Gallardo siempre estará llegando

¿Ha muerto el amor entre el Muñeco y River Plate? No, se ha tomado un tiempo; ha dado un leve paso hacia atrás para volver a ver el todo…

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El Muñeco no pudo contener
El Muñeco no pudo contener la emoción en el Monumental (REUTERS/Agustin Marcarian)

Las estrellas que se veían bajo el cielo del Monumental titilaban aumentando la intensidad de su luz amiga.

Sobre el campo de juego vibrante y movedizo, los reflectores fueron hacia él para que las pantallas muestren su rostro conmovido y fatal. Claro que él vio cual moderno César la devoción de su pueblo y advirtió las miles de gargantas anudadas. Y abrazó a cada uno con su mirada que por un instante había dejado de ser atenta y vivaz… Esta vez, esta primera vez, dejó que las lágrimas descendieran por su rostro hasta alcanzar el temblor de su barbilla.

Llegar al Monumental describía el jubileo de un día –otro día más- que jamás podrá olvidar la gente de River. Algo así como un “Gallardo’s Day”. Pasacalles, banderas, cánticos, jolgorio, globos, y en el fondo un clima de tristeza oculta que masificaba la nostalgia. Iban a despedir a quien querían eternizar con el consuelo de estar allí para grabarlo en el cada alma y algunos – muchos- con la remota esperanza de encender un clamor que lo hiciera desistir.

Luego, a la hora indicada, Marcelo Gallardo debió vivir el momento más difícil. Fue cuando debió escuchar el atronador sonido que impulsó la gratitud colectiva mientras las pantallas y los reflectores mostraban una realidad inesperada hasta hace menos de una semana. Pero fue cierto, el Muñeco se estaba yendo. Le ponía fin a la primera etapa en su amado River Plate.

La manera de despedirlo fue grandiosa y emotiva. Aquellos abrazos con cada de sus jugadores, el reconocimiento de los dirigentes, el cobijo a sus hijos y las lágrimas de Francescoli son una postal que explica la congoja de las 72.000 almas que se quedaron a perpetuar aquel histórico momento. Es que Gallardo no fue sólo el irrepetible volumen de sus éxitos, antes bien, fue el creador de un nuevo orden en el club que sirvió o servirá como paradigma para las demás instituciones que entiendan que un proyecto es el producto integral y que por lo tanto requiere de actores que lo realizan, dirigentes que lo apoyan y simpatizantes que lo respaldan. El líder futbolístico de ese todo fue Gallardo. Y los resultados quedaran registrados en la historia: 14 trofeos: tres Copas Argentina, dos Supercopas argentina , dos Copas Libertadores , una Copa Sudamericana – en todos estos logros eliminando a Boca -, tres Recopas Sudamericanas, una Suruga Bank, la Liga Profesional y el Trofeo de Campeones.

Para lograrlo debió transitar un camino muy difícil, ríspido, tan cuesta arriba en nuestro país que en los ocho años y medio durante los cuales él reformuló, lideró y condujo el fútbol de River, más de una centenar de directores técnicos fueron girando en la impiadosa rueda de los reemplazos, las rescisiones de contrato o los despidos. Un mínimo ejemplo es el de Boca; adviértase que mientras Gallardo fue el técnico de River, al otro gigante lo dirigieron en el mismo periodo 7 entrenadores, la mayoría de enorme prestigio y trayectoria: Bianchi, Arruabarrena, Guillermo Barros Schelotto, Alfaro, Russo, Battaglia y el Negro Ibarra… Mejor no ir a otras instituciones pues el desfile de técnicos fue tan numeroso como irracional.

Ocho años y medio en el fútbol argentino sería el equivalente a un ciclo de dos décadas –o más– en alguna liga coherentemente programada. Hay que liderar en un fútbol de tan deficiente organicidad, con campos de juego inviables, tres fechas por semana, arbitrajes por debajo del nivel de la competencia, un VAR de dudosa infabilidad, campeonatos que debieran ser de 22 equipos y son de 28 con pedidos para llegar a los 30, alteración de fechas y horarios.

Por cierto que los demás directores técnicos padecen de las mismas situaciones, pero ninguno dura 8 años y medio, ni dirige a River como para haber dejado, tal vez, gran parte de su energía y de su motivación. Y en la suma de hipótesis pues solo cuando Gallardo lo diga con todas las letras, recién lo sabremos, no es difícil advertir el hastío.

Angelito Labruna o el Pelado Díaz, entre otros grandes ex jugadores, dirigieron exitosamente a River. Fueron ídolos y campeones. Figuras enormes, símbolos del club. Pero dirigieron a River… Lo de Gallardo fue diferente pues él tomó a River como un proyecto tan integral e intenso que le requirió un promedio de 11 horas diarias: desde la gramilla del River Camp hasta las remodelaciones en el Monumental, eran su problema. Al mismo tiempo de tener que dirigir a la Primera. Muchas horas, muchos años, muchos grupos a liderar, muchos dilemas, algunos conflictos normales de vestuario, muchas expectativas, un solo resultado esperable y la fatídica hora de tener que decantar a jugadores de un plantel al que le pidió siempre todos los esfuerzos y de quienes los obtuvo hasta la máxima gloria: la Libertadores del 18′ en el Bernabéu. Para hombres de la ética de Gallardo hacer una lista o listita ahora donde hubiere uno solo de aquellos jugadores resultaría cuanto menos, “imperdonable para sí mismo”.

Hay momentos en los cuales el amor no se rompe por una sola causa. Se trata de una suma de cuestiones que van desgastando la relación. Y un día cualquiera la suma de todas ellas impone un receso relacional. ¿Ha muerto el amor? No, se ha tomado un tiempo; ha dado un leve paso hacia atrás para volver a ver el todo…

Escribió el inolvidable Gordo Troilo, el “Bandoneón mayor de Buenos Aires” en el poema de su tango “Nocturno a mi barrio:” Alguien dijo una vez/ Que yo me fui de mi barrio/¿Cuándo?... ¿Pero cuándo?.../ Si siempre estoy llegando…”. Así pasará con Gallardo: siempre estará llegado....

Hubo un momento imperceptible de la emotiva despedida durante el cual Gallardo, como si abrazara a su viejo Don Máximo miró hacia platea para ver si ubicaba a alguien amado que lo había acompañado siempre y con quien comenzó su discurso, Ana Maria Maidana, su mamá a quien perdió hace ocho años… Para el Muñeco estaba; estaba en algún lugar del estadio, entre la multitud, como un duende. Miró hacia ese punto fijo y pareció decirle: “Gracias Vieja, feliz día…”. Después siguió llorando…

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