Transitamos días de felices debates futboleros. La gloria alcanzada en Qatar ha logrado que hablemos de fútbol distendidos, sonrientes, satisfechos. Más de 21 millones de argentinos han experimentado por primera vez en sus vidas la sensación de orgullo que la selección nacional sembró en sus almas. Y cada una de esas imágenes habrán de perpetuarse en la memoria emocional de cada uno de nosotros.
Los mayores de 50 -algo más de 5 millones- sumaremos al jolgorio reciente, el inolvidable Mundial del 86´. Es así como Diego y Messi fundirán su arte de incomparable dimensión como duendes inequívocos de nuestros goces.
Y queda una última franja: la de quienes tenemos más de 70 –unos 3 millones y medio– que disfrutamos con el brillante logro del 78′. Un plantel con extraordinarios jugadores, pero ninguno que pudiera acercarse a Diego o a Lio pues Kempes –la figura más gravitante– poseía unos atributos técnicos diferentes; era un enorme realizador más no un creador.
Tras la dolorosa muerte de Pelé, ocurrida hace algo más de una semana, el universo futbolístico reavivó un debate tan apasionante como inútil: ¿quién fue el mejor de la historia? Y como cuya respuesta resulta de imposible unanimidad, la plurarización le da mayor sustento: “Bueno, ¿quiénes fueron los 5 mejores?”.
Resulta claro que jamás habrá acuerdo como para “decretar” a los 5 mejores jugadores de la historia por cuanto cualquier sistema tecnológico utilizado para una votación popular carecerá de una mínima ecuanimidad. Imaginemos por caso a un jugador chino destacado en alguna de las importantes ligas europeas. Si a ese jugador lo votara el 6% de la población de su país tendría más de 100 millones de adherentes en la propia consulta de la FIFA por Internet, con lo cual los Diego, los Messi, o los Pelé quedarían injustamente desplazados. Hoy mismo la revista inglesa Four Four Two utilizando ese método de votación espontanea nos da un ránking: 1-Lionel Messi, 2-Diego Maradona, 3-Cristiano Ronaldo, 4-Pelé, 5-Zinedine Zidane y 6-Johan Cruyff. Solo imaginar a Cristiano Ronaldo antes que a Pelé y a Zidane antes que a Cruyff, desafía los valores mínimos de una objetividad cuidada.
Es por ello que para abordar el tema de los mejores jugadores de fútbol de la historia se requieren dos cosas: a) conocer la historia por haberla vivido y b) conocer a sus protagonistas por haberlos disfrutado. Se trata de un concepto, no de una cifra. Es decir que hasta podría prescindirse de la estadística toda vez que las épocas han multiplicado la cantidad de partidos y trofeos en disputa. Hoy se juegan el 30 por ciento más de partidos por año que hace dos décadas –sólo en las ligas locales– a las que se agregan las fechas FIFA para amistosos, eliminatorias y torneos regionales. Un jugador que llega a una semi o a una final de Champions y además actúa en su selección estaría jugando cerca de 60 partidos por temporada lo que significaría 1 encuentro cada 5 días a lo largo de una temporada de 310 días. Más partidos jugados, mayores posibilidades de hacer goles, de aumentar presencias y de obtener trofeos. Tal situación derivará siempre en nuevos records.
Lo que resulta convincente, más allá de números y consultas por Internet, es saber quiénes fueron los paradigmas de este alucinante juego. Ello significa encontrar a los jugadores que trajeron cosas nuevas, que incorporaron estilos, que sembraron escuela, que produjeron desafíos en las generaciones siguientes para que miles de colegas se impusieran intentar lo sublime.
El caso más emblemático sobre el significante paradigma, lo ofreció el argentino Alfredo Di Stéfano. Su esplendor en el Real Madrid durante la década del 50′ aportó una nueva manera de jugar. No hablamos de títulos; habremos de omitir los más de 300 goles en casi 400 partidos, las 5 copas de Europa (hoy Champions), la Intercontinental, los 8 torneos de la Liga, 5 años goleador de España… Si Di Stefano fuera solo un símbolo de los números, también sería un grande entre los grandes.
Pero el haber creado una nueva manera de jugar reafirma aún más sus impresionantes logros. Alfredo –ex River Plate, Huracán y Millonarios de Colombia– llevó la revolución táctica que habrían de tomar como modelo los holandeses para crear “el fútbol total”, expresado en su “Naranja Mecánica”, en alusión al juego brillante de su selección nacional desde los 70′ y hasta la mitad de los 80′. Fue Don Alfredo quien modificó las posiciones estáticas en movimientos polivalentes en todo el campo de juego.
