Pasó por Boca, fue campeón con Vélez, pero sufrió 13 operaciones, perdió todo y manejó un taxi: “Fue duro, no quiero volver mucho para atrás, me hace mal”

Ricardo Rentera brilló en Instituto, donde lo comparaban con Maradona. Su gran nivel en Argentinos lo catapultó al Xeneize y al Fortín, pero un conflicto con un representante y las lesiones lo dejaron sin nada. Rehizo su vida y hoy trabaja para sacar de la calle a los niños de La Rioja e insertarlos en el fútbol

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A los 57 años, divide
A los 57 años, divide su tiempo entre Córdoba y La Rioja

Ricardo Rentera fue un volante ofensivo, exquisito y polifuncional. Con mucho potrero, buena pegada, hábil y más asistidor que goleador. Fue el gran ladero de Oscar Dertycia en Instituto de Córdoba, donde llegó con 15 años desde Desiderio Tello, su pueblito en La Rioja, y debutó tres años más tarde en Primera División.

“Yo escuchaba por radio los partidos de la Gloria, cuando Ricardo Rentera era nuestro Maradona”, reza en su estribillo una de las canciones de la banda punk cordobesa “Piquillín y los Compadres”, que prueba la huella que allí dejó.

A comienzos de los 90 se fue libre a Argentinos Juniors para compartir plantel con el Checho Batista, Carlos Mac Allister, Fernando Cáceres, Carlos Goyén y Osvaldo Coloccini, entre otros.

Tras un año en el equipo de La Paternal, Boca Juniors puso los ojos en él para reforzar el plantel de Oscar Tabárez y ganó la Copa Master 92. Luego, el Vélez de Carlos Bianchi lo llevó a la cima al ganar la Copa Libertadores 94. En 1995, pasó a Belgrano de Córdoba, se fue Colombia para sumarse al Junior de Barranquilla, siendo el elegido para reemplazar al Pibe Valderrama; recaló en Oriente Petrolero de Bolivia y finalizó su carrera en Huracán de Corrientes.

Durante su carrera, un martirio de 13 operaciones en sus rodillas provocó que abandonara el fútbol muy temprano, a sus 33 años. Tras su retiro, y al perder dos propiedades y el dinero que cosechó como futbolista, manejó un taxi hasta que el gobierno de La Rioja lo contrató para que llevara adelante un proyecto con la idea de sacar a los chicos de las calles e integrarlos en el deporte.

“Cuando dejé el fútbol, tenía hijos menores y salí a laburar de lo que sea. Elegí el camino más rápido: ser taxista. Hoy, sólo deseo que Dios me dé la posibilidad de sacar chicos para que cumplan sus sueños de ser futbolistas y vivir tranquilos. Me acostumbré a esta vida y no quiero comprarme una casa, no quiero juntar dinero ni nada de eso”, revela Rentera en diálogo con Infobae.

- ¿Qué es de tu vida, Ricardo?

- Mi vida después del fútbol transita entre Córdoba y La Rioja. Estoy trabajando con el gobierno riojano con un proyecto vinculado con el deporte, con la idea de inculcarles a los chicos la manera de progresar. La idea es que compitan a nivel nacional. Hay un torneo de Cuyo en el que participan los equipos de San Juan, de San Luis y de Mendoza. Hablando con el Consejo Federal planteé las pocas chances que tienen los riojanos de ser vistos, porque al no tener un equipo principal en la máxima categoría los chicos no tienen oportunidades de llegar a Primera.

- ¿Por qué motivo?

- En La Rioja tenemos fábrica de buenos jugadores, pero no hay vidriera. Existen clubes muy precarios, que no pueden competir de club a club o no llegan a un acuerdo con los políticos de turno, que no entienden lo importante que es que los jóvenes se metan en el deporte. Argentina es un país con campeones del mundo. Manejamos el fútbol mundial por haber tenido a Diego Maradona y a Lionel Messi.

