13 de diciembre de 2022. Estadio Lusail. Semifinal del Mundial Qatar. Minuto 69. Leo Messi recibe casi en mitad de campo. Argentina ya gana 2-0, el partido luce en el buche, pero a él no le importa. Y encara hacia el arco. Tampoco le importa que lo siga el enmascarado Gvardiol, un portento físico de 20 años que, en este Mundial, ha sido uno de los mejores centrales. El 10 acelera. Pero, cuando se acerca al área y nota que el pibe lo alcanza y roza, amaga a frenarse. Es sólo un engaño, el primero. El genio del fútbol mundial vuelve a acelerar. Gvardiol lo vuelve a alcanzar, le pega uno y dos manotazos, lo obliga a darse vuelta. Parece que la jugada se diluye, cuando Messi se detiene y mira hacia el otro lado. Pero sólo es otro engaño. Leo da media vuelta para el lado opuesto y encara por línea final. El defensor, 15 años más joven, con 16 centímetros y 20 kilos más, vuelve a aplicarle el rigor físico. Nada importa. Sin espacio, contra la línea de fondo, Messi frota la lámpara una vez más: tac, con su pierna derecha, hacia el medio. Sin mirar, como a Nahuel Molina en cuartos. Ahora a Julián Alvarez, que define y sepulta las ilusiones croatas…
30 de abril de 1991. Madison Square Garden. Tercer juego de la primera ronda de playoffs de la Conferencia Este en la NBA. Último minuto del primer tiempo. Michael Jordan recibe poco más allá de la mitad del campo. Los Knicks ganan por cuatro (54-50) y presionan alto. Dos van hacia MJ, quien sale hacia el costado y parece escapar. Pero, otra vez, dos defensores le cierran el paso al aro. El 23 amaga con salir hacia afuera pero es sólo un engaño. Da un medio giro rápido hacia la línea de fondo y ahora sí escapa hacia la canasta. Lo espera Pat Ewing, nada menos, el pivote de 2m13 con quien ha tenido decenas de duelos en estos clásicos Chicago-New York. MJ, con 15 centímetros, se eleva y va directo hacia su humanidad, hacia sus larguísimos brazos. El resultado es una de las volcadas más impactantes y recordadas de la historia del básquet. Para Su Majestad, “la mejor. Si tengo que elegir una, es ésa”. Nada menos.
Ambas jugadas, pese a la diferencia que tienen los deportes, tienen fuertes reminiscencias y muchas similitudes, con ver el video queda claro... Por las formas de escapar, por los engaños y hasta por el contexto -los Knicks perdían la serie por 2-0, igual que Croacia en la semi-. Y, claro, por las genialidades de sus autores. Messi es nuestro Jordan. Nuestro Superman, el que se pone la capa y se te salva cuando estás en el problema más grande, como contra México. El que potencia al equipo, a cada compañero porque, a esta altura de su carrera, a Messi le pasa lo que le sucedió a Jordan en su madurez, cuando ganó y entendió el valor del conjunto, de hacer mejores a quienes tiene al lado, porque esto es un trabajo de equipo.
Leo siempre lo supo, pero ahora lo ejecuta a la perfección. Atraviesa un momento de madurez tan grande en la cancha que sabe todo: de qué jugar, cómo hacer daño al rival, cuándo correr, cuándo caminar, cuándo acelerar, cuándo enganchar, cuándo pasar, cuándo patear al arco, cuándo asistir. Parece una frase hecha, linda, pero es lo que se observa en la cancha porque rara vez pierde una pelota y, lo más impactante, rara vez toma una mala decisión. Tiene el mapa del partido en la cabeza, juega bajo control -cumple el viejo adagio: cabeza fría y corazón caliente- y dispone de todas las herramientas técnicas para ejecutar.
A veces entiende que debe jugar más arriba porque ahí está el desequilibrio y en otras, como ante Países Bajos, que tenía que bajar a armar juego porque Enzo estaba tapado por Gapko. Y, cuando juega de playmaker, como el base en el básquet, hace jugar. Es capaz de asistir de manera majestuosa como lo hizo con Julián el último martes o como con Molina en cuartos. Dando pases que nadie ve, sólo él. A MJ le pasó algo similar. Al principio, le costó confiar en sus compañeros, porque era tan bueno que sentía que podía ganar por sí solo. De hecho, lo hacía y en una misma temporada (87/88), fue el MVP, el goleador y Mejor Defensor. Las lecciones que le dieron los Chicos Malos de Detroit, sacándolo de playoffs en tres temporadas seguidas (88, 89 y 90), con una estrategia tan áspera como inteligente llamada Las Reglas de Jordan, le sirvieron para entender que debía fortalecerse físicamente para absorber el castigo y, sobre todo, hacer crecer al equipo. En 1991, justamente el año de aquella volcada, plasmó lo aprendido y fue un lapidario 4-0 que sacó a los Pistons del campo, camino al primer título de los tres seguidos que tuvo antes de su primer retiro, en 1993. No fue casualidad que en esa postemporada, Jordan lograra su máxima media de asistencias: 8.4.
