Análisis de Francia, rival de la Argentina en la final del Mundial: cómo juega la selección que defiende el título de campeón

El equipo de Didier Deschamps, capitán en la conquista de 1998 y técnico de Les Bleus desde hace una década, ha tenido que lidiar con varias lesiones que afectaron a su funcionamiento pero aspira a convertirse en el primer bicampeón en 60 años

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Francia es el rival de la Argentina en la final del Mundial de Qatar 2022 (REUTERS/Molly Darlington)
Francia es el rival de la Argentina en la final del Mundial de Qatar 2022 (REUTERS/Molly Darlington)

Hace poco más de cuatro años, cuando sonó el pitazo final en el Estadio Luzhniki de Moscú, el marcador de la final de la Copa Mundial de la FIFA de Rusia 2018 confirmó lo inevitable. Por segunda vez en 20 años, la selección de Francia era campeona del mundo. De principio a fin, habían sido los favoritos a ganar el torneo. Su partido más complicado lo tuvieron en los octavos de final, donde vencieron por 4-3 a la desorientada Argentina de Jorge Sampaoli, que dio batalla con más vergüenza deportiva que argumentos futbolísticos. La victoria sobre Croacia en la final no fue sorpresiva como aquel triunfo ante Brasil en París en 1998 para sumar su primera estrella o la caída por penales sobre Italia en la final de Alemania 2006 que evitó una nueva conquista. Didier Deschamps –capitán que alzó el primer trofeo– como seleccionador desde 2012, el combinado nacional galo había sido había sido eliminado por Alemania en los cuartos de final en Brasil 2014 y quedado subcampeón en la Eurocopa 2016, dos torneos que construyeron el núcleo de jugadores que alcanzó la gloria en Rusia con el gran aporte de un Kylian Mbappé que había debutado a nivel internacional tan solo un año antes. El futuro lucía brillante para Les Bleus, que profundizaron su nómina de jugadores en el proceso y alcanzaron la final de Qatar: este domingo, en el Lusail Stadium de Doha, Francia será el rival de la selección argentina e intentará revalidar el título de campeón en la Copa del Mundo.

Estuvieron presentes en los Mundiales desde siempre. Fueron parte de la primera edición en 1930 y con la clasificación a Qatar han concretado su decimosexta participación en la gran fiesta del fútbol, siendo una de las selecciones con más apariciones en este certamen solo por debajo de equipos como lo son Brasil (21), Alemania (19), Italia (18) y Argentina (17). Poco a poco, los exquisitos futbolistas forjados en su territorio empezaron a darle un peso específico dentro de la competición pero sin alcanzar la gloria. Llegó el 3° puesto de Suecia ‘58, con las brillantes actuaciones del trío atacante formado por Raymond Kopa, Roger Piantoni y Just Fontaine, autor de 13 goles en esa cita. Tras un declive en las década de los ‘60 y ‘70, volvieron alcanzar el podio en México ‘86 siendo candidatos al título, con Michel Platini como máxima estrellas, imponiéndose a Italia y Brasil antes de caer ante Alemania en las semifinales. Tras el fiasco en clasificación para los Mundiales de 1990 y 1994, Francia regresó como organizador y campeón en 1998. Liderados por Zinedine Zidane y con Didier Deschamps como capitán, el combinado galo conquistó por primera vez ese trofeo que volvió recién a levantar dos décadas después en Rusia con Deschamps en el rol de director técnico. La generación del ‘98 había ilusionado al país con convertirse en una dinastía pero no fue posible. Zidane tenía 25 años, Patrick Vieira tenía 21, y Thierry Henry solamente 20. Todos jugadores franceses con ascendencia africana, una tendencia que se profundizó cada vez más con el correr de los años pese a generar varias polémicas políticas y sociales. Ellos fueron los responsables de la eliminación en primera ronda en Corea-Japón 2002 pero también parte de la columna vertebral que los llevó de vuelta a la final en Alemania 2006, donde Italia se quedó con el trofeo por penales.

Años más tarde, Deschamps hizo su regreso a la selección de Francia como entrenador. Fue una semana después de la eliminación ante España en la Eurocopa 2012 y de cara a las Eliminatorias del Mundial 2014, en reemplazo de su ex compañero Laurent Blanc. Llevar al AS Mónaco a ser subcampeón de la Champions League de 2003/04 –perdió la final con el Porto de José Mourinho–, ser campeón de la Serie B con la Juventus que había sido condenado al descenso tras un escándalo de corrupción arbitral y darle al Olympique Marsella su primer título de Ligue 1 en 18 años, eran sus pergaminos previos. Se había destacado por ser un DT de mentalidad ganadora, un rasgo característico de su etapa de jugador que trasladó a su modelo de gestión.

Didier Deschamps, actual seleccionador de Francia, ya fue campeón del mundo como jugador (1998) y como técnico (2018).
Didier Deschamps, actual seleccionador de Francia, ya fue campeón del mundo como jugador (1998) y como técnico (2018).

