“Ha sido uno de los fichajes más complicados de la historia del Deportivo La Coruña”, se decía por los pasillos del club español, allá por agosto de 1997. El jugador en cuestión era un tal Lionel Scaloni, que se había proclamado campeón del mundo Sub 20 de Malasia junto a Pablo Aimar y Juan Román Riquelme en el seleccionado comandado por José Pekerman.
En aquel momento, el mediocampista de 19 años nacido en Pujato era propiedad de Estudiantes de La Plata, y su representante Luis Malvárez viajó exclusivamente a la Coruña para vendérselo en persona a Augusto Lendoiro, el ex presidente de la institución española. Pero para ello tuvo que insistir bastante, al punto tal de que lo encaró a la salida de un hotel y lo convenció de que el Gringo era el nuevo Cholo Simeone. “Señor presidente, le vine a traer un jugador con mucho huevo, que va para adelante y tiene hambre de gloria”, le aseguró el agente al directivo español, y de esta manera, logró vender a su primer jugador como representante.
Mas allá de su rol como empresario, el uruguayo hizo una carrera como futbolista de primer nivel. Debutó en Danubio en 1977, y cinco años después, Carlos Bilardo lo fue a buscar para que integrara el Estudiantes campeón del torneo local en 1982. Su buen andar provocó que llegara a San Lorenzo, donde se transformó en ídolo e integró el reconocido equipo “Los Camboyanos”, apodo que él mismo creo.
“Sentado un día en el vestuario le digo a Marchi, que estaba al lado mío: ‘Turco ¿sabes qué? Nosotros parecemos guerreros, camboyanos, vivimos en el lodo, vivimos en los problemas, en los quilombos. Ese camboyano que se tira en la selva y que quiere pelear y va al frente siempre; creo que nosotros somos eso, Los Camboyanos’”, recuerda el ex lateral derecho que vistió los colores azulgranas en 160 oportunidades y marcó dos goles.
Fue el 22 de junio de 1989 cuando Lucho Malvárez vistió por última vez la camiseta azulgrana con un triunfo ante Temperley. A partir de ese momento, jugó en Argentinos Juniors, pasó por Gimnasia y Esgrima La Plata, y recorrió el Ascenso vistiendo las casacas de Alvarado de Mar del Plata, Deportivo Laferrere y se retiró con 33 años en Atlanta.
“Vendí a Scaloni. Le gané un juicio al Loco Abreu, tengo negocios en Kosovo, estuve por Inglaterra, Corea del Sur, Alemania y Francia. Hoy me dedico a mí, ya que lo he dado todo por mi familia. No fumo, no tomo y me acuesto temprano, pero me gusta mucho hacer el amor (risas)”, resalta el hombre de 61 años en diálogo con Infobae.
- ¿Que es de tu vida, Lucho?
- Estuve mucho tiempo por Alemania y Francia. Luego, fui a los volcanes de Kosovo. Viajé por el mundo buscando alguna posibilidad de trabajo. El año pasado, de La Coruña tuve que volver a Montevideo, Uruguay, porque fui abuelo una vez más. Tengo tres nietas de 7, 3 años y cinco meses; me rodean las mujeres (risas). Administro un complejo con diez campos de fútbol en la capital uruguaya, muy lindo, con robles y ombúes. Adoro los árboles y planté muchas palmeras, estoy viviendo bien. Al mismo tiempo, sigo como representante de futbolistas.
- ¿Es cierto que fue Lionel Scaloni el primer jugador que vendiste como representante?
- Sí, cuando jugaba él en Estudiantes de La Plata lo llevé a La Coruña con 19 años. Me hice amigo del presidente del conjunto español de aquel entonces, Augusto Lendoiro, con quien tomé confianza, me conoció, leyó en las revistas que había jugado en “Los Camboyanos”, creyó en mí y le propuse que comprara a Scaloni, ya yo era su representante. Encaré al mandamás en un hotel y le dije: “Señor presidente, le vine a traer jugadores con huevos, que meten para adelante y tienen hambre de gloria”. Me respondió: “¿Quiénes son?” “Lionel Scaloni y Walter Pandiani, el delantero uruguayo y goleador que se destaca en Peñarol”, le advertí.
- ¿Qué te respondió?
