Cada vez más frecuentemente la dinámica del monotema nos pasa por arriba, aniquila cualquier posibilidad de análisis y nos deja huérfanos de contenido: en el Siglo XXI no hay nada más viejo que la noticia… de hace una hora. Veamos la secuencia de la última semana.
Lunes: Messi en particular y el seleccionado en general arrasa con los premios The Best.
Martes: transciende a través de la redes una foto en la que se ve a Mauricio Macri sonriente al lado de Lionel, el Dibu Martínez y sus respectivas parejas.
Miércoles: el discurso del Presidente en la apertura de sesiones ordinarias navega entre lo escandaloso, lo triste y un tsunami de memes.
Jueves: 14 balas al frente del supermercado de la familia de Antonela Rocuzzo y el apellido Messi encabezando el cartel de amenaza eclipsa todo lo anterior.
Como en el remanido asunto del huevo y la gallina, desde los medios aseguramos saber “lo que quiere la gente” (lo que garpa) en lugar de ofrecer alguna dosis de variedad e imaginación que rompa esa cada vez más instalada lógica del monotema.
Quizás por eso, cualquier cosa que remita a la famosa foto post fiesta parisina de la FIFA suena a imperdonable anacronismo: un cronista de ley debe comprender la lógica del periodismo digital, si es que realmente existiese tal cosa.
Como para no perder la ocasión de ir a contracorriente, vale la pena animarse a raspar un poco en la superficie de aquel episodio que muchos redujeron a aplausos o insultos en las redes.
No por superado rápidamente por la noticia por llegar, el asunto de la foto disimula las consideraciones obvias:
Que Messi tiene todo el derecho de sacarse fotos con quien quiera.
Que no tenían porque esquivar el protocolo de la FIFA (Macri asistió a la fiesta como presidente de la fundación y no sería extraño que los futbolistas se hayan fotografiados con otros personajes similares)
Que haber aceptado la foto y no haber concurrido a la Casa Rosada recién consagrado convierte al asunto casi en una declaración política en silencio.
Que Messi y quien sea tiene derecho a elegir al político que se les antoje.
Que difícilmente alguien vote a favor de Macri o en contra del oficialismo por esa foto.
Y así podríamos seguir durante horas, acumulando datos y reflexiones tan relativos como certeros.
El episodio en si nos deposita lejos de lo coyuntural. Más aún, es un buen disparador para insistir con la necesidad de que, así como el atleta -en tanto ciudadano- puede acercarse al político que se le antoje, el político -en tanto funcionario- aprenda que quedar pegado al deportista exitoso es tan burdo como estéril en términos de proselitismo.
Es cierto que la enorme mayoría de nuestros cracks, incluidos muchos que admiramos y respetamos más allá de su talento, sucumben ante el pedido del dirigente. Hay infinidad de casos en los que se le hace sentir al deportista que debe concurrir a cualquier pedido del poder de turno, que le deben algo al del centro de la foto. En un país inundado de asistencialismo, a veces las becas tienen cierto aroma a herramienta extorsiva.
Es tan frecuente esta lógica de la contraprestación que sobresalen fácilmente los casos en los que alguien le puso límite al asunto. Por ejemplo cuando en 2002, de regreso del Mundial de básquet, Pepe Sánchez se negó a rendirle pleitesía a Eduardo Duhalde.
“Ese señor no me representa”, fue, palabras más palabras menos, su conclusión.
Entonces como ahora no faltó quien tirara arriba de la mesa a la investidura presidencial como argumento para descalificar la “desobediencia” del atleta. No hace falta que enumere los episodios en los que la investidura presidencial fue degradada, paradójicamente, por quien la ostenta.
Quizá por eso, los campeones de Golden State Warriors (NBA, 2017/2018) rompieron el protocolo y se negaron a rendirle pleitesía a Donald Trump hasta el punto de que su entrenador convocó a votar contra el entonces presidente norteamericano.
Por la misma razón, campeones de la NFL rechazaron la invitación de Trump al tiempo que visitaron a Obama. Nunca hay que ignorar el detalle encantador de que Trump felicitó a los campeones de Kansas Chiefs, del bello estado de Kansas, siendo que ese equipo es del estado de Missouri.
Aquí y allá, los que mandan no resisten la tentación de colgarse de los botines de nuestros cracks. Tilingueria diría Arturo Jauretche.
Claro que nosotros, los hinchas que formamos esa masa sintetizada bajo el término de opinión pública, también aportamos lo nuestro.
A veces nos cuesta aceptar que esos tipos que nos deslumbran en las canchas son merecedores del mismo libre albedrío que cualquiera de nosotros y pretendemos de ellos el compromiso que no exigimos a nuestros dirigentes, la coherencia que no tienen muchos de nuestros mandatarios y la lucidez que, frecuentemente, no tenemos a la hora de elegir.
Me resisto, por ejemplo, anteponer a la genialidad deportiva (y no pocos compromisos fuera del juego) de Diego Maradona aquella confluencia afectiva que tuvo entre Fidel Castro y Carlos Menem.
Y casi nadie de los que ciberaniquilan a Messi por la bendita foto se animarían a relativizar la condición de ídolo nacional y popular de Diego por ninguno de sus vaivenes más afectivos que ideológicos.
Con una reduccionismo digno de jíbaros no faltó quien condenara a los futbolistas como desclasados, ricachones que se olvidan de sus orígenes. Como si los políticos ricos estuvieran de un solo extremo del puente.
Por cierto, cómo para zanjar el asunto, vale la pena recordar un maravilloso encuentro entre Fito Páez y Diego (insospechados de militar en alguna derecha recalcitrante) cuando en la revista La Maga, allá por la segunda mitad de los 90, conversaban sobre artistas, deportistas y ciertos funcionarios.
“Sabes qué pasa Fito”, explicó Diego en su tono más puramente Maradoniano, “nosotros, la que hacemos la recibimos porque vendemos discos o llenamos estadios. Mientras tanto, a estos tipos le dicen araña pollito: nadie sabe de dónde sacan la tela”.
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