La palabra paciencia nace del latín Patiens, el que padece. Parecería estar emparentada con el sufrimiento, pero en la práctica, el paciente es el que no se desespera, cuida, espera el momento, no se deja llevar por su antagonista, la impaciencia. Y ese caminar se transforma en esperanza.
La Argentina encontró en los papeles un rival accesible, casi sin antecedentes para superar los octavos de final de la Copa. En la cancha fue un rival rocoso, constante, defensivo, quien olvidó la pelota, hizo persecución del hombre y tapó los espacios. Su preocupación era Messi y el circuito de éste con Mac Allister y De Paul.
La ausencia de Di María se transformó en notable. Él le da sapiencia por la derecha y fue fiel compañero de los circuitos que armaron hasta este partido Messi, Molina y De Paul. No alcanzó con el esfuerzo de quien se recostara por ese sector, sea Julián Álvarez, el mismo capitán argentino o el Papu, que caminó por allí después de los 25 minutos.
Los defensores no aparecían en escena, no había trabajo para Otamendi y Romero, menos para el arquero Martínez.
Cerramos el comentario anterior contando que tras la soberbia actuación ante México y cuando aparecieran los obstáculos, la Argentina tiene una carta: Lionel Messi. Una obviedad, pero una pieza clave en los momentos fundamentales.
El jugador más perseguido de la noche fue el más claro y tras una pared encontró el hueco y astilló el muro. Aquella actitud de sosiego dejó de lado el pacecimiento y se transformó en felicidad y desahogo. Todo pareció resolverse. Era tiempo de esperar el complemento y con sagacidad y espacio ante australianos desesperados llegarían más goles.
No fue así. Un error de un confiado Ryan le dio espacio a la picardía de Julián Álvarez para encontrar el segundo gol. Álvarez no fue el futbolista lujoso del partido ante los polacos, se enredó entre tantos lungos vehementes. Tras ese gol argentino se jugó otro partido. Se perdió la paciencia y el entrenador volvió a los mil equipos. Se jugó con línea de tres con la entrada de Martínez, el del Manchester United. Se reemplazaron los laterales y salió Álvarez.
Se perdió el equilibrio, los amarillos se desnudaron aún más, ya que su vocación ofensiva mostró la rusticidad de sus jugadores para definir. Un desvío de Fernández permitió achicar la diferencia. Fue el momento del todo o nada. Del ida y vuelta en el que Messi siguió corriendo y dejándolo solo a Lautaro Martínez, quien erró tres oportunidades.
El cuerpo no está preparado para estar en alerta constante. Se cansa, se desgasta, la paciencia se transforma en urgencia y ésta en descontrol. La templanza de aquella primera parte se transformó en miedo al error y los defensores argentinos entraron en alerta. Se respiró cuando Messi contraatacó y allí se vieron dos equipos. No hubo media cancha. Los australianos con sus torpezas, los argentinos reconstruyendo el equipo en distintos sectores.
En el último minuto se lo abrazó al Dibu Martínez como a Messi en el primer gol. Fue una descarga explosiva ante los fantasmas del empate.
Se festejó un triunfo como se debe. Es lógico. La Argentina fue mejor y tuvo en la cancha el mejor futbolista del espectáculo... Messi
Un aprendizaje más en esta sinuosa y nerviosa Copa del Mundo para la Argentina. A la paciencia se puede recurrir. No es una muestra de debilidad, sino un camino hacia la sabiduría.