La vida es eso que pasa entre Mundial y Mundial. No se sabe bien de quién es la frase, pero el futbolero la repite no por lugar común sino por sentimiento. Las publicidades de las Copa del Mundo son parte de ese pack. Se asocian a cada una, siempre quedan en la memoria para bien o para mal. En Qatar, desde las promociones en televisión hasta las movidas en redes, se apuesta con fe a las similitudes con el ‘86. “Elijo creer”, es la frase que se hace tendencia antes y después de cada partido. Puede pasar por el mejor jugador del mundo con la 10, el horario de la final, o la clasificación de Canadá... A esa catarata se podría sumar la camiseta 19: la lleva Nico Otamendi, el segundo central, como Ruggeri en la última estrella ganada. Pensar que los dos jugaron en Vélez tal vez sea más rebuscado, aunque no tanto que en Argentina ‘78 también llevó ese número Passarella y tuvo su foto más gloriosa. Lo mejor, de todos modos, no es el análisis festivo sino que el General está en el podio de los mejores jugadores de la Selección y hoy pelea como uno de los mejores defensores del torneo. Otamendi viene jugando el mejor Mundial de su vida.
De pibe saltaba de colectivo en colectivo para viajar desde el Talar de Pacheco a entrenarse con Vélez. Arrancó a los 7 años. Silvia, su mamá, lo acompañaba para llegar a las prácticas. Se tomaba el 721 hasta Panamericana, después el 365 hasta San Miguel, y por último el 169. Ahí bajaba y caminaba ocho cuadras hasta la Villa Olímpica. Alrededor de dos horas de viaje. Unos años después, ya en la escuela secundaria, Otamendi iba a las 7 de la mañana a la escuela. Salía de estudiar a las 12.30. A los 15 minutos, su mamá lo esperaba en la parada con una vianda, que él comía en el camino para llegar a horario. Ya tenía 14 años, aunque no viajaba solo por una cuestión de independencia sino para cuidar una billetera que no desbordaba. Silvia hizo un máster en fútbol, tanto que antes de los partidos llama a su hijo defensor, le desea suerte y le da alguna indicación. “‘Cuidado que ellos son muy fuertes de arriba’, me dice. O ‘salí a tapar el tiro porque estos rivales patean mucho de afuera del área’”, recordó Otamendi en una linda charla que tuvo con Matías Martin. El hallazgo de la entrevista no fue únicamente el dato, sino que lo contó antes del Mundial 2018. O sea, ya había debutado en Vélez con Hugo Tocalli, ya se había consolidado como una de las grandes apariciones del fútbol argentino con Gareca y ya había pasado por Porto, Atlético Mineiro, Valencia. En ésa época era jugador del City de Guardiola.
Otamendi llegó a uno de los picos de rendimiento de su carrera en Inglaterra. Su festejo se hizo remera en las tiendas que el City tiene en la ciudad. Bien pagados estuvieron los 48 millones de euros que pusieron por su ficha. Fue parte de la evolución de un club que se hizo grande con el aporte de los jeques y se hizo mejor con Guardiola. Apenas aterrizó el nuevo entrenador, Ota tuvo una charla para ver si iba a competir por un lugar. “Si no, me buscaba otro club. Pidió que me quedara y disfruté de su fútbol durante años. Pep me ayudó muchísimo a crecer como central. Estoy agradecido. El hasta me obligó a aprender inglés para los trabajos, la táctica, las reuniones. Di examen de inglés después de mucho tiempo sin estudiar. Yo había tenido que dejar el colegio porque no me daban los tiempos. Me quedó un año sin hacer”, concedió Otamendi. Pep cayó a sus pies sin que le hiciera foul, porque a veces se pasa de rudo. “Nicolás es un Superman en mi equipo. Es un jugador que incluso con dolor siempre lucha. Es uno de los más grandes competidores que he visto en mi vida. Es alguien al que admiro absolutamente. Hay jugadores a los que se les hace fácil la construcción de juego, como Stones por ejemplo. Pero tiene más crédito y me genera más admiración cuando no es su punto fuerte y aún así lo logra, como Otamendi”, aplaudió una vez el técnico que ahora mira a su ex jugador desde su casa.
En Valencia, antes de ir al City, surgió el apodo de El General. En el equipo español reemplazó a su ídolo, a Roberto Fabián Ayala, parte del cuerpo técnico de Scaloni. El Ratón hoy le devuelve el centro. “Nico es un animal. Me encanta por su capacidad para anticiparse a la jugada, de leerla. Su calidad para iniciar la jugada, diría que tiene más calidad que la que teníamos nosotros”, dijo en La Nación un defensor que fue un monstruo. En el Valencia también hizo muy fuerte su relación con Rodrigo De Paul. Ahora, mientras sueñan con el final más feliz, comparten habitación. Fue Rodrigo quien abrió la puerta de la intimidad. “Nico me apaga el ipad, me tapa… Lo amo, es hermoso. Son dos personas en una. En la cancha es un asesino, pero en la pieza es un osito de peluche”, reveló a su estilo. Otamendi es el guardaespaldas de la nueva generación.
Es el lugarteniente que quedó del ciclo anterior junto a Messi y Di María. Otro que mereció fuerte haber sido campeón de América. En la Selección había sufrido la competencia más linda. El Mundial 2010 le llegó muy rápido y lo expuso sin querer. Diego se había impresionado con su aparición en Vélez y lo llevó en dupla con Seba Domínguez al famoso partido con Brasil en Rosario. Fue 1-3, un palazo para todos y para ellos en general. Al tiempo, ya en Sudáfrica, extrañamente jugó el partido de la dura eliminación con Alemania como 4, de lateral derecho… El 2014 lo vivió como hincha (los centrales fueron Fede Fernández y Garay primero, Demichelis y Garay después). En Rusia fue titular con Marcos Rojo y quedó sumergido en el tsunami que arrasó a esa Selección de Sampaoli. En 2022, en cambio, disfruta de un equipo que volvió a jugar en el nivel de las Eliminatorias y sueña con el último día. Él disfruta más de la valla invicta que de hacer un gol. Aunque más todavía festejaría ser campeón con la 19 en la espalda. Sería cumplir el otro anhelo que tenía cuando viajaba en tres colectivos con su mamá. Al fin de cuentas, los sueños de los jugadores también son eso que pasa entre Mundial y Mundial.
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