“Al otro día, a la mañana, cambió todo. Fue muy triste”. Del sueño a la pesadilla. Diego Mendoza recuerda aquel momento y se le estruja el corazón. En pocas horas, pasó de probarse el traje de héroe por convertir el gol sobre la hora que le dio la clasificación a Huracán a la fase de grupos de la Libertadores 2016 a sufrir un accidente que cambiaría su vida para siempre. Hoy, mirando en retrospectiva, asegura que fue “para bien”. El tormento de aquel choque lo perseguirá para siempre, pero parece haber encontrado la receta para sobrellevarlo. Los dolores que le dejó en su pie derecho ese oscuro episodio lo condujeron al precoz retiro del fútbol: con 30 años, colgó los botines. Aunque lo cierto es que su fuerza de voluntad y superación fueron las únicas razones por la que se extendió su trayectoria profesional, algo que parecía imposible.
Diego llega al estudio de Infobae de muy buen ánimo. No acusa el pesar con el que transitó los últimos meses en los que maduró -y aceptó- la idea del retiro del deporte que lo hizo feliz. Es más, está encendido, probablemente por la noticia de su futura paternidad junto a la periodista Josefina la China Ansa, que comunicó hace algunos días. El ahora ex delantero se suelta, casi que se desahoga y cuenta cosas que nunca antes había compartido. Sobre el accidente, sí, pero también sobre su intimidad y cómo afrontó psicológicamente un trauma que lo hundió en un pozo depresivo del que consiguió salir gracias al fútbol, su entorno y mentalidad positiva. Mendoza, a corazón abierto.
— ¿Fue difícil tomar la decisión de retirarte del fútbol?
— Fue larga la decisión. Cuando en 2021 yo termino el contrato con Huracán, ya venía con algunas molestias, algunos dolores. En el medio tuve algunos problemas familiares y me tomé seis meses para ver si se aflojaba el dolor del pie. Cuando en 2022 empecé con más dolores, dije “no puedo”. Me faltaba intentar, no quedarme con las ganas de probar. Salió la posibilidad de irme de vuelta a Ibiza, donde ya había jugado. Estuve un mes, un mes y medio. Pensaba que iba para jugar. Pero el fútbol te lleva a trasladar las cosas a tu vida personal y todo lo que tenés alrededor, lo contaminás. Es un malestar constante. Cuando volví a jugar después del accidente que tuve, me propuse disfrutar los partidos y entrenamientos, pasarla bien. Los dolores y malestares no me dejaban hacerlo. Me estaba haciendo mal. Volví y fueron tres meses de hablar con mi familia, con mi mujer y ver qué era lo mejor. Siempre me gustó divertirme, tener buen humor, nunca estar con cara de culo. Y era volver a casa y estar de mal humor, ir al entrenamiento y estar preocupado por el pie... fue una sumatoria de todo.
— Antes, igualmente, pudiste disfrutar del fútbol...
— Lo más lindo que viví fue ir a probarme y quedar en Estudiantes cuando tenía 13 años. Mi papá es muy fanático del fútbol; mi mamá, maestra, fanática del estudio. Un día fuimos a pasear a La Plata y con 8 ó 9 años le dije a mi mamá que un día iba a jugar ahí, señalando la pensión de 1 y 57 de Estudiantes. Ella me decía “vos tenés que estudiar” y mi papá decía “dejalo, dejalo”. Mi papá, fanático de Boca, me puso Diego por Maradona y me llevaba a la cancha. Yo salí muy fanático del fútbol, más que de Boca. De chico, cuando hacía algún gol en mi club Juventud, le decía a mi viejo que un día se los iba a hacer al Pato Abbondanzieri. Mi papá siempre fue muy positivo, me decía que quizá no se cumplía como lo soñaba, pero que tal vez podía jugar en la primera del club de mi pueblo. Quedar en Estudiantes fue lo más lindo de mi carrera porque fue cumplirle a mi papá y demostrarle a mi mamá. Después, cuando llegué ahí, fue duro.
— ¿Por qué?
