La historia de amistad entre Emiliano Martínez y Alejandro Muñoz tuvo su inicio en un torneo de fútbol infantil en Chapadmalal y su punto cúlmine en la última Navidad. Juntos forjaron el sueño de triunfar en su deporte predilecto, que los unió y luego llevó por caminos separados, distantes. Así y todo, los miles de kilómetros no pudieron romper la íntima relación que mantienen hasta ahora. La misma que fue inmortalizada con el idéntico tatuaje de la Copa del Mundo que se hicieron en las Fiestas tras la coronación de la selección argentina en Qatar. Y es que la máxima victoria del Dibu fue vivida por Ale como si fuera propia. Así la sintió.
Muñoz, Categoría 92 como el Dibu, nació en Villa Mercedes (San Luis), donde empezó a patear la pelota en Deportivo Pringles, EFI y Sportivo Mercedes. Enrique Borrelli fue quien lo captó en su pueblo natal para llevarlo a Independiente. Mediocampista de exquisita técnica, características ofensivas y gol eran los ítems que figuraban en la carta de presentación del pibe puntano que fue fichado en las inferiores del Rojo con apenas 11 años. Cada dos semanas viajaba a Buenos Aires para jugar con la Prenovena y sobre el final del año 2004 viajó con el club para participar en distintos torneos. En uno de ellos, conoció a Emiliano.
El destino los reunió en un hotel de la localidad marplatense de Chapadmalal donde se alojaban los chicos de la 92 de Independiente y también los de San Isidro de Mar del Plata, donde atajaba el Dibu. El interlocutor de ambos fue Alberto (Beto, para sus amigos y cercanos), papá de Emiliano y fanático de Independiente. Ese gancho los llevó a trabar amistad: “Desayunábamos juntos, jugábamos al metegol o al ping pong y, cuando teníamos un rato libre, el papá nos llevaba a la playa”. La final los encontró frente a frente, ya que los dos conjuntos habían sido los más destacados del certamen por amplia diferencia. Ale Muñoz relató aquel duelo con Dibu: “Ellos corrían y metían un montón, nosotros teníamos la obligación de ganar porque éramos Independiente. Íbamos 1-1 y le hice el gol de cabeza con el que les ganamos y salimos campeones. Él se hace un poco el boludo cuando recordamos esa final. ‘¿En serio me hiciste un gol?’, me dice. Pero al rato me da la razón. Así que hoy puedo decir que fui uno de los primeros en hacerle un gol al Dibu Martínez, ja”.
“Desde que nos vimos por primera vez en la pensión de Independiente, no nos volvimos a separar. Cada cosa que hicimos, la hicimos juntos”. En el Rojo ya le habían echado el ojo a Emiliano y Pepé Santoro fue quien levantó el pulgar para sumarlo al club cuando fue descartado en Boca y River. Hasta allí, a Martínez todo el mundo lo llamaba Emiliano o Emi, pero su futuro compañero de habitación lo rebautizó con el apodo por el que lo conocen hoy en todo el mundo. “Eh, Dibu, traeme esto”, “che, llamalo al Dibu”, “¿qué vamos a comer hoy, Dibu?”, fueron las bromas de Alejandro por el parecido con el dibujo animado de la televisión que derivaron en el olvido de su nombre de pila.
¿Cómo era Emi Martínez en la pensión? “Ordenado, tranquilo. A los cinco o seis partidos ya agarró la titularidad. Entrenábamos e íbamos al colegio juntos, él era muy inteligente. Yo también, pero vago. Terminamos siendo tan amigos que yo me iba con él a Mar del Plata y él venía a San Luis”. La fractura en un pie del Dibu fortaleció aún más su vínculo: “Estuvo un mes con muletas porque no podía pisar. Yo lo ayudaba en todo, con la comida, con la ropa para cambiarse, acompañándolo al médico. Traté de siempre estar ahí, sin pensar en nada, solamente estar. Cebaba los mates o le iba a comprar yogur al kiosco porque le encantaba. Se lo tomaba del sachet”.
