“Yo no comparo ningún placer de la vida con un picado. Preguntale a cualquier futbolero y te va a decir lo mismo. Una horita por semana y ya está, es inigualable. El que lo lleva adentro no va con la idea de ‘pateo un rato para olvidarme de todo’. No. Uno se prepara para dejar todo en la cancha, para competir y tratar de ganar. Es un ritual y una pasión única, que el que no juega no lo puede entender. A veces viene uno que no es del grupo habitual, pierde una pelota y se ríe. A mí me fastidia (risas). Es algo que se replica en todo el país, porque quizá, para algunas personas, esa hora es la mejor de toda su semana”. Beto Casella se acomoda en la mesa del bar donde transcurre la charla y con la misma calidez con que conduce sus programas de radio y televisión; desgrana, una tras otra, contundentes sentencias con ese innegable aroma futbolero, de quien, desde muy chico, le dio a la pelota en los potreros, generando esa relación que no se corta jamás.
“Desde la pandemia paré un poco y ahora estoy tratando de retomar, con gente conocida y en algún horario decente, que me permita acomodarme con el trabajo. Creo que siempre jugué bastante bien, de hacer cuatro a cinco golcitos por partido, un típico nueve de área. En el clásico pan y queso, me elegían primero o segundo, por eso cuando vea que soy una carga o que me eligen porque soy conocido por la tele, abandono por dignidad (risas)”, se divierte. La entrevista rodó como una número cinco por el pasado y la actualidad, con recuerdos de apellidos ilustres y algunos más olvidados, de los que suelen surgir en charlas futboleras, gracias a su memoria envidiable, para evocar, como ejemplo, las formaciones de los equipos campeones de Newell´s y Rosario Central de la década del ‘70. Casella es hincha de River Plate, pero tiene un gran conocimiento del fútbol en general. En la recorrida era imposible no dedicarle un párrafo a Diego Armando Maradona, con quien Beto vivió varios momentos importantes
“Lo que me pasó con él es que le tenía una enorme admiración de toda la vida, y después de haberle hecho un par de notas en radio, más o menos amables, sucedió algo particular. En la última etapa de su vida me empezó a contactar, bien a su estilo: ‘Betito yo te admiro, nos tenemos que juntar a comer, etcétera’. Hasta que un día, en el que yo estaba de invitado en un programa que Leo Montero hacía en canal 9, él llamó para salir al aire para felicitarme. Primero pensé que era un imitador, porque decía cosas increíbles, tratándome él de Maradona a mí (risas). A partir de allí empezamos a hablar más seguido y le pregunté si se pondría una remera con mi cara, a lo que me respondió que por supuesto que sí, y entonces la mandé a hacer. Estuvimos mucho en contacto, en una relación casi de amistad, al punto que le dije tres cosas con confianza: que me dejara aconsejarle ir a un médico, porque estaba muy hinchado, que le diera una chance a su hijo italiano, que había tenido una conducta ejemplar para con él, y que aflojara un poco con la política. Debería ser en 2015 aproximadamente. Con las dos primeras me dio bola. Cuando fuimos al consultorio del doctor, yo me fui cuando lo llamaron para atenderlo. Ahí me abrazó y me dejó en la mano un reloj hermoso. Creo que me escuchaba porque teníamos la misma edad y no había demasiada gente a su alrededor que le marcara si se estaba mandando alguna macana. La noticia de su muerte me encontró al aire, casi cerrando mi programa, por ese entonces en radio Continental. Me quedó la idea de que si no hubiese sido quien fue, podríamos haber sido buenos amigos, más que nada por un tema generacional, ya que teníamos un origen común en el Conurbano, con familias muy modestas, los mismos lugares donde habíamos ido a bailar, etcétera. La remera con mi cara, lamentablemente, me quedó y nunca se la pude dar”.
Los picados en los potreros con más tierra que pasto, allá en la zona Oeste por la década del ‘60, fueron cincelando la pasión de Beto por el fútbol. Hasta que llegó un momento que se marcó en su mente para siempre: “El primer recuerdo que tengo de haber ido a una cancha fue a los 9 años, llevado por mi hermano, al estadio de Racing. Fue la final del Metropolitano 1969 y perdimos 4-1 ante el mejor Chacarita de la historia. Un tiempo después, cuando ya tenía 13 o 14, me tomaba el tren con algunos amigos y nos íbamos al Monumental solos, porque era otro tiempo de Argentina y del mundo. Esas cosas me hacen poner en foco el tema de la precocidad, porque al terminar la primaria dije en casa que no quería seguir con el colegio. Mi viejo era un tano muy simple y me respondió: ‘Acá se estudia o se trabaja’. Ahí arranqué con mis primeros empleos, en una fábrica de paraguas y una marroquinería”.
