Pum, pum, pum, pum. La pelota no para de rebotar contra la pared del negocio de Laura, ubicado en Caballito. El chiquitín que la patea y la impulsa con un dominio poco común para su edad no se cansa. La vereda oficia de cancha imaginaria full time mientras su mamá trabaja. En los ratos libres, cuando las obligaciones lo permiten, en el parque, sin los límites del cordón, Pocho gambetea. Gambetea todo lo que tiene adelante, piernas, piedras, pozos. Su habilidad sorprende a los espectadores ocasionales, que se acercan a su progenitora para felicitarla y advertirle: “Juega muy bien”.
Po eso, Laura decide a los 5 años llevarlo al club Oeste, sobre la avenida José María Moreno, también en Caballito, para canalizar su destreza y energía en el baby fútbol. Claro que a esa edad no quiere reglas. Su afán es llevar la pelota pegadita a los botines y seguir esquivando. Como se aburre, a veces termina en el arco. Un destino curioso teniendo en cuenta sus cualidades precoces. Las que lo llevaron a los 18 años a saltar de la Primera Nacional, segunda categoría del fútbol argentino, con Ferro Carril Oeste a entrenarse codo a codo con Robert Lewandowski en el Barcelona, y ser tenido en cuenta por Xavi Hernández.
Pocho es Lucas Román, la joya que fue noticia en las últimas semana porque desembarcó en el conjunto culé, que pagó 1.200.000 dólares por el 85% del pase (el resto lo retuvo el elenco verdolaga) y lo blindó con una cláusula de salida de 400 millones de euros. El joven ya hizo su presentación en el Barcelona B con el dorsal 34 (entró en el complemento del 3-4 ante el Cornella), pero está bajo la lupa permanente del entrenador de élite, que lo elogió tras pocas prácticas en su órbita: “Tiene buena izquierda y tiene talento. Lo seguiremos. Es un jugador muy interesante y nos puede ser muy útil”.
Pero volvamos al otro Pocho, al desconocido, al que intentamos desentrañar, mucho antes de las luces de neón. En club Oeste ya explotó con esas fintas a pura potencia y velocidad, salió campeón en el baby. El entrenador Mauro Baldini decidió llevar el equipo completo y armar la categoría 2004 en Ferro. Y en el Tren halló su plataforma de despegue, con el grupo de amigos con el que creció al punto de conformar una fraternidad que incluye a los papás. Por ejemplo, Verónica Rodríguez Szalich, la mamá del arquerito que oficiaba de fotógrafa y camarógrafa. Muchas de las imágenes que existen del jugador y se hicieron virales partieron de su aporte. Algunos de esos niños devenidos adolescentes, sumados a los de la escuela primaria Marcelo T de Alvear, fueron los que se acercaron para despedirlo cuando partió a la aventura hacia Barcelona.
Lucas vivió en la misma casa de sus abuelos hasta 2020, cuando por la pandemia se mudaron con su mamá por prevención, ante el temor de contagiarlos de COVID-19. A esa altura, además de las emociones en Caballito, y había sido citado a la Selección Sub 13, cuando tenía 12 años. Y siguió el camino en la Sub 15, Sub 17 y Sub 20. Pasó por las pizarras de Diego Placente, Pablo Aimar y Javier Mascherano.
No quedó en la lista del último Sudamericano, pero sí jugó el torneo de L’Alcudia que la Albiceleste ganó en 2022: la medalla está colgada en su casa en Buenos Aires, junto a la que recibió por salir campeón con su categoría en Ferro. Su crecimiento también fue prematuro en la institución de Caballito. Es que su tránsito en el predio de Ezeiza con las selecciones hizo sonar las alarmas en el club, donde lo subieron al plantel profesional.
Sucedió cuando volvieron los entrenamientos apenas se empezaron a flexibilizar las restricciones por la pandemia. Durante el parate, para no perder ritmo, se entrenaba a diario en la terraza de su hogar, con ayuda de su mamá, siguiendo las recomendaciones del cuerpo técnico. Y, cuando atravesó la puerta 6 del club por la avenida Avellaneda, lo hizo para trabajar con la Primera.
La familia hizo (y hace) mucho para que el vértigo en su carrera no lo maree. Una de las claves: en su casa se habla poco y nada de fútbol. Son fanáticos de Pocho Román. Y respetuosos de los que le dieron las oportunidades, como Ferro. Por eso en 2022 lo acompañaron para que no cerrara el ciclo como jugador libre, cuando se le terminaba el contrato. “El cariño de la gente es muy importante, fue el broche de oro tras tantos años de sacrificio, el reconocimiento a la perseverancia, al sentido de pertenencia”, subrayaron cerca del futbolista.
En Ferro estuvo cerca del ascenso a Primera en 2021, ganó continuidad con un par de goles de altísima factura haciendo gala de su pegada (ante Chacarita y Agropecuario, por ejemplo) y se ganó el respeto de los más experimentados, que lo adoptaron por sus condiciones, pero sobre todo por su don de gente y su personalidad. Uno de los que más encima le estuvo siempre fue Hernán Grana, experimentado lateral con pasado en Boca Juniors, en Lanús, All Boys y la MLS.
Hasta que tres días después de Año Nuevo, un especial interesado golpeó la puerta. O, en realidad, hizo sonar el teléfono. El representante le avisó a Laura que le había llegado una propuesta “muy fuerte” de un club del exterior. La familia sintió que tal vez había llegado el momento de partir, algo que siempre había intentado estirar en el tiempo para no cortar la evolución de Pocho y que tuviera la vida “más normal” posible.
El día de la reunión llegó. Con la oferta de Barcelona sobre la mesa, Lucas y su mamá entraron al auto. El juvenil la miró y soltó la frase que motorizó la mudanza: “¿A esto no le podemos decir que no, ¿no?”. Había un lazo conductor ineludible: Lionel Messi, que desde La Masía construyó un imperio en la historia del fútbol. “Lo ama. Mira fútbol todo el tiempo, y si no está mirando notas con jugadores contando anécdotas”, describió alguien que lo conoce en profundidad.
La transferencia al Barsa contemplaba un inicio en el Barcelona B, a modo de lógica adaptación. Allí encontró en otro argentino, Román Vega (ex Argentinos), un repaldo, pero todos lo recibieron bien. No obstante, un domingo de la tarde, nuevamente el teléfono ofreció una noticia tan buena como inesperada: la convocatoria a trabajar bajo las órdenes de Xavi.
El encargado de darle la bienvenida fue el uruguayo Ronald Araujo, que enseguida le preguntó si tomaba mate y hasta le dio consejos de los lugares donde podía comprar yerba. A pesar de la vergüenza y su perfil bajo, consiguió dialogar con varios de sus nuevos compañeros. “Estaba feliz”, resaltó la misma fuente. Y allí está, a la espera de un nuevo desafío, con la naturalidad de aquel nene que pateaba sueños contra la pared del negocio de su mamá en Caballito, pero a 10.500 kilómetros.
No pierde sus costumbres: cuando no está viendo fútbol, se engancha con los capítulos de la versión argentina de Casados con Hijos que vio decenas de veces. Y, aunque come súper sano, siempre está dispuesto a degustar las albóndigas de su abuela, o en las noches de invierno a cumplir el rito de la sopa con su abuelo. Al fin y al cabo, es el mismo niño que amaba gambetear botines más que cumplir con las reglas, pero con la camiseta de Barcelona y rodeado de leyendas.
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