Alejandro también padeció una seria lesión cuando tenía 14 años y fue operado de ligamentos cruzados de rodilla, algo que lo privó de estar un año fuera de las canchas. Preseleccionado al Sub 15 de la selección argentina, le dieron la revancha luego de la rehabilitación y retomó su nivel. Tanto Ale como Dibu lograron la continuidad en su categoría que tanto los motivaba para no extrañar tanto a sus seres queridos y tuvieron recompensa: fueron convocados al Sub 17 de la Albiceleste. “En la pensión hablábamos de todo, nos conteníamos uno al otro. Siempre se habló de extrañar a los viejos, a la familia. Me acuerdo que cada vez que él estaba cabizbajo por alguna razón, aparecían los padres y le recargaban pilas. Siempre dijo que iba a ser el número 1. Estaba convencido de que sería así. En ese momento soñábamos en grande; cuando uno está ahí, quiere más y más”, relata.
El Pato Fillol, que le exigió a Alejandro que se recortara el pelo para emprolijarse, los convocó a ambos para las Juveniles, donde también tuvieron como DT al Tata Brown. Con la camiseta argentina compartieron varios viajes y torneos amistosos. Eran aproximadamente 35 los chicos que trabajaban en el Predio de AFA, pero solamente 22 los que viajaron al Sudamericano (en el que Dibu se destacó y fue fichado por el Arsenal de Inglaterra) y el Mundial de Nigeria. Ale Muñoz quedó afuera en los último cortes.
“Emi solía ir de noche al gimnasio en la pensión y también nos quedábamos pateando, eso lo ayudó a usar tan bien las piernas. Pum, pum, pum, todo el día así estábamos cuando habían un ratito. También nos pateábamos y atajábamos penales. Era algo que practicaba siempre. Cuando le atajó el penal a Philippe Coutinho en el Sudamericano estallamos todos. Es que era uno de los más nombrados junto a Neymar”, es otra de las perlitas que repasa. Mientras Emiliano armó las valijas de un día para el otro y se instaló en Londres, Ale se quedó a remarla en Villa Domínico. Con edad de Sexta, fue un par de partidos al banco de Reserva y se quedó trabajando con ese grupo. Recomendado por César Luis Menotti, que lo vio en cancha en un torneo en Venado Tuerto, Muñoz fue promovido a la Primera por Daniel Garnero con apenas 17 años. Firmó su primer contrato en el año 2010.
Era una época en la que no abundaba la tecnología en las comunicaciones como ahora. Por eso los hasta allí inseparables amigos combatían la diferencia horaria a través de algún llamado esporádico o el Facebook, en ese entonces la red social más popular. Muñoz compartió plantel con los campeones de la Copa Sudamericana 2010, entre los que se destacaron Roberto Battion, Cristian Pellerano, Hernán Fredes y Adrián Gabbarini, entre otros. La chance de jugar estaba latente, pero el volante ofensivo tenía muchos minutos en Reserva y nulos en Primera. En Independiente fueron años de convulsión política y desfile de refuerzos en cada mercado de pases, lo que anulaba a muchos pibes del club.
A los 22 años se fue a préstamo a jugar a Alvarado de Mar del Plata en el Federal A y obtuvo el rodaje futbolístico que esperaba, pero el cambio en la dirigencia del Rojo le impidió a Muñoz permanecer en la institución: le rescindieron el contrato y quedó libre. Firmó en Colegiales, pero se rompió los ligamentos de la otra rodilla, tuvo otros problemas en la misma articulación y quedó un año parado. Sus últimos pasos en el fútbol profesional fueron en el Federal B con Jorge Newbery de San Luis y Atenas de Córdoba. “Es complicado porque a esa edad yo esperaba estar jugando. Uno piensa en darle para adelante, pero cuando vi que el tema estaba complicado respecto a los representantes, conseguir club y ver que mi familia se rompía el lomo para conseguirme una prueba, pensé en ir para otro lado. Ya no quería eso. Entonces fue jugar al fútbol amateur y empezar a laburar”, cuenta.
