Los laberintos de la relación entre Pelé y Maradona: de la crítica del brasileño que provocó la primera grieta a la entrega de premios más incómoda

Se conocieron cuando Diego era muy joven. Al principio todo fue cordial pero cuando Maradona empezó a destacar, las peleas a través de los medios comenzaron a ser virulentas. La historia de una relación amor odio que atravesó décadas

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Uno de los últimos encuentros
Uno de los últimos encuentros entre las leyendas, en 2016 (REUTERS/Charles Platiau)

Pelé tiene una camisa blanca, casi una guayabera, y una sonrisa amplia. Toca la guitarra. Diego lo mira riendo. Tiene rulos, una remera celeste Puma y 18 años.

Era el 9 de abril de 1979 y fue el primer encuentro entre ambos. Pelé era una gloria, el mejor jugador de la historia sin que nadie pudiera poner en riesgo su lugar en la cima del deporte más popular del mundo. Diego era demasiado joven y en ese tiempo la información corría lenta o directamente no circulaba. No se veían los partidos de otros países. Y Pelé ya había visto pasar cientos de jóvenes a los que la prensa o los hinchas entusiasmados habían llamado el Nuevo Pelé o el Pelé Blanco. Esa mañana había algo condescendiente en su actitud. En el fondo debía estar convencido de que ese chico con sonrisa franca y retacón tampoco sería el Nuevo Pelé. No pudo imaginar, nadie sin haberlo visto jugar podría haberlo, lo que podía hacer Diego. El genio de Maradona era inimaginable.

El domingo a la tarde se había jugado la fecha del Metropolitano (eran tiempos en que toda la fecha se jugaba el mismo día a la misma hora: a la cancha se iba los domingos). Argentinos Juniors le había ganado 3 a 1 a Huracán. Apenas terminó el partido, la revista El Gráfico tenía preparados dos remises en la puerta del estadio para que llevaran a Diego, a sus acompañantes y a los periodistas al aeropuerto de Ezeiza. Tenían menos de una hora para abordar el vuelo cuyo destino final era Londres y que antes hacía escala en Río de Janeiro.

Superando límites de velocidad y escoltados por motos policiales, consiguieron el objetivo. Diego Maradona y Pelé se encontrarían personalmente por primera vez.

Era una típica producción de El Gráfico, la revista deportiva argentina que en 1979 cumplía 60 años y con su poder e influencia podía conseguir lo que quisiera. Envió a Guillermo Blanco, uno de sus redactores, y a Ricardo Alfieri (padre), una leyenda del fotoperiodismo deportivo, ya mayor para estas corridas, pero que viajaba porque tenía una gran relación con el astro brasileño. Maradona fue acompañado, como siempre en esos años, por su representante y amigo de la infancia, Jorge Cysterszpiler –tenía apenas 20 años- y por Don Diego, su padre, que abandonando su discreción natural se dejó convencer por su hijo para que lo acompañara, así podía conocer a su ídolo futbolístico: un hombre que había trabajado toda su vida, con ocho hijos y muchas necesidades, empezaba a tener una vida holgada y darse algún gusto gracias al talento descomunal de su hijo.

“Pero qué sacrificio haber viajado justo después de haber jugado el domingo, sólo para verme a mí. No valía la pena. Te hubieras quedado descansando”, le dijo Pelé, con una modestia que todos sabemos falsa. Estaba honrado de que vinieran a rendirle pleitesía. Eso demostraba que seguía vigente, que seguía siendo El Rey.

El encuentro fue (muy) breve. Pelé tenía que viajar a Santos a firmar papeles legales y presentaciones impositivas. Diego le expresó su admiración y su amor, le dijo que no se disculpara, que él se conformaba con verlo unos minutos y le agradeció su disposición. “Yo sabía que era un dios como jugador. Ahora sé que lo es como persona también. Por algo es Pelé”, dijo Diego después del encuentro mientras volvía al país y reconoció que cuando lo vio acercarse a él, le temblaron las piernas.

La nota salió a la semana siguiente, aunque no ocupó toda la tapa –solo un triángulo en la parte inferior izquierda- porque el fin de semana, Víctor Galíndez había recuperado el título del mundo. Incluía también algunos de consejos de Pelé para Maradona: que cuidara el cuerpo, sobre el cumplimiento de los contratos y que nunca se creyera el mejor de todos porque ese día dejaría de serlo.

Esa relación que empezó de manera cordial se resquebrajó con el correr de los años y con las nuevas hazañas de Diego.

Aunque hoy sorprenda, el primero en criticar públicamente al otro fue el brasileño. Siempre amable, diplomático y hasta exagerando una vocación ecuménica, las opiniones de Pelé se endurecían cuando se refería a otros jugadores, en especial a los muy buenos, a los que podían hacerle sombra.