Rentera, en un póster con
Rentera, en un póster con la casaca de Boca

- ¿Son pocos los riojanos que llegaron a Primera?

- Para lo que se hizo, hemos llegado muchos: Ramón Díaz, la Vieja Reynoso, el Chueco Gaitán, Guillermo Anselmo Herrera. Llegamos al fútbol grande con mucho esfuerzo propio, tomando colectivos para ir a probarnos y pasando por situaciones que no son las ideales.

- ¿Cómo cuales?

- Yo vengo de una familia muy humilde, de un pueblo chiquito como Desiderio Tello. En su momento me tomé un colectivo con la ilusión de llegar como hacen los chicos actuales. Pero no existía la facilidad que hay hoy, que te puede brindar un club. En esos años no había pensión ni te ayudaban con los viáticos, ni con nada. Yo trabajaba a la par de la práctica de fútbol, y no pude terminar el secundario.

- ¿A vos el fútbol te sacó de la calle?

- Sí, claro que sí. No sé si en esos años había tanta perdición de chicos como hoy; no se hablaba de las drogas. Si no fuese por el fútbol, hubiese terminado en mi pueblo, como se toma mucho porque no tienen un gran compromiso por el físico, sumergido en el alcohol. La misma sociedad te lleva a caer en el alcohol. Pero hoy el chico está más complicado si no se mete en el deporte, y cae en sustancias muchas más dañinas y termina totalmente perdido.

- ¿Cómo era jugar a la pelota de noche, sin luz, a oscuras, en el potrero de la esquina de su casa?

- Conservo recuerdos muy lindos, muy de pueblo. Soy un apasionado por la pelota y siempre amé esta profesión. De chico, en el potrero jugaba tres partidos por día, y además llegaba a mi casa y me interiorizaba sobre este deporte porque leía todas las revistas. El padre de un amigo me las mandaba de regalo todos los meses. Sé de historias sobre jugadores que nunca llegué a conocer.

- ¿Pasaste una dura infancia?

- Gracias a Dios la comida nunca me faltó. Mi padre fue el hombre más guapo del pueblo, sin lugar a dudas. Tenía un laburo muy pesado: armaba ladrillos, y vivíamos de eso; no nos sobraba un peso. Nos alcanzaba para comer, pero no había lujos. Con los años, terminé sufriendo por el tema de la alimentación, ya que nunca me gustó la leche y no había yogurt ni vitaminas; me faltó calcio en mi cuerpo. Es más, el fútbol en mi época no era tan profesional como ahora y me faltaron cosas…

- ¿Cuáles?

- No tenía indumentaria ni botines. Cuando me probé en Instituto, fui con escasas zapatillas, entonces el entrenador que me hizo la prueba se dio cuenta y una vez que quedé, me compró un par de botines. Además, me consiguió un trabajo en una bulonera para que trabajara a la par de la práctica del fútbol. Con ese dinero que me ingresaba, ayudaba con dinero a mi familia. Así me fui acomodando.

- ¿Desde el club cordobés no pudieron ayudarte con lo que necesitabas?

- Con el tiempo me fueron ayudando, ya que comía todos los días con almuerzo y cena. Luego, ingresé en la pensión, pero no fue fácil. Al final, debuté a los 18 años en la Primera División. En esos años, no se acostumbraba a debutar tan chico. Estaba el Beto Beltrán, un histórico de Instituto, ex River y San Lorenzo. Imaginate sacarle el puesto el emblema de 42 años, era imposible. Con los años, me hice más fuerte, adquirí experiencia y pude llegar más cómodo y bien formado al equipo de profesionales.

-¿En Instituto fuiste comparado con Maradona?

- Sí, es verdad. Fue un grupo musical de Córdoba que me nombra en unos de sus temas, que decía que era el Maradona de Instituto. Nunca en mi vida me imaginé salir del campo, campo, con cero posibilidades, porque me faltaba todo y las canchas para triunfar estaban muy lejos, y llegar a Primera. En el estadio de la Gloria existe una gigantografía mía, jamás pensé que me iba a pasar eso.

