Sergio Gómez es el de remera roja, que levanta la mano debajo del aro y se la pide a Joaquín Deck, el mayor de los hermanos: “pasala” parece decirle, como teniendo en cuenta que Gabriel, el menor de la banda, enfundado en la 20 de los Spurs, no lo puede marcar, porque es más bajo y tiene cuatro años menos… La ya mítica foto sacada en la cancha de tierra que los Deck armaron en el patio de la casa en el barrio 7 de abril de Colonia Dora tiene 15 años, según creen los protagonistas. El Chavo, con 15 en esa época, era el mayor de ese cuarteto inseparable hasta el día de hoy que incluía a Miguel Díaz (14, el de blanco, que marca a Joaquín en la foto).
Hace días, en el pueblo, volvieron a encontrarse como en los añorados viejos tiempos. Fue en la escuelita de básquet que Sergio tiene, junto a su hermano Rubén, en el club Mitre, con cerca de 60 chicos entre 6 y 18 años. Un emprendimiento a pulmón que arrancó hace seis años y que Gaby, como llaman allá a Deck, apoya siempre. Tortuga estuvo apenas dos días en Dora, tras ser el mejor jugador de la Americup y antes de sumarse al Real Madrid para obtener la Supercopa, pero un día antes, mientras pasaban un rato con Chavo en el bar 7/14 que maneja su madre Nora, le avisó que iría de visita a su escuelita. “No les avises nada a los chicos, que sea una sorpresa”, fue lo único que le pidió Gabriel a Chavo.
Al otro día, a las 17, el MVP de la Americup aparecía por la puerta para la sorpresa y emoción de los pibes. “Vino el Tortu”, gritaban, extasiados. La escena la completó, en ese mismo momento, un parapente que, para asombro de todos y hasta la emoción del propio Deck, sobrevoló al pueblo con un cartel que decía “Gracias Gaby” (ver video). Era el ferretero del barrio, que se había enterado de la visita y quiso mostrar su admiración por el hijo pródigo de la ciudad. Una tarde de sorpresas y emociones fuertes que reflejan lo que significa esta estrella mundial para Dora y lo que Dora y su gente significan para él. Una verdadera historia de amor.
“Para Gaby, Dora es todo. Le encanta volver y lo hace siempre, aunque sean horas, como esta vez. Nosotros lo respetamos, porque sabemos que viene por poco tiempo y que primero está que se relaje en sus lugares y pase tiempo con su familia. Disfruta mucho del campo, de sus animales, de tomar mates y charlar con su gente. Luego, sabemos, que llegará su mensaje ‘muchachos, ¿qué hacen, cuándo nos juntamos?’ Somos un grupito muy unido que creció junto”, cuenta el Chavo. El fondo de su casa daba con el patio de los Deck, donde tenía una cita fija cada tardecita, cuando volvían del colegio José de San Martín. “Eran terribles esos picados 2 vs 2, a matar o morir -cuenta y se ríe mientras sigue el relato-. Los hermanos siempre jugaban separados, a veces yo con Gaby y a veces me tocaba con Joaquín, que era el que más hacía la diferencia de los cuatro”, informa Sergio, refiriéndose al nivel que ya tenía el mayor de los Deck, quien completaría una buena carrera como profesional, durante una década, básicamente en la segunda división argentina.
Chavo recuerda lo que disfrutaban de esos picones, en especial cuando los aros se dejaron de romper. “No aguantaban nada hasta que Carlos, el padre de los hermanos, consiguió un volante de tractor y logró el herrero del barrio lo soldara, junto a un poste y un pedazo de madera como tablero”, describe Sergio. Una reliquia que todavía hoy los Deck conservan en el campo que tienen… Para los changuitos, en aquellos años que en sus familias faltaba más de lo que sobraba, aquella canchita de tierra apisonada era el Madison Square Garden.
Hablamos de una época en la que, todavía, los cuatro dividían su tiempo entre el básquet y el fútbol. “Al fulbito jugábamos en un campito de al lado”, precisa Miguel, quien recuerda que Gaby jugaba muy bien. “Era delantero, creativo y habilidoso, le gustaba la gambeta”, describe Miguel. “Es verdad, tenía pasión por el fútbol. Andaba siempre con la pelota, hasta la noche. Era más Joaquín el que estaba con el básquet. Andaba todo el día jugando, viendo partidos, con recortes de diarios… Me llevaba al club pero yo me volvía porque no me gustaba. Hasta que un día, faltaba uno, me invitaron, jugué bien y le empecé a tomar el gustito. También recuerdo que una noche vi un partido de la Liga Nacional por TV y me impresionó mucho. Así empecé a engancharme más y lo afiancé cuando con Joaquín y los amigos del barrio decidimos armar esa canchita en el patio de casa”, relata Gabriel.
