El que se confunda, perderá

El equipo de Messi debe serenarse aunque las bocinas suenen. Será conveniente que el ambiente festivo que reina en todos lados, nos los invada

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Lionel Messi celebra tras la victoria de Argentina por penales ante Holanda en el partido por los cuartos de final del Mundial, el sábado 10 de diciembre de 2022, en Lusail, Qatar. (AP Foto/Ricardo Mazalán)
Lionel Messi celebra tras la victoria de Argentina por penales ante Holanda en el partido por los cuartos de final del Mundial, el sábado 10 de diciembre de 2022, en Lusail, Qatar. (AP Foto/Ricardo Mazalán)

Saltaba a los ojos. Países Bajos destrozó a Estados Unidos en octavos por las bandas. Los corredores por los que caminaron y corrieron orondos Blind y Dumfries. Algo más, conviertieron dos de los tres goles. Solo un desprevenido observador no pudo advertirlo. Van Gaal basó su juego en la solidez de Van Dijk, el movimiento incansable de Frankie De Jong y en la punteria de Mephis Depay. Todo al ras, sin levantar la pelota. Este equipo alguna vez llamado Holanda, conducido por Cruyff, llego a ser denominado la Naranja Mecánica, movimientos estudiados, triangulaciones en todos los sectores, inclusive en el área contraria; Neeskens, Rep, Krol, Han y los hermanos Van der Kerkhoff eran altos intérpretes y acompañantes del maravilloso Jhoan, mas tarde técnico del Barcelona. Aquella era música de alto vuelo celestial.

De aquel equipo, en Doha quedaron gajos, solo el respeto a jugar siempre por abajo, corriendo mucho. Éste se mostró tibio, tímido, con una excepción el medio centro: De Jong, que hubo de encajar sin sobresaltos en aquella máquina casi perfecta. Si sólo un distraído no pudo percibir el núcleo del juego neerlandés, era un fanático, hay por miles en Qatar, o alguien que le interesa el juego como un pasatiempo. Todo pasó en los camiseta naranja siempre por volcar juego sobre bandas y desde allí correr y crear; correr y marcar.

Messi y sus acompañantes, entre ellos Scaloni, supieron dónde trabar el juego. Los ex holandeses no podrían andar sueltos por las orillas de la cancha, allí hubo que trancar. Por eso los 3 o 5 defensores para liberar la defensa (Romero, Otamendi, una de la figuras de la Argentina, y Lisandro Martínez). El circuito para anular a Blind y Dumfries se estableció con un choque frontal a la altura media con Molina y Acuña y un rodeo del jugador adversario en los que colaboraron siempre Álvarez y Mac Allister por izquierda y Messi, De Paul, Fernández por derecha, obligó al rival a centralizar el juego, adelantar los medios De Roon y De Jong y provocar un vacío a espaldas de éstos y la narices de Van Dijk, trémulo, dubitativo. Ese espacio lo aprovechó Messi a los 35 minutos y con una pase maestro lo dejó solo a Molina.

En el resto de esa etapa dominó la paciencia, el no cometer errores, los jugadores alumnos de Fischer y Karpov, piezas de un juego de ajedrez que no permitió errores. Era algo así como pieza tocada, pieza movida. Todos parecieron estáticos, figuras de mármol en un tablero de 64 casillas. Solo Messi empujaba con su movilidad y una rabia contenida, después expuesta.

No se notó a De Paul lesionado en ese primer tiempo, fue importante que jugara porque expone un rigor y templanza que auxilian a Messi. Basta que se mire, no importan si se la pasan.

Hay un hecho que destaca al equipo argentino, es su espíritu guerrero, peleador, muchas veces en exceso. Ello puedo ser motivo de crítica. Pero los jugadores entendieron que en otros Mundiales se castigó por ello, por perderse en los partidos, por no combatir.

Messi alcanzó la centralidad tan ansiada, no dentro de la cancha, sino dentro del grupo, algunos cuentan que nada se hace sin consultarlo, otros afirmamos que él resuelve y decide y ya no se enfrasca más en peleas sin sentido que lo llevaron a contrariarse con Sampaoli, Sabella y Pekerman. Manda él, el resto son futbolistas que lo admiran y acatan. El cuerpo técnico lo sabe de sobra.

