Hagamos de cuenta que vive, que no incurrió en la ridiculez de dejarse morir hace dos años abrumado por la soledad. Y por cierto está donde estuvo siempre, prestigiando con su omnipresencia el Mundial. Podemos imaginarlo en muchos lugares al mismo tiempo: el revuelo tras cada uno de sus pasos, los aplausos en todos los estadios, el seguimiento de periodistas, fotógrafos y cámaras, la invitación de emires, jeques y príncipes, las visitas espontáneas al plantel argentino- su único amor inalterable- y su voz. Ese sonido inconfundible y fiscalizador que abarca desde la ironía fraseada hasta la crítica más severa.
Todos los ídolos infunden respeto, admiración y cariño. Pero solo unos pocos son capaces –o lo fueron– de generar la devoción que Diego inspiró en los futboleros. Y es por ello que los mundiales con él, aún como simple observador, tenían el valor agregado de poder verlo, de decir que aun a la distancia y a través de una pantalla se lo había podido aplaudir.
Lo imagino con el paso interrumpido para firmar autógrafos, prestarse a alguna selfie, cruzarse con algún ex compañero y evocar por ejemplo su primer Mundial, el de España 82′. A ver, digamos que justo llegó hasta él Daniel Bertoni u otro de sus compañeros de entonces invitados por la AFA y en el divague Diego le recordó:
–¿ Te acordás Daniel cuando nos agarró Brasil y nos ganó 3 a 1. Cada vez que veo ese partido en video, más me convenzo de que no fuimos menos que ellos. Y también me hicieron un penal… Terminó mal, lo sé, pero lo que pocos saben es que la patada que le metí en los huevos a Batista era para Falcao. No me aguanté una cargada que organizó Falcao en la mitad de la cancha, hicieron tac, tac, tac, me hicieron pasar de largo. Cuando me di vuelta, vi a uno y le metí la patada, de caliente… Pobre, era Batista. (Diego se refería a João Batista da Silva, más conocido como Batista, dedicado hoy realizar comentarios futbolísticos)
–Me fui muy mal de ese Mundial, lógico. Todavía hoy me veo caminando, saliendo de la cancha, la palmada de Tarantini a la pasada…Todos pensaban que iba a ser mi Mundial, y yo también”. Luego, para los testimonios textuales de “Yo soy el Diego de la gente” que es la fuente de estos recuerdos, me agregó… " Quiero borrar este Mundial de mi cabeza y empezar a pensar en el del ‘86. Eso les dije”.- Y vaya si lo hizo.
Los duendes de su esplendor se pasean por Doha como inevitable símbolo de la consternación que su muerte causó en todo el Mundo. La suya es la ausencia más sentida. Se advierten recuerdos con sonrisas por la magia legada y esa inequívoca mueca de dolor al pensar en su muerte. Sigo jugando con la imaginación. Caprichosamente le doy un escenario, un momento proyectado. Y al mirar atrás para evocar reafirmo que de los cuatro que jugó, el de México siempre será el más recordado pues fue allí donde Diego hizo el más bello gol de la historia de los Mundiales. Fue el segundo tanto contra Inglaterra. Que júbilo tan inmenso que lo hayamos podido ver. Y que esperanza tan grande que se encuentre en Qatar el único jugador del Mundo que podría hacer algo igual: Lionel Messi. Dios quiera. No obstante un Mundial sin Maradona suena triste y extraño. Pero tenemos su evocación de aquella memorable final, la del ´86 contra Alemania. Y Diego me la contó así:
”Cuando nos empataron, (2-2) yo no me asusté. Para nada… Nos habían cabeceado dos veces en el área, sí, una cosa imperdonable para cualquier equipo en serio, pero… Le miraba las piernas a Briegel y estaban hechas un garrote, sabíamos que iba a llegar, que el triunfo iba a llegar. Cuando volvimos a la mitad de la cancha, para sacar, aplasté la pelota contra el piso, lo miré a Burru y le dije: «¡Dale, dale que están muertos, ya no pueden correr! Vamos a mover la pelotita que los liquidamos antes del alargue. Y así fue nomás: giré atrás de la mitad de la cancha, levanté la cabeza y vi cómo se le abría un callejón enorme a Burruchaga para que corriera, para que corriera hasta el arco… Briegel le había quedado de atrás, a sus espaldas, y ya no iba a tener potencia para alcanzarlo. Entonces, la cachetié así a la pelota, bien al claro. Y se fue Burru, se fue Burru, se fue Burru… ¡Gol de Burru! ¡Cómo grité ese gol de Burruchaga, cómo lo grité! Me acuerdo que hicimos una montaña enorme, uno arriba del otro, ya nos sentíamos campeones del mundo, faltaban seis minutos, ya estaba y… Bilardo nos empezó a gritar: ¡Déjense de joder, déjense de joder! ¡Vayan a marcar vos y Valdano a marcar, dale, dale!”.-
”Luego cuando llegó por fin el pitazo final de Arppi Filho (árbitro brasileño) que yo campaneaba de reojo y en el estadio Azteca lo único que se escuchaba era los gritos de los argentinos, porque los mexicanos se habían quedado mudos, entonces me largué a llorar… ¿¡Cómo no me iba a largar a llorar si siempre me había pasado lo mismo en los grandes momentos de mi carrera!? Y éste era el máximo, el más sublime. Con la Copa en las manos nos fuimos para el vestuario y empezamos a putear a todo el mundo, a todo el mundo. Era mucha bronca junta y en medio de esa bronca me pasó algo impresionante…”
