-Hijo, ¿por qué no te retirás? Mirá para atrás, fíjate todo lo que lograste: jugaste en las mejores ligas del mundo, en muchos de los mejores equipos, con los mejores compañeros, ganaste un montón de cosas… No necesitás seguir pasando por todo esto…
Era mediados de 2015, cuando Carlos Delfino III le habló sin eufemismos a Carlos Delfino IV. Ya habían pasado cuatro operaciones cuando papá le hizo ese pedido a su hijo. Cabeza, de 32 años en ese momento, lo miró y no pudo evitar el enojo. “Vos dejame a mí. No me voy a retirar hasta que no sienta que agoté todo para volver a jugar”, le respondió. El padre vio la cara de pocos amigos, pero no se quedó callado. “Pensá en tus hijos, en la familia… Tengo miedo de que la lesión se agrave y termines lesionado de por vida. Pero vos hacé lo que sientas, sólo quería decirte lo que pienso”, cerró la charla.
El contrapunto entre ambos desembocó en varios días sin hablarse. Hasta que el padre aflojó. “Lo vi con tanta determinación, con semejante tesón, que decidí apoyarlo pese a que pensaba distinto. Yo, en realidad, tenía miedo de que no volviera caminar. Estas lesiones son difíciles, traicioneras… Y mi deber era transmitirle ese miedo porque más allá de ser su amigo, primero soy su padre. Carlitos me repitió que iba a intentar hasta que se fuera la última luz de esperanza, me aclaró que él no quería caminar, ¡quería jugar al básquet! Me lo dijo con tanta decisión que resolví ayudarlo y del tema no se habló nunca más”, revela el padre. “Sí, discutimos feo. Fue en el peor momento. Ya me decían que era “quirófano dependiente”, creían que me gustaba... En ese momento, yo no podía ni cruzar la calle pero lo quería seguir intentando. Y no sólo discutí con mi viejo, me alejé de amigos y familiares por lo que me decían… Sé que tal vez arriesgué de más, pero lo sentí así”, admite en charla con Infobae.
Siete años después, y desde el 29 de agosto pasado, Cabeza se ha transformado en el nuevo #PibeDe40, como lo fue Manu en 2017. Para él, sin dudas, es un momento significativo, muy especial. Porque sigue jugando al deporte que ama y con la camiseta que más quiere: acaba de ser campeón con la Selección de la Americup, tras vencer a Brasil por 75 a 73 en condición de visitante. Y luego de pasar un calvario que ya ha incluido 10 intervenciones, entre operaciones y limpiezas de la zona afectada.
Todo comenzó el 29 de abril del 2013, durante los playoffs de la NBA. Delfino jugaba para Houston, que perdía la serie por 3-0 ante Oklahoma. Aquella noche Carlitos la rompió y en el momento que metió la volcada más importante de su carrera, en la cara de Kevin Durant, sobrevino lo peor. “Cuando caí sentí que algo que se había roto. Tiré el libre de la falta y salí. Para el partido siguiente no podía caminar con zapatos, intenté jugar y sólo aguanté tres minutos. Cuando salí sabía que estaba roto”, admitió. Semanas atrás, le habían dicho, tras dolores en el pie, que podía generarse una fractura. “Pero me pararon 15 días, volví, me sentí mejor y ahí me infiltraron para jugar ante Oklahoma”. Lo que pasó fue la fractura del hueso escafoide, una lesión muy difícil de recuperar porque en la zona irradia poca sangre. Los Rockets, necesitando que el jugador volviera, eligieron operar. Fue el 11 de mayo de 2014.
Diego Grippo fue médico de la Selección y nunca se apartó del santafesino en los 1171 días de lucha y sufrimiento que tuvo hasta volver. “Luego de la cuarta intervención todos pensamos que era cada día más difícil que regresara. Milagro es una palabra muy grande, pero lo que hizo Carlitos, en su afán de volver a jugar, es increíble. Yo vi ese hueso, las imágenes, conozco la historia… Médicamente hablando fue épico. Por eso, cuando lo vimos volver a las canchas, se nos escapó una lágrima que escondíamos”, reconoce el bahiense que hoy está a cargo del departamento médico de FIBA Américas.