- Cuando te instalaste en Córdoba, ¿abandonaste las costumbres del pueblo o las mantuviste?

- Nunca las abandoné; siempre fui un muchacho pueblerino. Me costó mucho la adaptación en esa ciudad. En los primeros días, lloraba mucho y quería volver a mi pueblo. Pero no regresé porque no tenía un peso para viajar. Pero quería regresar a mi casa porque no aguantaba más. Encima, me quedaba lejos la práctica porque vivía en Alta Córdoba y el predio donde entrenaba Instituto estaba a 50 cuadras. Caminaba todos los días, de ida y vuelta. Hice mucho sacrificio, sino, no podés llegar. Sufrí frío, calor, hambre para cumplir con mi objetivo, pero lo hacía con un entusiasmo enorme. Fui muy profesional, me cuidaba mucho.

- ¿Con las comidas, también?

- Sí. Yo venía del campo, las papas fritas y las milanesas con huevo escaseaban en mi pueblo, porque estaba acostumbrado a comer puchero y guiso, menú muy de campo. Pero las milanesas eran un manjar y ponerle mayonesa ni hablar. Un día, me acuerdo que vino mi compañero Mario Alberto Rizzi y me dijo: “Tenés muchas condiciones, pero esa comida para ser futbolista hace muy mal”. Tuve tanto respeto por lo que me sugirió que a partir de ese momento esquivé las papas fritas, las milanesas y el huevo frito.

- ¿Qué dejaste de lado para cumplir con tu sueño de ser futbolista?

- Muchas cosas. Mi familia, mis amigos, las salidas de noche con dos de mis hermanos, con quienes vivía. Cuando llegaba al departamento a las 23, ellos salían, y yo me iba a dormir. Ambos me ayudaron mucho a ser muy profesional. Yo era muy observador. Llegué al fútbol grande imaginándome algunas cositas porque en mi pueblo había poquitas canchitas de fútbol. Éramos 300 personas y, más que jugar los partidos, nos los imaginábamos.

- De Instituto te fuiste a Argentinos. ¿Cómo fue ese paso hacia el gran semillero del fútbol argentino?

- Jugué en el Bicho de La Paternal durante dos años. Me trataron muy bien y conocí gente muy buena. Al inicio, tuve de entrenador a Nito Veiga. Luego, al Nano Areán y al Piojo Yudica, que descansen en paz. En las Divisiones Inferiores estaba con José Pekerman, que es una excelente persona y bien merecido tiene todo lo que ganó.

Rentera (primero de la izquierda),
Rentera (primero de la izquierda), con la camiseta de Vélez, club al que llegó antes del inicio de la era Bianchi

- ¿Porqué le dijiste que no al fútbol italiano?

- Fue durante una gira con Argentinos por Italia. Antes de viajar, me querían Vélez y Deportivo Mandiyú de Corrientes. En uno de los amistosos, enfrentamos al Messina de la Segunda División, club donde jugaba Toto Schillaci. Le ganamos 2 a 1 y marqué ambos goles. Por la noche, en el hotel apareció un dirigente del Bicho y me dijo que el Mesina estaba interesado en mí y que quería que me quedara. Pero, al mismo tiempo, el vicepresidente me aclaró que Boca también pretendía de mis servicios. Así que elegí ir al equipo de La Ribera para cumplir mi sueño.

- ¿Cómo es el Mundo Boca?

- Difícil en esos años, muy difícil, porque se no ganaban campeonatos. La última vez había sido con Diego Maradona en 1981. Pasaban grandes jugadores y no se lograba nada, hasta que nos consagramos. Boca es un club en el que podés hacer todo bien, pero si no ganás un título, no te sirve de nada. Al final, mi balance no fue el mejor. No demostré lo que era capaz de hacer ya que me llevaba un tiempo de adaptación y no pude tenerlo. El mundo Boca es distinto, te genera una fuerte presión. Tal vez no tenía la madurez necesaria para ir a ese club, pero me di el gusto de jugar en la institución más grande de la Argentina.

