El opíparo asado en la casa de Don Diego y Doña Tota acababa de terminar. Mientras los comensales, más que satisfechos, desajustaban sus cinturones para disimular abdómenes inflamados, Maradona, recién llegado de España, subió al primer piso para buscar las bolsas. Pelusa fue repartiendo uno a uno los regalos para toda su familia. Mariano Israelit, el único extra círculo íntimo sentado a la mesa, intuyó que no le tocaba nada, aunque le alcanzaba con formar parte de la escena.
No obstante, Diego se le acercó y le dijo: “Perdoná, Feo, no sabía que ibas a estar hoy, pero antes de irte avisame, por favor”. Israelit, ex compañero de escuela de Hugo, amigo del Diez desde 1982, cumplió con la consigna: antes de abandonar el chalet en Villa Devoto, preguntó por Maradona. Lo mandaron a la habitación del primer piso, donde lo estaba esperando. El amigo le llevó dos pósters, para que los firmara. Se llevó mucho más que eso.
“Agarró una bolsa y me la tiró. Cuandol a abrí, era una bolsa del corte inglés. ‘¿Y esto?’, le pregunté. ‘Como no te traje nada a vos, te regalo la camiseta del gol al Real Madrid’”, me respondió”, narra Israelit.
No fue un gol al azar. Se trata, tal vez, de su conquista más emblemática del paso del Diez por Barcelona, uno de los tantos videos random que prueban su habilidad superlativa. Recibió algo volcado hacia la derecha del campo de juego, encaró al arquero mano a mano y, cuando se disponía a definir con el arco vacío, se tomó una licencia extra. Para evitar que el defensor que llegaba desesperado a barrer le arruinara la obra, inventó una última finta para hacerlo derrapar hasta que se golpeara con el palo. Y ahí, sí, resolvió hasta con desdén.
“Le dije ‘menos mal que no sabías que estaba, fue lo mejor que me pudiste haber regalado’. Me acuerdo que me fui a casa, vivía sobre avenida San Martín. Me tomé el 146 y me metí la camiseta adentro del canzoncillo del miedo que tenía de que me la robaran”, completa el relato.
Esa casaca es parte del museo especial que tiene entre su casa y una caja de seguridad en un banco, con pertenencias del astro que murió en 2020. Mariano, productor (supo acompañar en buena parte de su carrera a Alejandro Lerner), DJ y con un libro en curso sobre su relación con Diego, no vendió ni una pieza de las varias que atesora. Y eso que la camiseta en cuestión llegó a cotizar en 35.000 euros. “Es lo que me quiso pagar una persona que se contactó conmigo a través de Instagram, pero no acepté. En otra oportunidad me llamó el representante Marcelo Simonian para comprarme algunas cosas para un museo que está armando, pero tampoco quise vender”, subraya.
En su menú de regalos de Pelusa se incluyen la camiseta que usó en el primer tiempo de su partido homenaje, aquel de “la pelota no se mancha”; una de las últimas camisetas que lució en Boca, “la de la línera blanca”; la corbata que usó en el traje con el que la Selección viajó al Mundial 82 (“la diseñó Ante Garmaz”); una réplica firmada de la campera del Napoli del mítico calentamiento musicalizado con la canción “Live is life”; y un reloj (sólo se hicieron 100 copias), con la rúbrica del ídolo a modo de segundero, entre otra perlas.
Pero la mayor riqueza la tiene en anécdotas. Historias que reunió en los casi 30 años acompañándolo. Si hasta llegó a vivir con él en Cuba (hecho por el cual quedó vinculado a la causa iniciada por Mavys Álvarez, que la Cámara Federal de la Ciudad declaró prescripta), y lo acompañó en viajes a Punta del Este, Bolivia, Venezuela, Chile y Nápoles.
“Extraño mucho las conversaciones que teníamos, el contacto, nos contábamos cosas, hablábamos mucho de la familia, fui el único que conoció a todas sus parejas”, se ufana. En diálogo con Infobae, se animó a contar algunas de esas historias, que teléfono mediante le siguen arrancando una sonrisa.
