“Yo había jugado en cancha de Ferro la tarde del descenso ante Argentinos Juniors. Por eso haber podido convertir el gol del ascenso a Primera contra El Porvenir fue una gran alegría y también lo sentí como una reivindicación. En aquel triste torneo del ‘81, prácticamente no había actuado casi nada por estar cumpliendo el servicio militar y recién lo hice como titular en los últimos tres partidos. Fue durísimo y por eso fue tan linda la alegría vivida un año después”. En las serenas, pero emotivas palabras de Ruben Darío Insua se perciben las dos caras de esa moneda que el destino le puso por delante en esas dos temporadas. El actual entrenador de San Lorenzo, 40 años atrás, fue una figura clave en las dulces horas del regreso.
Más temprano que tarde fueron quedando amarillentas las últimas hojas que reflejaban las alegrías de San Lorenzo, allá por el ‘74. Habían pasado menos de 10 años, pero aquello estaba muy lejano. La gloria de ese Nacional con los desbordes del Negro Ortiz y los bombazos del Gringo Scotta, fue la antesala de malos tiempos, donde el Ciclón se fue vaciando. Primero de figuras, luego de lujos y más tarde de los más elemental: su casa. El adiós al viejo gasómetro en el ‘79 encendió las alarmas. Un año más tarde se salvó angustiosamente del descenso, que ya no pudo eludir en el ‘81. Pero cuando todo parecía oscuro, desde el fondo del negro túnel, emergió la gente, el público de Boedo que puso el pecho y el hombro, reventó todos los estadios en una convocatoria conmovedora y fue vital para el pronto regreso a primera, concretado el sábado 6 de noviembre de 1982. Insúa rememora como fueron los momentos previos a la competencia: “Con un gran entrenador como Juan Carlos Lorenzo se armó un plantel de jerarquía, donde llegaron jugadores que habían sido varias veces campeones en River Plate, como Pablo Comelles y Héctor Gorrión López, el caso de Hugo Paulino Sánchez, con pasado en Boca Juniors o Eugenio Morel Bogado, que había actuado en la selección de Paraguay. Y a ellos nos sumamos algunos chicos del club, que veníamos con todas las ganas”. Insua era uno de ellos, como también Leonardo Madelón y Jorge Rinaldi, otra de las grandes figuras, quien detalla que no fue sencillo para ellos.
“Arrancamos las prácticas en el ‘82 con grandes expectativas, sobre todo los chicos que éramos del club y un día el Toto me llamó junto con Ruben Insua, apenas llegamos a un entrenamiento, para decirnos que no nos quería ver más por el club (risas). Su argumento era que se la quería jugar por los hombres de más experiencia, pero nos lo expresó de una manera fea y chocante. Llegué a mi casa y no sabía que hacer, hasta que mi viejo me preguntó que era lo quería y le respondí que pretendía seguir en San Lorenzo, porque el sueño que teníamos con Ruben era regresar a Primera y esto no es demagogia barata. Tantas eran mis ganas, que deseché las dos ofertas que tenía, justamente de Independiente y Estudiantes, los equipos que pelearon el título, para quedarme y pelearla. El que se portó un fenómeno con nosotros fue el profe Julio Santella, que siempre nos atendió, porque sino éramos como parias. Pasó el tiempo el Toto nos llevó a la pretemporada, pero como un complemento. Por suerte se dio, porque a partir de la tercera fecha ya comencé a jugar, Ruben lo hizo un poco más adelante, pero nos terminamos dando el gusto”.
El debut fue el domingo 7 de febrero en la cancha de Ferro Carril Oeste, donde también había hecho de local el año anterior. Llamó la atención la enorme cantidad de gente que concurrió desde muy temprano y colmó las localidades, como preanuncio de lo que ocurriría a lo largo de la temporada. Este es el recuerdo que tiene Leonardo Madelón de aquella nublada, pero hermosa tarde de fútbol en Caballito: “Me tocó hacer mi presentación en Primera nada menos que el día del debut del Ciclón en la B contra Gimnasia. Ganamos 2-1 y fue el inicio de un año muy lindo para la gente de San Lorenzo. Tengo varios recuerdos de esa tarde, pero el fundamental es que el estadio explotaba y para mí fue especial, porque mis viejos habían hecho un gran esfuerzo para bancarme y ese día se vinieron desde Santa Fe junto con familiares y amigos. En lo deportivo, estuve muy tranquilo porque llevábamos 15 días entrenando duro. Conseguimos cinco triunfos al hilo como prólogo de una campaña inolvidable, que entiendo a algunos hinchas que no quieren evocar aquello porque estábamos en la B, pero para los que éramos los pibes del club como la Chancha Rinaldi o Insua, era muy importante. Fue hermoso porque lo devolvimos rápido a la Primera División, llenando todas las canchas y, en mi opinión, fue la última vez en que pudo disfrutar la familia en la cancha, ya que luego comenzó la ola de violencia”.