- “¿Quién es Scaloni?”. Entonces, le comenté: “Es argentino, un muchacho original, simple y decidido en lo que dice, y luego lo lleva a la práctica. Tiene 19 años y con un fuerte carácter, que puede contagiar a sus compañeros en este mal momento que atraviesa el club. Es un jugador que puede destacarse como volante por derecha y defensor por el mismo sector. Es una buena persona, va al frente como loco y es un ganador”. Me respondió: “Tráemelo”. Entonces, hablé con el padre y su hermano Mauro, arreglé con el ex presidente de Estudiantes, Edgardo Valente, y lo llevé a España, pero al principio costó bastante.
- ¿Por qué?
- Resulta que estaba en Montevideo y me tomé un avión hacia Sevilla, donde me estaba esperando Rosendo Cabezas, ex manager del club sevillano, e iba a mostrarle unos videos de futbolistas que manejaba. Pero durante el vuelo, leí en el diario que Deportivo La Coruña estaba buscando un delantero y un volante por derecha. Algo, una especie de intuición me dijo que tenía que ir. Entonces, me bajé en Madrid, donde hice escala y cambié de vuelo. En lugar de ir a tierras sevillanas, me fui a La Coruña, donde nadie me conocía.
- Entonces, ¿qué pasó?
- Llegué, me tomé un taxi y pedí que me llevaran al hotel más cercano al predio del Depor. Me bañé, me puse un traje y encaré hacia el club. Pedí una audiencia con el presidente pero me respondieron “¿usted quién es?”. Entonces, me presenté, le dije que había jugado en San Lorenzo y que gané un título en Estudiantes de La Plata de la mano de Carlos Bilardo. Me dijeron que no era posible, que debía esperar tres meses. Entonces, pregunté dónde se encontraba Lendoiro y me explicaron que participaba de un acto político en el hotel Riazor, porque él integraba el Partido Popular.
- ¿Fuiste a buscarlo?
- Sí, y lo esperé sentado en un sillón durante cinco horas, pero chequeé que no hubiera otra puerta trasera para que no se me escapara. Al final, salió junto a dos mujeres. Me acerqué, me presenté y le dije que sabía que no era el momento, pero que tenía que hablar con él. Le dije que era Lucho Malvárez, un ex jugador de fútbol, y que sabía que necesitaba un delantero. Le pedí que me escuchara y que le traía dos jugadores para salir campeón. Además, le remarqué delante de las damas: “Tengo dos huevos así de grandes y sé cómo hacer para que el club se consagre”.
- ¿Cómo reaccionó?
- Se rió, le caí bien de entrada y me citó al otro día en su oficina. Cuando llegué, me di cuenta de que ya había averiguado todo sobre mí. Sabía de los equipos donde había jugado, todo. Cuando entro, tenía un cuadro de Jesucristo en la pared con un rosario. Me acerqué, toqué la cadena y le dije: “Señor presidente, jugamos en el mismo equipo, mire a quién tengo acá”. Y le mostré un rosario que colgaba de mi pecho.
- Arrancaste bien…
- Sí, de esa manera fue la primera conexión que tuve con Lendoiro, con quien acto seguido miramos el video de jugadas de Scaloni que había armado. Vendí un jugador de 19 años en seis millones de euros, me gané la confianza del mandamás, quien me ofreció trabajar a su lado. Estuve ocho meses en La Coruña siendo su mano derecha y su hombre de confianza. Fui a Europa con un escarbadiente, pero ese escarbadiente estaba lleno de fe, confianza y honestidad.
- ¿Tenés actualmente relación con Scaloni?
- Sí, le mandé mensajes por ser campeón del mundo y ahora me voy a Mallorca para verlo, quiero darle un abrazo y saludarlo. Porque la verdad que es un grande y mucho tuve que ver en su carrera deportiva. Nadie puede olvidar lo que hizo una persona por otra, más allá de que nos separamos porque él se fue a jugar a Inglaterra y yo hice mi camino; terminamos en buena relación. Él que se quedó con su padre y hermano, mientras yo trabajé en La Coruña. Yo dejé de representar jugadores porque me lo impedía el ser asesor personal de Lendoiro.
- ¿Cuando eras representante también vendiste al Loco Abreu a La Coruña?
- Sí, fui yo el que lo vendió, no el ex presidente Fernando Miele. Lo vendí en 10 millones de dólares. Todavía conservo los papeles y los documentos del año 98, porque me quedaron 350 mil dólares.
- ¿Tuviste un juicio con Abreu?
- Claro, porque se quedó con mi plata. Habíamos arreglado que tanto era para vos y esto para mí, pero cuando entró el dinero, que es el peor enemigo del ser humano, me cambiaron todo; me cagaron. En los contratos hay que poner arriba de todo el valor y que quede claro, porque si no te traicionan todos. Eso aprendí.
