Difícil encontrar un tiempo en que en las mesas de decisiones del fútbol argentino se haya sentado tanta gente referencial de distintos ámbitos del poder. Sea a través del empeño, el talento, los recursos económicos y hasta los cachetazos, en casi todos los niveles de nuestra pasión de las pelotas encontramos, mal o bien, apellidos de esos que no necesitan del zócalo para ser identificados.
Los hay de la política y del ámbito empresarial, de los medios de comunicación y de la farándula, del mismísimo riñón futbolero y de los sindicatos: la AFA y la Liga Profesional (difícil decir que no sean casi una misma cosa) son una especie de Guía Amarilla del poder doméstico.
Sin que esto implique un juicio de valor del modo en que construyeron y sostienen ese poder, nadie podría discutir el peso específico de esta legión de apellidos que sobresalen donde quiera que habiten en la Comisión Directiva del equipo de sus amores.
Sin embargo, o no encuentran solución a los problemas, o no quieren, o los provocan. Tan hábiles en su menester “privado”, dan la impresión de estar formando un coro que no para de rezar el mantra “con el fútbol no se puede”.
Lo más llamativo pasa por aquellos dirigentes, por distintas razones, más respetables. Son idóneos, están comprometidos, destacan que sus clubes no son “de fútbol” sino “con fútbol”, se los conoce honorables y en más de un caso, sería ridículo discutirles su idoneidad administrativa o su conocimiento del deporte. Sin embargo, tampoco ellos pueden. En todo caso, todos los cuestionamientos que suelen hacer en privado a muchas de las inverosímiles decisiones que finalmente se toman, se diluyen a medida que se acercan a esas mesas selectas en las que se dibujan garabatos inimaginables hasta en las ligas más precarias del planeta.
Para ser más claro hay que, inevitablemente, recalar en lo remanido.
Tenemos una liga que:
A) Tiene 8 participantes más de lo que se aconseja en el 100 por ciento del universo futbolero.
B) Sostienen el sistema de promedios para decidir descensos, herramienta deportivamente aberrante que solo extienden la brecha entre los equipos de mayores recursos y el resto.
C) No logra mantener un calendario de días, horarios y hasta sedes dentro del mismo fin de semana previsto para los partidos.
D) Promueve el juego limpio financiero y lo ignora apenas se da cuenta de que los mismos que redactan las normas representan a clubes que son incapaces de cumplirlas.
Podríamos seguir hasta aburrirnos enumerando anomalías (hasta se cambian reglamentos de torneos con el torneo en pleno desarrollo) que, para mi gusto, se sintetizan en que llevamos una década sin poder ir libremente a la cancha sin que esté escrito en ningún lado por qué tenemos prohibido el libre acceso al espectáculo que más nos apasiona a la mayoría de los argentinos.
Me consta que no son pocos los referentes que suscriben a estos cuestionamientos. Sin embargo, desde la nada que se hace para frenar el fenómeno barra hasta la aceptación de una absurda amnistía para jugadores sancionados al cierre de la última temporada, ni los mejores parecen tener voz y/o voto y/o voluntad suficientes para, cuanto menos, manifestarse en discrepancia con el statu quo.
No es casual, entonces, que los derechos de televisación de la liga argentina no tengan casi oferentes en el mercado europeo. ¿Los mismos a los que les encanta ver a Enzo Fernández en Benfica o a Julián Álvarez en el City poco se interesaban cuando, hasta hace nada, jugaban en Defensa y Justicia o en River Plate? No es un problema del juego en sí sino la reticencia a gastar un centavo en un espectáculo que ni siquiera te puede asegurar cuando se jugará cada partido. Ni si terminará. Ni si se jugará.
No vayan a creer que todo lo dicho implica un desprecio por nuestro fútbol. Más bien todo lo contrario. Pocas cosas nos llenan más de adrenalina que acercarnos al estadio escuchando murmullo de los que ya están adentro. Por eso mismo es que vale detenerse en lo que conspira con que tengamos aquello que nuestra pasión, nuestro tiempo libre y hasta nuestro dinero merecen.
Que no es, precisamente, un torneo que, en menos de un siglo, cambió más de 40 veces su formato.
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