La imaginación se trasporta a un momento incierto lleno de voces y de colores impulsados por la emoción. Serán 83.126 personas que dividirán su ruido recién llegado si es que Daniel Passarella –efectivamente- sale al campo junto a Franco Armani, el único jugador que representó al fútbol local en Qatar 22. Allí estarán los otros históricos aportes de River a las selecciones campeonas del mundo: el Pato Fillol, el Beto Alonso y la hija del inolvidable Leopoldo Jacinto Luque (1978); Oscar Ruggeri, el Negro Ortiz y el Negro Enrique ( Nery Pumpido – también del 86- no se hará presente por ser funcionario de la Conmebol) y tambien Pablo Aimar y Roberto Ayala, integrantes del cuerpo técnico de Lionel Scaloni.
En tal supuesto escenario queda bajo el haz de luz un dilema sin precedentes: ¿cómo será la actitud del público con Passarella? ¿Serán indulgentes los hinchas ante los errores como presidente que llevaron al club al descenso en el fútbol y en los recursos o indiferentes? ¿Será severo y le hará saber sobre el dolor y las heridas padecidas? ¿O habrá de dividirse entre tolerantes e irreductibles que habiendo sufrido la misma pesadilla preferirán acordarse del jugador y olvidarse del dirigente?.
Le escuché decir a Ubaldo Fillol algo muy conmovedor durante la trasnoche del Miércoles en el programa de Fer Mancini por La Red: “Me gustaría darle un abrazo fuerte, muy fuerte…”. Tras lo cual se quebró con espontaneidad de olvido aferrado a recuerdos que no se pueden abandonar. Y Passarella es eso: la dicotomía de momentos de gloria como jugador o entrenador con el espanto de su soberbia ignorancia como presidente. En diferentes tiempos de su existencia esta asimetría en sus cualidades vivió dentro del mismo hombre. Y hoy que regresará – ojalá que así sea – al remozado Monumental tras 10 años de ausencia, advertirá que su egolatría debió haberse ido de su yo tras el último partido como jugador.
Los recuerdos de entonces son maravillosos. No exagero al afirmar que fue el mejor zaguero del futbol argentino. Mide 1.73 y saltaba más alto que todos los delanteros o defensores de su época, aún los que sobrepasaban el 1.90. Enorme jugador, inigualable caudillo. La primera porfía se la ganó a Angelito Labruna que lo quería poner de marcador lateral pues como segundo central lo tenía a Héctor Ártico y él se negó a jugar en la Primera de River si no lo hacía en el puesto que quería. En ese tiempo fuimos una noche de la semana a la cancha de Chacarita a ver un partido entre Chaca y Temperley. Luego del encuentro y mientras cenábamos con compañeros de redacción, el Toto Juan Carlos Lorenzo –nuestro invitado- nos contó que habló con “el pibe Passarella que no tiene lugar en River” para llevarlo como número 6 titular a la Primera de Unión. Se trataría de un préstamo. El Toto tenía un plan: llevarlo a Unión y luego a Boca tan pronto él se hiciera cargo de la dirección técnica, situación que ya estaba prometida por el presidente del club Don Alberto J. Armando. Y hasta se lo hizo saber al jugador. Sorprendido por la respuesta del chico Daniel Alberto de 19 años, Lorenzo confesó: “Ese pibe tiene una personalidad impresionante, me paró el carro y todo, “oiga no se meta con mi préstamo ni mi pase porque yo de River no me voy; y más le digo -contó el Toto que le manifestó el joven jugador esa noche mientras cenábamos en el restaurante La Strega de la calle Ocampo- “en cuanto agarre la Primera, voy a ser el capitán de River…”.
Sin ser titular consolidado en River ya era el líder que secundaba a Menotti en la Selección para el Mundial 78. Amaba las dos cosas: River y la Selección. Y se enojó con compañeros de club que prefirieron jugar la Libertadores –1975- y darle la espalda al seleccionado. Obviamente que después el tiempo fue quitando las espinas, pero las relaciones con el Beto Alonso y con el Pato Fillol –que ingresaron a la lista para el 78 por gestiones externas y a último momento- nunca se restablecieron con fruición. Por ello me resultó tan movilizante lo del Pato: “Me gustaría darle un abrazo fuerte, muy fuerte…”.
En el Mundial del 78 fue un monstruo cuya actuación resultó tan gravitante como la de Fillol o la de Kempes. Y para el ‘86 hizo la jugada que el Flaco Gareca convirtió en el gol de la clasificación. Daniel fue figura y capitán de la Fiorentina y alcanzó el nivel de celebridad en el fútbol italiano. Y aunque su personalidad de sobredimensionada autoestima solía traicionar la convivencia de los vestuarios que habitó, era esa misma egolatría la que lo convirtió en un jugador ganador, un referente infalible. Mucho más confiable en los campos de juego que en la privacidad pues como jugador jamás incumplió con los códigos que impone la vida.
Y por cierto no refiero a su pelea con Diego. Daniel jamás le perdonará a Bilardo que le haya quitado la capitanía de la Selección para dársela a Maradona. Desde 1983 en que ese hecho ocurrió hasta hoy, Passarella guardó la herida en su alma. No obstante y tras la pelea que los dos grupos tuvieron –uno liderado por Daniel y otro por Diego- en los días previos al Mundial de México, sus palabras de amor por la Selección siguen latiendo. Fue cuando Passarella –antes de padecer el virus que lo alejó del equipo – le dijo a Diego: “Si vos jugás como sabés hacerlo, somos campeones del mundo. Si vos te cuidás, no te drogás y entrenás a muerte como todos nosotros, somos campeones del mundo. Dependemos de vos. Y si no lo hacés, te cago a trompadas”.
Hoy a los 69, después de las buenas y malas barajas que nos da la vida, Passarella podría estar otra vez en ese espacio mágico del Monumental que le vio hacer todo: lo bueno, lo malo, lo sublime y lo abyecto. Benditos sean los dirigentes de River cuya grandeza no les permite mirar hacia atrás. Por el contrario, anticipan con misericordia infinita el leve paso a la eternidad.
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