Se hizo cargo de un grupo de jugadores bien establecidos como Hugo Lloris, Blaise Matuidi, Olivier Giroud y Karim Benzema. Y paulatinamente pudo incorporar a jóvenes talentos. Primero, fueron Raphaël Varane, Antoine Griezmann y Paul Pogba, debutantes en la nómina para la Copa del Mundo 2014, a donde accedieron desde un repechaje pero luego alcanzaron los cuartos de final. Y el siguiente proceso no hizo más que sumar mucha más frescura, con una oleada de jugadores de gran proyección como Benjamin Pavard, Corentin Tolisso, Lucas Hernandez y Ousmane Dembélé, por nombrar algunos. Aunque la gran joya de Deschamps en la conquista de la corona en Rusia fue Kylian Mbappé, un jovencito oriundo de Bondy, a las afueras de París, el máximo exponente de una camada proveniente de los campos de fútbol de los barrios marginales franceses. Con solamente 19 años, Mbappé fue uno de los grandes artífices de la conquista del trofeo en 2018, aportando cuatro goles, incluído un doblete en el vertiginoso partido de octavos de final contra la Argentina. Francia perdía 1-2 pero pasó a ganarlo 4-2 por una volea magistral de Pavard y un furioso sprint de Mbappé que agarró desarmada a la defensa argentina.

A sus 23 años, tras haber plantado al Real Madrid para firmar un jugoso contrato con el Paris Saint Germain hasta junio de 2025, Kiki ha cambiado de banda –pasó del extremo derecho al izquierdo– para ser aún más determinante de lo que era antes y ha conducido a Francia hacia una nueva final. Afortunadamente para el entrenador, se ha mantenido sano en un plantel que sufrió una infinidad de contratiempos antes y durante la Copa del Mundo en el país árabe. N’Golo Kante y Paul Pogba se lesionaron en la previa y el mediocampo francés se quedó sin su doble pivote titular de Rusia 2018. Otra muy baja sensible fue la de Karim Benzema, quien había sido separado de la selección en 2015 por quedar envuelto en una escándalo extradeportivo con su ex compañero Mathieu Valbuena y regresó a las convocatorias el año pasado, pero en los primeros entrenamientos en Doha sufrió un desgarro en el isquiotibial. Benzema se perfilaba para ser titular, incluso Didier Deschamps había probado como variantes tácticas el 3-4-1-2 y el 4-4-2 durante las Eliminatorias y la UEFA Nations League 2022/23 para sacarle el mayor provecho, pero sin él decidió finalmente apostar por un 4-2-3-1 asimétrico y flexible muy similar al que había usado cuatro años atrás para afrontar su debut mundialista ante Australia, donde el lateral izquierdo Lucas Hernández sufrió una rotura de ligamento cruzado en su rodilla derecha para sumar un nuevo titular caído en desgracia.

En fase defensiva, Francia elige compactar sus líneas y defender mayormente en su propio campo para maquillar algunas fragilidades que hicieron que el arquero Hugo Lloris –firme bajo los tres palos pero muy inestable con el balón en los pies– recibiera goles en todos los partidos de esta Copa del Mundo excepto en las semifinales ante Marruecos. Su línea defensiva cambió mucho con respecto a la última experiencia mundialista, ya que solamente Raphaël Varane –quien regresó a tiempo de una lesión– ha logrado sostenerse después de la lesión de Lucas Hernández. El lateral derecho ahora es ocupado por Jules Koundé, un jugador que naturalmente juega de zaguero central por lo que no tiene demasiada proyección. La pareja de Varane puede ser Dayot Upamecano o Ibrahim Konaté, de rendimientos un poco más inestables que los que tenía Samuel Umtiti en Rusia. La falta de agudeza de los centrales franceses en este Mundial ha sido evidente, lo que podría explicar su constante intención de reducir los espacios cuando no tienen la posesión.

Antoine Griezmann, Kylian Mbappé y Olivier Giroud son las principales figuras de Francia (REUTERS/Lee Smith)
Antoine Griezmann, Kylian Mbappé y Olivier Giroud son las principales figuras de Francia (REUTERS/Lee Smith)

Olivier Giroud y Antoine Griezmann establecen la primera línea de presión en su propio territorio o cerca del círculo central: le dan libertad a los defensores centrales rivales para conducir y ejecutar, ya que su función principal es cubrir a los mediocentros para anular cualquier opción de pase en la zona central. Griezmann es quien más se retrasa para ubicarse como interior derecho, se ha convertido en un jugador todoterreno, que puede retroceder hasta el primer tercio para apoyar al volante defensivo Aurélien Tchouaméni, recibiendo la colaboración del extremo derecho Ousmane Dembélé; ambos atacantes tienen un papel más defensivo que Giroud y Mbappé, que están más predispuestos para lanzarse a la contra. Esto implica que Francia deja su costado izquierdo un poco más desprotegido. Adrien Rabiot, reemplazante de Pogba con respecto a 2018, hace un gran despliegue para cubrir todo ese terreno y apoyar al lateral izquierdo Theo Hernandez (reemplazante de su hermano Lucas).