- ¿Estuviste en la época de Halcones y Palomas?

- Sí, pero no vi algo fuera de lo normal, nada raro. Yo no me metí en nada porque era muy sumiso. Tal es así que Tabárez un día me dijo: “Ricardo, en la vida es feo sentirse de más, pero es peor sentirse de menos”. No es que yo me sentía menos en el plantel, pero era muy humilde. Por ese motivo, no tuve problemas con ninguno. Había dos grupos, pero era algo normal. Me fui de Boca porque un día el entrenador quiso que jugara de volante por la izquierda y me negué. Lo hice en todas las posiciones de la mitad de cancha, pero en ese sector no me sentía cómodo. Hubo un partido en que me quiso poner en esa posición, no lo jugué y fue el último en Boca.

- Y recalaste en Vélez. ¿Notaste el cambio de un equipo al otro?

- Sí, es completamente distinto. Vélez es más familiar y barrial, y me sentía más cómodo. El entrenador era Eduardo Luján Manera, quien me llevó a ese club pero luego de un tiempo pegó el portazo porque no pudo salir campeón y lo reemplazó Carlos Bianchi. El Virrey es un fenómeno, en todos los sentidos. Pero en ese club tuve un problema grave: empecé a lesionarme seguido. Es más, en una práctica fue Bianchi quien me lesionó.

- ¿Cómo fue?

- Estábamos jugando al fútbol-tenis, y en un momento se acerca, se puso al lado de la red, me cabeceó la pelota hacia mi derecha, intente girar y quedé enganchado con una de mis rodillas en la red, así que me rompí todo. Me recuperé después de un tiempo. Intenté volver a volver a las canchas, pero no llegué a recuperarme bien. Me operaron seis veces esa rodilla. Pero siempre Carlos me quiso y tuvo un aprecio especial conmigo. Luego, me fui a jugar a Belgrano y me llamó para llevarme de nuevo al Fortín, pero no regresé.

- ¿Te quiso River en algún momento?

- Sí, cuando estaba en Instituto me vino a buscar y ya tenía todo acordado de palabra para ir. Es más, hicimos un precontrato. Yo quedaba libre por el 20 por ciento en diciembre del 89. Los técnicos eran Reinaldo Merlo y Norberto Alonso; el presidente, Di Carlo. En septiembre de ese año, llegamos a un acuerdo y me incorporaba en enero del 90. En la última fecha del torneo 89, Independiente le arrebata el título a River, y de esta manera, la entonces dirigencia millonaria se fue del club, y el Beto y Mostaza dejaron de comandar al equipo de Primera. A partir de ese momento, conocí a una persona que me hizo mucho daño: Eduardo Petrinni.

- ¿Quién era?

- Mi representante en aquel momento. Firmamos un convenio privado. Me llevó primero a Argentinos y luego me mintió con que tenía todo hablado para ir a River, tras la llegada de Daniel Passarella como entrenador. Al mismo tiempo, me quería el Racing de Pedro Marchetta y el San Lorenzo del Bambino Veira. Me junté a charlar con el Kaiser, pero al final eran todos negocios que hacía Eduardo. Yo no estaba preparado para enfrentar aquella situación de mentiras y traiciones. Me trajo un problema grande con el tiempo.

- ¿Por qué?

- Cuando me di cuenta de que me mentía, le dije “no estoy más con vos. ¿Qué te debo?”. Me respondió: “24 mil dólares”. Entonces, me dijo “dame el documento de Argentinos que firmaste por tu pase”. Se lo di y él me quedó debiendo mil dólares. No lo vi nunca más, con tal de sacármelo de encima. Luego, cuando me voy a Colombia me hace un juicio, porque el contrato que habíamos firmado nunca lo mandé a revocar. Entonces, me llevó a la Justicia y me sacó todo el dinero que había ganado. Me dejó en bancarrota.

