extraordinaria su actitud, ya que no tenía por qué hacerlo. Allí demostró su sabiduría para manejarse”.
La figurita difícil de ese imaginario álbum fue Pedro Magallanes, quien, tras su paso, con títulos incluidos por Independiente, más tarde había sido compañero de Maradona en Argentinos Juniors, y tras vestir la casaca de Rosario Central, se encontraba en aquel proyecto de Amalia Lacroze de Fortabat: Loma Negra. Así evoca aquella convocatoria: “El llamado no me tomó por sorpresa, porque mi técnico en ese momento era Roberto Saporiti, un fenómeno, que tenía contacto con Bilardo. Se dio una situación especial con los entrenamientos que eran de lunes a jueves en un predio de Ezeiza y yo vivía en Olavarría. Cuando la señora de Fortabat se enteró que un jugador de su club estaba en la Selección, me dio su helicóptero para que pudiese viajar todas las semanas. Los muchachos me decían Oaky, por el personaje de la serie Hijitus que tenía un padre multimillonario (risas), Aterrizaba en Palomar y de ahí en una limusina me llevaban a la práctica. Tuve la mala suerte que al poco tiempo me desgarré en una práctica y estuve tres meses hasta poder curarme, al punto que me tuvieron que operar. Lamentablemente no pude jugar ningún partido”.
Por su característica de futbolista polifuncional, fundamental en el credo de Bilardo, y por sus buenas actuaciones, Julio Olarticoechea era una fija en la lista y allí estuvo. Fue de los pocos de la convocatoria que llegó a México ‘86, aunque con el paréntesis de casi un año y medio, por su renuncia en 1984. El Vasco rememoró sus sensaciones de hace 40 años: “Solo quedamos cinco de los que habíamos ido al Mundial ‘82 (Fillol, Pumpido, Trossero, Calderón y yo). El primer entrenamiento fue una locura (risas). Hizo todo un repaso de pelota parada: variantes de saques de arco, laterales ofensivos y defensivos, tiros libres de derecha a izquierda y al revés, córner a favor y en contra. Increíble. Dos meses después fue el debut contra Chile en Santiago, donde jugué de lateral izquierdo y siempre recuerdo que el primer tiempo lo tuve a Carlos pegado a la raya de mi lado, dando indicaciones sin parar… imaginate (risas). En un momento me gritó, me di vuelta para verlo y justo metieron un pelotazo y me ganaron la espalda. Me desconcentró y entonces decidí no mirarlo más y chau”.
Gabriel Calderón había sido titular en el inolvidable juvenil campeón en Japón ‘79. Luego fue parte de la Selección de César Menotti, disputando el Mundial ‘82. Su capacidad para moverse en todo el frente de ataque fue decisiva para el llamado de Bilardo: “En la primera convocatoria solo repetimos Fillol, Olarticoechea, Pumpido, Trossero y yo. Lo sentí como un reconocimiento a mi dedicación y esfuerzo. Estuve en los dos primeros partidos de su era, en los que no estuve a la altura. En ese tiempo, Carlos no era tan intenso como fue después, cuando los jugadores sí lo entendieron y fueron campeones del mundo. Estuve en el encuentro inicial de Bilardo y también en el último en 1990, pero me perdí lo mejor que fue lo del medio (risas). En una entrevista previa al ‘86 dejó en claro que, entre Valdano, Bertoni y yo iba a elegir a uno. Lo hizo por Jorge y acertó totalmente”.
Enzo Trossero era uno de los mejores defensores del fútbol argentino desde hacía varias temporadas. Su personalidad ganadora, sumada a un gran cabezazo y potente remate, lo hacían imprescindible en la lista inicial del Narigón. El entonces capitán de os Rojos de Avellaneda nos relata las vivencias de ese instante: “Era un grupo de muchachos casi completamente nuevo, con excepción de los cinco que habíamos estado en España ‘82, donde yo no había jugado ni un minuto. Se ve que Bilardo seguía mis pasos y fui convocado con otros cinco compañeros de Independiente. Fue una etapa muy buena y guardo un gran recuerdo de lo que viví allí. Con los muchachos de Estudiantes habíamos peleado palmo a palmo el torneo anterior, pero a la hora de juntarnos por la Selección congeniamos muy bien. Carlos era muy táctico, pero en mi caso particular, aprendí mucho, algo que me quedó para toda la vida, aunque no haya podido estar en el Mundial ‘86″.
La Copa del Mundo a disputarse en México era el gran faro. Pero para eso aún faltaban tres años y tres meses, en aquel viernes del ‘83. El martes 22 de marzo comenzaron los trabajos en el predio de la federación de empleados de comercio, en medio de los bosques de Ezeiza. El plantel se reunió a las 8:30 en la sede de AFA en la calle Viamonte y desde allí partieron en sus autos particulares. A las 9:50 se inició oficialmente en el campo de juego la era de Bilardo, con el precalentamiento comandado por el profesor Ricardo Echavarría, a la postre, figura decisiva del cuerpo técnico en el trato con los futbolistas. Luego del almuerzo, arrancó el doble turno, que fue una práctica contra el juvenil que dirigía Carlos Pachamé.
De los 18 convocados, solo uno no llegó a actuar nunca en la Selección y fue Pedro Magallanes. Para otros, como Alonso y Morete, ese ‘83 fue el año de la despedida con la camiseta celeste y blanca, hecho que vivirían en el ‘84 Claudio Marangoni, Alejandro Sabella y Carlos Arregui. Tras conseguir la angustiosa clasificación para México, fue el final de Ricardo Gareca, Julián Camino, Enzo Trossero y Ubaldo Fillol en el cuadro nacional. Y siete llegaron a formar parte de la gloriosa gesta en tierras aztecas: Nery Pumpido, Ricardo Giusti, Jorge Burruchaga, José Luis Brown, Oscar Ruggeri, Oscar Garré y Julio Olarticoechea. Un caso especial configuró Gabriel Calderón, que dejó la selección en el ‘83 al ser transferido a España, pero fue convocado nuevamente en el ‘89 y disputó el Mundial del año siguiente.
Luego de la primera práctica, al ser abordado por los periodistas, Bilardo dejó en claro su pensamiento. El mismo que mantuvo a lo largo del ciclo: “Yo quisiera entrenar todos los días esta serie de variantes. Es necesario que un equipo sepa manejarse con todas las tácticas conocidas. Es decir, yo quiero practicar un día marca en zona, otro día jugar al offside y otro la subida de los laterales. Es fundamental para el fútbol de hoy, donde el nivel es tan parejo, que el que se equivoca en lo más mínimo, pierde un partido”. Mantuvo inalterable ese pensamiento hasta 1990, cuando puso fin a su inolvidable ciclo en la Selección. El que se inició hace 40 años, con aquella primera lista llena de ilusión.
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