Lionel Messi sentía admiración, devoción, debilidad por su abuela materna Celia. No por nada, hasta hoy, mantiene un ritual: se hace la señal de la cruz, se besa la mano y levanta sus brazos y dedos índices hacia el cielo para dedicarle sus goles como hizo a lo largo de toda su carrera profesional.
Ella había sido la primera que lo llevó a pelotear al Club Grandoli, donde dio sus primeros pasos como futbolista. “Ponelo que te va a salvar el partido”, le dijo prepotente la nona a Salvador Aparicio, entrenador de la Categoría 86 que se resistía a incluir en cancha al pequeño zurdo de 4 años por miedo a que lo lastimaran. Tanta fue la insistencia, que el DT dio el brazo a torcer y la Pulga terminó convirtiendo dos goles. Contó el propio Messi que, tras el partido, su abuela miró al técnico de forma desafiante, sabiendo que su consejo había dado réditos. De carácter fuerte y apasionada por el fútbol, así era doña Celia.
El Alzheimer privó a Leo de disfrutarla por mucho tiempo más. La madre de su mamá falleció en el año 1998, cuando él ya se había acoplado a las infantiles de Newell’s. Revoltoso como lo es hoy su hijo del medio Mateo, Lionel pergeñó su travesura más osada y tierna al mismo tiempo: se escapó de su casa para visitar a su abuela en un cementerio ubicado en una localidad cercana a Rosario.
Con apenas 10 años, Lío convenció a su mejor amigo de la infancia Diego Vallejos de que lo acompañara en colectivo a Villa Gobernador Gálvez, donde descansan los restos de su nona Celia. “Éramos dos cositas así (hace un ademán de señalar algo chico). Yo un poquito más alto y él un poquito más bajo. No salíamos de lo que eran las cuatro cuadras alrededor del barrio y, visitar a su abuela, implicaba irnos a otra ciudad, viajar unos 20 kilómetros”, reconstruye la historia en Infobae su amigo.
Para llegar al cementerio partiendo de la casa en la que vivía, debieron caminar durante 10 minutos y luego viajar en bus otros 20 hasta recorrer las últimas dos cuadras pendientes en Gálvez. “Iniciamos esto que era algo nuevo, una aventura”, rememora Diego, clave para arribar al punto deseado ya que él tenía a un tío que vivía en la localidad aledaña a Rosario y fue la brújula de Lionel después de que se bajaran en una parada equivocada con el colectivo.
“Si bien íbamos jugando, pateando latitas y despreocupados de inseguridades ni nada, tardamos bastante. Eran otros tiempos, pero éramos dos niños pequeños que caminaban por la calle”, es la frase con la que toma consciencia de lo riesgosa que fue esa excursión. Los padres de la cuadra en la que vivían (Diego y Lionel eran vecinos a escasos metros de diferencia) solían salir a la vereda a gritar los nombres de sus hijos cada vez que debían volver a casa para hacer deberes para la escuela, comer o hacer algún mandado. Pero ese día no hubo caso, los chicos no aparecieron por horas y se vivieron momentos de tensión.
Hubo reprimendas, lógicamente, pese a la comprensión del caso y el lindo gesto que había tenido Leo con su abuela y Diego con su amigo: “Tardamos muchísimo tiempo en volver. Cuando aparecimos, todos nos estaban buscando preocupadísimos. Yo estuve castigado un tiempo”.
Entre varias, esa es la anécdota preferida de Diego, amigo incondicional de Messi: “A la infancia uno siempre la recuerda, pero esa fue una experiencia un poco más arriesgada, más emocional. En su momento no lo veía de esa forma. Solamente íbamos y encarábamos a lo desconocido. Afectuosamente, el recuerdo con la abuela siempre lo tengo presente más allá de todas las cosas que hicimos”.
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