Fue stripper, vive en Australia y organiza la hinchada argentina en el Mundial de Qatar 2022: quién es “El Patovica de la Selección”

La historia de Martín Ezequiel Muñoz, el hincha de la Albiceleste que se hizo famoso en la Copa del Mundo

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La historia de Martín Muñoz, "El Patovica de la Selección" (REUTERS/Jennifer Lorenzini)
La historia de Martín Muñoz, "El Patovica de la Selección" (REUTERS/Jennifer Lorenzini)

“En el partido con México aparecieron un montón de bombos, pibes con aspecto de barra y yo, grandote, todo tatuado. Todos pensaron que nos había mandado alguien, pero no”.

A unas cuadras de Souq Waqif, mercado tradicional ubicado en el centro de Doha, Martín Ezequiel Muñoz espera a Infobae en la terraza de un hotel que funciona como bar y restaurante. Junto a un par de amigos, disfruta de la comida local y hace tiempo para ir a una fiesta. Su alojamiento (unos departamentos oficiales de la FIFA en las afueras de Doha que alquilaron por 50 dólares per cápita la noche) queda en Umm Qarn, entre el estadio Lusail donde Argentina enfrentará mañana a Países Bajos, y Al Bayt, el más alejado de todos. Llegó antes del debut ante Arabia Saudita y se irá después de la final, pase lo que pase con el equipo. Lo acusaron de ser barrabrava y bancado por Chiqui Tapia, pero El Patovica de la Selección desmiente todo y cuenta su historia por primera vez en exclusiva.

Este argentino de 31 años que desde 2017 reside en Australia y trabaja como personal trainer y seguridad en boliches es uno de los individuos que dedicó su tiempo en Doha a organizar la hinchada argentina. “Siempre tuve personalidad de líder y me gustó tomar responsabilidades en cualquier actividad que hago. Yo me paro atrás del arco con los pibes que conozco y por algún motivo la gente me sigue”, es la introducción de uno de los personajes de la Copa del Mundo, que siempre fue fanático de la Selección, aunque se radicalizó más durante la era Messi.

En la tribuna se hace notar por su imponente físico y la ubicación en la tribuna, casi siempre a la vera de los carteles publicitarios y cerca de donde pasan los fotógrafos autorizados del campo de juego. Su preponderancia entre los simpatizantes albicelestes comenzó en el primer banderazo, cuando casi se arma una batahola con los aficionados de Túnez: “Casi se arma un quilombo bárbaro porque ellos estaban alteradísimos y querían pelear a full. Si volaba una sola piña, se armaba. No pasó porque nos manejamos bien nosotros”.

Fue después de la inesperada derrota contra Arabia Saudita y previo a la victoria ante México que casi se arma una batalla campal en medio del centro de Qatar: “Decidimos organizarnos en ese banderazo porque habíamos sido un desastre como hinchada el primer partido. Nosotros éramos muchos y había que hacer lugar. Cuando se abrió la masa de gente, estaban todos ellos de frente. Yo fui adelante y empujé, porque sé que puedo. Aparte me gusta y laburé de seguridad toda mi vida. Empujé tunecinos y árabes para todos lados. Evidentemente ahí muchos argentinos empezaron a seguirme”. A pesar de ese episodio, ubicó a los tunecinos y marroquíes en el podio de mejores hinchadas junto a Argentina. Y mencionó qué país lo decepcionó: “Esperaba más de Brasil. No fui a ver los partidos, pero no tienen algo como nosotros. Hay gente sentada con gorra y anteojos”.

Tiene 31 años, vive en Australia y viajó a su segundo Mundial como fanático argentino
Tiene 31 años, vive en Australia y viajó a su segundo Mundial como fanático argentino

Martín Muñoz viajó al Mundial de Rusia 2018 y juró allí mismo no volver a faltar a una cita importante con el seleccionado nacional. De hecho estuvo presente en la Finalissima contra Italia, en Londres. “Yo no soy barra, vivo en Australia. Imaginate lo que es el fútbol ahí, está lejos de haber barras. La selección argentina no tiene barra, hay pibes que son barras de algunos clubes, pero juntaron la plata como pudieron para venir, tienen laburo y están acá de alguna forma. De los que yo conozco, que son varios, ninguno fue bancado por nadie”, asegura, aunque alrededor de 100 barras de los diferentes equipos argentinos sí fueron arribando a Doha y se mezclaron entre los fanáticos comunes, como Martín.

