“Soñaba con jugar en Boca porque de chiquito era hincha del club, pero cuando lo hice no me fue bien. Jugué muy pocos partidos y me quería ir. Luego, pasé a Racing donde me encontré con un desastre total. No había orden ni se respetaban los horarios de los entrenamientos que eran un desastre. Es así como un día dije “no vengo más”. Me dedico a estudiar y largué todo. Hasta que llegó Juan José Pizutti y la vida del club cambió para siempre”. De esta manera se presenta Juan Carlos Rulli, ex futbolista que vistió ambas camisetas, y se convirtió en ídolo de la Academia siendo una pieza vital del “Equipo de José”.
El Coco Rulli fue un volante externo de los que ahora hay pocos en el fútbol argentino. Tenía despliegue por ambos costados, podía jugar como interno y externo, pero lo más importante de su juego es que por sus cualidades físicas se adaptaba a cualquier posición de la cancha. Fue así como Saúl Ongaro, ex entrenador de Estudiantes de La Plata, lo hizo debutar en 1956 como puntero derecho. Pero luego lo bajó a defensor por la misma banda hasta que lo ubicó como mediocampista y ahí se afianzó definitivamente. “Yo era un comodín, ya que donde me necesitaban, jugaba”, resalta el pampeano de 85 años en diálogo con Infobae.
En el Pincha se desempeñó durante dos etapas, desde que debutó hasta 1958, y entre 1961 y 1963. Luego, pasó a Boca, club donde estuvo dos años y medio, disputó cinco partidos y ganó el torneo nacional de 1964, pero se quedó con gusto a poco. Sin embargo, tuvo la posibilidad de recalar en Racing, donde disputó 201 partidos, convirtió 9 goles, ganó cinco títulos: tres torneos locales en 1958, 1961 y 1966, la Copa Libertadores 67´ y la Intercontinental del mismo año.
“Yo le pasé la pelota al ‘Chango’ (Cárdenas) pero no le dije que pateara como dicen muchos. En ese momento vi que pateó y cuando entró me volví loco, sabía que era muy difícil que nos hagan un gol”, recordó Rulli sobre el gol histórico de Cárdenas al Celtic que le permitió a Racing lograr la única Copa Intercontinental que tiene en su vitrina.
- ¿Qué es de su vida, Juan?
- Tengo un dolor en el ciático que me está matando. Venía leve, pero ahora se agudizó. Fui al médico, me hice un tratamiento, pero es doloroso y no se va tan fácil. Yo soy odontólogo. Trabajé poco tiempo, porque realmente me dediqué más al fútbol. Tenía una industria, pero hace unos años dejé, y ahora disfruto la vida de otra manera; así que me dedico a mi casa y a mi familia. Tengo un parque muy grande con un jardín inmenso. Tengo cuatro hijas y ocho nietos que viven cerca y paso a visitarlos.
- Luego de retirarse, ¿a qué se dedicó?
- Me propuse seguir estudiando, porque soy de La Pampa y de chiquito vine a La Plata con la intención de estudiar en el Colegio Nacional, pero no había más vacantes. Entonces, fui a un colegio religioso. Recuerdo que viajaba entre junio y julio a La Pampa durante dos años y medio hasta que familia compró una casa en la Ciudad de la Diagonales y nos vinimos a vivir aquí. Además, me propuse pagarme la carrera para que mis padres no lo hagan.
- ¿Cómo manejó el hecho de ser futbolista profesional y estudiar odontología al mismo tiempo?
- Cuando arranqué en las inferiores de Estudiantes estudiaba y fui mechando ambas profesiones. Los sábados y domingos me dedicaba al Pincha y durante la semana asistía a la facultad. A veces tenía que arreglar horarios en la facultad para no faltar a los entrenamientos porque ya era profesional del fútbol. Somos pocos los futbolistas que tenemos una carrera universitaria: Carlos Bilardo, Eliseo Prado, Raúl Madero y yo.
- ¿Qué recuerda de su estreno en Primera?
- Debuté con la camiseta de Estudiantes ante Newell’s en Rosario. Me pusieron de puntero derecho. Yo era un comodín, ya que donde me necesitaban, jugaba. Faltaba un lateral derecho y me ponían. Si el titular extremo derecho no jugaba, yo estaba. Cuando se lesionaba alguno, pasaba a jugar de lateral. Si inventaban un posición en la mitad de cancha, también estaba hasta que me afiancé como volante por derecha, y comencé a jugar en mi puesto habitual. Amaba jugar en la mitad de cancha.
- ¿Fue en la época en la que había poco recambio de jugadores?
- Claro, por eso jugaba donde me ponían. Estuve dos años en Estudiantes y me vendieron a Boca, donde me quedé 24 meses. Mi pasé costó un millón de pesos más tres jugadores xeneize que se fueron al Pincha: Madero, Nardiello y Vielli. En esa época no existía un porcentaje para los jugadores. No fue mucha plata, pero algo era.
- ¿Cómo fue ese cambio al club de sus amores de chico?