A Alejandro no se le caen los anillos. Posiblemente haya sorteado algunos baches anímicos pero siempre supo que tenía que salir adelante de alguna manera, sea con el fútbol u otra actividad. Se adaptó a la vida en Buenos Aires, ya que vivió mayor parte de la misma allí que en su provincia natal, y hoy trabaja como asesor en una reconocida escuela de conductores de auto: “Voy a visitar a mi familia, pero tengo todos mis amigos acá porque hice relaciones desde los 11 años. Y juego en la Liga de Flores, que es excelente, muy competitiva. Yo lo vivo como si estuviese jugando la final de la Champions League, porque soy así. Quiero ganar y jugar bien”. En Ucacha FC, que también tiene bordadas tres estrellas en su escudo como la Selección, Ale mantiene la adrenalina del profesional. Eso sí, tanto los muchachos de su equipo como sus superiores en el trabajo saben que no contarán con él si surge algún viaje para acompañar a su amigo Emiliano, sea en Inglaterra o con Argentina.
No bien el Dibu se estabilizó económicamente en Londres, invitó a Ale para visitarlo: “En el Arsenal le habían dado un bonus económico por hablar inglés. En tres meses ya hablaba perfectamente. Cuando lo vi allá por primera vez estaba más grande, más armado, pero era el mismo. Íbamos al supermercado a comprar y andaba de ojotas y pantalón corto. Ni a él ni a nadie de su familia se le subieron los humos. Eso habla muy bien de la persona”. En aquella excursión inicial por el campo de entrenamiento de los Gunners, tuvo una inolvidable charla con el histórico técnico francés Arsene Wenger: “El Viejo (como le dicen allá) le preguntó a Emi si yo era su amigo y le pidió que me tradujera algo. Me dijo en inglés que Emiliano iba a ser uno de los mejores arqueros de la historia. Yo estaba con la piel de gallina, primero porque me hablaba el Viejo, y segundo por lo que había dicho de Emi. No lo podía creer. Lo tenía como un hijito, y no lo pudo hacer jugar porque adelante tenía a figuras como Cech y Leno”.
Ale Muñoz fue testigo de la premonición más grande que tuvo el Dibu Martínez en su vida: “Hablábamos del Mundial y lo que había pasado en Rusia en unas vacaciones. Estábamos con su familia y nos dijo ‘quédense tranquilos que el próximo Mundial lo voy a atajar yo, porque no puede ser que yo no esté ahí’. Él sabía que con continuidad iba a llegar a la Selección. Una vez que arrancó, no lo parás más. Y el clic fue cuando nació la hija, que no la pudo ver porque estaba en la Copa América. Ahí pensó que la tenía que ganar como sea. Dijo ‘voy a atajar tres penales’ y los atajó. Siempre fue así, de decirlo y después hacerlo”.
El trampolín a la gloria del Dibu Martínez fue la Copa América en Brasil. Allí tuvo su chance, la aprovechó, se hizo conocido y dio la talla (con creces). A pesar de no contar con sus amigos y familiares cerca por la prohibición de público debido a la pandemia del coronavirus, el apoyo emocional estuvo presente siempre: “La noche anterior a la final con Brasil me mandó un mensaje para ver si me iba a conectar para jugar al Call of Duty. Nos quedamos jugando como hasta las 12 y media de la noche. Es clave para él para estar tranquilo y no pensar en el partido. Ahí te reís y la pasás bien. Así, lejos, online, pero lo pasamos lindo. Uno que lo conoce, sabía que necesitaba bajar los niveles de ansiedad. Eso lo ayudó un montón”. Luego hubo conexión desde el vestuario del Maracaná, pero para festejar por el título continental: “Yo lloraba, no podía hablar. Fue una emoción grande porque se le había cumplido el sueño del que tanto habíamos hablado desde jóvenes”.
Una de las personas que más lo conocen en la intimidad, comparte una radiografía de cómo es el Dibu en la diaria: “Muy familiero, disfruta de estar con sus hijos y Mandinha. Cuando lo visito, puedo ser yo mismo porque sé que él es el mismo también. Le gusta mucho la Play. Le gusta tomar mate. Al mate lo llevamos para todos lados, a buscar al hijo al colegio, al supermercado... todos nos miran como diciendo ‘¿qué están haciendo estos dos?’. En la última fiesta de Halloween eran las 4 de la mañana y estábamos junto tomando mates con Emiliano Buendía y hablando con Coutinho. Ellos capaz tomaban un traguito y nosotros viendo si calentábamos más agua. Le resbala todo. ‘Vos hacé lo que quieras que yo voy a hacer lo que quiero’, es así”.