—¡Venga, Carlos, venga! ¡Desahogúese! ¡Diga todo lo que tiene adentro, grítelo…! —le dije a Bilardo con rabia, porque los dos sabíamos cuánto habíamos sufrido, mucho, demasiado. Y él, con los ojos llenos de lágrimas, me contestó, así, bajito…:
—No, Diego, deja… Esto yo lo quería desde hace mucho tiempo y no es contra nadie… Déjame pensar en una sola persona, en Zubeldía. Se acordaba de Osvaldo Zubeldía, de su maestro… Me dejó chiquitito así, me esfumó la bronca, no sabía qué más decir”.-
En este juego de la imaginación que me permite tener a Diego presente y ubicarlo en la ceremonia inaugural o en cualquiera de los partidos a disputarse, lo cruzo con un ex compañero de Italia 90´. Digamos Ruggeri, si, perfecto. Supongamos que después de abrazarse y hablar sobre este lujo qatarí la sorpresa del encuentro los vuelve a unir en Italia 90′, al debut con derrota ante Camerún (0-1), a Bilardo pidiendo que si quedaban eliminados preferiría que se cayera el avión en el regreso, a Goyco reemplazando al lesionado Pumpido y atajando penales para seguir pasando de rondas, al gol de Caniggia a Brasil y la final otra vez frente a Alemania. Es entonces cuando en nuestra fantasía Diego y Ruggeri evocan aquella injusticia al conjuro de un tentempié de entretiempo en el estadio Lusail Iconic. Y Diego le dice:
”Éramos carne de cañón, éramos carne de cañón porque habíamos sacado a Italia. No nos iban a perdonar eso, les habíamos arruinado el negocio de la final contra Alemania. ¡Y para colmo antes habíamos volteado a Brasil! Sí, éramos carne de cañón…”-
“Por el otro lado llegaba Alemania, que había hecho una campaña parejita, bien en su estilo. En la semifinal, ellos habían eliminado a Inglaterra, en Nápoles. Me acuerdo que el día que fuimos a reconocer el estadio, el Olímpico de Roma, el sábado 7 de julio, apareció Grondona y me comentó que tenía un mal presentimiento, que ya estábamos afuera. Yo me recalenté con Julio, no podía creer que me estuviera diciendo eso. Y después del partido la hizo peor, porque vino y me dijo: Bueno, está bien, hicimos lo que pudimos”
”Nos habían robado el partido, el partido estaba digitado, ya. Y no era sólo eso: yo también había hablado de mis sospechas por el sorteo, me había peleado con Havelange, había reclamado que repartieran el dinero de los premios para las federaciones entre los jugadores. Demasiadas, demasiadas cosas para los poderosos”.-
“Aquel partido contra Alemania fue una farsa. Desde el principio, ya. Desde el insulto irrespetuoso al Himno y más fuerte todavía cuando apareció mi imagen en la pantalla gigante. Yo sabía que todos me estaban viendo, sabía… Por eso les dije, bien clarito, para que me entendieran en cualquier idioma: «Hijos de puta, hijos de puta». Pero no lo grité, lo dije así, despacito, como si se lo estuviera diciendo a cada uno en el oído, dispuesto a pelearme a trompadas con todos, con el que viniera… Hijos de puta… Eso eran”
”Allí estábamos plantados contra Alemania, otra vez, como cuatro años antes. De los campeones del mundo, en la cancha estábamos sólo Burruchaga, con el poco resto que le quedaba, Ruggeri arrastrándose y yo, igual. Habíamos perdido un montón de soldados en la guerra”
”Ellos fueron superiores, sí, pero lo nuestro fue muy digno. Muy digno. De arranque nomás, Buchwald me pegó un patadón, como para hacerme sentir lo que iba a ser el partido. Y el árbitro no lo cobró, como no cobró ningún foul a nuestro favor durante veinticinco minutos. Cuando terminó el primer tiempo, me acerqué al mexicano y le rogué: «Cobre algo, por favor». Sí, cobró, lo echó al Negro Monzón después de un foul contra Jürgen Klinsmann. Y así se nos fue el partido, se nos fue: de los campeones del mundo, en la cancha quedé sólo yo. Ya éramos retazos de lo que había sido un equipo”
”Le había prometido a mi hija Dalma que volvería con la Copa del Mundo, pero ahora tenía que explicarle algo mucho más difícil, feo y doloroso; que en el fútbol, en nuestro fútbol, había mafia… Pero no una mafia que mata, sino una mafia que es capaz de cobrar un penal que no existe y no dar uno que sí fue. Eso pasó con Alemania y con la Argentina, para que quede claro: ese señor Edgardo Codesal, arbitro mexicano, mandado vaya uno a saber por quién, creyó ver cómo Sensini volteaba a Vóller pero jamás vio cómo Matthaus lo bajaba a Calderón, justo en la jugada anterior… Eso le tuve que explicar a mi hija, aunque era imposible que lo entendiera”
“Y al final del partido lloré, sí, sin vergüenza. Sabía, estaba convencido, que mi vida cambiaría después de todo aquello. Debía volver a Italia, necesitaba hacerlo para buscar una revancha y para demostrar quién era, pero nunca imaginé que iba a vivir todo lo que viví a partir del Mundial ‘90.”