- Soñaba con jugar en Boca, pero no me fue bien. Jugué muy pocos partidos y me quería ir porque no jugaba. No quería jugar en la segunda división, sino en Primera. Y había integrado por Ernesto Grillo, José Sanfilippo, Ángel Rojas, Oscar Pianetti, Gonzalito, ect. El Xeneize jugaba 4-2-4, con Rattin y Gonzalito como volantes y yo no tenía lugar. Entonces, me quise ir a pesar de que era hincha del club. Tuve una relación humana perfecta con mis compañeros, pero no anduve futbolísticamente. La rivalidad deportiva no quedó nada.
- ¿Qué balance hace de su paso por Boca?
- Me compraron por un millón de pesos más lo pases de Madero, Bielli y Nardiello. Me trataron siempre bien, me pagaron bien. El señor Alberto J. Armando, ex presidente de la institución, me reconoció la diferencia de prima cuando decidieron venderme a Racing. Pero no anduve. Quizá por mi rendimiento, quizá por las necesidades tácticas, pero nunca pude jugar de volante como yo quería, por lo menos mantenerme un tiempo en el mismo puesto. Me quería ir de Boca para empezar una vida nueva en otro club, porque estaba seguro de andar bien, porque no soy de los que se entregan aunque en ese momento transité por un momento muy doloroso. Ya pensaba en la odontología con más vocación, aunque nunca abandoné la Facultad, y ya llevaba cuatro años aprobados. Son etapas que se tienen en ciertos momentos frente a la contrariedad. Racing no andaba bien entonces, no podía tener una seguridad sobre mi futuro, pero firmé y le di para adelante...
- ¿Con qué se encontró en Racing?
- Con un desastre total. No había orden ni se respetaban los horarios. Los entrenamientos eran un desastre hasta que llegó Juan José Pizutti. Es así como un día dije “no vengo más”, me dedicó a estudiar y nada más. Se jugó la Copa de las Naciones durante un mes en Brasil y en Racing no entrenábamos. No había quien estuviera al frente del plantel ni tampoco existían dirigentes para hacerse cargo. Yo no estaba acostumbrado a eso y por una semana pegué el portazo, ya que tomé la decisión de irme. Un día, el ex directivo Raúl Prieto me citó en un café para charlar y me dijo: “Quédese tranquilo que ahora va a cambiar todo porque viene Juan José (Pizutti) como entrenador”. Yo había sido compañero de él en Boca junto a Corbatta y Valentín.
- ¿Eso provocó que vuelva a Racing?
- Sí, claro. Porque Pizutti empezó a ordenar las cosas, pero no dejaba que lo tuteemos, siempre le hablamos de usted y era para todos por igual. Puso un poco de disciplina que era lo que se necesitaba. Es más, el que llegaba tarde pagaba una multa, que era un asado para todo el plantel a mitad de semana. Poco a poco se fue ordenando todo. En lo futbolístico, al inicio del año 65´ estábamos últimos en la tabla de posiciones y a fin de año terminamos quintos en el campeonato. Un año más tarde, seguimos con la racha de 39 fechas sin conocer la derrota. Nos ganó River y luego volvimos a estar en racha con 22 partidos sin derrotas. Fue un equipo imparable. Ordenado. Juan José cambió de posiciones a algunos jugadores como a Perfumo, a Basile, al Panadero Díaz y todo funcionó.
- ¿Qué virtud tenía ese equipo?
- No se resignaba nunca a perder un partido. Atacaba en todas las canchas y no tenía temor. Éramos respetuosos de los rivales. Teníamos mucha movilidad y relevos. Se fue automatizando solo a medida que íbamos jugando. Un equipo con amor propio y muy buenos delanteros. Ganamos la Copa Libertadores 67´. Para eso, tuvimos que atravesar rivales de fuste. Dos chilenos, misma cantidad de bolivianos, un par de colombianos y a Nacional de Uruguay en tres finales, ya que la última se desarrolló en un estadio neutral.
- ¿Es cierto que cuando se trasladaban en avión desde Medellín a Bogotá para disputar un partido por la fase eliminatoria de la Copa Libertadores contra Independiente de Santa Fe estuvieron al borde de la muerte?
- Sí, casi nos matamos. Fue el 28 de marzo de 1967, fecha que me quedó en la memoria. Estábamos en el Aeropuerto de Medellín, mirando y sacándonos fotos con la placa de la muerte de Carlos Gardel. Pero ya teníamos pánico de sólo saber que teníamos que viajar a la capital colombiana. Hubo quienes notaron que se avecinaba una inquietante tormenta, con el cielo que se oscurecía detrás de las montañas. En una de esas, escuchamos el anuncio de que un avión no podía aterrizar y seguía su vuelo hacia Bogotá. Entonces, por el cagazo que teníamos, regresamos al hotel. Cuando estábamos saliendo, nos llamaron desde adentro otra vez. “No se vayan” nos gritaron, y nos ofrecieron un avión de hélice que se encontraba en el hangar. Recuerdo que fui el último tipo en subir al avión.
- ¿Por qué?