— Porque yo me destacaba y, cuando llegué a Estudiantes, no. Me acuerdo de una charla con el coordinador Sergio Gurrieri, que me decía que tenía 9 jugadores mejores que yo arriba y 4 eran de mi categoría. Yo no jugaba. Con 14 años, llorando, le pedí que me diera otra oportunidad. Le aseguraba que yo iba a jugar en Primera. Yo estaba en la pensión y, si no jugabas, ibas para afuera. Me dio un año más, fui quedando y llegué. Tuve que remarla muchísimo. Y es más, pensé en dejar el fútbol antes de irme a préstamo a Villa San Carlos. Alejandro Sabella me había subido a entrenar en la Primera y yo estaba acostumbrado a entrenar con Verón, la Gata Fernández y el Chapu Braña. Jugaba en la Reserva y veía que estaba ahí. Fui a mi primera pretemporada a Mar del Plata con Mauricio Pellegrino y estaba de alcanzapelotas. Literal, de alcanzapelotas en los reducidos. Lo llamé a mi viejo y le dije que no jugaba más, que me iba a poner a estudiar. Mi representante me fue a buscar y me habló de la chance de San Carlos, que estaba peleando el descenso en la B Nacional. Era para hacer la primera experiencia como profesional. Me puse a hacer la carrera de Contador y jugaba en San Carlos. Ahí me choqué con la realidad. De jugar en Estudiantes, con la ropa dobladita, la toallita y los botines limpitos, y los vestuarios de Primera, me encontré con el fútbol de verdad. Yo en Estudiantes estaba muy cuidado y no lo valoraba. En San Carlos tenías que llevarte tu toalla, lavarte los botines y entrenar en un gimnasio por tu cuenta porque no había en el club. Fue una experiencia espectacular. Eso me preparó para irme a Nueva Chicago. En San Carlos jugaba con 5 mil personas, en Chicago la gente quería ascender, yo tenía 19 años y jugábamos con 25 ó 30 mil personas. La primera vez que entré a esa cancha, casi me muero. Había presión, había de todo.
— El ascenso con Chicago te dio la posibilidad de volver a Estudiantes para jugar y triunfar...
— A Chicago llegué con mucho hambre. Pensaba que era mi oportunidad. Yo siempre le decía a mi hermano que el día que jugara un partido en Estudiantes o hiciera un gol, me retiraba. Es que no tenía otro sueño. Mi sueño era jugar con 50 mil personas y, si jugaba un clásico contra Gimnasia, ya estaba. En Chicago me fue muy bien, ascendimos, hice goles importantes. Cuando volví a Estudiantes estaba Gaby Milito y me dijo que me quería para pelear un puesto porque habían vendido a Guido Carrillo al Mónaco. Volví con un ascenso, estaba más armado, muy bien físicamente. Milito y Eduardo Domínguez fueron los dos técnicos que me marcaron. Me acuerdo que en el primer partido -contra Argentinos Juniors- tuvimos un penal a favor y Milito me señalaba para que lo pateara, pero yo me hacía el boludo. Vino Isra Damonte y me dio la pelota: “tomá, vos sos el 9, pateá el penal”. Ahí me cambió todo. Pateé fuerte al medio y gol. Fue como wow, sentí que había cumplido el sueño máximo.
— Otro de los clics importantes de tu carrera fue el traspaso a Huracán, que cambió tu vida. ¿Cómo fue?
— Tenía la posibilidad de ser transferido a Grecia, pero mi mamá tuvo un problema de salud, se enfermó y estaba muy mal. Si siempre tuve algo claro es que la familia está por delante de todo. Estaba de vacaciones y me volví para quedarme con ella. Era la chance de llegar a Europa, pero dije “me quedo”. Tuve un conflicto con mi representante y Estudiantes. Me dijeron que me buscara club porque no iba a tener lugar. Me llamó el Turquito (Gustavo Mhamed) para ir a Huracán, que iba a jugar el repechaje para entrar a la Libertadores contra Caracas de Venezuela. Wanchope Ábila no iba a jugar el primer partido y me dijo que ese lo iba a jugar yo, que después podía jugar contra Rafaela por el torneo local y en la revancha con Caracas iba con Wanchope o al banco. Eran los tres partidos más importantes del año. Ganamos 1-0 la ida con gol de Mariano González y el 8 de febrero viajamos a Venezuela para jugar el 9. Fue un partido increíble. Cada vez que lo veo, me emociono, lloro.