Los 18 años sin salir campeón eran una carga demasiado pesada para el hincha de River, que veía cómo en cada temporada, y a veces de las maneras más insólitas, se escapaban los títulos. Hasta que enero del ‘75 se produjo la conmoción con la llegada de Ángel Labruna a la dirección técnica, que Casella revive con una gran memoria: “En ese tiempo vi al hombre más mágico que observé dentro de un campo de juego, que fue el Beto Alonso. Para mí fue más que cualquiera, sobre todo lo que hizo en su primera etapa, incluso en su regreso en 1977, fue extraordinario. Pensemos que no fue en vano que lo apodaran el Pelé Blanco. La forma que tenía de casi bailar dentro de un campo de juego, sus desplazamientos y los lujos, como cuando se elevaba un metro y bajaba la pelota con la parte de afuera del botín. Tenía un gran reemplazante como Alejandro Sabella, pero yo me deprimía un poquito cuando el Beto no jugaba. El Metro del ‘75 fue una locura, porque River reventaba todos los estadios, incluso llevó a que muchos equipos cedieran su localía por una mejor recaudación. El cuadro de Labruna se cortó solo, con el Unión del Toto Lorenzo como inesperado enemigo y cuando estaba en la recta final, lo expulsaron a Alonso contra Independiente y le dieron 6 fechas de suspensión, cosa que me preocupó mucho. En ese lapso, perdió 3 partidos consecutivos (Atlanta – Newell´s – Boca) que hicieron renacer a todos los fantasmas. Por suerte el Beto reapareció contra San Lorenzo, ganamos 2-0 y esos dos goles suyos creo que son los más gritados en la historia del club. Se terminaba la pesadilla de la mano de un predestinado, que fue emblema de belleza, coraje y actitud ganadora”.
Norberto Alonso fue una pieza clave y decisiva de mitad de cancha para adelante en aquel equipo que cortó el maleficio. Pero en el arco contaba con un monstruo como Ubaldo Matildo Fillol, quien también se anota entre los preferidos de Beto: “El Pato era otro que no nos podía faltar, con todo cariño por la Foca Landaburu, que era su eterno reemplazante. Daba la sensación de que nunca le iban a hacer un gol. Ese buzo verde era una marca registrada. Hace poco vi una encuesta en Twitter, donde preguntaban que arquero había sido más importante para la selección, si Fillol, Pumpido o el Dibu, y supuse que éste último iba a ser el elegido, por un tema generacional de quienes están en las redes, y, sin embargo, ganó el Pato. Haberlo tenido en River tantos años fue una fortuna, porque ahora alguien con esas características, te dura un año y medio”.
Para todos los futboleros, e incluso para aquellos que no lo eran, el Mundial ‘78 fue un mojón difícil de olvidar, porque Argentina concretaba el viejo anhelo de ser la sede del certamen más importante. Un joven Beto Casella de 18 años lo vivió con pasión: “Los precios de las localidades eran bastante elevados y yo tenía la posibilidad de comprar solo una entrada. Hice los cálculos y como supuse que Argentina y Brasil iban a ganar sus grupos, compré para ese hipotético encuentro de la segunda fase. Ninguno de los dos salió primero y me tocó Italia vs Austria en un estadio Monumental con poca gente y un frío tremendo (risas). Además, apenas terminó, salí corriendo porque enseguida comenzaba Argentina vs Brasil en Rosario, el día del gol imposible que perdió Oscar Ortiz. La final la vi en mi casa y fui a festejar, subiéndome a cualquier camioneta que me llevase desde la zona Oeste hasta el Obelisco. Con el tiempo tuve una linda anécdota, porque ese día fue la famosa foto titulada El abrazo del alma, con Fillol, Tarantini y un chico sin brazos como protagonistas. A mediados de la década del ‘90, cuando trabajaba en la revista Gente, hicimos una serie de notas, buscando a personas que se habían inmortalizado en una foto, pero siendo anónimos. Sin Google ni celulares, salimos a buscar a este chico con capacidades diferentes, de quien solo teníamos el dato de que era de Florencio Varela. Allí fuimos, comenzamos a preguntar y lo encontramos. Tenía un hermoso Mercedes en la puerta, al cual había podido acceder por las extensiones impositivas de la época. Charlamos muy bien y me invitó a dar una vuelta en el auto, el cual manejaba con las piernas. Confieso que al principio tuve un poco de lógico temor, pero fue una gran experiencia”.
