El 9 de febrero de 2016, Huracán jugó contra Caracas en Venezuela por la revancha de los playoffs clasificatorios a la fase de grupos de la Copa Libertadores. El Globo había triunfado 1-0 en la ida como local con gol de Mariano González y tenía que defender el resultado en el estadio Olímpico de la capital venezolana. Diego Mendoza fue el héroe de aquella noche, con un gol agónico que selló el pase de ronda del equipo dirigido por Eduardo Domínguez. El destino lo llevó del éxtasis a rozar la tragedia.
Los de Parque Patricios perdían 2-0 y necesitaban un tanto para clasificarse al Grupo 4. Al minuto 90, Patricio Toranzo conectó con Ezequiel Miralles, que le tiró un centro a la cabeza de un Mendoza recién ingresado, que hizo explotar las gargantas quemeras. Todo fue algarabía, todo fue jolgorio hasta altas horas de la madrugada caraqueña en el hotel de concentración. Todo el espíritu festivo se apagaría abruptamente durante el viaje en micro que el plantel realizó a la mañana siguiente. El destino era el aeropuerto de Caracas, pero se rompió la caja de cambios y los frenos del bus y nunca finalizó el recorrido.
“Veíamos que el colectivo no estaba muy bien. El chofer tampoco manejaba muy bien. Es más, una vez nos tuvimos que bajar del micro porque hacía ruidos. Sentíamos que no estaba en condiciones”, confiesa Mendoza, en charla exclusiva con Infobae a 7 años del accidente que pudo terminar en tragedia. Los integrantes de la delegación argentina subieron cantando, bailando y escuchando música, eufóricos por haber cumplido con su cometido. Tan bueno era el clima que reinaba dentro de ese bus que desestimaron el fuerte golpe que se escuchó no bien iniciado el recorrido y descreyeron las palabras del preparador físico Pablo Santella: “Muchachos, se rompieron los frenos”. El hijo del mítico colaborador de Carlos Bianchi era propenso a las bromas incluso durante los encuentros, por eso los jugadores tomaron con sorna su comentario. La cosa se puso seria cuando Eduardo Domínguez se acercó para confirmar lo sucedido: “Vayan para atrás, nos quedamos sin frenos”. El DT era de pocas y justas palabras. Su gesto durante la breve caminata desde los asientos delanteros hacia los de atrás fue inequívoco: algo no estaba bien.
Los cinco minutos siguientes les significaron una eternidad a los pasajeros. El pavor se empezó a apoderar de cada uno de ellos. “Al principio hubo muchos gritos, hasta que en un momento hubo silencio porque se sentía la velocidad”, es otra de las estremecedoras frases que suelta Mendoza. El tramo desde la puerta del hotel era en bajada y debido a eso el bus tomó un impulso cada vez más rápido. Alertada de lo que pasaba, la combi de la utilería se puso delante del micro para intentar frenarlo, pero solamente fue chocada al igual que otros dos coches que se cruzaron en vano. El ómnibus tomó curvas a más de 100 kilómetros por hora. Los integrantes de la delegación se movían y caían bruscamente porque no había cinturones de seguridad.
“Mucha gente dice ‘¿te pasa tu familia por la cabeza?’. Yo lo único que pensaba era ‘nos morimos’. Me acuerdo de decir ‘nos morimos, nos morimos, nos morimos’”, es el crudo recuerdo del delantero que acaba de abandonar el fútbol a los 30 años por las secuelas que le dejó este accidente en su físico.
El vehículo llegó a estar lanzado a 145 kilómetros por hora. A esa altura varios motociclistas lo escoltaban para auxiliarlo porque se habían percatado de que estaba sin frenos. En las autopistas de Caracas abundan las rampas de escape, que son utilizadas por los coches que se quedan sin frenos para reducir la velocidad y estancarse en las piedras que actúan como una especie de arena movediza que los inmoviliza. El chofer del micro de Huracán tomó uno de estos atajos salvavidas y, en subida, el vehículo perdió algo de velocidad aunque chocó bruscamente con el montículo de tierra y roca en el extremo superior. El médico y el seguridad del plantel de Huracán habían visto que al costado de la base de la rampa había un precipicio, por lo que cuando el bus rebotó y se deslizó hacia atrás, empezaron a gritarle al conductor que lo volcara para evitar que se desbarrancara.
Diego Mendoza aporta detalles de su desesperante viaje: “Nunca conté esto. Cuando chocamos en la rampa de escape, yo vuelo con los pies y mi pie derecho queda atrapado entre el asiento y la ventana. Yo quedo con un cinturón en el cuello, que fue lo que me salvó la cara, y el pie atrapado. Lo quise sacar y no podía. Íbamos directo al precipicio y el micro volcó para mi lado, entonces me aplastó el pie”.