Durante el Mundial 82, Pelé fue, como en Argentina 78, columnista de Clarín. Criticó con dureza a Maradona tras la eliminación del equipo de Menotti con expulsión incluida por un planchazo. A Diego no le gustó y dijo que Pelé tenía que hablar un poco menos y, por si hiciera falta, le recordó que hacía varios años que estaba retirado: un argumento letal. Pelé reaccionó con enojo. Era lo peor que podría haber hecho porque Diego descubrió ahí un flanco débil: cada vez que se pelearon en el futuro y mientras Maradona fue jugador, Diego le decía que “volviera al museo”. Entendía que los que más le dolía a Pelé no eran las discrepancias, ni los agravios. Lo que le dolía era ya no poder jugar.

La guerra se desató definitivamente en el siguiente Mundial. El brasileño, en la previa, menospreció todo lo que pudo a Diego. Afirmó que Platini, Rummenigge y Zico eran superiores a él. Hasta lo comparó con Sócrates. Pero casi contradiciéndose, agregaba que ese era el Mundial en el que Maradona tenía que demostrar que era el mejor del mundo, que no iba a tener otra oportunidad. Le respuesta de Diego en la cancha fue contundente, desarmó vitaliciamente cualquier discusión.

Antes del inicio de campeonato y durante los primeros partidos, Diego tuvo que contestar en cada conferencia de prensa sobre la comparación con Pelé y sobre las expectativas desmesuradas sobre su rendimiento. “Pelé hay uno solo. Los demás venimos atrás”, decía Maradona. Eso demuestra lo concentrado que estaba en su objetivo porque privilegió la paz, la moderación en sus dichos, que las peleas dialécticas en las que solía prenderse. Mientras el mundo esperaba el inicio de México 86 hubo otro cruce mediático. Todavía, Diego era el menos enfático. Pelé, con 45 años y casi una década de retirado, se propuso para llevar la 10 de su selección. Maradona, sin su conocida virulencia, dijo que no era una buena idea y se opuso al regreso a las canchas. Pelé se lo reprochó. Diego entonces, subiendo la temperatura, lo mandó al psicólogo. Como réplica Pelé le recordó que “el de España, el primer Mundial para Maradona fue un desastre personal para un joven inmaduro”.

La visita de O Rei
La visita de O Rei al programa La Noche del Diez (EFE/Archivo)

Pero en México, cada partido que pasaba, las aspiraciones de Maradona para convertirse en el mejor de la historia (al menos del Siglo XX) crecían exponencialmente. Tras el partido con Inglaterra, Valdano en las duchas, le dijo a su compañero: “Ahora sí, después de hoy, ya nadie lo puedo discutir: estás en el mismo lugar que Pelé”.

Una hipótesis: Diego apareció demasiado cerca del retiro de Pelé. El brasileño dejó de jugar en el 77 mientras que el astro argentino debutó en 1976. Pelé no tuvo tiempo de procesar su retiro, de acostumbrarse a no recibir ovaciones cada domingo, a no hacer goles que ganaran partidos, a batir récords, y ya tenía un serio contendiente a su trono que parecía inexpugnable. Su imperio destinado a durar mil años, tambaleaba. Diego era una amenaza real y Pelé, todavía joven y pletórico, pero retirado, ya no podía hacer nada contra eso. Lo único que le había quedado, alguien amenazaba con quitárselo.

El verdadero problema no fueron las cosas que se dijeron públicamente, los triunfos de uno o de otro, las rencillas personales. El verdadero problema es que Pelé sintió que Diego lo quería hacer abdicar a la fuerza. Y que Diego pensaba que Pelé usurpaba lo que era de él. En la cima el espacio es demasiado estrecho. Solo hay lugar para uno.

Después del título del mundo en México y de la demostración de genio y personalidad de Maradona, los enfrentamientos fueron permanentes. El tono cada vez era más violento. Maradona se refería al brasileño ya no como O Rei, como al principio. Le decía, El Negro o El Grone, sin que nadie lo censurara –eran otros tiempos-. Esos ataques verbales también incurrieron en la homofobia. A partir de 1987, cada vez que se pelearon a través de los medios, Maradona apeló a uno de sus caballitos de batalla: traer a la memoria el debut sexual de Pelé (que el brasileño había contado en una entrevista en la revista Playboy). Las variaciones fueron varias, el desprecio el mismo: “Pelé es homosexual”, “El Grone debutó con un pibe”, “¿Pelé se sigue cogiendo pibes?”, “Cuando él reconozca que debutó con un chico, yo cuento si me sigo drogando o no”.

Cada tanto, en algún momento bajo del otro, uno de los dos mostraba empatía hacia el otro. Pelé fue el que dio el primer paso en ese sentido en medio de una de las internaciones de Maradona. Un poco de piedad.

La gran pelea llegó en el cambio de milenio. La FIFA lanzó una encuesta mundial online para elegir al mejor de la historia. Diego arrasó. La diferencia de votos fue enorme, más de 50.000. La FIFA organizó otro galardón: haría votar a periodistas y exjugadores. Así en su gala de fin de milenio podía equilibrar y premiar a ambos. Diego se enojó por el cambio de reglas pero aceptó con orgullo su galardón.

