Todo alrededor en el elegante London Palladium en Londres se esfumó, o quedó preso de una nube brumosa. De repente, cuando en los pasillos quedaron cara a cara, nada más importó. El escenario, mágicamente, se mimetizó con los campos de entrenamiento de la Universidad de Pretoria, donde Diego le daba tips a Leo para pulir los tiros libres. O con los estudios en los que se grababa “La noche del Diez”, donde compartieron fútbol-tenis y sonrisas. Pelusa, paternal, le tomó el rostro con las dos manos, la Pulga posó el brazo derecho sobre su hombro. Fueron apenas unos instantes, con Antonela Roccuzzo y Rocío Oliva como testigos. Aquel 23 de octubre de 2017 fue la última conversación presencial de Maradona y Messi, sin intermediarios, descontando los mensajes televisivos, o la presencia del astro de Fiorito en las tribunas en el Mundial de Rusia 2018.
La entrega de los premios The Best, organizados por la FIFA (cuyo galardón principal quedó para Cristiano Ronaldo), quedó eclipsada por la reunión de los dos máximos estandartes de la historia del fútbol argentino. El encuentro fue casual, aunque los dos sabían que era inevitable el choque de planetas. De hecho, Diego fue preparado, tal como anticipó en la alfombra roja.
“Lo quiero saludar. Decirle que lo quiero mucho. Y que todo lo que dicen es cuento”, dijo ante las cámaras. Es que la relación entre ambos se había erosionado, no por un enfrentamiento frontal, sino más bien por el ruido en la comunicación. El clímax del desgaste se había dado un año antes, cuando se filtró el audio de un diálogo entre el propio Diego y Pelé, en el que Pelusa, sin advertir que tenía el micrófono encendido, le dijo que Messi “es buena persona, pero no tiene personalidad. No tiene mucha personalidad para ser un líder”. Una sentencia que, con más o menos matices, el Diez repitió en otras entrevistas, aunque más de una vez aclaró que su intención era intentar que el hoy jugador del PSG quedara preso de las comparaciones con su carácter más visceral, impetuoso.
Y hubo otro hecho que, aunque hasta trivial, también había colaborado con el distanciamiento de quienes fueron entrenador y dirigido en Sudáfrica 2010: la no invitación a Maradona al casamiento de la Pulga con Antonela. “Él sabe que lo quiero mucho. La invitación a la boda se perdió por alguna parte, pero eso no cambia mi opinión sobre él”, declaró, pero la grieta, inevitablemente, había quedado expuesta.
Pero en esa gala de octubre de 2017 todo tenía que quedar atrás. Y Diego tomó la iniciativa. “Vos sabés que te quiero mucho, No le des bola a la gilada”, le pidió a un Messi sonriente, que asintió, devolvió el cariño, y le dijo que estaba todo bien. Se dieron los saludos protocolares con las parejas de por medio y los deseos de buen augurio; Leo tenía por delante el Mundial de Rusia 2018, que derivó en decepción.
El Diez había intentado ayudarlo a que quebrara la sequía de títulos a nivel Mayor en Sudáfrica, una ilusión que frenó en cuartos de final ante Alemania (0-4). Entonces, el vínculo tenía color de idilio. “Diego le decía que se pusiera el equipo al hombro, le daba la libertad para jugar. Le tiraba: ‘Vos hacé lo que quieras’. En la intimidad del grupo de trabajo era lo mismo. Nos decía: ‘Este enano cuando se enchufa, la rompe, te pinta la cara’”, ofreció detalles del vínculo Miguel Ángel Lemme, asistente del DT en el Mundial disputado en África.
Esa química se reflotó por unos instantes en Londres. Depués, cada uno debió ubicarse en sus asientos, Maradona incluso presentó el premio máximo junto a Ronaldo Nazario y casi comete el error de ventilar el nombre del vencedor antes de que se viera el video con los candidatos. Lo frenó su coequiper, en un paso de comedia. “Te estaba dando golpes abajo, con el pie”, lo despertó el ex goleador, entre risas.
Pero a Diego le había resultado insuficiente el contenido de su diálogo con Messi. Algo le había quedado dando vueltas en la mente, rebotando en el corazón. Y no podía guardárselo. Entonces, decidió protagonizar un flash de telenovela, apenas una migaja de las mil historias que componen al astro que puso al Napoli en el mapa y dio la vuelta olímpica con la Albiceleste en México 86.
Cuando el rosarino ya había abordado el auto para trasladarse al hotel, un Maradona resuelto salió por la puerta del estacionamiento “cual fan enloquecido”, según la descripción de la TV española. Y, munido de un habano, se le colgó de la ventanilla ante las cámaras. “¿Qué pasó? ¿Qué le dijo?”, le preguntaron algunos intrépidos cuando lo vieron regresar a la fiesta post ceremonia. “Le dije que lo amo, que lo llevo en el corazón, y que nadie lloró tanto cuando nos quedamos afuera en Sudáfrica”, sorprendió con el mensaje del furgón, a la postre, sus últimas palabras cara a cara con quien cuando era un niño lo tenía como ídolo, al punto que concurrió con su padre al estadio a verlo en su debut con la casaca de Newell’s frente al Emelec, en su fugaz paso por la Lepra. Leo tenía apenas seis años.
Ninguno de los dos sabía que habían transcurrido sus últimos instantes juntos, que ese encuentro quedaría resignificado cinco años después. Es que el 25 de noviembre de 2020 Maradona murió a los 60 años y el mundo del fútbol quedó huérfano. Incluso aquel pequeño fan de Newell’s devenido en leyenda, que se sintió en la necesidad de homenajearlo, y encontró la oportunidad en un gol al Osasuna.
“Estaba con Antonela y le decía que tenía que hacer algo por Diego. En el museo tenía camisetas de él y cuando fui a verlo había una puerta abierta que siempre está cerrada. En una silla estaba la 10 de Newell’s que ni me acordaba que la tenía. Eran como las 11 de la noche y fue increíble: cuando la vi, no lo dudé. Era esa”, contó en TyC Sports. La escondió debajo del uniforme formal del Barcelona. Y salió a la luz tras su conquista, mientras acompañaba la evocación con una señal al cielo.
Tal vez, en ese momento, volvió a su mente aquel reencuentro de octubre de 2017. Y merodeará también su habitación B-201 en el búnker de Qatar University, en medio del primer Mundial sin la presencia física de Maradona.
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