(Enviado especial a Doha, Qatar) Una marea humana calurosa, áspera por la humedad de Doha, se abre repentinamente. Un movimiento casi automático provoca un pasillo. Un hombre en silla de ruedas le da latigazos incansables a un bombo. Se genera un espacio de lógico respeto de los argentinos presentes en el banderazo y de un atípica veneración de los qataríes o extranjeros. Estos últimos no saben bien quién es, pero interpretan que es alguien importante. Más tarde, se fundirán en una fila con decenas de albicelestes presentes para pedirle fotos. Un show sin dudas particular. Carlos Pascual, el famoso Tula, grita, abraza a la gente, hace bromas, llama a algún personaje que en este día es parte de su séquito.
A los 82 años, su presencia es todo un récord, un símbolo de los mundiales. Apareció por primera vez en Alemania 1974 con ese mítico bombo que le regaló Juan Domingo Perón en el 71 que ahora está repleto de calcomanías de distintas partes del planeta. Tula anda en su silla de ruedas, con su bastón y su bombo. Pero jamás está solo. Yuri, un amigo ruso que conoció en el Mundial del 2018, lo secunda en muchas oportunidades. Pero cuando él no aparece, algún fanático argentino lo asiste, lo acompaña hasta su hospedaje y cuida de que esté bien. “Vos no sabés, pero es un mito”, le dice un padre a su hijo delante de Infobae a metros del banderazo.
Tula llegó solo, ellos lo vieron y le pidieron una foto. Terminaron acompañándolo hasta el corazón del banderazo y más tarde lo sacaron de ese sitio. “Vine solo, pero hay un ruso que me banca. Yuri. Un grande. Es un voluntario que me mandó Dios, porque Dios siempre me manda voluntarios en todas partes del mundo. Porque sino yo solo, rengo, sin saber idiomas, ¿qué hago? ¿dónde voy? No puedo ir a ningún lado. Él sabe hablar inglés, francés, alemán, es ruso, qué sé yo, todos los idiomas”, le cuenta Tula a este medio.
El cronista debió esperarlo varios minutos. Tula pidió salir del banderazo previo a Países Bajos, el más populoso en Doha hasta el momento. El Souq Waqif, el corazón turístico de Qatar, estaba repleto de argentinos. Todos quieren estar cerca del mito del bombo, sacarse fotos. Desprende un singular magnetismo. Abandona su silla de ruedas y se sienta en un tabique de cemento mientras bebe una botella de agua del pico que le dieron sus improvisados compañeros. Un argentino se saca una foto, atrás una qatarí, sigue otra mujer que claramente no es argentina. La extraña escena se extiende. ¿Sabrán quién es?
“No la pasé bien porque tuve problemas. Hace 12 días que iba en un taxi, fui a un lugar porque no tenía donde dormir. Perdí mi celular. ¿Sabés lo que son 13 días sin celular y sin reloj? La pasé muy mal. Incomunicado, pero bueno, después de eso estuve durmiendo en un lado, en otro lado. No tuve lugar fijo. Fue muy malo”, dice apenado, como disminuyendo su energía. Pero de repente repunta, como obligándose: “¡Pero contento, alentando a Argentina!”.
Hace unos días, Tula también apareció con otro grupo de personas en el banderazo. Sin su amigo ruso. “Lo encontré en la playa, preguntaron quién iba al banderazo, dije yo y me pidieron que lo acompañara”, contaba otro fanático que en esa noche se transformó en parte del círculo itinerante que respalda a la leyenda por las calles de Doha.
En el duelo contra Polonia, el hombre del bombo llegó en un carrito similar a los de golf hasta la puerta del Stadium 974. Esta vez sí Yuri lo acompañaba. Discutían acaloradamente, como un padre y un hijo. Su “enviado de Dios” intentaba explicarle que las autoridades querían controlar que su bombo estuviese bajo el reglamento que impone FIFA, que exigió a los hinchas que pretendían llevar este tipo de instrumentos que hicieran un trámite previo al Mundial. Un rato más tarde, estaba en la primera línea de la hinchada albiceleste haciéndolo sonar sin cesar.
Mientras todas estas escenas ocurrían, él rebotaba de hospedaje en hospedaje desde que arribó el 19 de noviembre en un avión de la línea de bandera nacional. Un hombre de 82 años yendo de un lado para el otro. “¿Y dónde estás viviendo ahora?”, le preguntamos. “¿Dónde estoy viviendo ahora?”, grita a una muchacha peruana que parece darle una mano. “En el Barwa Barahat Al Janoub”, le responde ella. “¡Ahí está, ahí! Hoy es mi primer día. Pero vengo de otro lado, ¿de dónde vengo?”, lanza al aire con una carcajada. “De Al Wakrah”, lo asisten mientras vuelve a reírse a los gritos.
Ambos lugares son alejados, más cercanos al aeropuerto de Doha que del corazón latente de la ciudad que cobija la mayoría de los estadios. Viajes de, al menos, una hora para poder llegar a destino. Todo eso con un sensible problema en su pierna que se agravó en las últimas horas: “Ahora tuve un gran problema en la pierna, fui ayer al hospital. Me llevaron porque no daba más. Me doblé el tobillo e imaginate cómo tengo todo esto. Si Dios quiere, vuelvo a Argentina, pero voy a esperar hasta que termine el torneo”.
“Ayer estuve en el hospital de acá, que me llevaron. Radiografía, todo... El mejor hotel nuestro es una porquería al lado del hospital que fui yo ayer, impresionante. Y te regalan los medicamentos, cuando vas a la ventanilla todo gratis”, afirma mientras se señala su tobillo magullado y una gran venda en la rodilla derecha.
En un breve interín repasa su historia e insiste con que fue “el primer bombo en la historia del mundo en 1974″ y enumera: “El primer bombo que entró en un campeonato mundial soy yo. Hice reportajes para todo el mundo, salí en todos los diarios más famosos del mundo. Después de cuatro años, en el 78, todo el mundo copió mi bombo, todo el mundo tocaba el bombo. Imaginate el orgullo para mí, pero el primer bombo de la historia del mundo soy yo. El segundo fue Manolo, que murió hace poco pobrecito. Manolo el de España, era famoso”.
“Estoy emocionado... Fui a todos los partidos de Argentina en este Mundial y el que más me emocionó fue contra los mexicanos”, afirma el hombre que apareció por primera vez en la tribuna de Rosario Central en los 70 y ahora acumula más de cuatro décadas acompañando a la Albiceleste.
Tula insiste con que no es parte de ninguna barra, que nunca ocupó un cargo político, pero siempre levanta la bandera del peronismo incluso para explicar por qué seguirá yendo a la cancha a pesar que su físico le pide un descanso a los 82 años y con 13 mundiales consecutivos en la espalda: “Estoy muy contento con todos los argentinos, se han portado muy bien conmigo. No es lo mismo con los que tienen el poder, se abrieron de gambas y la pasé muy mal. Pero primero la patria, segundo el movimiento, por último el hombre. Y para mí primero están la República Argentina y mi Selección. He tocado y me he roto todas las manos. Mirá cómo tengo la pierna, voy a tocar contra Países Bajos aunque no tendría que estar tocando. Debería estar internado, pero sigo tocando por Argentina, lo mío es una pasión”.
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