Las reminiscencias de aquella noche en Caracas y el accidente al día siguiente son inevitables. Ponen a prueba el tono de voz de Diego, que igualmente muestra una notable entereza para recordar el triste episodio. Esa misma entereza fue la que lo llevó a reponerse casi de inmediato, escapando por la claraboya del ómnibus volcado, pese a ver el estado de su pie maltrecho. Mendoza no se lamentó por las secuelas que le dejó el accidente, más bien agradeció haber vuelto a nacer. El frenesí de la gloria deportiva le duró apenas una noche, aquella en la que Huracán ganó de forma agónica previo al choque que conmovió a todo el mundo del fútbol.
— ¿Qué recuerdos tenés de aquel partido contra Caracas?
— La cancha era un desastre, no había gente. Al minuto 80′, ellos se pusieron 2-0 arriba y pasaban de ronda. Yo estaba en el banco y no lo podía creer. Casi que yo mismo le hice el cambio a Eduardo Domínguez, porque después del segundo gol de ellos llamó a otros compañeros para entrar. Faltando cinco minutos erramos otro gol y yo fui directo al banco a sacarme la pechera. Eduardo me vio y me dijo “sí, sí, dale que entrás”. En tiempo de descuento, Toranzo le da un pase hermoso a Miralles, que tiró el centro y me quedó en la cabeza. Ahí fue una locura. No entendía nada. En el momento, no me di cuenta de lo que había pasado. Mariano González, al que me crucé afuera porque lo habían echado, me dijo “hiciste un gol histórico, boludo, estamos en la Copa Libertadores”. Y yo “sí, sí, bueno”. No caía. Cuando agarré el teléfono me di cuenta de lo que habíamos logrado y de la importancia de mi gol. Festejamos en el hotel, en las habitaciones, la gente me escribía, me mandaban fotos y videos del gol. Una locura. Al otro día, a la mañana, cambió todo. Fue muy triste la verdad.
— ¿Sintieron que algo andaba mal en las horas previas al accidente?
— En esos días previos veíamos que el micro no estaba bien. El chofer tampoco manejaba muy bien. Lo que pasa es que Caracas es todo con ripio y una vez nos tuvimos que bajar del micro porque hacía ruido. Sentíamos que no estaba en condiciones. Venezuela estaba entrando en esa crisis grande, en los hoteles no había papel higiénico, era complicado. Después del gol y la clasificación, nadie pensó nada. Subimos al micro cantando, bailando y en un momento se escucha un ruido, un golpe. Viene el Profe (Pablo) Santella, que era un genio, y dice que se habían cortado los frenos. El Profe siempre era de hacer chistes, te los hacía hasta en el medio del partido, entonces le contestamos “dale Profe, dejate de joder”. Atrás viene Eduardo Domínguez y dice “sí, muchachos, vayan para atrás que se cortaron los frenos”. La salida del hotel era todo en bajada. “Tirá freno de mano, tirá rebaje”, le gritaban al chofer. Pero se había roto la caja de cambios, lo único que funcionaba era el volante. Lo que no fue rápido fue la bajada, eso para mí fue eterno. Duró 4 minutos y medio hasta que chocamos. La utilería se puso adelante y la chocamos, la tiramos. Chocamos dos autos, doblamos a 100 kilómetros por hora, los chicos se caían, no teníamos cinturón de seguridad. Yo tenía la mitad de un cinto, que eso me salvó la cara en el vuelco. Cada vez íbamos más rápido, cada vez más rápido. Tuvimos mucha suerte porque no falleció nadie. Fue un milagro.
— ¿Qué se te pasó por la cabeza en ese momento?