El seguir a su hermano y amigos fue una razón del cambio de deporte y la otra tuvo que ver con una decisión municipal. “Cuando un nuevo intendente decidió convertir la cancha de fútbol que teníamos en un predio de la municipalidad fue cuando definitivamente nos pasamos al básquet”, cuenta Miguel Díaz, que una noche antes de que Deck se volviera a Madrid, participó de una cena familiar junto a su hijo.
Chavo recuerda bien cuándo se dio cuenta que Tortu estaba para otra cosa. “Cuando jugó unas Olimpiadas en Añatuya. Enfrentamos a Bandera, una ciudad cercana que tenía siempre muy buen nivel de básquet y le ganamos por primera vez. Recuerdo que Gaby metió un triple agónico para ganar. Anda un video dando vueltas, nosotros jugamos con camiseta naranja”, cuenta sobre esos 36 segundos en los que, con la N° 6 y un pantalón de Quimsa de Santiago, Gaby mete un triple y vuelve a defensa casi sin festejar… “Tendría 14 años pero ya sobresalía. Agarraba la pelota e iba hasta el aro, de costa a costa, ya no nos necesitaba… O tiraba triples sin mirar el aro. Pintaba para otra cosa”, recuerda Sergio.
En esa época ya llevaba algunos meses en Quimsa, el gran club de la provincia que venía de ser subcampeón de la Liga Nacional y les hacía una oferta para reclutarlo. A él y al hermano. “Nos vamos”, le dijo Joaquín al menor mientras una tarde de calor sofocante ambos limpiaban la bodega de un micro de larga distancia, changa que habían pegado para ayudar a parar la olla en la humilde casa de los Deck, donde papá Carlos trabajaba en los campos de alfalfa y la madre Nora, como empleada en esa empresa de colectivos. “Varias veces fuimos a Santiago, invitados por él. Hasta estuvimos en los festejos de la Liga Nacional (NdeR: 2015), con el plantel”, precisa Chavo, todavía sorprendido por aquella experiencia que no esperaba.
El Chango tiene su ritual cuando regresa. “Le gusta compartir momentos con los suyos, sobre todo sus familiares, las abuelas que tanto quiere”, precisa Miguel hablando de Ñata y Techa. Justamente en el hogar de Teresa, la madre de Carlos, comenzaron a hacer los primeros tiros al aro, en un aro improvisado colocado en un tronco de un árbol (ver foto). “Se la pasa más en el campo, le encantan los quehaceres diarios, con los animales. Tienen de todo: pato, ganso, gallinas, chanchos y ahora sumaron caballos. Armaron un stud, incluso con dos de carrera, muy buenos, que están empezando a competir a nivel nacional. A Gaby le encantan, pero no monta”, informa Chavo.
A la hora de comer, en las reuniones sociales, Gaby elige lo típico: guiso, empanadas y asado, ya sea de cabrito, lechón o carne de vaca. “Cuando nos juntamos hablamos de todo, de la vida actual y, claro, recordamos las anécdotas de siempre”, admite. Como aquella en la que, cuando querían jugar en el club, los más grandes no los dejaban y les tiraban la pelota lejos, a las vías del tren. “Hasta que nos ganamos el respeto y nos dejaron empezar a jugar con ellos”, completa Chavo. Ir a pescar al Río Salado o escuchar la guaracha santiagueña son otras de sus pasiones, cada vez que regresa al pago.
La escuelita llamada Básquet Colonia Dora, que puede ser encontrada con ese nombre en Facebook, la arrancaron en 2016 y Gaby es el padrino. Por ahora está en el club Mitre porque no tiene un lugar propio, un predio. El empuje de los padres de los chicos, de Chavo y su hermano ha sido clave en el desarrollo. Lo mismo que la motivación que les da cada saludo, video o visita de Tortu, el ídolo. “Fue impresionante lo que generó esta vez porque se quedó como dos horas. Primero jugó con todos los chicos, de cada categoría, y luego estuvo como una hora sacándose fotos y firmando autógrafos. Tuvimos que cerrar la escuela y hasta el club porque en el pueblo se enteraron y empezaron a venir todos”, comenta Gómez.
Deck vive pensando en Dora. Aunque sea elegido el jugador de la Americup o meta 15 puntos para que su Real Madrid gane la Supercopa de España. El Tortu también tiene una fundación que creó hace un par de años y que viene avanzando, aunque lentamente, primero por cuestiones burocráticas y luego por otras de organización. “Hoy, más que nada, derivan las donaciones que llegan desde la capital”, cuenta Miguel. En el futuro la idea es que funcione un merendero. Una forma de seguir con la cabeza en Dora. “Es mi lugar en el mundo”, aclara Tortu, aunque no sea necesario decirlo. En esta historia de amor está más que claro…
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