Lo que nunca se contó de la caída de Argentina ante Holanda en 1998: el truco de Passarella para esconder el 11, su fuerte cruce con Gallardo y el ídolo bajo la lupa

Todos los entretelones del partido por los cuartos de final del Mundial de Francia que terminó con la eliminación de la Selección

Guardar
Los archivos desclasificados del Mundial
Los archivos desclasificados del Mundial de Francia 98

Argentina había arrasado en la fase de grupos. Derrotó a Japón en un partido cerrado (1-0 con gol de Gabriel Batistuta), vapuleó a Jamaica 5-0 (con dos de Ariel Ortega y tres de Bati) y se impuso con un mix de titulares y suplentes, ya clasificada, ante la Croacia de Davor Suker (1-0 con el tanto de Mauricio Pineda). La espuma por la emotiva clasificación en tanda de penales ante Inglaterra había bajado. Y es que para descorchar faltaba mucho. En el camino del cuadro aparecían rivales temibles y el primero de ellos era Holanda, en los cuartos de final.

Al igual que a lo largo de toda la estadía en esa Copa del Mundo de Francia 1998, Daniel Passarella apeló a un truco para despistar a la prensa. Ya era costumbre de su cuerpo técnico (integrado por Américo Rubén Gallego, Alejandro Sabella y el preparador físico Ricardo Pizzarotti) montara las concentraciones de sus equipos en un lugar poco accesible, alejado del ruido y los flashes. Con las lonas verdes para impedir la visión a corta y media distancia, Argentina practicó la jugada de tiro libre con la que Javier Zanetti le convirtió a los británicos en el 2-2 en Saint-Étienne. Pero hubo algo más.

El Kaiser sabía que había una enorme cantidad de periodistas argentinos e internacionales que, a lo lejos, intentaban sacar información sobre el equipo que alinearía al siguiente partido. Por eso, a los jugadores los paraba de determinada manera, pero repartía desordenadamente las pecheras titulares. Por ejemplo, previo a un encuentro, Sergio Berti se puso distintivo del color de los que arrancarían del minuto cero, cuando en realidad jugó para los relevos. Había 11 pecheras titulares, más el arquero. Así es que en un trabajo táctico, a lo lejos, era imposible que los cronistas de turno acertaran la formación.

Argentina no pudo celebrar demasiado
Argentina no pudo celebrar demasiado la clasificación ante Inglaterra: de inmediato preparó otra "final" ante Holanda (Ted Blackbrow/Daily Mail/Shutterstock)

A pesar de que el cuerpo técnico de Passarella no disponía de la tecnología de la actualidad, se las ingenió para estudiar bien a la Holanda dirigida por Guus Hiddink. De hecho el entrenador argentino había contratado a un espía de su confianza: Jorge Higuaín, con quien tenía una estrecha relación y quien le resultaba práctico no solamente para ayudar en las tareas de espionaje sino para manejar el idioma francés por su paso como futbolista por ese país. El Pipa padre se instaló en la concentración y participó de los debates para contrarrestar a los holandeses.

Argentina se aprovechó de una costumbre del rival: jugar al achique. Así llegó el tanto de Claudio López que significó el 1-1 parcial en Marsella aquel sábado 4 de julio del 98. Lo que no pudo aprovechar la Albiceleste fueron los contragolpes, a pesar de que contaba con intérpretes verticales dispuestos a ese tipo de sistema. El cuadro nacional estrelló dos tiros en los palos (Ortega y Batistuta) y jugó unos minutos con un hombre de más por la roja a Arthur Numan. Pero todo se desmoronó tras la reacción del Burrito ante Van der Saar que dejó en igualdad numérica a ambos conjuntos. El final, harto conocido: Dennis Bergkamp bajó como los dioses un pelotazo largo, hizo pasar de largo al Ratón Ayala y sentenció el arco defendido por Lechuga Roa.

Passarella saltó del banco al ver la roja a Ortega y mandó a uno de sus ayudantes a chequear si en realidad había sido infracción contra el delantero que en ese entonces estaba fichado en el Valencia para estar preparado para responder preguntas ante la prensa en conferencia de prensa. Las repeticiones mostraron que había fingido, no obstante, no hubo reciminaciones en el vestuario ya que alguien importante llegó a decir “a Ariel, de 100 penales, le han cobrado 110″.