Beto era un fanático de seguir a River a casi todas las canchas, incluso en los viajes al Interior, que eran verdaderas peripecias, porque los micros no daban demasiadas garantías de poder llegar al lugar de destino. Pero lentamente la cosa fue mutando, hasta el momento de un cambio definitivo: “Fui muy consecuente con ir a la cancha hasta que me casé y tuve hijos, porque me daba culpa irme, ya que en ese tiempo había que salir cerca del mediodía y regresabas como a las 8 de la noche, porque toda la fecha se disputaba el domingo por la tarde. Hincha vas a ser toda la vida, pero a partir de una determinada edad, sos más espectador de tele”.
Así como los 18 años sin títulos fueron una dolorosa espina que los hinchas de River pudieron quitarse, algo similar ocurrió con la Copa Libertadores, que se le negaba casi en forma sistemática, hasta que en 1986 llegó el gran desahogo: “Para nosotros era como una pesadilla. En la final del ‘76 contra Cruzeiro, el equipo llegó muy diezmado al tercer partido y eso se sintió. Se veía que no tenía que ser, sin embargo, era algo doloroso en el marco de una institución tan importante no poder levantar ese trofeo. Hasta que llegó ese momento inolvidable. Recuerdo que la noche del gol de Funes, no paró de llover nunca y fue una locura poder gritar campeón de América. Antes de eso, perdimos con Argentinos en el Monumental 2-0 y tengo una anécdota, porque llevé una bandera que me había hecho mi hermana, que tenía una diseño como el escudo de Croacia, con cuadrados rojos y blancos. Fue debut y despedida, porque cuando el Pepe Castro nos hizo un gol, la revoleé (risas). Hay que dejar en claro que el desempate de la semifinal contra Argentinos Juniors en cancha de Vélez, es uno de los partidos más terribles que vi en mi vida (risas). Lo volví a observar entero hace poco en Youtube y tuvo la intensidad de la final Argentina – Francia. Ellos tenían un equipazo y pegaron dos tiros en los palos. Nos dieron un baile increíble y con sinceridad, fue injusto que River pasara”.
En ese mismo año 1986, pero unos meses antes, había sido la gloria del Mundial de México, con un Maradona inigualable, que quedó en las retinas de Beto: “Con ese torneo ocurre algo muy particular y es que te acordás perfectamente dónde y con quién estabas en la final o en gol de Diego a los ingleses. En mi caso era en una época en la que había empezado a estudiar periodismo y ni podía soñar con viajar”.
Sobre el final de la charla llegó el insoslayable tema del Mundial de Qatar, esa emoción reciente que todos deseamos que sea eterna: “Después de ganarle a México, tenía la sensación de que a cualquiera que nos pusieran enfrente le íbamos a ganar. Incluso cuando ya estábamos clasificados para la final y se disputó la otra semi, a priori pensábamos que lo mejor era Marruecos, en apariencia el más débil. Pero en realidad estábamos muy confiados y queríamos que viniese Francia. Teníamos una seguridad tan grande, que creo no nos había ocurrido ni siquiera en México ‘86. Yo creo que este Mundial demostró que los argentinos, a nivel cardiológico, estamos fenómeno por lo que sufrimos (risas). No solo en la final. Ya contra México hubo unos minutos donde nos dominaron y estábamos al borde de la cornisa. Y contra los franceses, después de la tapada maravillosa del Dibu, pocos recuerdan que tuvimos una muy clara, que Lautaro cabeceó afuera, e inmediatamente fue esa maniobra de Mbappé por la izquierda, que por suerte se alcanzó a pellizcar Enzo Fernández y Dybala la mandó de puntín a la tribuna. Si el francés la metía, todavía estaríamos deprimidos”.
Pero por suerte fuimos muy felices aquella tarde de diciembre, donde todo un país levantó la copa con Lionel Messi, gracias a un sentimiento hermoso. Al igual que esta bendita pasión, que hizo que fuera un placer recorrer el lado futbolero de Beto Casella.
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