Así como descarga tensiones jugando a los videojuegos, Emiliano también le recomendó a Alejandro tomar clases de yoga o pilates: “Lo ayuda a estar mejor con su cuerpo, a estar más elástico. Un día lo acompañé a hacer pilates, no entendía nada, pero es excelente. Volvés hecho una pinturita”. Si se descarga con la consola, hace pilates, habla con su psicólogo y medita antes de los partidos: ¿cómo es posible que quede al límite de la locura como en la noche del ‘mirá que te como’ frente a Colombia? Su amigo Alejandro explica qué sucedió: “A Coutinho en el Sudamericano Sub 17 le había dicho que no se lo iba a hacer. Contra los colombianos fue diferente porque no le gustó que hubieran bailado en el partido anterior y boqueado en el entretiempo. Entonces sintió que tenía que hacer algo para clasificar a Argentina y dejarlos callados”.
Así como todos los argentinos que no pudieron viajar a Doha sufrieron partido a partido con el equipo de Scaloni, Alejandro vivió el día a día con la carga emocional extra de estar implicado su mejor amigo. El debut ante Arabia Saudita se reunió con dos amigos en un bar para desayunar y tras la derrota acordaron no reunirse más. Antes de México, armó otro ritual: le pidió prestada la casa al amigo, saboreó una gaseosa, un helado y a sufrir. Así fue hasta la final. A lo largo de toda la Copa del Mundo, se escribió todos los días con Emiliano.
“El día que no le escribí, que eran las fases finales, me escribió él para preguntarme ‘Mostri, ¿qué onda?’. Ya creo que esperaba el mensaje de cábala”, advierte Ale. “Al principio del Mundial estuve ansioso y nervioso mal. Pero en las dos tandas de penales bajé un cambio. Cuando llegaron los penales contra Países Bajos, sentí un alivio. Sabía que dependíamos de él y que lo iba a hacer bien. Contra Francia lo mismo. Cuando tapó la última pelota, en la que se me paró el corazón, pensé que ya estaba, que éramos campeones. Porque Emi iba a atajar alguno y solamente teníamos que hacer los goles”, fue otra de sus confesiones.
No pudo abrazarlo en el estadio Lusail, pero sí se dio el gusto de recibirlo en Argentina. De hecho juntos pasaron las Fiestas y mini vacaciones en la Costa: “Dijimos que si salíamos campeones, nos haríamos un tatuaje que no tuvieran ni otros amigos ni familiares. Solos los dos. Nos hicimos la Copa del Mundo y la frase que tiene puesta en su Instagram y en su gimnasio: ‘Que la pasión te lleve a la gloria’. Él sumó los números de los chicos con los que había prometido en la Selección (6 Pezzella, 8 Acuña, 12 Rulli y 18 Guido Rodríguez) y a mí todavía me falta su firma con el 23 en rojo. Y sí, no tuvo dudas en que se lo iba a hacer en la parte de la pierna con la que le tapó la última pelota a Kolo Muani”.
Como testigo del intercambio de mensajes con el CEO del Aston Villa y Unai Emery, el confidente del Dibu Martínez asegura que jamás le reprocharon las cargadas contra Mbappé y compañía, como así tampoco lo persiguieron para que efectuara su retorno a Inglaterra: “Hablaron pelotudeces de que el técnico lo iba a apretar y nada que ver. Él les aclaró que se quería quedar con la familia lo máximo posible y le pidieron que volviera el 30 de diciembre porque tenían partido el 1° de enero, nada más. Emery quería hablar con él de todo lo que había vivido en el Mundial, no para retarlo”.
Hacía años que Emiliano no pasaba una Navidad junto a su familia ya que sus compromisos laborales lo obligaban a permanecer en suelo británico, donde podía llegar a disfrutar de algún evento con la familia de su esposa. Por eso esta última Fiesta fue tan especial para él.
El cierre de la entrevista con Alejandro Muñoz es una invitación a ilusionarse con más estrellas de la Selección: “‘Lo logré, Mostri, lo logré', me dijo cuando me vio. Yo le respondí que todavía le quedaban muchas cosas por ganar y me contestó que sí, que tenía lo que querían todos, pero que iba por más. Ahora quiere ganar alguna copa importante a nivel clubes, como la Europa League o la Champions, pero también va por la Copa América y quiere otro Mundial. Quiere todo lo que pueda ganar con Argentina”.
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