Estas cosas pasan cuando sos un verdadero equipo, cuando no sos Deportivo Messi, cuando hay un grupo sólido, cuando a los socios fundadores se pueden sumar los nuevos socios, cuando te puede salvar cualquiera, desde el Dibu a Lisandro. O los nuevos. O, mejor dicho, cuando te salva el equipo. Aquella renuncia del 2016, luego del golpazo que significó perder dos finales de Copa América seguidas fue un quiebre para el seleccionado. Por suerte, Messi eligió volver al equipo y se dio otra oportunidad, no sólo para seguir buscando el esquivo título sino que también para refundar a la Selección, para iniciar un imperioso recambio. Un recambio que Scaloni, con sabias decisiones y muchos nombres que pocos tenían en carpeta, supo comenzar, de a poco, tras el Mundial de Rusia.
Un recambio que nunca se detuvo, ni siquiera ahora, durante el Mundial... Porque Scaloni, de mente abierta, no se casa con nadie y siempre está en la búsqueda de algo más para el equipo. Claro que confía en sus soldados de siempre, los respeta, sabe que ellos le dieron forma a este plantel en lo social y a este equipo en lo futbolístico. Pero su búsqueda es constante porque sabe que, para ganar un Mundial, se necesita más. Porque Argentina tiene talento. Y mucho. Pero otros tienen más, si vamos al nombre por nombre. Entonces había que seguir buscando hasta el final, había que potenciar el equipo, su funcionamiento. Porque un torneo así, corto, lo ganan los jugadores, pero hoy, más que nunca, lo ganan los equipos. Scaloni, en la previa del Mundial, lo que más valoraba era cómo llegaba cada uno. Lo dijo, lo avisó. Era necesario que los jugadores llegaran con ritmo futbolístico y óptimos desde lo físico. Y el que no pudiera reunir ambas cualidades, podía quedar en el camino. O en el banco. Lo dio a entender públicamente y también se los avisó a los jugadores. Por eso no sorprendió que saliera Cuti Romero, tocado y sin el timming de antes, ante Arabia. O Paredes, intrascendente. O Lautaro Martínez, sin la movilidad o la confianza necesaria.
No sorprendió tampoco que, en sus lugares, entraran los dos argentinos de mejor presente: Enzo Fernández y Julián Álvarez. Hace seis meses la rompían juntos en el competitivo pero inferior fútbol argentino, pero Scaloni vio lo que hicieron en el Benfica y en el City. Ambos entraron, a sus respectivos equipos, como si hiciera años que estaban. Con determinación y, además, pudiendo trasladar el talento mostrado en Argentina, en un fútbol de otro ritmo, más exigente, con mucha mayor oposición. Pero, lo sabemos, una cosa que llevarlos al Mundial, dentro de una lista grande, y otra es ponerlos como titulares. Y a Scaloni no le tembló el pulso. “Se pusieron solos”, dirían algunos, pero todos sabemos, eso no pasa... Los pone el DT. En el caso de Enzo, lo ubicó de 5. En una posición que poco ha jugado. Y ahora lo vemos como si siempre hubiese jugado ahí. Como pasó con otro Enzo, Pérez, en River, salvando las distancias, cuando Gallardo lo puso a jugar ahí. Ah, de paso, no podemos olvidar cuánto tiene que ver Gallardo en el presente de estos pibes. Y de Argentina, también. Con recordar el aporte de otros que él formó, desde Palacios hasta Montiel, pasando por Armani, un suplente de lujo en el puesto.
Con Enzo el equipo juega 15 metros más adelante, se asegura pases cortos y profundos. El pibe arriesga sin dudar. Juega con personalidad. Y, además, cuando se pierde la pelota, es el primero en presionar. Está muy bien en lo físico, con confianza y juega con convicción y descaro. Es una mezcla de la Bruja Verón y, por qué no, del Negro Enrique, más que nada por aquella situación de haber jugado poco antes y explotar en un Mundial.
Y si hablamos de esos intangibles, también le caben perfecto a Julián, ese delantero insoportable que odian todos los defensores. Porque no les da referencia. Es inteligente y muy intenso. Tira mil diagonales, sea de derecha al medio o de izquierda al media. No para. Marca pases todo el tiempo. Y su calidad es excelsa. Técnica individual, potencia física, confianza y sangre fría. Así le ganó el puesto a Lautaro. Y Scaloni supo verlo y ejecutarlo. No era fácil sacar al 9 del proceso, segundo goleador, en el partido más chivo, Polonia. Tampoco es casualidad que Álvarez tenga siete debuts con gol: cuando fue titular en la Reserva le anotó a Talleres, cuando fue titular en Primera le facturó otra vez a Talleres (amistoso) y cuando salió de arranque en Libertades le marcó a Inter de Brasil. Repitió con Argentina cuando fue titular por primera vez en Eliminatorias, lo mismo con el City (ante Liverpool) y luego en la Premier (con doble). Ahora, en el Mundial, fue su nuevo hito: titularidad y gol. Ya no sorprende.
El otro socio adherente es Alexis Mac Alister, el otro gran jugador argentino de la actualidad. Algunos criticaban que se fue al Brighton y dejara Boca. Lo cierto que el volante brilló casi desde que llegó y ahora es capo del equipo, jugando de 5, marcando y hasta haciendo goles. Scaloni no lo puso en el debut, pero sí de entrada contra México porque supo que Argentina necesitaba juntar pases, asociarse más, volver a ser la Scaloneta que juega con la pelota. Y el Colo fue el nexo ideal entre Enzo y Messi. Sabe moverse, ubicarse para recibir y luego tiene técnica para pasar. Falla poco. Y hace goles, como el clave ante Polonia. Pero, sobre todo, Alexis potencia al resto, a este mediocampo argentino que volvió a ser dominante porque, además, Scaloni sostuvo a De Paul tras un comienzo errático y esa decisión ya da los réditos, el ex Racing volvió a ser pistón incansable. Enzo, Alexis y De Paul tocan, se mueven, triangulan y se asocian con Messi, que ahora tiene todo tipo de socios. Pero ojo, también marcan, ganan duelos, presionan... La Selección, en definitiva, volvió a refundarse. Tenía a los socios fundadores, a los que la trajeron hasta acá, pero el grupo y Scaloni supieron hacerles lugar a los nuevos socios, a los que llegaron para potenciar una estructura, un funcionamiento que podía resquebrajarse tras la falta de ritmo y descanso de algunas piezas importantes. La Scaloneta volvió a ser la Scaloneta. Y nos volvimos a ilusionar...
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