En medio del mal clima que generó el 1-2 con los saudíes, mucho se criticó a la falta de aliento argentino en las tribunas de Lusail. Allí se inició la cruzada de este levantador de pesas oriundo de Llavallol: “No había organización, muchos cayeron a Qatar y no tenían entradas, no sabía nadie cómo ubicarse. El primer partido estuvo todo mal armado. Ya con México fuimos juntos a la cancha y nos paramos todos detrás del arco. El problema fue que muchos no tenían esa ubicación, entonces hablamos con la seguridad para avisar que todos teníamos entrada y nos íbamos a ubicar allí; de lo contrario, saltaríamos los molinetes. No los quedó otra que aceptar, porque tenían 100 personas empujando para entrar. Hubo empujones con la seguridad y los policías, pensé que me podían venir a buscar pero no pasó nada. Esa fue la única vez que lo hice porque quedé re fichado. Los policías saben quién soy y me revisan bastante cuando llego. Lo importante ahora es que nos agrupamos detrás de un arco, sea el primer piso o el segundo. Juntos nos hacemos sentir más”.

El Patovica -apodo que adoptó cuando decidió subirse al tren de la fama- se atreve a afirmar que los jugadores de la Selección saben de la movida de la barra nacional: “Ellos se dieron cuenta y están contentos con lo que hacemos. Saben que hay un musculoso, barra, patovica en la tribuna. Se ponen a cantar con nosotros. Y la gente ahora agradece que la hinchada se escuche más”. Ya avisó que en caso de que haya consagración, se tatuará la Copa, la bandera argentina y/o la qatarí, más la cara de Lionel Messi: “Sería un sueño conocerlo. Me encantaría sacarme una foto con él. Le daría un abrazo, le diría que es un fenómeno y trataría de no molestarlo más”.

"No soy barra ni tampoco me mandó el Chiqui Tapia", aseguró el Patovica de la Selección (REUTERS/Jennifer Lorenzini)
"No soy barra ni tampoco me mandó el Chiqui Tapia", aseguró el Patovica de la Selección (REUTERS/Jennifer Lorenzini)

Desde pequeño jugó al fútbol en un club social de Burzaco. Es hincha de Boca -fanático de Juan Román Riquelme- y se desempeñaba como un número 9 con potencia y remate feroz, aunque hoy está casi retirado de las canchas porque asume que su cuerpo está preparado para “estar parado empujando en una posición” y no para el fútbol. Su último picado fue en Australia y duró apenas unos minutos tras sufrir un desgarro.

Cuando cursaba cuarto año del secundario, les planteó a los padres la posibilidad de abandonarlo definitivamente. En realidad lo echaron del colegio al que iba por mala conducta y tampoco le fue bien en el siguiente, por lo que se resignó y empezó a trabajar a los 17 años (hace un tiempo finalizó los estudios en una escuela nocturna). A los 20, cuando sus entrenamientos decantaron por el powerlifting, una disciplina que consiste en la sumatoria de press banca, sentadilla y peso muerto, vendió todo y viajó a Rusia en busca de entrenarse con Andrey Malanichev, el Maradona de su deporte. “Le escribí por Facebook y en un inglés medio rústico me respondió que fuera para allá. Renuncié al laburo en la oficina y de seguridad y me fui a la mierda, de caradura, sin hablar ruso ni mucha plata. El amigo con el que viajé se volvió a los tres o cuatro días. Yo me quedé viviendo en la casa de una pareja de rusos que se ofrecían por Internet”, relata.

Su presentación con Malanichev es casi inverosímil: “Un entrenador de 80 años, de esos típicos de la Unión Soviética, me dijo que lo esperara en el gimnasio si quería entrenar. Cuando entró el tipo, crujía el piso de madera. Tardó en reconocerme, pero cuando lo hizo me regaló un trofeo, un par de medias y nos empezamos a comunicar con dibujitos en un diario. Empecé a entrenar con él, hacerme amigo y mostrarme. Todos empezaron a preguntarse quién era yo. Lo acompañé a torneos y viajé. Vivía en casa de amigos o de mujeres a las que les hacía el papel de novio. Tomaba yogur y proteína, esa era mi comida. Y una carne de cerdo que comí durante tres meses pensando que era de vaca”.