EL COMBUSTIBLE PREMIUM PARA 11 GOLES
Aunque suene extraño, jugar un “picado” para Maradona no era tan sencillo, sobre todo después de que se convirtió en Maradona. “Lo habíamos acompañado a Diego que había hecho una nota para El Gráfico en Coconor, con el periodista Matías Aldao. Cuando nos estábamos yendo de ahí, le dije al Turco: ‘¿Hacemos un partido?’. ‘Bueno, dejame que hablo con Diego y vemos’, me contestó. Ese mismo sábado, me avisó: ‘Armate tu equipo que yo armo el mío’. Y le preguntó a Diego si quería jugar. Yo soy de Devoto, con mis amigos jugábamos en unas canchitas que estaban en la calle Pareja. Llamé al dueño, le pregunté si había cancha a la noche, me dijo que no, que estaban ocupadas. Cuando le avisé que iba con Diego, suspendió una reserva. ‘Lo único que te pido, no le avises a nadie’, le rogué”, prologa la historia Israelit.
“Cuando llegamos a la puerta de la cancha, iba con Diego y Hugo en la camioneta, había no menos de 500 personas. Me acuerdo Diego que me dijo ‘no podés organizar un asado para dos, no me bajo ni en pedo. Vamos a Parque’”, continua con el detalle del periplo.
“En Parque el bar lo manejaba el Checho Batista con su cuñado, Chirola, que fue parte de su cuerpo técnico. Había una cancha que se desocupaba a las 21. Como todavía faltaba un rato, nos fuimos a cambiar. Y, mientras, Diego se clavó un sándwich de milanesa con una cerveza”, revela. Para cualquier mortal, hubiera sido un lastre imposible de sobrellevar aún en un picado informal. No para el Pelusa que supo, por ejemplo, jugar todo el Mundial 90 con uno de sus tobillos hinchado como un melón. “Perdimos 11 a 3″, martilla el narrador.
LA MEJOR DEDICATORIA EN EL LIBRO DE SU CASAMIENTO
Maradona, que apodaba “Feo” a Mariano, estuvo en su casamiento. Y no dejó pasar la oportunidad de hacer gala de su humor mordaz a la hora de dejar su rúbrica en el libro de la celebración. “Me escribió: ‘Te deseo toda la suerte, más que suerte es un milagro’, jeje”. Hay una imagen (que en esta nota adjuntamos) que ofrece testimonio de aquel momento. Israelit, vestido de traje para la ocasión, y Diego, con la camisa abierta y la vincha negra, puro desparpajo.
EL HURACÁN ES MARADONA
“Nos estábamos por volver de Cuba para al partido despedida, que era el 10 de noviembre, y nosotros teníamos pasaje para el 3. Y nos agarra el huracán Mitchell, cierran el aeropuerto, todo. Una noche me quedé charlando con Diego y cuando bajé a mi habitación, tipo 3 AM, me asomé por el viento, y había una palmera que se movía que era impresionante. Y justo daba a la ventana de Diego”, describe la situación por la que temíó por su amigo.
“Subí y le dije ‘hagamos una cosa, bajemos tu colchón a mi habitación, si esta palmera se cae, se cae en tu habitación’. Él se asomó y la palmera se movía muy mal. No le gustó mi idea. ‘Lo voy a llamar a Fidel Castro’, tiró. ‘¿Cómo lo vas a llamar a las 3 y pico de la mañana por un árbol en medio de un huracán?’, intenté convencerlo. ‘El me dijo que cualquier cosa que necesitara, lo llamara. Bueno, lo voy a llamar”, insistió”, sigue con la anécdota. Se sabe, si una idea anidaba en la cabeza del Diez, resultaba una empresa harto difícil desalojarla...
“Tenía una agenda con el teléfono de la oficina, el de gente cercana y, por último, el teléfono rojo. Le dije ‘dale, boludo, bajemos el colchón y mañana lo llamás’. Me di vuelta, teníamos teléfono a disco en La Pradera, y enseguida se puso a marcar. Y no va que Fidel lo atendió...”, añade.
“‘Mirá estoy teniendo problemas, no sé si estás al tanto, hay un huracán’, le dijo. ‘Comandante, hay una palmera que se me está por caer arriba de la habitación’, le lanzó. ‘Bueno, veo cómo te lo soluciono’, le respondió Fidel. ‘Ahora me lo soluciona’, se convenció Diego. Nos quedamos escuchando música. Al rato vi entrar una grúa, bajar cuatro flacos, con una herramienta, la sacaron de cuajo a la palmera, y la dejaron acostada con la raíz. Y dijeron ‘ahora cuando pasa el huracán, venimos y la volvemos a colocar’. Fui a avisarle a Diego: ‘¿Viste quién vino? Cayó una grúa y sacó la palmera’. ‘Te dije, boludo. Fidel es amigo mío’. Yo no la podía creer”, completa, todavía tratando de procesar la escena.
EL ÁLBUM DE FOTOS DE MARIANO ISRAELIT
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