Por cierto que algún interlocutor qatarí con llegada y proximidad a Diego, un miembro de la familia real digamos, sentado a su lado y en un momento de receso, podría decirle con cierta dosis de intriga: “Diego cuando usted jugó el Mundial de los Estados Unidos yo tenía 18 años y estudiaba en una universidad norteamericana; vi el partido contra Nigeria, también cuando se iba con la enfermera tomado de la mano y después escuché su frase: “…me cortaron las piernas…”. Debe haber sido el peor momento de su vida, no” . En este supuesto que esta ficción permite, Diego le hubiese respondido algo así:
“La verdad, la única verdad del Mundial ‘94, es que se equivoca Daniel Cerrini (su asistente y entrenador personal) pero lo asumo yo, ésa es la única verdad… Nadie me había prometido nada, como se dijo por ahí, que la FIFA me había dejado el camino libre para hacer lo que quisiera y después me engañaron con el control antidoping, ¡no, eso es una mentira enorme!”
”En ese momento sentía que ya no quería más revanchas en el fútbol: me habían cortado las piernas, sí, pero también tenía los brazos caídos y el alma destrozada. Yo estaba convencido de que ya había pagado con lo de Italia (primer doping positivo por cocaína en 1991 tras el triunfo del Nápoli contra el Bari 1-0 que le costaron 15 meses de suspensión) , con el penal aquél inventado (frente a Alemania, final 90′), con mi derrota. Pero parece que la FIFA quería más sangre mía, no les alcanzaba con mi dolor… ¡Querían más!”
”Y si después dije lo que dije, aquello de que me cortaron las piernas, fue porque me había jugado mucho en esa vuelta: yo quería que, de una vez por todas, los argentinos se sintieran orgullosos de su Selección con Maradona. Había hecho un esfuerzo enorme, me había encerrado allá en La Pampa, bajé de 89 kilos a 76. Le pedí tanto a Dios para que todo saliera bien, pero Dios… Dios no tenía nada que ver, o estaba distraído, o muy ocupado, que es lógico, porque si no tendría que haber logrado que Blatter, que Havelange, que Johansson, que todos esos dinosaurios, me perdonaran. Porque, insisto, no era reincidencia en la cocaína, no lo era. Ellos, que se llenaban la boca con el Fair Play, se estaban olvidando de un ser humano. Porque yo no había tomado nada para sacar ventajas, nada. Por eso no lo asumo como la cagada más grande de mi vida ni nada que se le parezca; lo asumo, pero como un error de otro. A nosotros nos sacan del Mundial porque a mí me dan efedrina, y la efedrina es legal, o debería serlo”. Diego tenía razón pues la cantidad de su ingesta de entonces, hoy no se consideraría doping.
Lo de hoy terminó. Vamos saliendo del estadio. Se ven fotos de un Maradona candoroso en alucinantes pancartas. Un funcionario de la FIFA a quien Diego identifica por su saco azul con el escudo en el bolsillo superior viene gentilmente a acompañarlo hasta el vehículo que el Comité Organizador puso a su disposición. El funcionario habla español. Es entonces cuando Diego le deja un mensaje: “Maestro, dígale a sus jefes de la FIFA que no va más un Mundial en países como éste donde todos estamos bajo vigilancia, con estadios que causaron tanta tragedia a sus laburantes, haciendo venir a los jugadores una semana antes, discriminando tanto a las mujeres, a los inmigrantes, con tanta policía controlando a los hinchas, a los visitantes, a los periodistas. Capo –agregó Maradona en esta imaginaria monserga: “Y cuiden a Messi que es la estrella del Mundial, castiguen a quienes intenten romperlo, disfruten de su magia y piensen más en los jugadores y sus necesidades; no olviden que los únicos imprescindibles de este negocio somos nosotros, los jugadores; sin nosotros, se acabó el negocio”.
Después de decir esto el duende desapareció, se fue a un planeta ignorado donde reposa su prematura eternidad. Y desde allí grita su fervor por Argentina, por Messi y por el fútbol. ¿ Quién dijo que Diego murió? Lo vieron en Doha…