- ¿Tenías algún colchón de dinero para sobrevivir?

- Lo que cobraba como futbolista. Encima, había comprado un par de departamentos que los puse a nombre de mi suegro. Luego, tenía ese juicio en contra y mi abogado me dijo “lo vas a perder, porque firmaste que Eduardo era tu representante”. Al final, perdí el juicio y también las propiedades porque mi suegro falleció, mi cuñado se hizo firmar un poder y me sacó todo. No he tenido la suerte de mantener lo que había ganado y se me complicó mucho la vida tras haber dejado el fútbol. No me picaba más la pelotita y había perdido todo.

- ¿A qué te dedicaste para volver a empezar?

- Estaba jugando en el Junior de Barraquilla, que me había contratado para reemplazar al Pibe Valderrama. Luego de pasar por Boca y Vélez, jugué una temporada en Belgrano de Córdoba, y pegué el salto al exterior. Durante mi paso por Colombia perdí el juicio y tuve que volver a la Argentina. Un año después, me fui a jugar al fútbol chileno. Allí gano un dinero para reacomodarme económicamente. Me compré un taxi en Córdoba capital y salí a trabajar como taxista; trabajé durante seis meses.

- ¿Cómo te fue?

- Mal. Un día me paró un agente de tránsito y me quitó el auto porque me cayó la DGI, ya que no estaba blanqueada la plata que había ganado. La verdad es que nunca entendí por qué fue. Y terminé perdiendo la licencia del taxi y el auto en sí. Otra vez a remarla. Pasé 10 años muy mal y gracias a Dios luego me fui reacomodando en el gobierno riojano, que me dio una mano.

-¿A qué edad te retiraste?

- A los 33 años. Tuve 13 operaciones en las dos rodillas durante de mi carrera. Me operaron de pubalgia, sufrí una quebradura en uno de mis pies, y encima empecé a preocuparme porque lo había perdido todo. Antes de retirarme, fui a jugar a Bolivia por necesidad para hacer algo de dinero. Un día, un abogado me agarra y me dice: “Ricardo, te conviene no jugar más al fútbol, retirarte para tratar de recuperar la plata que perdiste”. Estaba lesionado y tenía razón, pero tampoco tuve la suerte de recuperar mis cosas. De Oriente Petrolero me fui a Huracán de Corrientes, donde me retiré y tuve un paso corto como director técnico.

- ¿Te costó empezar una nueva vida?

- Me costó muchísimo. Se me juntó el haber perdido todo y dejar el fútbol. Fue duro, porque se me juntaron varias cosas. Hoy, quiero darme el lujo de sacar chicos de La Rioja porque estoy muy enfocado en eso y es el mejor momento de mis 57 años de vida.

- Una vez que te reacomodaste, ¿pudiste comprar tu casa para estar bien y tener algo a tu nombre?

- No, no me compré mi casa, es más, sigo alquilando cuando estoy en Córdoba con mi familia. Igualmente, con mi trabajo en La Rioja voy y vengo. Estoy muy tranquilo, acostumbrado a esta vida. No quiero volver mucho para atrás porque me hace mal; ese duelo ya lo hice. Pienso en mis hijos y en seguir progresando. Le agradezco a Dios que tengo las puertas abiertas en los clubes donde jugué, como en Vélez, Boca, Argentinos... Conozco mucha gente que me dice “cuando tengas algún chico, traelo”.

- ¿Se puede hacer amigos en el fútbol?

- No, el jugador es el más sano e inocente de todos, sin lugar a duda. Hay personas que quieren ser tus amigos cuando estás económicamente bien, los llamados “amigos del campeón” existen siempre. Conozco gente que ha perdido mucha plata por sus amistades. Hay personas que ganaron mucho dinero sin haber pisado un campo de juego.

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