- ¿Fuiste vos el que bautizó como “Los Camboyanos” a aquel equipo de San Lorenzo?
- Sí, fui yo. Esto surgió porque yo miraba la película “Camboyanos” y me acordaba de que se arrastraban en el lodo, se metían en las cuevas y luchaban por su país; ponían el corazón y la garra, se metían el barro. A todo esto, los miraba y decía “qué admirable”. Entonces, un día en el vestuario le comenté a Sergio Marchi: “Nosotros somos los Camboyanos porque estamos solos y no damos nada por perdido”. Recuerdo que teníamos a la hinchada atrás, espalda con espalda. Fue algo maravilloso ese nombre, porque te daba energía y ganas de ir al frente. Es inolvidable ese grupo de jugadores con quienes seguimos en contacto hasta el día de hoy. Ese equipo jugaba por la gloria, por la gente y por la hinchada. Los Camboyanos salvamos de la quiebra de San Lorenzo cuando debía mucho dinero, jugando de la manera que lo hicimos y vendiendo jugadores. Tuvimos el apoyo de la gente, no de Miele, que hizo el estadio.
- ¿Cuándo surgió ese apodo?
-Luego de un choque entre Independiente y San Lorenzo. Le ganamos 1 a 0. Vinieron el Bocha Bochini y Ricardo Giusti, para decirme “no cobran nunca y te matan, son unos hijos de puta. Los felicito. Nosotros estamos al día, cobramos siempre y hoy marchamos”. Tras la victoria, le tiramos la camiseta a nuestra hinchada. A partir de ese día, nacieron Los Camboyanos. Los rivales valoraban lo que hacíamos y de la manera que lo llevábamos a cabo. Fuimos respetados por el fútbol argentino y eso era muy bonito, saber que te respetaban en todos lados, más allá de que llegabas a tu casa y tenías la heladera vacía. Me acuerdo de que me sentaba con mi mujer y me reía. Ella me preguntaba “¿De que te reís?”, y le respondía: “Sabés que los rivales nos dan alegría, nos felicitan, nos valoran”. Al mismo tiempo, me pedía “mejor preocupate por traer plata a casa que estamos pelados”. “Ya vamos a tener la olla llena”, le aseguraba.
- ¿Qué necesidades pasaron jugando en San Lorenzo?
- La dirigencia nos debía seis meses de sueldo, nos bañábamos con agua mineral, no teníamos vestuario, nos denigró, una vergüenza. Un día, los dirigentes nos mandaron a 15 personas para que nos apretaran a mí y a Paulo Silas. Yo los enfrenté porque me paré de manos y voy al frente como loco. Una vez, no me dejaron entrar al vestuario, me puse contra la pared para pelear y les dije a estos barras “me vienen a apretar a mí, que doy todo por este club y por la camiseta azulgrana”. Me sentí muy mal. Después de un tiempo me vinieron a pedir disculpas.
- Al final, ¿sufriste en tu paso por ese club?
- No sufrí porque sentía alegría a pesar de que nos debían seis meses de sueldo y llegaba a mi casa sin un peso, con tres hijos que mantener, e iba a pedir carne fiada al carnicero de la esquina de mi casa, que era hincha de San Lorenzo y eso me salvó. Como él sabía que no nos pagaban, sacaba carne gratis para darle de comer a mi familia. El carnicero lo anotaba en un cuaderno y, cuando podía, le pagaba. En el almacén pasaba lo mismo. Sobreviví demostrándoles a mis hijos que a veces la vida es muy dura. Hoy, los tres, dos damas y un varón, son empresarios, y hablan tres idiomas, y estoy contento con el crecimiento que tuvieron.
- ¿Qué enseñanza te dejó atravesar esos momentos complicados?
- El dolor que tuve durante mi paso por San Lorenzo me hizo aprender que a veces uno debe ponerles el pecho a las balas. Los Camboyanos teníamos la camiseta pegada en el pecho, porque la llevábamos bien puesta. No faltábamos a entrenar, nos bañábamos como podíamos y nos cagabamos de risa. Decíamos: “Vamos muchachos, que esto nos hace fuertes.”. Nuestro lema como equipo era, “hoy por mí, mañana por ti”. En ese club, nos hicimos hombres, pero de gloria, no de dinero.
- ¿Era un equipo que jugaba por la gloria?