— Mucha gente dice que pensás en tu familia. Yo lo único que pensaba era “nos morimos, nos morimos, nos morimos”. Al principio hubo muchos gritos, hasta que en un momento hubo silencio porque se sentía la velocidad. El chofer tuvo la lucidez de agarrar una rampa de escape y nos salvó la vida. En el primer impacto de la rampa de escape, cuando chocamos, yo vuelo con los pies y el derecho queda atrapado entre el asiento y la ventana. Lo quise sacar y no podía. En un momento fue alivio porque subió y frenó arriba, pero la rampa no tenía las piedras esas que sirven para hundirlo, era como para despegar. Chocó arriba y, cuando volvió, el médico y el de seguridad habían visto que pasamos por un puente y había un precipicio. Veían que íbamos directo al precipicio y empezaron a gritar “volcalo, volcalo, volcalo”. Y lo volcó para mi lado. Mi pie quedó aplastado. No sé qué pasó en ese momento, no lo puedo explicar bien, pero tuve la lucidez de pegar el tirón del pie cuando sentí el ruido y después el micro se deslizó. Ahí me agarró el brazo y la pierna. Por suerte no la cara. Nunca me desamayé, siempre estuve consciente. Tenía el teléfono partido y lo tiré en un bolsito que había ahí. Miré que había una claraboya medio abierta y salí por ahí. Fui el primero en salir. Ya había sentido como un vacío, un frío en el pie, y había visto sangre. Siento que no puedo pisar, salté dos metros y me apoyé. Lo primero que pensé fue decir “estoy vivo, gracias, estoy vivo”. Lo vi al Pato (Toranzo) salir por adelante, fue el segundo en salir. Cuando me veían el pie, les daba impresión, se desmayaban. Yo me lo acomodé para que no estuviera apoyado. Perdí la mitad del pie, se me desprendió. De repente empecé a sentir mucha sed y frío y creí que me desamayaba. Pero vi que abajo había gente filmando, gente en moto que nos había seguido y grabado. Ahí se me vino a la cabeza mi familia y pedí que le avisaran que estaba bien. Vino una ambulancia que nos seguía y nos llevó al hospital al Pato (Toranzo) y a mí.
— ¿Cómo fue la atención en el hospital de Venezuela?
— Tuve la mala suerte de que a mis viejos les avisaron que habíamos tenido un accidente, prendieron la tele y leyeron que Mendoza y Toranzo estaban graves. Imaginate lo que fue para ellos ver eso. Mientras me limpiaban el pie, una chica me dijo que ya le habían avisado a mi familia que estaba bien. No tenía tiempo ni para desmayarme porque empecé a escuchar “hay que amputar, hay que amputar”. Me quería relajar y no podía. Yo le pedía al kinesiólogo Leonel Prepotente que no me amputaran ahí. Era carnaval, había gente con pelucas y el hospital era un centro (médico). Estuve despierto hasta que me durmieron para operarme y el kinesiólogo me prometió que no me iban a amputar, ya habían firmado un consentimiento. Allá, lo primero que hacen cuando hay un hueso expuesto, es eso, para que no se infecte la herida. Yo no quería que me amputaran ahí; si me amputaban, que lo hicieran en Argentina. El médico Fernando Locaso estaba en Buenos Aires y, el que había viajado, Pedro Di Spagna, había sufrido una fisura en las vértebras. Gracias a Dios que a Leo no le pasó nada y nos pudo acompañar a mí y a Pato, porque no sé qué hubiera pasado si no.
— ¿Estaban en la misma sala con Toranzo?