Daniel Passarella, entrenador del seleccionado
Daniel Passarella, entrenador del seleccionado nacional entre 1995 y 1998 (Ted Blackbrow/Daily Mail/Shutterstock)

Otro de los dogmas que arrastraba Passarella como técnico era siempre liderar una charla final para sacar conclusiones junto al plantel de turno, cuerpo técnico y demás auxiliares. Así lo había dispuesto en una habitación del hotel de concentración ubicado en la localidad de Rivera, Uruguay, tras la Copa América, para no llamar la atención. Allí el DT agradeció el esfuerzo que habían hecho sus muchachos, remarcó la relevancia que había tenido en la eliminación con Brasil el arbitraje (por la famosa mano de Tulio) y ofreció la oportunidad a todos de realizar un descargo: “Si hay algún reclamo, es el momento de hacerlo. Con quien sea. No me gustaría enterarme de algo después en los diarios”.

Los sobrevivientes de aquella charla del 95 fueron once: Leonardo Astrada, Roberto Ayala, Abel Balbo, Gabriel Batistuta, Sergio Berti, Germán Burgos, José Chamot, Marcelo Gallardo, Ariel Ortega, Diego Simeone y Javier Zanetti. La historia se repitió en la fatídica Copa América de 1997 disputada en Bolivia, en la que Argentina quedó eliminada en la instancia de cuartos de final por Perú.

En una sala que contaba con un proyector y era en la que Passarella daba las charlas antes de cada compromiso en la concentración de Saint-Étienne, aquel contingente de 1998 se vio la cara por última vez. El míster les agradeció primero a los cuatro jugadores que no habían tenido minutos en cancha en todo el certamen (Germán Burgos, Pablo Cavallero, Leonardo Astrada y Marcelo Delgado) y otra vez abrió la puerta para debatir sobre lo que había acontecido en aquella Copa del Mundo. Un Marcelo Gallardo de apenas 22 años levantó la mano y empezó a mostrar su faceta de líder.

El Muñeco sintió una obligación moral de aclarar un asunto con quien no solamente era su entrenador sino también el padrino de su hijo Nahuel, que había nacido en mayo del 98. En el entretiempo del suplementario contra Inglaterra, Passarella y Gallardo se habían cruzado fuerte por la posición en la que el jugador de River había ingresado para ocupar (al minuto 68 por el Piojo López). Enganche por naturaleza, el DT lo recostó como número 8 con ciertas libertades de extremo. Gallardo se enfureció y se lo recriminó. En la última reunión, pidió disculpas por su reacción y exhibió una muestra gratis de personalidad.

La Selección perdió 2-1 con
La Selección perdió 2-1 con Holanda y se despidió en los cuartos de final de Francia 98 (Shutterstock)

“Si alguno más tiene algo que decir, que lo diga ahora. No quiero leer nada en los diarios cuando pasen dos semanas”. La frase de Passarella fue en general, pero sus ojos estaban fijados en... Gabriel Omar Batistuta. Desde hacía rato se había instalado que el técnico tenía preferencia por Hernán Crespo y siempre hubo rispideces por una vieja declaración que el Kaiser había hecho cuando Batigol fue fichado por la Fiorentina en 1992: “La Florentina se equivocó. Batistuta es un Dertycia con pelo (NdeR: por un ex delantero argentino calvo que había pasado por el cuadro Viola sin grandes resultados), un bidone (”tronco”, en italiano). El hombre indicado era Caniggia”.

Batistuta, en ese instante, ni se inmutó. Pero unas semanas más tarde su representante, Settimio Aloisio, habló con la prensa y ventiló todo. Que Crespo era el preferido de Passarella y que no había jugado por el solo hecho de que se había desgarrado justo antes de la Copa del Mundo, motivo por el cual apenas fue utilizado unos minutos en el duelo contra Inglaterra, en el que falló un penal. Otro dato de color es que aunque la mayoría le endilgó a Marcelo Bielsa el hecho de no poner juntos en cancha a los dos número 9, el Kaiser fue antecesor de esa idea y también los pensaba por separado.

El último mal trago para Passarella tras la eliminación de 1998 que derivó en su eyección del banco del seleccionado nacional fue la actitud que tuvieron varios futbolistas importantes del plantel. Instalados en Europa por estar ligados a sus respectivos clubes, los jugadores le pidieron permiso personalmente al DT no retornar a Buenos Aires en el avión que la delegación tenía a merced con un cupo de 150 personas. Eso, internamente, no gustó y le dejó un mal sabor de boca pese a que accedió al pedido. Solo un puñado de los 16 hombres que militaban en el Viejo Continente retornaron junto al cuerpo técnico, médico, utileros, administrativos y Germán Burgos, Sergio Berti, Marcelo Gallardo (River), Pablo Cavallero (Vélez) y Marcelo Delgado (Racing).

Aquel vuelo de Francia a Argentina pareció durar mucho más de las 14 horas habituales. Sobraron los asientos vacíos y también la desesperanza. El silencio fue sepulcral.

SEGUIR LEYENDO:

Guardar