En cualquier organización que se precie de tal hay un orden jerárquico. Aquí se alteró y manda el mejor jugador argentino. En este Mundial queda claro: todo, dentro y fuera del terreno, pasa por él y su experiencia. Un hombre son muchos hombres, sentenció José Enrique Rodó, aquí afloró el que capitán argentino tuvo reprimido durante mucho tiempo. Éste guía, grita, se enoja, insulta y hace gestos propios de Maradona y hace goles y pases como siempre. Reflexionó y se dio cuenta que las peleas son en canchas y no en las concentraciones, como en Rio o Moscú.

Aquel jovencito que masculló bronca en Alemania 2006, quien en Sudáfrica fue el jugador que mas remató en todo el Mundial, sin llegar a las finales, sin poder hacer un solo gol, debía. Lo hizo concentrando el mando. Ese partido con Países Bajos, también fueron muchos partidos, en los que Álvarez, Fernández y Mac Allister dejaron de lado el lucimiento personal para marcar y acorralar.

Los argentinos ganaron el partido dos veces. Uno en el minuto 73 del segundo tiempo. 2 a 0 y a guardar. Pero no fue tan fácil, debió ganar otro encuentro. Scaloni, el hombre de los mil equipos, tocó la formación, Pezzella por Romero y Tagliafico por Acuña. Salió de Paul y entró Paredes, tan excitado que solo la paciencia y benevolencia del árbitro español (de tarea impecable) lo salvo de la expulsión.

Tocó cambio. Van Gaal, soberbio, un hombre de mal genio y expuesto desde hace tiempo a una enfermedad preocupante, puede ser todo ello, pero no es tonto e hizo lo que cualquiera haría, hasta un fanático: mandó los lungos a la cancha. Luuk De Jong y Weghorst, el primero de 1,90 y el autor de los goles del empate de 1,97. El equipo de Messi no supo enfrentarlos, todo era a ras de piso lo de Países Bajos y de pronto hubo que levantar la mirada al cielo. Se confundieron, se llenaron de angustias, cometieron faltas y en una de éstas de resolución genial, llegaron al 2 a 2.

Poco importa el tiempo extra. Sí, lo penales. Allí la Argentina tiene un jugador confiable y seguro para esas acciones: ataja penales. Mucho se le podría reprochar en los goles naranjas. Hoy no importó porque la Argentina pasó a cuartos.

El rival que viene tiene antecedentes, alguno que ya sufrieron los argentinos en Rusia. Son subcampeones, tienen a Modric, pega en el palo si no es el mejor jugador del mundo y un equipo bien construido, sólido y veloz. Está invicto, se sobrepuso contra Brasil y lo eliminó.

El equipo de Messi debe serenarse aunque las bocinas suenen. Él sabe que tiene el as de espadas, la conducción y el goleo. Sabe que aunque lo busquen no pueden encontrarlo, el planteo de la noche anterior fue impecable en el primer tiempo. Se lo busco con su acostumbrada paciencia, pero el final fue angustiante. Y ello no fue por culpa del árbitro, ejemplar, sino de errores propios. El equipo no sabe recular de forma armoniosa y termina dentro de su propio arco, cuando lo acorralan por los costados o lo llenan de bombas al área.

Argentina espera y no presiona. Siempre una cabeza se levanta y busca a Messi. Hasta aquí alcanzó, él es quien debe convencer a sus compañeros que también se hagan ejes. Hay inmadurez en algunos y hasta ahora con él basta y sobra. Será conveniente que el ambiente festivo que reina en todos lados, nos los invada, es lógico en el que hincha y se enloquece con la posibilidad de ser campeón del mundo. Emocionan los abrazos con familiares y amigos, Hacen reír, a veces no tanto las provocaciones y bobadas, todo parece estar permitido.

Lo importante será que sepan, que hay un público que los admira y les perdona todo, un cuerpo técnico que en lugar de buscar adeptos dentro de los informadores, deberá serenarse y acompañar al único director de orquesta indiscutido. Hasta aquí él supo, resolvió, puteó e hizo los goles necesarios para llegar a semifinales. El que se confunda, pierde.

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