— En un momento nos encontramos, él estaba muy shockeado. Yo estaba bastante bien, estaba muy feliz de estar vivo, pensé que me moría. Miraba por una ventana, veía el precipicio, miraba por la otra ventana y lo mismo. El micro se movía y yo pensaba “me voy a morir”, no había otra salida. Íbamos muy rápido, chocamos a 145 kilómetros por hora en un micro sin frenos. Fue un milagro lo que pasó. Siempre mantuve el humor, traté de no hacer preocupar a los de alrededor. Notaba que lo veían mal al Pato y yo tenía buen humor, hasta tiraba algún chiste como “bueno, pero clasificamos a la Copa”. Nos operaron y nos dijeron que teníamos 72 horas para volvernos y definir qué hacer en Argentina. Llegamos a la hora 54. A mí me habían dicho que tenía el codo fracturado y dislocado, me desperté con un yeso, y en realidad no tenía nada. Quería dormir, pero antes publiqué una foto en las redes para avisar que estaba bien. El mensaje me lo escribió el kinesiólogo, al que le pedí también que le escribiera por privado a mi hermano. Recién ahí pude dormir. Dormí 24 horas. Me desperté en Venezuela, no había anestesia, fueron 12 horas complicadas hasta llegar a Argentina. Cuando nos encontramos con el médico en Buenos Aires, Pato lo arrebató y le preguntó si le iban a amputar el pie. “No, quedate tranquilo que no”. Cuando le pregunté yo, me dijo “a vos te tengo que abrir y te tengo que ver”. Ahí pensé que me lo iban a cortar. Después tuve una charla bastante fuerte con Fernando Locaso, que me la guardo para mí, pero me dio tranquilidad. Me metí al quirófano sin saber cómo me iba a despertar. Fue loco porque cuando me desperté el médico estaba al lado mío y me dijo “tuviste suerte, no te lo cortamos”. Me dejó descubiertos los dedos del pie y me los vi. Todo lo que vino fue un regalo. Estaba vivo y no me habían amputado el pie. El momento más lindo fue cuando vi a mi familia y ellos vieron que estaba bien, que estaba ahí. Mi mamá casi se desmaya, mi hermano no lo podía creer.
— ¿Cómo fue la rehabilitación y los momentos posteriores a la llegada a Argentina? Ahí no imaginabas volver a jugar al fútbol, ¿no?
— Ahí fue todo lindo, me acuerdo de hacer notas, me llamaban y yo hablaba, me propuse disfrutar la vida al 100 por ciento. Era imposible la idea de volver al fútbol. Pasé por tres operaciones más, me pusieron injertos, estuve tres meses sin caminar hasta que volví al club. Cuando volví a caminar pensé “ah, voy a ver si puedo correr”. Fue paso a paso. Sacarme la zapatilla, la venda, curarme. Era medio tedioso y cansador. Te empezás a deprimir porque chupás todo lo que viviste y le mostrás felicidad a la gente, pero internamente tenés un montón de conflictos. A los tres o cuatro meses decís “che, me quedé sin el fútbol”. Ahí empezás a caer.
— ¿Tuviste contención del club, de tu familia y profesional para sobrellevar el momento?
— Tuve un momento fuerte, que lo hice público cuando pasó lo del Morro García y su depresión. Cuando empecé a caminar, tenía fascitis y edema óseo. Había vuelto a trotar y me pedían que fuera despacio. Tenía que usar una prótesis. Tuve una depresión bastante fuerte y empecé a tomar pastillas para dormir. Vivía en un piso 32, me asomaba por la ventana y no me daba vértigo. En un momento pensé en que necesitaba ayuda porque de media pastilla que me había recomendado el médico, en una semana ya me había terminado la tableta de 24. Fue fuerte. Logré salir solo, con la ayuda de mi familia. Un día eran las 10 de la mañana y tenía cinco pastillas en la mano para tomarme. Las tomaba con vino, agua o Coca. Por ahí pasaba dos días sin comer o comía dos porciones de pizza a las 9 de la mañana. Dije “no, es un montón, estoy en algo que no me gusta”. Empecé a buscar ayuda, pero para afuera siempre me mostré bien. Nunca fui triste a entrenar, nunca estuve enojado ni decaído. Enfocarme en el fútbol y el trabajó me ayudó a no pensar en tomarme una pastilla para dormir. Tras el accidente fueron tres meses muy buenos, que estaba vivo, disfrutaba y reafirmaba el valor de la vida, pero después fue un mes en el que ponía excusas de que me dolía el pie para no ir al club y me quedaba durmiendo. Fue terrible. Mandé a mi ex pareja a mi pueblo porque quería estar solo y me quedaba encerrado tres días seguidos. Por ahí ni bajaba, comía una tostada o no comía. Si no tenía pastillas, hacía venir a un kinesiólogo al que le pedía que me hiciera fisio, pero que también me trajera una pastilla que supuestamente me habían recomendado. Hoy viendo esto debe pensar que lo usé. Armaba mentiras. A mi familia le decía que iba al club, pero no iba. Hasta que un día hice el clic, me levanté, agarré las muletas y fui al club. Mi departamento era botellas, basura y dije basta. Hice cuatro turnos por día hasta que volví a jugar. A la mañana temprano, sesión de masajes, tratamiento, fisios y me inyectaban. Al campo, colchoneta y entrenar. Comía, dormía y me iba a la cámara hiperbárica. De ahí, con alguno de los dos kinesiólogos o al gimnasio a entrenar. Si tenía que irme hasta a Luján para hacer el tratamiento, lo hacía. Estaba enfocado. Eso me llevó a querer más y volver a jugar.
