Alan Schlenker dice que sabe que va a morirse en la cárcel. Que su última esperanza es que se pronuncie a su favor la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que tiene su caso en estudio desde hace tres años y eso por ahora no parece que vaya a suceder. Cuando se le plantea que su pena de prisión perpetua vence en 25 años dado que ya lleva cumplidas 10 temporadas tras las rejas, repite amargamente que eso significa que va a morir en la cárcel. Aún así y sabiendo qué destino tiene por delante, el ex líder de Los Borrachos del Tablón tomó la decisión de volver a convertirse en padre (tiene un hijo de 10 años de su primer matrimonio).
Lo comunicó en sus redes sociales y se lo ratifica a Infobae: su esposa Patricia cursa un embarazo de seis meses que fue planificado aunque él sepa que será un padre ausente a perpetuidad. Cuando se le pregunta por qué con ese destino decidieron igual traer un niño al mundo afirma: “Es un proyecto de vida que tenemos con Patri. Ella es de La Plata, nos conocimos cuando yo estaba en el penal de Azul hace seis años y en 2019 se vino a Trelew con su hija y sus sobrinos. Nos enamoramos, nos casamos y ahora damos un paso más. Nuestra idea era celebrar el matrimonio en marzo de 2020, pero con la pandemia tuvimos que postergar todo por dos años. Nos casamos finalmente en el penal el año pasado y decidimos dar un paso más que tenía que ser ahora por la edad de ella. Sé que tengo todo en contra, apuesto a que la Comisión Interamericana me dé una chance, porque sino jamás veré crecer a mi hijo, pero saco fuerzas de donde no hay para seguir adelante. Yo trato de que el muro que me separa del afuera sea lo más delgado posible y esto también tiene que ver con eso. Aún cuando me hagan la vida imposible no me dejo caer. Es más, sé que ni siquiera me van a dejar presenciar el parto argumentando que me podría fugar. Y eso es insólito porque siempre estuve a derecho, porque entre que me condenaron a perpetua y me confirmaron la sentencia pasaron dos años en los que estuve libre y pude fugarme y jamás lo hice, pero sé que me van a impedir cualquier cosa. De hecho soy el único de los condenados por el crimen de Gonzalo Acro que está en un penal lejos de su familia. Mi hermano está en Marcos Paz, otros están en Ezeiza y a mí me enviaron al peor penal de la Argentina, donde el primer año casi me muero, donde no puedo estudiar, donde la vida se te hace imposible. Pero aún así apuesto a formar una familia”.
A Schlenker se lo nota entre resignado y esperanzado según el tema del que se trate. Está lejos de aquel líder de la barra brava que desafiaba a todo el mundo pero el sistema tampoco parece haberlo quebrado del todo, como sucede con muchos convictos que saben que su futuro está en vivir todo el tiempo en un cuarto de tres por tres con una letrina como todo baño. De hecho, además del casamiento y el hijo por venir, el año pasado emprendió una actividad económica, los vinos Los Borrachos del Tablón que asegura está andando muy bien: “Por suerte hay muchos que quieren tener el vino que representa lo que fue River para nosotros. Ya hemos vendido el producto en 20 provincias argentinas y el próximo mes abrimos nuestro primer local a la calle en Belgrano, en la calle Pampa entre Arcos y O’Higgins, donde además del vino vamos a vender indumentaria y varias sorpresas más todo con la marca LBT, que es la que tenemos registrada. Necesito hacer cosas para no deprimirme y seguir luchando día a día con esta realidad injusta que estoy viviendo, porque a mí se me acusó de instigar por teléfono a Luna y después cuando descubrieron que no había llamados entre mi celular y el de él, me pusieron que lo instigué en una pizzería y jamás me pude defender de eso, que además era falso. Por eso fui a la Comisión Interamericana yo solito, porque están violando el principio de congruencia. Es un escándalo, si hasta yo con las seis materias de derecho que cursé en la cárcel de Azul me di cuenta y me estoy defendiendo solo, sin abogado. Pero bueno, tienen el caso hace tres años y no se pronuncian y yo no puedo tirarme en la celda a morir esperando eso, así que estoy haciendo cosas. Y mirá que me hacen la vida imposible. ¿Cómo? Te doy un ejemplo: acá hay visitas dos días por semana y a mi esposa con el embarazo (está de seis meses) no le dan prioridad, la dejan parada horas y entonces así sólo puede venir una vez. Es muy alevoso todo lo que me hacen y si bien me duele cada minuto del encierro, saco fuerzas de donde no tengo para seguir adelante”.
Schlenker está, según el cristal con que se mire, en la dulce o amarga espera. La de que nazca su hijo en tres meses, la de que alguna vez la Comisión Interamericana de Derechos Humanos se pronuncie, ya sea a su favor o en contra pero que se pronuncie, y en la posibilidad casi nula de que lo trasladen de penal. “Esto es el infierno, el peor penal del país. Yo pedí volver a Azul, donde podía estudiar porque tiene centro universitario, donde dirigía la huerta y nada. Pedí traslado a la prisión de Santa Rosa, La Pampa, para estar cerca de mi padre que tiene 85 años y así él me pueda visitar. Y nada. Me tienen acá, tratando de quebrarme como al resto. Pero saco fuerzas de donde puedo para seguir resistiendo”, dice mientras espera volver a convertirse en padre aun sabiendo que casi con seguridad será un padre ausente a perpetuidad.
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