Rabiot y Tchouaméni han formado un buen tándem en la zona medular, con buena lectura y ubicación para bloquear el juego interno de sus rivales e interrumpir los circuitos de pases en su zona pero el sector izquierdo podría considerarse su talón de aquiles. No obstante, esta fragilidad de Francia ha servido como una especie de anzuelo para explotar su mayor potencial en la fase ofensiva porque gestionan bien la posesión y son muy peligrosos al contraataque. Cuando los laterales rivales han ganado metros para generar superioridades en ataque y abusaron de su postura ofensiva, Kylian Mbappé ha tenido espacios para explotar su velocidad a campo abierto. A veces regresa para sumarse al repliegue del equipo, pero siempre con cierta distancia del bloque y dispuesto a sacar provecho de su letalidad en la transiciones defensa-ataque.

Cuando el equipo de Didier Deschamps tiene la pelota, pese a que abundan los recursos para hacer daño a sus oponentes, los ataques suelen tener a Mbappé como opción predilecta. Sin embargo, si tiene que construir el juego desde atrás, forman una especie de 3-3-4 o 3-2-5: con Koundé, Varane y Upamecano en la base de la jugada, el trío Griezmann-Tchouaméni-Rabiot en la mitad del campo, Theo Hernandez dando la amplitud por la izquierda y Dembélé por la derecha, con Giroud y Mbappé en el centro del ataque. Eventualmente, Griezmann empuja hacia adelante para asociarse con Dembélé pero ha cumplido más un rol de interior. Es más Grizou (apodo que lo compara con Zidane) que nunca: detecta los espacios libres, toma el papel de organizador, influye a diferentes alturas y aprovecha su creatividad para generar conexiones con Giroud en corto o Mbappé en largo. Y por más que la selección de Francia puede generar buenas secuencias de pases y tenga un alto porcentaje de posesión en este torneo (%53), es realmente en los contraataques donde más daño hicieron a sus rivales de este Mundial. Además, han contado con una versión mejorada de Olivier Giroud, quien no había convertido goles en Rusia pero en Qatar lleva cuatro anotaciones (más dos asistencias) y superó a Thierry Henry como el máximo artillero de la historia de Les Blues (53 goles).

Francia terminó como líder del Grupo D tras imponerse ante Australia (4-1) y Dinamarca (2-1) en las primeras jornadas de la fase de grupos; aunque luego perdió contra Túnez (0-1) en un partido donde Deschamps aprovechó para poner una formación alternativa. En la fase de eliminación directa, superaron sin problemas a Polonia (3-1) en los octavos de final y consiguieron una victoria más ajustada ante Inglaterra (2-1) en los cuartos, para luego imponerse a Marruecos (2-0).

Kylian Mbappé es la carta ganadora que tiene Didier Deschamps (AP Foto/Natacha Pisarenko)
Kylian Mbappé es la carta ganadora que tiene Didier Deschamps (AP Foto/Natacha Pisarenko)

El verdadero escollo para todos sus oponentes ha sido el marcaje a Kylian Mbappé, un futbolista que ha mejorado sus números con respecto a la edición anterior –lleva 5 goles, uno más que en 2018– y ha adquirido otra dimensión porque es capaz de cambiar el juego en un instante. Si los rivales deciden duplicar la marca, naturalmente dejan un espacio para que sus compañeros como Rabiot o Griezmann reciban con libertad. También pueden orientarlo a que vaya hacia adentro, pero casi siempre se las ingenia para salir de la presión con sus conducciones. Es el principal arma de una selección francesa que recién alcanzó la gloria por primera vez a fines de los ‘90, pero ha clasificado a la cuarta final de sus últimas siete participaciones mundialistas y podría convertirse en el primer bicampeón en 60 años.

En Qatar asoma una final soñada, principalmente para los organizadores. Un Lionel Messi que se rehúsa a entregar el trono con cada actuación contra Kylian Mbappé, uno de los aspirantes a emular su leyenda; ambos son los principales anotadores con 5 goles cada uno en la primera edición de la historia de la Copa Mundial de la FIFA que se lleva a cabo en Medio Oriente y parte del proyecto de capitales qataríes del París Saint Germain. Será el cuarto choque entre Argentina y Francia en esta gran cita; con victorias de la Albiceleste en la edición de 1930 (1-0) y ante su público en 1978 (2-1), y el triunfo galo en ese frenético duelo en los octavos de final de 2018. Lionel Scaloni y sus dirigidos tienen argumentos futbolísticos suficientes para enorgullecer a un país y soñar con ganar la tercera Copa del Mundo de su historia. Pero Didier Deschamps quiere entrar en la historia grande y conseguir una tercera conquista para su país implicaría ganar dos títulos consecutivos como lo hicieron alguna vez Italia (1934 y 1938) o Brasil (1958 y 1962), y consolidar como técnico una dinastía que también había asomado con aquella generación de jugadores que él mismo capitaneó cuando su país fue campeón del mundo por primera vez en 1998.

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