“Mi sueño es jugar un Mundial y mi ídolo es Messi”. 18 de junio del 2011. Club Atlético Calchín golea 5-1 a Defensores, en Pilar, Córdoba, con tres goles de un pequeño talento, Julián Alvarez, un delantero de apenas 11 años que otorga su primera gran nota a un canal de cable local. Sólo le faltó decir que su otro sueño “era hacer un gol en el Mundial”. Claro, lo que dijo antes, llegar a la cita máxima ya era mucho, tal vez por eso el pibe que ya era famoso en la zona por las diferencias que hacía no se animó a más. Hoy, en la entrada de su tierra de este pueblo de apenas 3.000 habitantes ubicado a 113 kilómetros de Córdoba capital, hay un cartel que dice “Bienvenidos a Calchín, la tierra de Julián Álvarez” y están todos de fiesta, porque su hijo pródigo logró que aquel día no dijo: hacer su primer gol mundialista, nada menos que el 2-0 de la paliza a Polonia, el que apagó cualquier nervio en una noche soñada en Doha, el día que la Selección volvió a ser la Scaloneta.
“Su infancia en el pueblo fue muy relajada, tranquila. El y sus hermanos (NdeR: Rafael, el mayor, y Gustavo, el menor) nunca se aburrían porque si no estaban en el colegio estaban haciendo algo, sobre todo jugando al fútbol, con sus hermanos y amigos, ya sea en casa o en la canchita de enfrente”, cuenta Mariana, su madre que era maestra en una escuela primaria. “Sí, pateaba mucho dentro de casa. El y sus dos hermanos. Yo cuidaba que nos rompieran el televisor o los cuadros”, acota Gustavo, el papá que trabajaba en una fábrica de cereales. “Salíamos del colegio y nos íbamos directo a patear. Nuestro juguete era la pelota. De hecho, era el regalo que siempre les pedíamos a nuestros padres”, comenta Agustín. “Se hacía de noche, no había luz y ellos seguían jugando. Yo salía, les gritaba ‘adentro’, se bañaban, se ponían el pijama y directo a cenar”, recuerda Mariana.
Julián comenzó a jugar más organizadamente en el CA Calchín, cuando acompañó al mayor, quien rápidamente se dio cuenta que el del medio tenía algo especial. “Sí, hacía diferencias”, relata Rafael. “Lo que hace hoy lo veíamos nosotros cada fin de semana”, suma Agus. “Cuando venían a jugar de otros pueblos, enseguida preguntaban si ‘jugaba la Arañita’”, refleja el padre. Justamente el apodo nació de sus hermanos, luego de verlo driblar con la pelota. “Parecía que tenía más piernas, no se la podían sacar y nosotros, en nuestro afán de buscar un apodo, le pusimos Araña”, comenta Rafael. “Y quedó, Julián no le dijimos nunca más”, acota Gustavo.
Su primer entrenador fue Rafael Varas, quien era repartidor de día y entrenador de noche, quien quedó maravillado con su talento y pese a ser categoría 2000, lo hizo jugar con la 98 y 99. Sí y todo, dando años de ventaja, fue figura y goleador, usando la 10 roja y blanca. Incluso en aquel debut del sueño del Mundial cuenta que llevaba 33 goles en ese torneo. “Jugar al fútbol siempre ha sido muy natural para él. Siempre jugó al fútbol de una forma muy natural. Recuerdo un gol, cuando tenía ocho o nueve años, en el que se dribló a cuatro o cinco rivales y metió un gol de rabona. Fue entonces cuando me di cuenta de que teníamos un tipo diferente de jugador, que podría ser una estrella”, comenta sin colgarse ninguna medalla. “Yo no fui su maestro. ¿Cómo se puede enseñar a un jugador como Julián? Sólo puedes darle algún consejo”, agrega quien recibió una hermosa devolución de Julián, hace un par de años, cuando salió de su casa y encontró a su pollo, con una camioneta nueva, en agradecimiento a aquellos años de formación como persona y jugador. “Es un orgullo pero no me sorprende. Desde chico, Juli fue una persona muy tranquila, responsable, educada y centrada”, admitió.
A partir de los 10 años, distintos clubes del país comenzaron a preguntar por la Araña. “Pero era demasiado joven, no estaba para irse a ningún lado. No queríamos nosotros ni él”, admite Mariana. Sí aceptó ir a una especie de prueba, a los 11, al Real Madrid. “Jugué cinco partidos del torneo de Peralanda y marqué dos goles. Ganamos la final al Real Betis y asistí en el gol de la victoria”, contó Julián en aquel momento. “El Director General de las Inferiores nos dijo que nos podíamos quedar, pero que aún no lo podían firmar, porque su política de fichajes del club iba de los 13 a los 17 años. Teníamos que esperar y, mientras tanto, mudar la familia hasta Madrid, algo muy complejo en aquella época”, explica el padre.