Llegó antes del debut contra Arabia Saudita y se irá después de la final del Mundial (REUTERS/Fabrizio Bensch)
Llegó antes del debut contra Arabia Saudita y se irá después de la final del Mundial (REUTERS/Fabrizio Bensch)

Su aventura por Rusia se registró en el año 2012, cuando finalmente volvió a Argentina y retomó sus labores como seguridad en boliches, hizo custodias y hasta llegó a ser stripper: “Por los contactos de la noche y el cuerpo, se dio. Hice todo lo que puedas imaginar en la vida. Hasta lo que ves en las películas”. Un conocido lo invitó a competir en un torneo en Australia, vendió otra vez todos sus objetos valiosos y armó las valijas rumbo a Oceanía. Se desgarró un pectoral y se privó de participar en el certamen: esa lesión se repitió varias veces hasta que se le desprendió el tendón del pecho y tuvo que ser operado de urgencia. Tuvo un flechazo con Australia y allí empezó con las idas y vueltas desde Sidney a Buenos Aires. En 2017 tomó la decisión de no regresar más a Argentina.

Los inicios no fueron sencillos: trabajó de madrugada en un gimnasio por recomendación de un amigo y vivía en una casa con 15 personas. “Al principio es un viaje de egresados y te cagás de risa, pero al mes, cuando tenés responsabilidades y hay un baño solo que se lava cada tres meses, te querés matar. Yo me levantaba a las 3 de la mañana y necesitaba dormir, comer seguido, era un quilombo para mí. Trabajé mucho, hice certificaciones de visas estudiantiles para estar más tiempo y conseguí otro trabajo en un boliche. Ahí empecé a hacer plata. Hace ya dos años que vivo solo”, confiesa.

Las lesiones le quitaron la posibilidad de potenciarse en el powerlifting, aunque no se queja de su realidad: “Me va muy bien, soy personal trainer, trabajo en dos gimnasios y estoy en un boliche. Cuando viajo, como ahora, les dejo mis clientes a un amigo. Estoy a cinco minutos de Sidney. Tengo mis cosas, una moto, un auto, un departamento lindo con pileta y gimnasio. Fui campeón nacional en 2014 y sigo siendo el mejor argentino de todos los tiempos en una de las categorías. Antes de dejar de competir, quiero hacer una marca que considero posible: son 900 kilos entre los tres ejercicios”.

Martín Muñoz estará presente mañana en Lusail para alentar otra vez al seleccionado de Scaloni (REUTERS/Jennifer Lorenzini)
Martín Muñoz estará presente mañana en Lusail para alentar otra vez al seleccionado de Scaloni (REUTERS/Jennifer Lorenzini)

Para el post Mundial, el Patovica de la Selección ya tiene planes: “Lo ideal sería lograr la residencia australiana, algo que es casi imposible y está en camino. Me gustaría poner un negocio para generar plata, que lo maneje un amigo y vivir seis meses en Australia, tres en Europa y tres en Argentina. El problema de Australia es que es aburrido y yo soy bastante salvaje, no soy igual al australiano de Sidney ni en pedo. Es como que tires a un gorila dentro de una oficina”.

Con la idea de graficarlo, repasa una anécdota del Mundial de Rusia, al que acudió con un par de amigos y con la ventaja de manejarse con el idioma local por su reciente estadía allí: “Caímos a Nizhni Nóvgorod, una provincia del interior como decirte Tucumán en Argentina. Viajamos 36 horas en tren, te colabas en los hostels, un desastre. La gente de ahí no había visto nunca un turista y de repente había un argentino que hablaba en ruso. A las mujeres les llamaba la atención y yo aprovechaba. Con mis amigos terminamos en una casa de campo gigante en la despedida de una chica que se iba a mudar a Inglaterra. Comimos y tomamos mirando un partido con los familiares. Estaban los padres, tíos y hasta niños. No entendíamos nada. La casa tenía una banya (sauna ruso), donde entrás desnudo y te hacen un tratamiento con hojas de eucaliptus. La madre de la chica que se despedía terminó cuidándome a mí porque había vomitado y a mi amigo, que se había caído y lastimado. Un desastre”.

Subraya un ítem a la hora de enumerar lo que extraña de Argentina y comparte una polémica reflexión: “La vida social, nada más. Tengo un montón de amigos, pero no soy de ponerme mal por extrañar algo, no me pasa. Estoy ocupado, hago cosas, entreno, trabajo. Cuando vuelvo, me encanta ver a mis amigos, la comida, que para mí es la mejor del mundo, el asado y los boliches y fiestas. Argentina está hecha para cualquier cosa menos para trabajar”.

Si en los gimnasios y boliches arrastraba cierta fama, después de su masiva exposición en la Copa del Mundo y redes sociales, todo se potenciará más. Eso es lo que cree Martín Muñoz, que se prepara para una escalada de fama en los próximos días durante su estadía en Doha. “Tenemos a Messi, el mejor del mundo, y definitivamente la mejor hinchada del Mundial”, cierra inflando el pecho.

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