Las imágenes de los Mundiales son eternas. Quedará para siempre esa foto del Dibu Martínez tirado en el piso, abrazado por Otamendi primero y por Enzo Fernández después. El pibe hasta pareció darle un beso de agradecimiento por esa atajada a lo Pato Fillol que nos devolvió la respiración. Todos fueron uno. Como al final del partido, cuando se liberó esa angustia injusta y no se sabía si los hinchas estaban en la tribuna o eran los muchachos dentro de la cancha. Messi fue el director de orquesta -también- en el largo festejo, disfrutando como pocas veces, el resto poniéndole música a la ilusión.
Argentina se sintió local otra vez en Qatar, un país que sabía de ostentación y ahora comprobó cómo es la pasión por el fútbol. Se vio en las butacas repletas de camisetas argentinas y en el juego, donde hubo una diferencia que no se percibe en el resultado ni esa jugada que cerrará el compacto: la Selección estuvo dos o tres goles arriba.
El sufrimiento con Australia puede estar asociado al último minuto o, ya lejos, cuando debió volver Diego para pasar el repechaje a Estados Unidos 94. Esta vez fue sólo un flash: Argentina jugó otra vez en modo Argentina. El debut fallido sirvió para acomodar el ego malo, el que confunde, el que mezcla confianza con soberbia. El otro costado positivo es que rebeló al capitán.
Messi, más allá del gol importante para superar a México en minutos que los nervios paralizaron al equipo, no había sido el mejor del mundo en la primera ronda. A él siempre se le exige más por su talento único. Y ya en octavos fue claramente un futbolista de una raza superior, otro atributo para respaldar la candidatura de Argentina en esta Copa del Mundo. A veces se le da el premio al man of the match porque su apellido es un imán. Con Australia, en cambio, no se explicó con marketing sino con fútbol: el 10 fue el 1 del partido.
Encontró el gol en zona Messi y a lo Messi. Todo cara interna buscando el palo, con una barrera de cuatro rivales más el arquero. Hasta se asistió solo, porque encontró la pelota después de un control largo de Otamendi. Después, tuvo varios arranques de un tipo que es capaz de gambetear hasta al almanaque. A los 35 años el deportista de elite suele perder capacidad de resolución individual, independientemente de ganar en experiencia. No siempre el tiempo es un aliado. Messi, de un modo antinatural, vive en la cumbre y los únicos mareados son los rivales. Es una pena que las asistencias en las estadísticas se cuentan sólo cuando la jugada termina en gol, porque a Lautaro Martínez lo dejó solo y era otro buen número de Leo en su partido 1.000. Antes lo veían de afuera sus padres y Antonela, su pareja. Ahora deliran sus tres hijos vestidos con la camiseta. Como si él fuera un pibe.
Julián Álvarez es un jugador que dejó de ser un chico hace tiempo. Mezcla del fútbol de la calle y la academia, porque a su talento le suma una inteligencia descomunal para aprender, se ganó la 9 de Argentina sin ser parecido a Batistuta ni a Crespo. Cada uno con su estilo fenomenal, el Araña es menos finalizador, o arranca más de atrás al punto que puede ser segunda punta o volante, pero huele gol, como dice Guardiola. Es uno de los preferidos de Higuaín, otro de los centrodelanteros que hizo historia grande con esa camiseta.
En este partido Julián no dejó de correr aunque el equipo no le diera juego. Y en una presión con su sello en el River de Gallardo, fue atrás de De Paul y cuando el arquero rival intentó gambetear, Julián lo convirtió en meme. Hizo bien Scaloni en dejar el corazón en la mesita de luz y apostar por la mejor actualidad de los jugadores. Hoy el delantero del City está por encima de Lautaro, aunque el Toro sea uno de los goleadores del ciclo. Y le suma goles al equipo, que esta vez fueron cuatro. El de Messi, el de Julián, el cierre espectacular de Lisandro Martínez ante una jugada maradoniana de Aziz Behich y el atajadón de Dibu ante Kuol. Por suerte -y capacidad individual- los nombres de los australianos no quedarán en el recuerdo de Argentina. La historia la hicieron los nuestros.
La Selección otra vez dejó ver buenas versiones de sus jugadores. Nico Otamendi está jugando su mejor Mundial. El central que rápidamente impresionó en Vélez cuando apareció y en 41 partidos fue vendido a Europa, no pudo disfrutar de Sudáfrica 2010 ni de Rusia 2018. Con Diego DT quedó expuesto extrañamente en ese partido con Alemania que jugó de 4; con Sampaoli fue uno más de un equipo sin conducción y que hizo todo mal. Ahora es uno de los guapos necesarios del fondo. Un Ruggeri, más con la 19 que el Cabezón llevó en la espalda. Siempre se le elogió su espíritu competitivo, al nivel de que contra Australia se fue fastidioso por no terminar con la valla en cero. Repitió buena dupla con Romero, ya recuperado para la lesión y otra vez titular, de buena adaptación a la línea de 3. El Cuti fue quien habló de 26 guerreros que darán la piel por Argentina y destacó a los tres de la vieja guardia.
Messi, Otamendi y Di María, el crack que ojalá vuelva contra Países Bajos porque en el arranque faltó su desequilibrio en el uno contra uno. Scaloni hizo bien en respaldar también a Enzo Fernández, de buen partido como 5. La revelación de Argentina compartió el medio con De Paul al lado, quien otra vez estuvo en su versión de motor del equipo; y con Mac Allister, un medio que tiene perfil bajo pero rara vez falla un pase. Los jugadores contagian a los hinchas y la gente los contagia a ellos. Es esa inyección de moral que destacaron desde adentro del vestuario. Quedará para siempre esa foto de Messi cantando con los hinchas en Qatar. Un paso más para ir a buscar la imagen más eterna en un Mundial.
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