Alguna vez Guillermo Coppola contó, con su extraordinario talento para la narración, una anécdota que muestra la tensa relación entre ambos y lo que estaba en disputa. Le habían otorgado otro premio a Diego en Italia. Se lo entregaría Pelé. Era un reconocimiento al nuevo rey del fútbol. Un monarca le entregaba el galardón a otro. La fiesta era en Milán. A Maradona y A Pelé los alojaron en el mismo hotel, el más lujoso de la ciudad en las dos mejores habitaciones disponibles. En el momento de bajar a hacerse las fotos promocionales, los dos cracks estaban preparados en su habitación pero ninguno de los dos quería ser el primero en hacerlo. Los representantes debieron coordinar que se encontraran en el ascensor y bajaran juntos para no herir susceptibilidades. Ya en la ceremonia, Diego se molestó porque Pelé ocupaba la primera fila y él la segunda. Coppola le explicó que el otro debía levantarse antes para darle a él el reconocimiento y que era la única manera en que el director de cámaras podía tener a los dos en el mismo plano. En el momento de estar frente al público, en el escenario, esa guerra fría se evaporó y se dispensaron elogios enfáticos y abrazos afectuosos. Maradona hasta le devolvió el premio a Pelé y le dijo que se lo merecía él. El brasileño rechazó el gesto y lo agradeció. Cuando bajó del escenario, Coppola le preguntó a Diego por qué había hecho eso: “¿Vos creés que él se hubiera quedado con un trofeo que tiene mi nombre así de grande? No había chances”, dijo sonriendo con picardía.

Hubo momentos de calma, típicos de los amores y odios pendulares de Diego. En uno de los regresos de Diego al fútbol, Pelé lo invitó a jugar al Santos. Diego le agradeció y dijo que la propuesta había sido generosa y seria. Apenas sucedía algo que no le gustaba, Maradona acusaba al brasileño de lacayo del poder, le recordaba su cercanía a Havelange y la mentalidad mercantilista que lo dominaba, o afirmaba que él nunca hubiera podido jugar con Pelé porque nunca había sido un buen compañero. “Prefiero estar arruinado por la droga que pasar por Diputados a declarar porque me acusan de corrupción como le pasa a Pelé”, dijo alguna vez que Pelé recordó con sorna sus problemas con las adicciones.

Aún en esos buenos momentos, Pelé y Maradona se tiraban hábiles y gentiles dardos. El brasileño después de la muerte de Maradona y tras un posteo cariñoso en sus redes, dijo que ellos se hacían bromas siempre. “Yo por ejemplo lo cargaba con que él hacía goles de zurda y yo podía hacerlos también de derecha y con la cabeza”, enmascarando las trencillas añejas en una supuesta broma.

El último gran encuentro se dio en 2005. Diego se había recuperado de otra de las ocasiones en los que la adicción lo había tenido al borde la muerte y comenzaba un programa de televisión, La Noche del 10. Era un show con una producción enorme que batió récords de rating. Maradona estaba en gran forma física y muy lúcido. Cantó la canción de Rodrigo pero en primera persona, recibió invitados como Ricardo Darín y Gaby Sabatini y para el final de ese gran regreso el plato fuerte: una charla mano a mano con Pelé. Fue un gran momento televisivo. Diego fue un anfitrión cariñoso y generoso, abandonó el tono pugilístico y hasta injurioso que había dominado sus diálogos a la distancia con Pelé.

Aquel primer encuentro, con la
Aquel primer encuentro, con la revista El Gráfico como puente

Cuando los productores del programa fueron a cerrar las negociaciones a Brasil, Pelé dudaba en aceptar. La oferta económica era muy tentadora, pero él no quería pasar un mal momento. No quería que hubiera enfrentamientos ni discusiones, temía una emboscada. Para convencerlo, en medio de la reunión, los productores llamaron a Maradona para que él mismo, lo invitara. “Hola Negro querido. ¿Vas a venir? Te quiero ver”, le dijo. A partir de ese momento conversaron con soltura y alegría. Diego le hizo bromas y le brindó seguridad a su perpetuo adversario.

Después de una larga charla al aire, en la que Pelé, como en aquel primer encuentro, volvió a tocar la guitarra para Diego, terminaron con un coca-cola, pasándose la pelota con la cabeza sin que se cayera. Jugaron al cabeza, a la pelota, como dos chicos, algo que nunca dejaron de ser.

En 2018 se vieron por última vez. Era un acto promocional de una importante marca de relojes. Ese día en Suiza, ninguno de los dos se dio cuenta de que el sonidista ya había abierto sus micrófonos, y se los escuchó hablar en voz baja. Ambos coincidían: criticaban a Messi, decían que no tenía personalidad para liderar un equipo.

Ya en ese tiempo se llevaban mejor. No era por los problemas de salud de Diego ni por la edad avanzado de O’Rei. Habían encontrado en Messi un enemigo común. O, en realidad, un par. Por fin había llegado alguien que estaba a su altura. Alguien a quien ellos, en la intimidad, respetaban y al que temían: era el que, finalmente, podía superarlos. Era un par. Un nuevo superhéroe con botines. Pero la diferencia de Messi con ellos es que su gloria fue vista en directo por todo el mundo, de su millar de partidos sólo nos perdimos un pequeño puñado.

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