Un silencio sepulcral prosiguió al estallido de varios vidrios del ómnibus, el impacto del frente del vehículo y el vuelco, más el crujido de las piedras al derrapar varios metros hacia abajo. Mendoza, que primero se cercioró de que el ayudante de campo Gustavo Turco Mhamed recuperara la consciencia y luego tiró dentro de un bolso su teléfono celular con la pantalla estallada, retoma su pesadilla: “Vi que tenía la claraboya del techo al lado, estaba medio abierta y salí por ahí. Fui el primero. Yo había sentido como un vacío, un frío en el pie. Y había visto sangre. Cuando salgo, me di cuenta de que no podía pisar. Salté dos metros y vi que el Pato (Toranzo) salía por adelante. Lo primero que pensé ahí fue ‘gracias, estoy vivo, estoy vivo’”.
La adrenalina le impidió desmayarse a Mendoza, que una vez apartado de la escena y sentado, se “acomodó” el pie que necesitaba asistencia médica de urgencia. Varios de los compañeros que se acercaron para ver qué les había sucedido a él y Toranzo se desmayaron de la impresión al ver el cuadro. Diego comenzó a sentir sed y frío, creyó que estaba a punto de perder la consciencia, pero a lo lejos vio que había mucha gente que se arrimaba para ayudar a los damnificados y que habían grabado el choque con el teléfono celular. Con las últimas gotas de lucidez, les rogó a los suyos que le avisaran a su familia que estaba bien.
“Muchos se sorprendían por el estado de mi pie, pero yo en lo único que pensaba ahí era en que estaba vivo y en que les avisaran a mis familiares que estaba bien”. Las ambulancias que arribaron fueron en busca de Toranzo, Mendoza y el médico Pedro Di Spagna, que había sufrido una fisura en sus vértebras y un fuerte traumatismo de cadera. El ex centrodelantero contó además que el Hospital Pariata, al que fueron derivados, no les daba total confianza. Allí encima se originó un debate sobre la posible amputación de las extremidades de los dos jugadores quemeros. Toranzo permanecía en shock. Mendoza lo único que quería era que dieran aviso a sus familiares de que estaban sanos. Ambos pretendían que les aseguraran que al menos no iban a amputarlos allí en Venezuela. El kinesiólogo Leonel Prepotente se los prometió, le escribió un mensaje por privado al hermano de Diego Mendoza con su propio teléfono celular, compartió una publicación con una foto suya aclarando que estaba bien. Recién allí pudo pegar un ojo Mendoza, que entre la sedación para la primera operación y la bajada de revoluciones durmió alrededor de 24 horas.
Mendoza despertó con un brazo enyesado y en el parte médico que había caído en manos de Toranzo -ya que se los dieron intercambiados- decía que además de su seria lesión en el pie derecho había sufrido una fractura y dislocación de codo izquierdo. Él mismo desestimó esa segunda lesión, algo que fue corroborado con estudios posteriores (su brazo izquierdo solamente había tenido un golpe). Las zonas afectadas de los futbolistas habían sido lavadas, pero había que tomar una decisión respecto a su posible amputación en menos de 72 horas. El alquiler del avión sanitario se demoró más de la cuenta y ambos arribaron a territorio argentino a las 54 horas del accidente.
Sin mucho margen de evaluación, el médico Fernando Locaso descartó la amputación de Toranzo y le pidió un tiempo más de análisis a Mendoza, que a esa altura ya tenía algo de preocupación por la hipotética pérdida de su extremidad, más allá de que reinaba su optimismo por estar vivo (de hecho hasta había hecho algunas bromas a sus compañeros de equipo en el centro hospitalario venezolano). “Tuviste suerte loco, eh. No te cortamos la pierna”, fue el recibimiento a la consciencia del médico a Mendoza, después de la intervención en Argentina. El yeso le dejaba al descubierto los dedos del pie, por lo que a Diego lo atravesó en ese instante una sensación de alivio.
El enorme poder de superación de Toranzo y Mendoza les permitió volver a jugar al fútbol profesional. Ambos lucieron otra vez con la camiseta de Huracán después de varios meses de rehabilitación y trauma psicológico. Diego confesó que padeció una fuerte depresión entre el tercer y cuarto mes que lo llevó a replantearse seriamente su vida. A casi un año del vuelco en Venezuela, pisó una cancha nuevamente y estiró lo que parecía un retiro cantado. Pasó por Belgrano de Córdoba e Ibiza del ascenso español, antes de colgar los botines por los insoportables dolores que tiene como secuela del accidente.
Hoy, todavía en litigio con el club de Parque Patricios y la Conmebol, los ex jugadores que tan mal la pasaron aquel 10 de febrero en Caracas, se dedican a otros menesteres y se dan el “lujo” de desarrollar una vida plena. Aquella pesadilla seguramente los acompañará por el resto de sus vidas, pero lo importante para ellos es que “la pueden contar”.
LA ENTREVISTA COMPLETA CON DIEGO MENDOZA
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