Es una Sociedad de Fomento como tantas de esas que cumplen incalculables funciones en nuestros barrios. Pero, cómo toda Sociedad de Fomento, tiene su rasgo distintivo. Conocida desde hace décadas en el corazón de esos caseríos de una clase media que se esmera hasta lo indecible para no acercarse a la línea del temor por las carencias, se sabe, con orgullo, como un lugar de referencia para quienes tienen hijos con ganas de aprender la técnica y, especialmente, la filosofía del taekwondo.
Cada día, durante la semana, un par de chicas jóvenes, expertas en esta arte marcial, se ganan el cariño, el respeto y la admiración de más de un centenar de chicos que pueblan los, por lo menos, tres turnos de entrenamiento.
El de ellas es el taekwondo de la ITF, la especialidad NO olímpica de la disciplina. Pero poco importa. A nadie en su sano juicio se les ocurriría poner el foco en un detalle más político que deportivo.
Hace unos días, junto con el anuncio de la vuelta a los entrenamientos y cómo pidiendo disculpas, avisaron a los familiares que, a partir de febrero, la cuota mensual aumentaría a 3500 pesos. Menos de 900 por semana. Menos de 450 por clase. Clase en la que, durante una hora, le enseñan a tus hijos los secretos de la defensa personal y el autocontrol. Y mucho más.
Entre los cientos de clubes del corredor Norte del Conurbano, hay uno que llama la atención por su tamaño. Típico club de barrio por la diversidad de sus actividades, la nobleza de su gente y la permanente búsqueda de recursos que ayuden, sin tercerizar aquello que se quiere retener como propio, a sostener ese lugar entrañable que, para los chicos de la zona, sólo se compara con la escuela.
Hay fútbol, tenis, gimnasia artística, patinaje y hasta un gimnasio con pileta de esos de marca conocida. Es decir, un flor de club de barrio.
Sin embargo, no hay mucho que se equipare al orgullo que les provoca saber que su básquet, desde premini hasta juveniles, es tan conocido como respetado por clubes hasta de aquellos que juegan las ligas mayores.
Es común ver a jugadores de la primera disfrutando el final de cada día entrenando a pibes de entre 7 y 15 años. Lo hacen porque aman al juego, porque aman al club y porque aman enseñar ese maravilloso juego que, hace no mucho tiempo, le enseñaron maestros de la vieja escuela. Además, les pagan un sueldo que sale de la cuota mensual de 4500 pesos que paga cada cada familia por un mínimo de 12 entrenamientos cada 30 días.
Hagan la división si quieren. Y, si quieren, compárenla con cualquier cosa que se les ocurra. Pero nunca dejen de tener en cuenta que, en ese gimnasio que se ve común por fuera y entrañable por dentro cada chico, más que un deporte, aprende que nada se consigue mejor que haciéndolo en equipo, ese pregón finalmente vacío de tanto exponente de la clase política.
Apelo a dos ejemplos reales pero sin nombres propios por la sencilla razón de que, todavía y por suerte, estos casos se multiplican por miles en esta Argentina de la excusa constante e indecente.
Principios, autodefensa, solidaridad, respeto por el compañero y por el adversario… demasiadas cosas les enseñan. Y demasiado poco nos piden a cambio.
Pensemos si no queda algo a mano para ellos en el país del subsidio permanente
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