— Ahí sí empezó a tomar forma la idea de volver a jugar al fútbol...
— El mensaje era “recuperate para tener una buena calidad de vida, no para jugar”. Eduardo Domínguez me marcó, confiaba mucho en mí. Es un pibe muy tranquilo, no es de muchas palabras, pero cada cosa que me decía, me daba mucho aliento. Yo siempre estaba contento, pero cuando estaba triste, él se acercaba y me hablaba. No sé por qué. Me decía que estuviera tranquilo, me llevaba a jugar al fútbol tenis y yo no podía ni pisar. Me tiraban alguna patada, me sacaba un poco de ese papel de víctima en el que yo a veces me ponía. Yo decía “me duele, no quiero ir a jugar”, pero él me llevaba igual. Esa confianza que depositó en mí, me llevó a pensar en volver a debutar con él antes de que se fuera. La familia de Eduardo, Cocó, su mujer, se quedaban conmigo hasta la madrugada cuando estaba internado. A veces me pongo a pensar en el apoyo que recibí de la gente. Mi mamá me decía que dejara de sufrir, que no volviera a entrenar, que disfrutara de la vida. Honestamente pensé que me iba a retirar, pero hubo tratamientos nuevos, Pato Toranzo había vuelto a jugar y me empujaba mucho. Los dirigentes le preguntaban a Eduardo Domínguez por mí y él les pedía paciencia. A los 11 ó 12 meses volví a jugar por Copa Argentina. Entré a una cancha para que mi familia me viera. Fue cumplir otro sueño. En ese momento le agradecí a todo el mundo pero dije “ya está, no necesito más mensajes ni nada más”. Que no me mandaran más nada porque era para ponerme a llorar, ja.
— ¿Empezaste a pensar a qué te ibas a dedicar cuando dejaras de jugar al fútbol en ese momento?
— El accidente me cambió la vida para bien. Antes del accidente pensaba siempre a futuro: a dónde iba a jugar, qué iba a tener, qué me iba a comprar, dónde me iba a ir de vacaciones. Nunca nada estaba cerquita. Después del accidente fue todo el día a día, proyectos cortitos, planificar un sábado ir a ver a mi mamá, nomás. Al principio no tenía dolor porque usé plantillas, me ayudaron especialistas muy grosos que me acomodaron la pisada y tenía un botín personalizado. A la larga, empezó a desgastarse el pie y sentí molestias. Se formaban edemas. Cuando tenía 26, pensé que me iba a retirar a los 32. Tuve unos añitos para prepararme, ahorrar, planificar y armar mi futuro. En el medio tuve la suerte de conocer a la China (NdeR: la periodista Josefina Ansa), la mamá de mi futuro bebé, que me cambió la vida. Me dio vuelta porque es una persona que no se hace problema con nada. Me liberó de todos esos problemas que me hacía y me hizo reafirmar que tenía que vivir día a día. Me di cuenta que no la estaba pasando bien con el pie y me empecé a ocupar. Cuando terminó el contrato con Huracán, paré seis meses porque la estaba pasando mal. Otra operación igual no quería, se me formaron unos neuromas y pensé en intentarlo, demostrarme a mí mismo si era que estaba poniendo excusas para no volver o no podía de verdad. Me fui a España, donde no me conocen, porque no quería conseguir club acá por algún contacto de favor. Fue un desafío para los dos, estuvo bueno porque nos separamos y luchamos contra esa distancia. Pero cuando llegué allá, me di cuenta de que ya no disfrutaba del fútbol.