Su puesto era de delantero centro, pero al igual que Messi –por caso– bajaba a marcar a un adversario y si rescataba el balón ya sabía a quién habría de habilitar para pasar nuevamente al ataque y esperar una nueva devolución. Esto que hoy resulta tan normal no lo era hasta que Di Stefano lo impuso con un despliegue físico inigualable. Un ejemplo de ello podría ser el arranque de la jugada del gol de Diego a los ingleses en el 86′. ¿Qué hacía en su campo, tan lejos del arco contrario, al momento del pase de Enrique? Pues esto que hoy resulta tan normal, tan visual, no lo era en el futbol de cualquier país del mundo. Los wines eran extremos que jugaban pegados a la raya; el 10 era el armador, el 5 ordenaba la media cancha, el 8 era un “peón de brega”, el único que bajaba hasta la línea de sus medios y jugaba el balón hacia un delantero –un 9, por ejemplo– que se metía en el área esperando el centro de los punteros o el pase bombeado. Y obviamente los defensores ni se movían de sus parcelas para marcar. Fue Alfredo quien revolucionó la táctica en el futbol. Por tales méritos la FIFA le otorgó 2 Balon de Oro, 1 de Plata y algo que aún nadie obtuvo y que seguramente algún día ganará Messi: el Súper Balón de Oro en 1989, imponiéndose a Cruyff y Platini en la votación realizada por la revista France Football a jugadores, entrenadores y periodistas de todo el mundo.
Más aún: la FIFA lo consagró como el Mejor Jugador del Siglo 20, un criterio que había surgido de la Federación Internacional de Historia y Estadistica del Futbol y que jamás fue discutido o cuestionado. Es esa misma Federación que hoy reconoce a Messi –22 años después– como el mejor de todos los tiempos. Y que naturalmente sostiene a Diego y a Pelé en el “top five” de la historia.
La diferencia entre el paradigma y el excelente jugador lo marca su aporte al juego, aquello nuevo, improntas creadas por él que dejarán marcado el hito para que otros lo ensayen y lo logren. Luego el tiempo se encargará de ir encadenando las sucesiones. Di Stefano, Pelé, Diego y Messi fueron espejos para niños y adolescentes que en el país del planeta que fuere, soñaron con poder realizarlas. Por cierto que no resultará fácil cabecear en tu área un córner de los contrarios y organizar un contragolpe que habrá de terminar con otro cabezazo pero al arco de enfrente como lo hacia Alfredo. Tampoco lo será marcar un gol como el de Diego a los ingleses –el más bello de la historia– o cualquiera de Messi. Y es necesario poner en este lote de prodigios a Pelé que a los 17 ya los hacía de cualquier manera: amortiguación con el pecho, caída controlada del balón picando, doble sombrero a dos defensores en el área y remate cruzado al palo más lejano. Todos ellos, además, podrían convertir de cualquier forma: tiro libre, cabezazo, después de una pared simple o doble, entrando por la derecha o por la izquierda y si fuera necesario, hasta de rebote cual simple nueve de área…
Este tipo de jugadores que tienen el mapa del partido en la cabeza y la resolución de la jugada antes que el balón les llegare potencian a sus compañeros; estos al cabo de un torneo son mejores, rinden más, maximizan su eficiencia. Y es ello lo que diferencia al gran jugador del jugador paradigma. Podríamos expresar varios ejemplos, pero veamos uno reciente: Messi jugó para Argentina; los jugadores franceses jugaron para Mbappé. En el equipo francés había que buscar a Mbappé para que hiciera los goles – y vaya si los hizo ese tremendo goleador–, en Argentina en cambio la magia de Messi y su prodigalidad habrían de encontrar el cierre de la jugada con cualquiera de sus compañeros: Di María, Julián Álvarez, Molina, Mac Allister, Enzo Fernández. El crack hace goles, el distinto los hace y los hace hacer… Y en este sentido por más vueltas que le demos entre los mejores cinco de la historia del fútbol mundial siempre habrá tres argentinos: Alfredo, Diego y Messi en riguroso orden cronológico. Póngalos usted en el orden que prefiera. Y junto a ellos, Pelé. Qué maravilla…
Adviértase que Europa invierte, estudia, perfecciona su organización, maximiza sus recursos económicos, contrata reclutadores que eligen niños y adolescentes en América del Sur, del Centro y del Norte; en África y en Asia. Cada vez los llevan de más chicos para formarlos en sus propias entrañas hasta que quedan o buscan otro destino. Sin embargo, cuatro de los cinco mejores de los últimos 80 años surgieron de potreros cual flores silvestres sin más explicación que el prodigio con el cual Dios los bendijo.
Benditos sean los clubes de nuestras tierras en cuyas canchitas nacen y sueñan los cracks de mañana…
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