Al fin Messi campeón, Dios reparó su “error”

La mística de la Selección, que fue un símbolo de unión y solidaridad enlaza ahora a tres generaciones de argentinos futboleros, demandantes y finalmente orgullosos

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Lío y la Copa del
Lío y la Copa del Mundo

La euforia encendida está en las calles´en los parques, en las avenidas... Está en las grandes ciudades y en los pequeños pueblos. Está en todo el país. No se celebra solo el triunfo, también se le agrega la satisfacción. Y por fin, más de 20 millones de argentinos pudieron ver lo que sus abuelos y sus padres ya habían visto en el lejano 78 y en el inolvidable 86. La mística de la Selección, que fue un símbolo de unión y solidaridad enlaza ahora a tres generaciones de argentinos futboleros, demandantes y finalmente orgullosos. Pueden compartir la mesa como el festejo, abuelos, padres e hijos.

No se puede ser un guionista tan perverso como para plasmar una ficción superada por la realidad. Era para Argentina, era para Argentina cuando el partido era un baile. Era para Argentina con el segundo gol de Messi y terminamos en la agonía de los penales, pues la novela puesta en televisión quería prolongar el suspenso hasta debilitar los corazones, la angustia y la agonía. Menos mal que tenemos al Dibu, que yo creo que pudo ser el guionista de esta novela...

Este título mundial genera muchas conclusiones, pero coincide con los anteriores en que el equipo que tenga al mejor del mundo jugará siempre la final con grandes posibilidades de ganarla. También nos señala un nuevo orden en el manejo del grupo y pasamos de un liderazgo paternal a un liderazgo consensuado. Parecería que no habrá más líderes absolutos como Perkerman, Basile, Sabella, Martino, etc. Ahora habrá liderazgo de equipo técnico, con roles determinados, que tendrán un jefe técnico como Lionel Scaloni, quien confiará en ayudantes como Aimar, Samuel o Ayala, otorgándole a cada uno un rol, consultándolos y otorgándoles facultades.

Por cierto que se requerirá de la participación del jugador líder, del Messi de la situación, quien será un factor determinante para el consenso. Esta selección mostró una unión entre cuerpo técnico y jugadores como nunca antes habíamos visto. Y si bien Scaloni fue la suma de cincuenta años de Menotti y Bilardo, de Bielsa y Basile, logró que el equipo se tornara indestructible moralmente, a partir de haber generado una mística particular.

Sé que debemos celebrar. También sé que no debemos olvidar. Y mientras las lágrimas descienden por millones de mejillas con la pureza de un manantial inagotable, que es la alegría de los argentinos convertida en merecido llanto, habré de permitirme decir lo que generalmente se olvida. Bendito sea el fútbol argentino y bendito sean sus 4200 clubes de barrios, de ciudades, de pueblos, de ligas remotas, donde medio millón de jugadores federados le dan a la AFA el portento de lo invisible.

De dónde salieron los Enzo Fernández, los Julián Álvarez, los Mac Allister, los Dibu Martínez, antes de llegar a convertirse en héroes han pasado por esos clubes para construir sus sueños. De allí vienen los Di María, los Otamendi y los Cuti Romero. Y en este momento de reconocimiento interrumpiendo la celebración debemos felicitar a Lionel Scaloni y su cuerpo técnico en quienes muchos no confiábamos, me incluyo inauguralmente, y en Claudio Tapia, que contra estas opiniones confió, respaldó y auspició toda la cruzada de la selección nacional, desde la frustración de la Copa América de 2019 hasta esta inolvidable noche.

Durante este mes me pregunté cuál sería la razón para que este equipo como ninguno otro antes lograra tanta empatía con la gente. Por qué esta Selección habría de diferenciarse de las otras en que ya era “la selección del pueblo” antes de disputar la final. Y advertí que era porque habían logrado sencillez, cercanía y épica. La del 78 explotó después del triunfo frente a Holanda. Y la del 86 despertó esperanzas después del gol de Diego a los ingleses. Pero ésta a ser confiable y generó expectativas en el segundo partido viniendo de una derrota. O sea después del triunfo frente a México, la gente por la calle mostraba su confianza como si esperara con mucha fe, que lo que ocurrió realmente iba a ocurrir.

Dios alguna vez asistió a finales de campeonatos del mundo. Y nunca había omitido bendecir al mejor. Lo hizo con Pelé en el 58, con Diego en el 86, con los mejores entre uno y otro, y con los sobresalientes después. Pero se había olvidado de alguien que hace quince años es el mejor jugador de fútbol del mundo, y que no podía alcanzar la eternidad de esta gloria. Varias veces se anunció que estaba en el estadio. La última había sido en el Maracaná, pero se equivocó de torneo. Le dio la Copa América y le negó la Copa del Mundo. Por suerte, acaba de reparar su “error”.

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