Quien ahora diga que apostaba por el éxito de Lionel Scaloni al momento de ser nombrado DT de la selección nacional (2018), deberá reconocer que lo impulsaba más un inmenso deseo que una módica lógica. La historia del fútbol argentino dejaba los más claros ejemplos sobre cuáles habían sido los argumentos que sustentaron las designaciones de sus predecesores. Y ellas por lo general fueron tres: trayectoria, momento deportivo y ejercicio del liderazgo. Tales premisas debieran ser divididas en dos grandes etapas históricas: antes y después del Flaco Menotti (1974). Hasta el Mundial disputado en Alemania, las autoridades de la AFA nunca habían priorizado al equipo nacional como un elemento vinculado al fervor popular. Antes bien, para aquella AFA lo primordial eran los torneos locales que generaban recursos, prestigio, venta de jugadores e idolatrías.
Fue David Bracuto, presidente de Huracán y luego de la AFA quien con el respaldo político de la UOM –fuerte Sindicato del cual era miembro en su carácter de médico cirujano– propuso y logró que César Luis Menotti tomara la conducción de las selecciones nacionales. Bracuto conocía a Menotti por verlo entrenar a Huracán en 1972 y disfrutarlo con aquel equipo maravilloso del ‘73. No resulta muy común hallar en el pasado que un presidente de club privilegie a la Selección sobre su equipo. Tal la grandeza de este médico y dirigente a quien la dictadura persiguió, defenestró y borró en los oscuros años del oprobio.
Menotti trajo un nuevo aire, se diría un nuevo orden en el fútbol argentino en general y en la Selección Nacional en particular. Fueron muchas las medidas a tomar. Veamos algunas, la más recordadas. En principio habría dos planteles nacionales trabajando de martes a viernes, uno con jugadores de los clubes de AFA y otro con futbolistas de equipos del interior. Además, no se venderían jugadores argentinos al exterior. Los clubes tenían la obligación prestar a sus jugadores para dedicarse a la Selección y aquellos que se negaran difícilmente serían nuevamente convocados. Fue así que Gatti y J.J. López –por caso– a instancias del Toto Lorenzo (Boca) y de Angelito Labruna (River) se perdieron el Mundial 78 por jugar la Libertadores y/o Intercontinental. En cambio Fillol y Beto Alonso (por suerte) pudieron ser reconsiderados a último momento. Sobre todo Fillol, el mejor arquero argentino de la época, tan gravitante en el logro final.
Ese nuevo orden de Menotti también fue modificando la mentalidad del jugador argentino en su relación con la Selección. Sin exageraciones se podría afirmar que se pasó del desdén al orgullo. Y tal principio quedó abrumadoramente consolidado después de ganar la Copa del Mundo. Fue el Flaco quien llegó con “Trayectoria”, ejerció el “Liderazgo” –firme, pero filial– y obviamente en su mejor “Momento”: se disfrutaba del el inolvidable Huracán del 73′. Fue sabio porque formó un gran cuerpo técnico: Ricardo Pizzarotti (PF) y Rogelio Poncini (Ayudante) más el aporte de dos grandes maestros del fútbol internacional, Rodolfo Kralj (primer jugador yugoslavo en actuar en la Argentina, más precisamente en Ferro Carril Oeste) y Roberto Marcos Saporiti. Don Rodolfo tenía gran alternancia mundial, poseía mucha información en aquel tiempo preglobalizado y muchos contactos como para ver rivales y conseguir amistosos. El Sapo, en cambio, (por entonces DT de Talleres de Córdoba) era una fuente de consulta muy valorada por el Flaco por su profundo análisis respecto del juego, aporte que siempre realizó ad honorem.
Se trató hasta el año 1982 del ejercicio de un liderazgo paternalista que aquellos jugadores reconocían y agradecían. Aún hoy cualquier actor del 78 o del 82 recuerda anécdotas que en todos los casos ponderan hechos y situaciones en los cuales Menotti les dejó su marca. Fue un gran acierto de Bracuto su designación y sus ocho años al frente de la Selección nos dejaron una Copa Mundial de Mayores (1978), otra de Juveniles (1979) y un romance entre el equipo nacional y la gente, los hinchas, el pueblo.