Messi entiende los momentos. Sabe cuándo hacer jugar al resto y cuándo es su momento para jugar, para usar su desequilibrio individual. Pero, claro, para eso sabe que necesita esperar sus momentos. Por eso a veces camina y no participa, o sólo hace sombra cuando debe marcar. ¿Te acordás cuando lo mataban diciendo que caminaba? Hoy causa gracia, todos sabemos que, en ese momento, recarga las energías que hoy no le sobran y piensa el partido. Porque si hay una virtud que se le reconoce poco es cómo lee el juego. No sorprendería que nos enteremos que la diagonal de Molina se la marcó él, diciéndole que lo hiciera -porque hasta ahí el lateral estaba yendo al fondo, por su punta- porque Van Dijk estaba atento a Julián y él sentía que podía filtrar un pase si hacía un slalom hacia adelante.
MJ, como Messi en plenitud, mostró una exuberancia física apabullante. En aquel 91 aún la tenía, a los 28 años. Luego, cuando sus prestaciones atléticas disminuyeron, dominó de otra forma, ya no tanto en el aire sino en el piso, creando movimientos nuevos, pensando los juegos, administrando momentos y situaciones, jugando para el equipo. Leo ha hecho lo mismo y hoy lo exhibe en su quinto Mundial, a los 35 años. Con 1.000 partidos en el lomo, reserva su desequilibrio para instantes puntuales, como fue ese del tercer gol. Y ya no sorprende que lo haga en los segundos tiempos, cuando las piernas de los rivales no son las mismas. Lo hizo ante México, más claramente contra Australia, hasta el 2-0 ante Países Bajos y ahora frente a Croacia para evitar una posible remontada rival.
Los dos dominaron sus deportes, en proporciones similares. Messi, a grandes rasgos, entre 2008 y hoy en día -peleando por una década al menos con Cristiano-, mientras MJ lo hizo entre 1986 y 1998, con algunos momentos de ausencia -el retiro de un año y medio entre 1993 y 1995, por caso-, pero quizá con más autoridad -no perdió ninguna de las seis Finales que disputó-. Los dos mantuvieron una vigencia impactantes y fueron cambiando el juego para adaptarse al paso del tiempo. Los dos exhibieron dominio físico y técnico. Los dos reflejaron una mentalidad y ambición a prueba de balas, quizá con un MJ siendo más vehemente en la forma de mostrar su competitividad. Aunque, en realidad, esto hasta estos últimos años. O, en este Mundial, cuando Messi dejó salir su costado para rebelde, más contestatario y picante. “Entonces lo tomé personal”, tal vez haya sido la gran frase de The Last Dance, la serie documental que muestra la última temporada de los Bulls (97/98) como una excusa para reflejar el legado de Jordan, la forma de liderar y su desesperación por ganar. Mike se fue agarrando de distintas cosas para motivarse y destruir rivales. Messi parece haberse sumado: tomó lo que dijo Van Gaal, lo que dijo el arquero holandés, para sumar combustible. No es casualidad el topo gigio ni el “andá bobo, andá payá…”.
Tampoco es casualidad que en las fotos los veamos festejando de una manera casi idéntica. Ese salto suspendido en el aire con puño apretado que patentó MJ y, de forma inconsciente o no, Messi repite. Como ellos sólo pueden: con altura, con plasticidad y gracia. Como pasa en la cancha. Los elegidos son así. No hay que entenderlos, sólo disfrutarlos a dos de los mejores atletas de la historia…
Messi juega para el equipo y el equipo juega para él.
Se trató de la nueva obra de arte del mejor jugador de la historia. Al menos, como mínimo, el de mayor vigencia en la elite de la elite. La flamante genialidad la hizo en una semifinal mundialista, a 20 minutos del final, cuando tiene 35 años, 1.000 partidos en el lomo y casi dos décadas desfilando entre defensores. ¿Cómo explicamos que Messi esté jugando su mejor Mundial, cuando en los otros cuatro estaba mejor físicamente y parecía imparable? De eso se trata esta nota, de entender los motivos de este pibe que no sabemos de qué planeta vino. Bueno, sabemos, es argentino y no necesitará ser campeón mundial para ser recordado por los siglos de los siglos…
Motivos futbolísticos hay, claro.
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