- Sí, no por el dinero. La plata estaba detrás de la gloria, sin dudas. Entrar a la cancha y que la gente te gritara “Lucho, Lucho” es lo más lindo que te puede pasar. El hincha nos aplaudía al saber que no jugábamos por el dinero, sino por defender los colores de la camiseta azulgrana. Dejábamos la vida en el campo de juego en un momento muy difícil en la historia de la institución. La lealtad y la honorabilidad es lo mejor que uno puede tener.
- ¿Esos valores hoy se ven en el fútbol?
- Hoy se juega sólo por el dinero. La esencia de la vida es la vida misma. De qué te sirve tener tanto dinero sí estás hecho mierda; si estás sólo en la vida. Al contrario, si tenés plata tenés que estar bien con los tuyos, con tus padres, abuelos, sobrinos, nietos, gastala con todos ellos. La plata no debe ser más importante que la dignidad. Hay que ponerle huevo a la vida cuando las cosas malas pasan.
- ¿Cómo era jugar de local en estadios ajenos por no contar con uno propio?
- Los rivales nos tenían miedo, jugábamos de local en todos lados. Cuando íbamos a La Bombonera, un día le dije a Jorge Comas: “No me saludes, porque perdí la memoria, y no empieces a correr porque te parto al medio”. Así éramos nosotros, si te caés al piso, te piso la cabeza. Qué me venís con levantarlo, te estás jugando la vida. No me vengas a saludar dentro de un campo de juego porque no te conozco.
- ¿Tenés la escuela de Carlos Bilardo?
- Exactamente. Bilardo es un monstruo, me vino a buscar para que jugara en Estudiantes de La Plata. Estaba en Uruguay, trabajando de leñador, jugaba en Danubio y me dijo: “¿Trabajás?”. “Si, vendo leña y hago astilla”, le respondí. Y me respondió: “Con razón tenes ese físico”. A partir de ese día, me compró el Pincha y fue el placer más grande de mi carrera. Salí campeón en la temporada 82/3 y me recibieron muy bien en Estudiantes de La Plata.
- ¿Cuando jugaste en Gimnasia, te recriminaron alguna vez tu paso por el Pincha?
- No, me aplaudieron ambas hinchadas en un partido con público visitante. Pensé que me iban a matar pero me hice querer. En Estudiantes y en Gimnasia me pasó lo mismo que en el club de Boedo. La gente decía “no cobran, pero mira como meten”. En el Pincha me abrieron la puerta, pero la grandeza me la dio el Ciclón, la puerta de la gloria, la de la dignidad, la del orgullo por vestir la camiseta me la dio San Lorenzo. Quiero que los jugadores de hoy entiendan el mensaje que les voy a dar.
- ¿Cuál es?
- Que se dejen de pavadas. Que no jodan con el pelito, los tatuajes, la gomina. Se miran al espejo antes de entrar a la cancha. Que jueguen por la camiseta y por el club que la plata viene sola.
- Ustedes ni perfume usaban, ¿no?
- Ni loco. Yo les decía: “No nos bañemos por una semana que el rival va a decir ‘qué olor tienen, no se bañan estos sucios’, y nos van a dejar jugar. Recuerdo una charla que tuve con el Puma Rodríguez durante un encuentro: “Lucho, qué olor tenes”. Le respondí: “Mirá si me voy a poner lindo para partirte en el medio a vos (risas). Te voy a tirar contra los carteles. No me empieces a romper los huevos”. El fútbol cambió para mal. La esencia del futbolista se ha perdido, también el amor por el club y la camiseta. Eso es lo lamentable del jugador actual. No cobran un mes o una semana y ya están reclamando. Nosotros estuvimos medio año sin cobrar. Peleen por la camiseta, porque la verdad es que lo están haciendo muy mal, ya que en muchas ocasiones ni corren y se desgarran en la cancha.
- ¿Te da bronca cómo cambió el fútbol?
- Sí, voy a la cancha, estoy 5 minutos y me rajo porque no puedo creer cómo el jugador camina. Las coberturas las hacen mal. No saben hacerlas y es lo más básico del juego. Encima, les hablás y no entienden nada. El otro día fui a dar una charla a un equipo de Primera y los jugadores en el vestuario estaban mirando los celulares; una falta de respeto total. Decían “cuándo termina éste de hablar”. Los jugadores necesitan a alguien que les toque el corazón y los huevos. Por ejemplo, “muchachos, están en San Lorenzo, y se acabó la joda. El que entra a la cancha hasta que se termina, se mete en el partido y corre. Se debe defender al compañero espalda con espalda”. El fútbol hay que vivirlo intensamente, con la garra de meter y saber que deber salir a la verde césped a darlo todo, a no ser que te vayas de joda el viernes y el sábado, y el domingo no puedas levantar la patita. Hoy pasa en la mayoría de los jugadores. Los días previos a los partidos se follan a todas.