“Aquellos años tuvieron de todo, con muchos recuerdos tristes. Por momentos fue un calvario. La dinámica de ir a ver un médico, hablarle, creerle, verlo entrar al quirófano diciendo que esa era la última operación, encarar la rehabilitación y vivir la ilusión hasta que volvía a lesionarse era durísima. Así, una y otra vez… No sé quién podría bancarse eso. Carlitos demostró una fuerza interior impresionante. Y una dedicación que me sorprendió. Mirá que lo conozco bien…”, cuenta el padre. Quizá la otra persona que más cerca estuvo fue Lucio, su hermano menor. “Cada vez que recaía, el golpe era terrible. Pero mi hermano demostró lo fuerte de la cabeza que es, y lo feliz que lo hace este deporte. Fue contra la opinión de muchas personas y siguió intentando”, explica. El padre amplía. “Quebrado no lo vi nunca, siempre estaba buscando algo nuevo. La desazón tras una recaída le duraba 48 horas y luego volvía a arrancar. Se compraba libros para interiorizarse, leía sobre otros deportistas que habían regresado tras esa lesión, pedía nuevas recomendaciones, que le dijeran de otro profesional… Y al rato venía y me decía ‘ya encontré, esto voy a hacer, voy a ir por ese lado’. Así arrancaba una nueva ilusión…”, recuerda.
“Pasé por todos los estados e intenté mil cosas. Vi médicos, brujas, hice reiki, probé cada máquina que existe, me informé, compré libros… Y también me cansé. Después de la tercera operación dejé de pensar un tiempo en el básquet. No quería saber nada más y llegué a pesar 115 kilos. Pero haber perdido a mi abuela, en enero del 2015, me sirvió como motivación y volví a intentar… En una prueba en San Antonio los médicos me dijeron que el pie estaba mal y volví a operarme, con la ilusión del Preolímpico. Pero ni bien comencé con la recuperación me di cuenta de que todo estaba igual”, comenta. Hubo momentos de mucho malhumor, de enojo, de reclusión, de no querer hablar con nadie. Todos estadios entendibles. Y en esos momentos siempre lo rescató su familia. “Me apoyé mucho en mis viejos, mis hermanos, mi esposa, mis hijos, disfruté de estar en casa. Pero el tema siempre volvía, como un día que uno de los melli (Carlos Italo, hoy de 10 años) me preguntó dónde iba. ‘A jugar al básquet’, le dije. Entonces me preguntó si yo jugaba al básquet, imaginate…”, cuenta.
En esos momentos un rol fundamental cumplió su abuela Teddy.
-No abandones, tenés que volver. Todavía nos queda salir a caminar juntos.
A la nona, amada por todos, le quedaba una semana de vida cuando le dijo eso a su nieto. “Nunca olvidé esas palabras. Las charlas con ella me quedaron en mi cabeza y se convirtieron en ese fuego necesario para salir de la depresión y seguir adelante”, acepta Delfino.
Pero, claro, sólo él sabe cómo lo logró. Cómo interiormente lo soportó y siguió. Aunque su entorno hace un ensayo y resalta virtudes que lo hicieron posible. “Lo primero que tiene es una muy buena formación desde la cuna y después supo encontrar herramientas que le permitieron fortalecerse en la adversidad y no entregarse. No es casualidad que Carlitos pertenezca a ese grupo de jugadores que ha logrado cosas históricas para nuestro país. Tiene una personalidad particular y una fuerza muy grande. Esa, sumado a la contención que tuvo, explica que hoy siga”, analiza Ángel Cerisola, su representante y hombre de confianza durante muchos años.
La teoría de Grippo va por el mismo carril, haciendo hincapié en lo especial que es Carlitos y sus compañeros de camada. “Yo siempre digo lo mismo: cuando se trata de los monstruos de la Generación Dorada, no podés apostar nunca en su contra. Decís que uno se retira y regresa, decís que otro no juega más y vuelve a jugar… Son distintos, especiales. Y Carlitos es uno de ellos. Su determinación, el esfuerzo, el no abdicar nunca pese a que los reportes eran negativos…”, opina el médico. Hay otro condimento que tiene que ver con el amor al juego, esa pasión que Carlitos mantuvo intacta pese a tanto sufrimiento. “Sin dudas que ese amor por jugar, por tener la pelota en sus manos, jugó un papel decisivo. Carlitos es feliz dentro de una cancha. Y esa pasión, junto a su coraje y tenacidad, lo hizo realidad. Logró algo que está más allá de una explicación científica y médica”, cree Grippo.