Jorge Rinaldi también marca aquel día contra Gimnasia como un punto de referencia ineludible en lo que respecta al apoyo de la gente: “Esa tarde me tocó estar en el banco de suplentes y mientras los titulares hacían la entrada en calor, me asomé para ver el aspecto del estadio y quedé sorprendido. Y eso que era un hombre criado en el club y descontaba el acompañamiento, pero no en esa magnitud. Ferro ya no daba abasto y pasamos a hacer de locales en Vélez y cuando íbamos para allá, la Juan B. Justo reventaba. Parecía que San Lorenzo ya salía campeón y faltaban como 40 fechas (risas). Hicimos una pretemporada fuerte, rápida y corta, a diferencia de los que se manejaba en esa época, porque Lorenzo tenía una idea con la que acertó de punta a punta. La última noche de la pretemporada dijo: ‘San Lorenzo tiene que ganar los primeros cinco partidos y se va a convertir en un boom total y después no lo va a voltear nadie’. Y fue así, nomás. El viejo sabía”.
Ante Almirante Brown por 1-0 obtuvo su cuarto triunfo consecutivo en la misma cantidad de partidos disputados. Fue la primera presentación en el estadio de Liniers, donde concurrieron casi 45.000 espectadores, superando por 20.000 los reunidos en Ferro. Dos semanas más tarde, el Ciclón perdió su primer punto, ante Tigre en cancha de River al igualar en uno. Pero el dato que se subrayó en todos los medios es que esa tarde del sábado 13 de marzo pasaron por boleterías 71.000 personas, marcando un récord en la historia de la Primera B. A partir del hecho extraordinario de San Lorenzo llenando todas las canchas, a lo largo del año comenzó a discutirse si el fútbol debía jugarse en sábado o domingo. La revista El Gráfico sacó una encuesta desde el mes de marzo donde el ganador fue el sábado.
Dos semanas más tarde, el comienzo de la guerra de Malvinas conmocionó a la sociedad argentina. Al día siguiente, en cancha de River, bajó un diluvio, San Lorenzo igualó 0-0 con Lanús. En la previa se cantó el himno con los equipos formados en el centro del campo y los dos capitanes, izaron la bandera argentina. Jorge Rinaldi estaba haciendo el servicio militar: “Era atravesar un momento muy difícil para cualquier chico de 18 años que quisiera iniciar una actividad, más en el fútbol. Encima ese año fue todo el tema de Malvinas, que llevó a una confusión permanente para quienes habíamos crecido en la época del proceso. Yo fui un afortunado, porque un coronel retirado que estaba en relaciones públicas se portó muy bien conmigo y le pidió al teniente coronel del batallón donde estaba que me facilitara las cosas. He tenido compañeros a los que pasar por eso les derrumbó las ganas de ser futbolistas. La colimba no servía para nada”.
Disputadas 14 fechas, San Lorenzo era el líder invicto, con 4 puntos de ventaja sobre Deportivo Italiano. En la 17° jornada fue visitante por primera vez en el real sentido del término, ya que su adversario no cedió la localía. Y fue Colón, en el Cementerio de los elefantes, por 2-0, el que le estampó su primera derrota. Una semana más tarde, el Ciclón llegó a cinco encuentros sin triunfos al empatar en cero con Deportivo Español en Liniers. Días más tarde, Juan Carlos Lorenzo dejó la dirección técnica, porque aceptó la propuesta de Vélez. En su lugar asumió José Yudica, DT exitoso, que le pondría su impronta al equipo, como lo evoca Rinaldi: “Fue uno de los mejores técnicos que tuve y una gran persona. Cambió todo, porque nos estábamos cayendo físicamente y nos apuntaló desde ahí, más el cambio táctico decisivo de colocar a Ruben Insua como volante central en lugar de Oscar Ros, en busca de más vocación ofensiva. Fuimos los mejores a lo largo del año, pero mostramos otro juego en la parte final. El Piojo Yudica llegó en el momento que más lo necesitábamos, como entrenador y como persona”. Ruben Darío Insua tiene recuerdos en la misma sintonía: “Fue muy importante porque me ubicó como número 5, un puesto en el que nunca había jugado. Me acomodé rápido en esa posición porque me daba mucha libertad para pasar al ataque, que era lo que a mí me gustaba y eso me posibilitó agarrar la titularidad en forma definitiva, más el hecho de haber marcado muchos goles en su etapa como DT”.