- ¿En tu época era diferente?
- Sí, muy diferente. Yo me cuidaba desde el miércoles hasta el domingo. Cuatro días antes estaba sin hacer el amor. Mi mujer estaba divina, sin embargo priorizaba el trabajo. Cuando sabía que ella quería hacer el amor, dormía en otra habitación y le decía ”no te pongas linda, porque se me va la moto y no quiero que me insulten 50 mil personas por no rendir en el campo de juego”. Luego de los partidos, estábamos juntos, obviamente. Este sistema deben adoptarlo los jugadores actuales. Algunos se mandan un desliz un día antes de los encuentros y me piden que los cubra, y terminan siendo insultados por todo el estadio, bien merecido lo tienen porque no pueden levantar la pata.
- ¿Por qué colgaste los botines?
- Porque en su momento los dirigentes dejaron de pagarme y no quise jugar en esa situación, porque no sentía lo mismo que me pasaba en San Lorenzo, donde jugaba sin cobrar por amor a esos colores. Lo hacía con el corazón. En otro equipo no tenía la misma lealtad y estaba enojado porque llegábamos a fin de mes, no percibía mi haber y otra vez la “bicicleta” de que ya íbamos a cobrar. Me cansé de darlo todo y que los dirigentes del futbol me mintieran. Me retiré a los 33 años. Soy un tipo de carácter y me gusta decir las cosas de frente.
- ¿A qué te dedicaste tras tu retiro?
- Hice el curso de entrenador en La Plata con el profesor Ortega, que hoy se encuentra con el Cholo Simeone en el Atlético de Madrid. Pero nunca ejercí, porque como tengo mucho carácter me imaginaba entrar a los vestuarios y agarrarme a trompadas con los futbolistas que no corren, o tirarle un botellazo al que camina, siempre me imaginé eso. Entonces, me dediqué al mundo empresarial, que por lo menos me permitía viajar y no me peleaba con nadie (risas).
- ¿San Lorenzo fue el equipo de tu vida?
- Sí, de mi vida y de mi familia. San Lorenzo marcó una etapa en mi carrera y me hizo fuerte. Me dio la dignidad y la lealtad que debe tener un hombre para enfrentar la vida. Fue grandioso, que el mundo te identifique que fuiste jugador de ese club. Puse la lealtad y el orgullo por la gloria deportiva que es lo mejor que te puede pasar. Lo llevo en mi corazón, los gritos y los cánticos de la hinchada. Cuando viajo, llevo dos camisetas azulgranas y dos banderas a cualquier parte del mundo en mi valija.
- ¿Por qué lo hacés?
- Son dos camisetas con el numero 4, una que me regalaron y otra que me quedé cuando era integrante de los Camboyanos en la temporada 1986/7. Porque tenerlas me genera una energía ganadora para mí, ya que llegó a la habitación del hotel o a una casa y lo primero que hago es colgar las dos camisetas de San Lorenzo. Venís a mi casa y lo primero que ves en el living son ambas casacas. Cuando trabajaba en La Coruña, entrabas a mi oficina y había banderas azulgranas. Estuve en Kosovo durante un año y me conocían todos por las banderas y las camisetas que las llevaba a todos lados.
- ¿Qué te llevó a estar en Kosovo?
- Tengo amigos de la noche y del día, y llevé dos jugadores a la Estrella de Kosovo. “A veces, se hacen buenos negocios con los malos y no con los buenos”, es un refrán muy famoso (risas). Los kosovares y los albaneses son los más peligrosos del mundo y yo soy ídolo allá. Me dicen “Maradona” en las calles. Me quieren mucho. Estoy invirtiendo en ese país.
- ¿Qué tipo de inversión?
- Vamos a comprar un barco que recorra un río que cruce todo el país con un restaurante adentro. Además, estamos comprando edificios con un gran amigo que tengo.
- ¿Estás disfrutando de la vida?
- Sí, por primera vez me estoy dedicando a mí. Estoy para jugar de lo bien que me siento físicamente. Estoy pesando 73 kilos y hago cinco horas diarias de gimnasio. Hoy me dedico a mí y soy feliz.
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