En su regreso, Julián siguió brillando en el equipo del pueblo hasta ser goleador y campeón. Seguramente por eso, al ver que excedía ese nivel, hace rato, a los 14 años le avisó algo a su madre. “El próximo club que venga, me voy. Mejor si es River”, comentó, sin dudarlo, quien se la pasaba enfundado, como sus hermanos, en la camiseta millonaria, en especial aquella del equipo de Ramón Diaz que ganó el tricampeonato entre el 96 y 97. Primero se había probado en Argentinos Juniors, también había pasado por Boca, prueba son algunas fotos con esa ropa… Pero cuando le tocó la chance en River y quedó, no lo dudó. Menos cuando Matías Almeyda lo aconsejó… A la pensión llegó en el 2016 y luego que vino después fue meteórico.
Al otro año, en 2017, fue citado para jugar en Reserva y el debut no pudo ser mejor: gol a Talleres, en Córdoba. Y justamente, ante el mismo rival, al septiembre siguiente, cumplió otro gran sueño: jugar el primer partido en Primera, de la mano de Marcelo Gallardo. Fue un amistoso pero terminó igual que el de Reserva: con un golazo suyo, desde 25 metros, que hizo emocionar a sus padres. Lo mismo que pasó este martes, en la platea del estadio en Doha, cuando su padre fue captado entre lágrimas luego del golazo ante Polonia.
Al debut oficial ante Aldosivi, en el Monumental, un 27 de octubre del 2018, le siguió un partido ante Estudiantes en La Plata y luego poder estar en el banco en La Bombonerta en el partido ida de la final de la Libertadores. Las lesiones de los delanteros y la suspensión de Borré, por amarillas, le dio la chance de entrar, en Madrid, con apenas 18 años y cinco partidos en Primera. “Eso fue una locura”, dicen la madre tras revivir el momento y, especialmente, la participación en el decisivo 2-1 de Juanfer Quintero, jugando con el aplomo de un veterano. “Verlo campeón, de semejante torneo, en esa final, con el club del que es hincha”, agrega el padre. Claro, fue en el Bernabeu, el estadio del club que no pudo ficharlo porque no tenía la edad mínima… Claro, estaba en el destino: tenía que ser en River, su club amado. Y ahí, ante Boca. Nada menos. Por eso no sorprendió que, en su regreso a Calchín, se subiera a una autobomba para pasear por su amado pueblo.
Así continuó su historia, como tocado con una varita mágica. Su protagonismo fue creciendo hasta convertirse en la estrella absoluta de River, siendo goleador, figura del torneo argentino y ganando el premio Rey de América al mejor futbolista del continente. Anotó 26 goles -ante Boca, en casa y de visitante- y dio 18 asistencias en 53 partidos. Los últimos meses, seguramente por la relajación inconsciente que generó el anuncio de su venta al Manchester City, no fue a tan alto nivel. Pero él sabía que lo suyo podía trasladarse a otro nivel, pese a que en la Argentina algunos todavía se empecinaban a augurarle un lugar en la platea, porque el City estaba lleno de estrellas y encima había comprado a Halland como su nuevo 9. Y allá fue, a convencer a Pep Guardiola, justo al DT del equipo que más admiró, cuando los fines de semana se sentaba frente a la TV para ver al Barsa con sus dos hermanos. Debutó con goles en la Community Shields y, para no perder la costumbre de anotar en su primer juego, lo hizo en la Premier League, por duplicado.
Antes, en el 2018, tuvo otro bautismo, el de la Selección, primero como sparring de aquel Mundial de Rusia, cuando pudo cumplir el sueño de estar en una misma cancha con Leo Messi. Y sacarse una foto, claro. Pensar que, siete años antes, se había hecho una escapada al hotel de la Selección y había “robado”, en el lobby, una foto con el ídolo. Ya en el 2021, se entrenaba a la par del crack mundial, al que alguna vez describió “como el mejor jugador de la historia”. Hoy, en cambio, juegan juntos, intercambian posiciones, tiran pared y festejan goles. En el máximo escenario mundial y con la camiseta que aman. Los dos sueños cumplidos de este pibe de apenas 22 años del que todavía no conocemos su techo.
“Ese Alvarez juega bien, eh”. Y sí, tenían razón en Calchín.
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