Damián Saiz es un apasionado de San Lorenzo. Posee una gran cantidad de material invalorable, como la colección completa de El Ciclón, revista partidaria que acompañó la vida de la institución durante décadas. Desde muy chico, junto con su padre Manuel, siguió al equipo a casi todas las canchas. En 1982, con apenas 9 años, dijo presente en 39 de los 42 cotejos: “Hay una frase que dice que a San Lorenzo lo salvó la gente y es cierta, porque no se sabe que hubiese pasado con la institución en ese momento. Para comprender lo que fue ese fenómeno social único e irrepetible hay que tener en cuenta dos factores fundamentales: Primero que era un club que llegó a tener 50 actividades deportivas en su sede de Avenida La Plata y que en menos de dos años perdió su estadio y ese predio. Y segundo, en el plano deportivo, al ser un grande estaba acostumbrado a salir campeón y se fue al descenso. Todo eso configuró un mazazo brutal para cualquier hincha. Por eso, desde el inicio del torneo de la B, se volcó tan masivamente al apoyo, porque necesitaba un motivo para demostrar su pertenencia. Una respuesta de lo que le pasó al club y los momentos que se vivían en el país. Cada partido era una fiesta de colores, con mucha familia y con el dato que, en pocos días, se habían acabado las camisetas de San Lorenzo en las casas de deportes de la capital. En lo deportivo lo recuerdo como un buen cuadro, pero sin grandes estrellas. Aprovechó bien el hecho de poder sacar a los equipos más chicos de sus canchas, porque cuando debió ser visitante de verdad (Colón – Banfield – Gimnasia – Atlanta – Lanús) no pudo ganar. En el aspecto personal, lo que más me conmovió fue ver el Monumental y la Bombonera llenos por la gente de San Lorenzo”.
A la hora de escribir esta nota debo hacer una referencia personal. Pasé mi infancia y adolescencia en el barrio de Congreso, donde teníamos como vecinos los fines de semana al plantel de San Lorenzo, que se concentraba en el hotel Escorial, de Salta e Hipólito Yrigoyen. La noche del viernes 5 de noviembre fui a cenar con mis padres al restaurant El Globo, pegado a ese lugar. A la hora de la cuenta, el mozo les preguntó a ellos si a mí me gustaba el fútbol. La respuesta al unísono fue que, sí y me llevó a un salón contiguo, donde con mis ojos de 9 años vi al plantel cenando en la víspera de lo que sería su consagración. Me acerqué con toda mi timidez a las mesas con un papel, donde ocho de ellos me dejaron su autógrafo, que 40 años más tarde conservo como un tesoro.
Con algunos altibajos, el equipo fue encontrando el nuevo estilo que le aportó Yudica, parado unos metros más adelante en la cancha. Así llegaron a la recta final, donde el dulce final anunciado fue una realidad ante El Porvenir, como lo evoca Ruben Insua, autor del gol que desató la euforia definitiva: “Se nos había escapado la posibilidad de la vuelta olímpica una semana antes frente a Deportivo Español en cancha de Boca, al empatar 0-0. Tres días antes de enfrentar a El Porvenir, ya se habían agotado las entradas. Dominamos de principio a fin, pero no la podíamos embocar, hasta que faltando poco, le cometieron un penal a Jorge Rinaldi y tuve la posibilidad de convertirlo, en una decisión que tenía clara, de darle fuerte y cruzado”.
Cuatro décadas más tarde, Jorge Rinaldi sigue agradecido por lo que vive en cada charla que se evoca ese torneo: “Con el paso del tiempo me di cuenta lo que había sido aquello para el pueblo de San Lorenzo. Como 20 años después, cuando en un día de elecciones en el club, pasé por el sector de vitalicios y había personas que se ponían a llorar al evocar el año ‘82″.
La fiesta soñada no pudo ser, porque la olla a presión que era la sociedad argentina en noviembre del ‘82, escribió otro capítulo, con una batalla entre el público que ingresó al campo de juego y policía que reprimió automáticamente. Una semana más tarde, el Ciclón dio la merecida vuelta olímpica en la Bombonera al enfrentar a Temperley, utilizando la camiseta que ya entró en la mitología futbolera con el auspicio de caramelos Mu-mu y la actriz mexicana Verónica Castro dando el puntapié inicial y enfundada en la casaca azulgrana. De los cuatro costados el grito: “Veo, veo. ¿Qué ves? Una cosa. ¿Qué es? Que Boedo ya se va de la B, para nunca más volver”. Y la voz de pueblo, una vez más, se hizo realidad.
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