El primer contacto de la selección argentina campeona del mundo con el público fue decididamente impactante. Con el trofeo en sus manos tras 36 años de sequía, Lionel Messi y compañía pisaron territorio albiceleste rodeados por una marea humana, que los llevó a demorar una hora y 15 minutos desandar el trayecto de seis kilómetros entre el Aeropuerto de Ezeiza y el predio.
Las sorpresas comenzaron en el aeropuerto, con la alfombra roja junto al avión y La Mosca cantando en vivo el “Muchachos” que se convirtió en himno en Qatar. El capitán, portando el galardón, fue el primero en asomarse de la aeronave junto al técnico Lionel Scaloni. Al ver tamaño montaje, sonrió y atinó a decir “qué hago”. Decidió ser natural y alzó el trofeo con una sonrisa enorme para ganarse la primera gran ovación.
En los gestos del cuerpo técnico se puede adivinar la explicación de la mística del grupo. Dicho quedó, el Gringo fue de los primeros en descender. Pero enseguida se frenó y aguardó por el paso del resto. Y cerraron la fila Walter Samuel y Pablo Aimar, vitales ayudantes de campo, pero de perfil subterráneo, incluso ante un logro de dimensión planetaria.
¿Quién fue el dueño del bombo? Lautaro Martínez fue quien descendió con el instrumento, marcando el ritmo. Todos acompañaron con la letra la canción de la banda de Ramallo que musicalizó la gesta en el Mundial, con Messi en primer plano. Rodrigo de Paul le advirtió que los artistas estaban en vivo, una grata sorpresa, de las tantas que le tenía preparado el desembarco.
Un cable inoportuno y una distracción casi empaña la fiesta ya en el viaje del micro, pero por suerte los referentes lograron sortearlo (aunque Leandro Paredes perdió la gorra). El operativo de seguridad, que pretendió conformar una cápsula para que el vehículo no tuviera dificultades para avanzar, se vio desbordado. Y el público, a puro fervor, terminó acompañando a paso de hombre el recorrido. Allí, la interacción de los hinchas con los jugadores fue casi cara a cara. Volaron camisetas, osos y distintos souvenires. Y los cánticos se hicieron uno, amalgamando la pasión.
Hubo fuegos artificiales en continuado. En el camino, aportados por los fanáticos. Y ya en el complejo-hogar de la Albiceleste, gentileza de la AFA, con explosión de papelitos y juegos de luces que iluminaron una noche de por sí luminosa.
Y, si bien la Copa del Mundo nunca abandonó el bus, otra, de tamaño monstruo, casi estaciona en la planta alta sin techo. Es que la réplica gigante se hallaba suspendida por una grúa desde temprano, un homenaje para los campeones. Claro, quedó en el camino del micro, que pasó justo pordebajo. Eso sí, los ídolos, con Rodrigo de Paul como punta de lanza, se dieron el gusto de tocarla.
Abundaron las emociones en este primer capítulo de los festejos, luego de que la delegación llegase al país pasadas las 2 AM. A mediodía, la gran caravana, que promete multiplicar con mil lo vivido en el recibimiento.
Seguir leyendo: