A veces, River parece ir a contramano de cierta lógica imperante en el fútbol moderno. Pierde ante Boca el Superclásico después de generar una sola situación de gol y al partido siguiente, ante Banfield, no se escucha ni un solo reclamo de parte de la multitud que llenó las tribunas del Monumental por 21° partido consecutivo.
Cae frente a Banfield en su segundo traspié seguido y apenas si se oye, en un brevísimo lapso del segundo tiempo, “a ver si nos entendemos, los jugadores y la popular”, “pongan más huevos, pongan más corazón, porque esto es River y hay que salir campeón”. Ya consumada la caída, el equipo se va hacia los vestuarios escuchando el aliento de su gente: “Jugando bien o jugando mal, yo te quiero, no me importa nada, te vengo a alentar”. Y Marcelo Gallardo, dolido por dentro pero agradecido hacia afuera, se mete en el campo de juego para acompañar a sus dirigidos rumbo a los vestuarios en medio de abrazos de apoyo y de gestos paternalistas para con sus jugadores. Quien quiera encontrar sangre o signos de crisis, deberá rumbear para otro lado, al menos por ahora.
El River de Gallardo se empecina en no darle el gusto a cierto sector de la prensa que insiste en vaticinar un inminente fin del ciclo del entrenador, que ya lleva ocho años y tres meses al frente del club de Núñez. Sin embargo, también es cierto que no logra consolidarse como un equipo confiable y mucho menos muestra argumentos como para aspirar a ser campeón del torneo local. Por lo pronto, quedó a siete puntos del líder, Gimnasia y Esgrima La Plata, cuando quedan ocho fechas por jugar. Y además tiene arriba en la tabla a Atlético Tucumán, Boca, Huracán, Godoy Cruz, Racing y Argentinos Juniors.
¿Qué le pasa a River? Por lo pronto, sufre una de las peores semanas del año, con la derrota ante Boca aún latente y el posterior sinsabor que le hizo vivir Banfield el miércoles en el Monumental. Este domingo, ante San Lorenzo en el Nuevo Gasómetro, la semana tendrá un tercer capítulo que se avizora exigente.
La sensación es que el principal problema de River es el propio River. Dejó de ser un equipo confiable y puede ganar o perder con cualquiera, según cómo se levanten sus jugadores. Los rivales lo respetan pero ya no le temen y perdió ese instinto asesino que supo tener durante buena parte del ciclo del Muñeco.
Lo prueba una evidencia: apenas empató uno de los cinco partidos más importantes del año y perdió los cuatro restantes. Boca le ganó en el Monumental por el anterior campeonato local, Tigre lo eliminó de la Copa de la Liga también en Núñez, Vélez lo sacó de la Libertadores tras ganarle en Liniers e igualar de visitante, y Boca lo golpeó también en la Bombonera.
Más: de los once refuerzos que llegaron en el año, hoy solo Emanuel Mammana y Pablo Solari pueden considerarse titulares. Los otros nueve (Andrés Herrera, Leandro González Pirez, Elías Gómez, Tomás Pochettino, Juan Fernando Quintero, Esequiel Barco, Rodrigo Aliendro, Lucas Beltrán y Miguel Borja) alternan o alternaron como parte del equipo principal, lejos de una consolidación.
Por esa razón, River no logra abstraerse de su condición de conjunto en formación al que recientemente se le fueron sus dos mejores futbolistas: Julián Álvarez (Manchester City) y Enzo Fernández (Benfica). El problema es que tiene esa dificultad desde principios de año. Lo persigue una marcada irregularidad, al punto de que no logró ganar en once de los diecinueve encuentros que lleva el campeonato. Consiguió ocho victorias, empató cinco encuentros y perdió seis. Amagó y amagó con pegar el salto hacia la punta pero la realidad marca que no llegó a ganar tres partidos consecutivos en ningún tramo del campeonato. Sin ese tipo de rachas, es imposible ganar un torneo. Y River no logra pegar el salto de calidad esencialmente porque hoy su funcionamiento dista mucho de ser convincente.
Las desventuras frecuentes no hacen más que potenciar la incertidumbre respecto de qué hará Gallardo en diciembre, cuando se cumpla el contrato de un año que firmó en 2021. Al finalizar la temporada, el presidente de River, Jorge Brito, y el secretario técnico, Enzo Francescoli, le ofrecerán que renueve el vínculo por tres años, hasta que finalice el mandato del actual titular del club. Por lo pronto, el uruguayo Francescoli ya firmó la renovación como manager hasta diciembre de 2025. Y Brito y Francescoli quieren seguir con la compañía del Muñeco, por convencimiento y también porque su presencia en el banco siempre será un paraguas protector para la dirigencia.
Gallardo por ahora no da señales concretas sobre si el año que viene seguirá en el cargo. Y en su circulo íntimo son oscilantes con las apreciaciones: a veces piensan que puede llegar a irse y en otras afirman que lo ven continuando al frente del equipo. Hoy no es tiempo de sentencias: la única certeza es que la dirigencia de River planifica el futuro con la continuidad del técnico más ganador en la historia del club como buque insignia.
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