— ¿Ahí terminaste de aceptar la idea del retiro?
—Yo disfruto mucho del post fútbol. El viajar, la playa, los mates después de un entrenamiento. Empecé a sentir dolores cada vez más fuertes. Una vez escribí en un papel que si volvía a jugar después del accidente, era para disfrutarlo. Cuando no lo disfrutara más, no iba a jugar. Lo tengo todavía, en una billetera. Lo escribió mi hermano también. (NdeR: Diego pausa el relato y se emociona). La edad me jugaba en contra, porque muchos me ven con 30 años y me pedían un esfuerzo más. Pero ahora entendí cuando los grandes me decían “llega un momento en que te tenés que retirar porque te duele todo y no tenés tiempo de disfrutar con tus hijos y tu familia”. Me empezó a pasar eso. Me dolía mucho, no la pasaba bien y contaminaba todo lo que tenía a mi alrededor. Trataba mal a mi pareja, estaba lejos y no quería hacer una videollamada con mi mamá. Hablé con el club y me volví. La China, en vez de hacerse problema, me dijo que nos fuéramos de vacaciones. Y nos fuimos. Veníamos con la idea de ser padres y en ese viaje se dio. Por algo pasan las cosas en la vida.
— ¿No cambiarías el accidente y vivir el resto de tu vida con dolor por la carrera que tuviste y los sueños que cumpliste?
— Yo le doy mucho valor a todo lo que logré y viví. No cambiaría nada. Todo lo que viví con el fútbol fue algo que ni soñé. Veo videos de Julián Álvarez de chico diciendo que le gustaría levantar una Copa del Mundo y la levantó. Es algo increíble, hermoso. Pero mi sueño solamente era jugar con 50 mil personas en una cancha y lo pude cumplir. De ahí en más fue todo un regalo. Imaginate que vino el accidente y todo lo que me pasó. Soy un agradecido. No cambio nada, me cambió la vida para bien el accidente. Me hizo ser mejor persona. Me hizo conocer a las personas que conozco. Capaz que si no lo hubiera tenido, no me encontraba con gente tan buena de corazón. No tengo recuerdos de cruzarme con mala gente. Entonces no cambiaría nada. Hoy estoy tranquilo porque sé que nadie sufre con lo que vivo. Mis amigos y mi familia disfrutaban de verme jugar, sea cual fuera el resultado, pero en el último tiempo nunca había buenas noticias de mi lado.
— Vas a afrontar uno de los proyectos más grandes de tu vida que es ser padre. ¿Proyectás algo más para tu futuro? ¿Te ves ligado al fútbol?
— Me gusta el fútbol y tenía un proyecto con amigos de llegar a una edad para armar algo, pero me fui antes yo, ja. Están todos desparramados por ahí jugando, así que tengo que esperar. No voy mucho más allá. Voy a lo cortito y eso hoy es que voy a ser papá. Es el desafío más grande de mi vida porque fue otro de los sueños que tenía, formar una familia. Se me da justo en un momento en el que yo dejo algo que había soñado mucho. Siempre dije que quería ser papá y me preguntaban por qué no antes. No digo que estuviera mal tenerlo cuando jugaba al fútbol, pero creo que hoy tendré mucho más tiempo para disfrutar de mi hijo. Creo que internamente estaba esperando que se vaya el fútbol, porque a mí nunca me sobró nada y siempre tuve que exigirme de más, no tenía tiempo de nada. Voy a estar en el día a día, me encanta y me imagino en el rol de padre, lo sueño. Me gustan mucho estos mano a mano, me gustaría hacer charlas en las que los jugadores cuenten sus historias de vida, un poco más profundo, no tanto sobre lo deportivo. Voy a ayudar a la China con sus trabajos, tiene muchos eventos y acciones, por eso trato de darle una mano. ¡Y con el embarazo! Soy agradecido por todo lo que pasé y es hermoso lo que estoy viviendo. No puedo pedir mucho más.
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