Carlos Bilardo, con un estilo de juego diametralmente opuesto, también llegó a la Selección (1983) de manera sorprendente, toda vez que para el presidente de la AFA, los éxitos con Estudiantes de La Plata provenían del “antifútbol”. Pero Bilardo reunía los tres factores del trípode: “Trayectoria” (campeonatos locales, Libertadores, Intercontinental…), “Momento” (venía de ganar el torneo de AFA 82′) y “Liderazgo” pues se había iniciado como ayudante de Zubeldía en San Lorenzo tras dejar el fútbol en 1971 y habría de constituirse en su más fiel discípulo. Las actitudes y el discurso de Bilardo en un Foro organizado por El Gráfico en la sede de la SDDRA (Sociedad de Diarios, Revistas y Afines) en octubre del 82′ le sirvieron a Don Julio Grondona para hallar al reemplazante de Menotti.
Quienes nos horrorizamos por la designación de Scaloni también imputamos a su juventud uno de los factores del dislate. Sin embargo, Menotti había llegado a la Selección con 36 años de edad y menos de 4 como entrenador entre NOB y Huracán. Al tiempo que Bilardo –nacido como Menotti en el año 1938– acumulaba los mismos años como DT, pero en clubes. Scaloni, como se deduce, llegó con 40 años –no fue el de menor edad– y una modestísima experiencia pues sólo había sido tercer ayudante del errático Sampaoli. Hasta aquí lo que tenemos entre Scaloni y sus predecesores campeones del Mundo –Menotti y Bilardo– son 4 años de una experiencia previa en la conducción de planteles. Esa diferencia sería mayor comparada con la de Marcelo Bielsa, Alfio Basile, Alejandro Sabella, Daniel Passarella, Tata Martino, Edgardo Bauza y hasta la de José Pekerman tras su exitosa experiencia con los Juveniles. Por cierto y como en todos los casos, deberemos excepcionalizar la etapa de Diego –por su propio peso– al frente de la Selección tras el golpe a Basile durante las Eliminatorias para el Mundial de 2010 en Sudáfrica.
Todos ellos –formidables técnicos con prodigiosas trayectorias– ejercieron un liderazgo tradicional apoyándose en la mayoría de los casos en sus preparadores físicos como los canales de la comunicación interna. Sus presencias imponían respeto y sus decisiones resultaban “sagradas”. Tal nivel de paternalismo fue en escala decreciente. El último en sostenerla y solo en parte fue el bueno de Alejandro Sabella. Supo aceptar el diálogo con los naturales voceros de Messi representados por Mascherano, Biglia, Romero, Agüero o Lavezzi, entre otros. Advirtió que aquellos jugadores del 14′ en el Mundial de Brasil eran diferentes a los de mundiales anteriores; experiencia que ya había vivido como ayudante de Passarella en Francia 98′. El cambio de cultura a partir de la nueva y revolucionaria tecnología modificó el vestuario; ahora los comportamientos convivenciales eran diferentes. También los montos de los contratos lo eran. Y se agregaban nuevos actores como los representantes y los abogados con roles decisivos en muchas de las decisiones de los jugadores; desde sus clubes hasta las selecciones nacionales. Adviértase a su vez que el jugador ya no requería de la prensa para manifestarse pues las redes y las diversas plataformas le permitieron y les permiten exhibir, decir y expresar aquello sobre lo cual tiene interés e intereses.
Nada fue precipitado. Todo fue progresivo. Qatar nos dio el punto máximo de un nuevo orden en la relación entre el jefe técnico (Scaloni) y el capitán-ídolo (Messi) que se había insinuado en la Copa América 2021. Lograron el punto de empatía que por el lado de Scaloni sumó a su interesante cuerpo técnico (Aimar, Samuel, Ayala) y por el lado de Messi a todos sus compañeros sin excepción. Un estado ideal saludable e insospechado. Que como tal ayuda a lograr el estoicismo. Y éste lo expande hacia la épica (había que ganar todos los partidos después de perder frente a Arabia Saudita) y a la mística: un equipo indestructible hasta el pitazo final contra Francia.