- Por el miedo que tenía. Era uno más pequeño que los de línea, con capacidad para 30 pasajeros más o menos, pero se trataba de un vuelo corto de 40 minutos. Ninguno imaginó que duraría una hora y media. Se movía bastante. Afuera, la tormenta se estrellaba contra las ventanillas y llovía adentro del avión, que en un momento descendió de golpe unos 500 metros, a toda velocidad, y apuntaba contra un valle entre las montañas, con los motores que habían dejado de funcionar. Una locura lo que vivimos ahí.
- ¿Se descompuso?
- Mal, tuve que empastillarme con varias aspirinas, pedí que me mediquen. “Nos van a matar a todos”, le comenté al dirigente Sacoll. En un momento, se me sale el cinturón de seguridad, me golpeé la cabeza contra el techo y dije “esta es la muerte, ya no nos salvamos”. Recuerdo que el Panadero Díaz le había pedido un vaso de agua a una azafata para tomarse una pastilla. Maschio gritó: “Nos matamos”. Pizzuti dijo “chau, sonamos”. El Coco Basile fue uno de los más serenos y prendió un cigarrillo. Fueron 20 segundos de pánico, en plena e interminable caída. Hasta que de repente, de la manera más inesperada, el avión se estabilizó. Me bajaron del avión haciendo “sillita”, de lo duro que quedé; y me tomé dos vasos de whisky como si fuera agua. Pero mira como son las cosas, que al otro día ese equipo enfrentó a Millonarios y ganó; ahí te das cuenta lo fuerte que éramos mentalmente.
- ¿Su etapa Racing fue la más feliz de su vida?
- Sí, sin dudas. Igualmente, el momento más feliz de mi vida fue cuando ganamos la Libertadores. Por supuesto que quería ganar la Intercontinental, pero obtener esa copa fue diferente, una felicidad enorme porque ya estábamos trascendiendo a nivel mundial. Le ganamos muy bien a Nacional de Montevideo.
- Se retiró en Racing en 1970. ¿Por qué tomó esa decisión?
- Tenía 33 años y estaba sano, sin lesiones ni nada. Humberto Maschio, muy amigo mío y el entrenador de Racing en aquel momento, decidió que no estuviera más en el plantel. No busqué ningún club y decidí que iba a seguir estudiando para recibirme de odontólogo. Además, quería estar en mi casa con mi familia, pero sufrí muchísimo. Sé que podía haber jugado dos o tres años más como mínimo porque no me lesionaba nunca pero lamentablemente no tenía representante y me daba no se qué presentarme en algún club. Estuve depresivo un tiempo porque extrañaba lo que era jugar a la pelota. Necesitaba a los compañeros, los partidos y el fútbol en sí, porque me vida cambió por completo.
- ¿Cómo manejó esa depresión?
- Traté de hacer cosas distintas en mi casa. Estar con mi familia, pero no quería jugar al fútbol entre amigos ni nada. Esta depresión me duró un par de años. Pero lo fui superando con la facultad y con amigos. Mi señora se quedaba mucho tiempo sola y dije “basta”.
- ¿El punto negativo de su carrera fue el paso por la selección argentina?
- Sí, porque fue un paso triste ya que tenía esperanzas de disputar el mundial México ‘70. Pero la Selección en esa época era un desastre. Cambiaron el técnico. Estuvimos un mes en Bolivia para aclimatarnos y de nada sirvió. Luego, se demostró que lo mejor era llegar un día antes del encuentro. Había mucha improvisación. Además, no se jugó muy bien. Tuvimos resultados adversos. En Perú nos ganaron 1 a 0. Ahora, todo es diferente. Tienen un predio en Ezeiza, donde se practica allí. Traen jugadores de Europa. En mi época se armaba la Selección con jugadores locales. Fue una experiencia negativa, una desazón enorme. Un desastre.
- Hablando del seleccionado, ¿cómo observó la consagración en Qatar?
- Yo viajé a Doha, presencié todo el Mundial. Llegué dos días antes del primer partido y regresé al país un día después de la final. Un equipo fantástico. Muy bien preparado físicamente, con grandes jugadores. Me sorprendió el Cuti Romero, firme y seguro en la zaga central. En la final le dieron un baile a Francia que merecía ganar en los noventa. En el primer encuentro contra Arabia Saudita subestimaron al rival, pero luego fue creciendo. Por encima de Messi, estuvieron en gran nivel Julián Álvarez y Enzo Fernández.
- ¿Qué sintió al observar a Gerónimo Rulli levantar la copa del mundo?
- Un orgullo enorme. No lo pude ver. No me gusta ir a molestar porque estaban concentrados. Pude hacerlo pero no quise. Me alegré mucho de verlo levantar la copa. Tengo buena relación con él. Soy su tío lejano, ya que mi padre era primo de su padre; conozco a toda su familia.
- ¿Qué se le pasó por la cabeza ver a la selección argentina campeona del mundo luego de 36 años?
- Una emoción tremenda. Me largué a llorar en pleno estadio junto a uno de mis nietos. Yo le anticipé que íbamos a ser campeones del mundo previo a la final. Y así fue.