Por cierto que como en la vida, no todo en el futbol tiene explicación. Scaloni comenzó siendo un emergente económico y coyuntural. Después de Rusia 2018 todos los miembros del cuerpo técnico se habían ido. Por un lado los ayudantes Sebastián Beccacece y Nico Diez más el PF Jorge Desio; por el otro el propio Jorge Sampaoli. Frente al vacío sólo permaneció Scaloni, aquel tercer ayudante que en Rusia debió cumplir algunas tareas ingratas ordenadas por Sampaoli. Al regreso desde Moscú la AFA le estaba pagando viejas deudas a Martino y a sus ayudantes, a Bauza y a sus ayudantes y le quedaba un juicio cruento con Sampaoli quien tenía un contrato por 4 años más, hasta el 2022. Resultaba poco razonable proponer un contrato a cualquiera de los mejores técnicos argentinos del momento. Es así cómo Gallardo, Simeone y Pochetino –ocupados y con valorados convenios vigentes en dólares– estaban lejos de las posibilidades económicas de aquella AFA.
Fue así que Claudio Tapia le ofreció a Scaloni dirigir un torneo juvenil en L’Alcudia en carácter de DT Interino al tiempo que se ocupaba de resolver esta cuestión de las deudas contraídas, básicamente durante la Intervención de la AFA en el 2016. Todo anduvo bien a pesar de lo irrelevante del evento que Argentina terminó ganando. Por cierto que Tapia no habría de contratar a un técnico sin consultarlo con su admirado amigo Lionel Messi, alguien a quien el presidente de la AFA ha defendido y protegido siempre. Aún los momentos más oscuros de aquellas finales frustradas, de las críticas excesivamente severas, de arbitrajes cuestionables contra Messi y contra Argentina; también de alguna renuncia de Leo a la Selección increíblemente celebrada… Para Tapia la Selección siempre fue a partir de Messi. De tal manera que no habría Scaloni sin la aprobación de Messi… (a contrario sensu siempre hubiera habido Messi sin Scaloni).
En los momentos de una dura crítica ejercida por la prensa –el autor de esta nota, incluido–, Tapia sostuvo a Scaloni con el necesario aval de Messi. Lógico. Siempre la estrella de un equipo es consultada por los dirigentes expertos para semblantear su grado de compromiso ante una nueva etapa. No es casual que los dos técnicos campeones del mundo, tan distintos entre sí, se hayan manifestado a partir de sus capitanes. Menotti dijo alguna vez “Passarella y diez más”. Y Bilardo antes de firmar su contrato con la AFA le pidió un pasaje a Grondona para ir a ver a Maradona a Barcelona. Luego de ello, dijo: “Diego y diez más…”. Al regresar al país, firmó. En este caso fue Tapia quien buscó el apoyo de Messi hacia Scaloni y al obtenerlo, el mejor jugador del mundo quedaba involucrado en los objetivos siguientes. La Copa América fue esquiva en el 19′ y por fin lograda en el 21′. Había nacido un nuevo Messi. Algo así como un “Diego Armando Messi” por sus actitudes en la cancha y los vestuarios. Por su liderazgo y su actitud nunca antes vista.
Al conmovernos con su fútbol y su caudillaje en Qatar no quedaban dudas respecto de su simbiosis con el entrenador, a la sazón un ex compañero de Selecciones Juveniles: Lionel Scaloni. Alguien con quien Messi podía hablar de igual a igual sin necesidad de voceros ni sentir que estaba frente a una figura paterna. Estaba comprometido con el más sublime de sus sueños y lo consensuaba con alguien como él. Y por lo tanto se sentía con la autoridad como para hablar de fútbol ya sea para diseñar un planteo o sugerir que convoque sin más dilaciones a Agüero (antes del lamentable episodio cardíaco) o al Fideo Di María. Y admitir lo bien que había hecho Scaloni de llamar a jugadores que él –Messi– no los tenía en su radar como el Dibu Martínez, el Cuti Romero, Nahuel Molina, o a los pibes del medio campo como Enzo Fernández o Mac Allister y darle titularidad desde el segundo partido a Julián álvarez. El resultado de ese liderazgo compartido y consensuado fue ganar la Copa del Mundo. Nada menos…
Al ver a Mbappé llevar la voz cantante en el entretiempo de la final perdiendo 0-2 frente a su veterano y exitoso entrenador Deschamps –quien permanecía en silencio aprobando el reto a los futbolistas campeones del mundo– la pregunta es: ¿No cambió nada respecto de los liderazgos en el fútbol?
Y una respuesta sería: Scaloni acaba de mutar el “liderazgo filial” por un “liderazgo fraternal”; el entrenador que resulta más hermano que padre de sus dirigidos. Sobre todo si uno de esos hermanos es el mejor jugador del mundo…
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