Pero si de médicos se habla, no existiría milagro sin Sandro Giannini, un ortopedista italiano, especialista en pie, que ya estaba retirado, pero que hizo una excepción para devolverlo a las canchas. Era septiembre del 2015, cuando Carlitos fue a lo de un podólogo en Bologna. Con pocas ganas, el santafesino le contó que seguía igual, que ni la sexta operación lo había ayudado. El podólogo, entonces, no dudó…
-¿Pero lo viste a Giannini?
-¿Quién es Giannini?
-Es una eminencia en Italia y está en Bologna. Da clases en la facultad, aunque ahora creo que ya no atiende a nadie…
Delfino se sorprendió porque no había escuchado hablar de él pese a que vivía en la misma ciudad. Averiguó quién era y buscó la forma de que lo atendiera. “Se interesó mucho cuando le contaron que un corredor olímpico se había recuperado de la misma lesión luego de que Giannini lo había operado”, cuenta el padre. La sorpresa fue mayor cuando lo tuvo frente a frente. “Lo que le llamó la atención es que, a diferencia de los otros médicos, le dijo que había que sacar huesos, no poner. Y a él le dio una nueva ilusión”, explica Lucio.
El padre da más precisiones de cómo lo motivó el cambio de metodología. “Todo lo anterior había fracasado, imaginate que uno en Buenos Aires le puso un tornillo más largo que tocaba el hueso de al lado y le producía dolor. Giannini, con estudios, le mostró por qué no había que poner nada más… En la operación le sacó todo lo que tenía muerto, le inyectó huesos de la cadera. Dios lo puso en su camino”, agrega. Cabeza no se olvida que, cuando salió del quirófano, presintió que algo había cambiado. “Sí, fue así, salió mucho más contento y confiado”, precisa su padre.
A Carlitos también lo impresionó la forma de recuperación que decidió el italiano. “A las tres semanas volví al consultorio, me sacó el yeso y me dijo que me fuera caminando. Yo no entendía nada… Me dijo que empezara a mover el pie. Yo no le hice mucho caso, por miedo. Y cuando volví a fin de año me retó cuando me vio entrar con una muleta”.
Giannini se lo tomó como un desafío personal y cuando Delfino estaba de vacaciones, le mandó un mensaje: “¿Ya empezaste a correr?”. Cuando Carlitos lo leyó, no entendió nada. Y tampoco se animó a correr. “Recién empecé a caminar en febrero, pero el veterano tenía razón (sonríe). Ya nunca tuve dolor”, explica. Grippo, como médico, evalúa lo que hizo su colega. “Giannini hizo algo que sólo realizan aquellos con mucha experiencia: poner el sentido común por delante del campo científico. Y acertó, increíblemente. Mucho de lo que Carlitos vive hoy se le debe a él, es la verdad”, opina Diego.
Así fue que, en silencio, Delfino comenzó a entrenarse en Bologna y Santa Fe. Hasta que un día Julio Lamas fue a verlo y se sorprendió con sus triples a la carrera. A Sergio Hernández, DT del seleccionado, le llegó un video similar y lo llamó enseguida. “No me avisaste, quedamos en que lo harías… Vení a la preselección que no te voy a regalar nada. Vas a Río si le servís al equipo”, le dijo Oveja para convencerlo. Carlitos aceptó, sorprendió y emocionó en los amistosos. En los Juegos Olímpicos no fue lo mismo, se lo notó fuera de ritmo, pero lo increíble ya había sucedido. “Lo importante fue que volviera a estar en una cancha. Yo creo que debe ser un récord, regresar a jugar a semejante nivel luego de estar tres años parado. Y creo que lo logró porque ni en los peores momentos dejó de entrenarse, de ir al gimnasio, de hacer algo…”, analiza el padre sobre cómo siguió esta historia que parece sacada de un guión de Hollywood porque Carlitos, literalmente, pasó de casi dejar a jugar al básquet a estar en un Juego Olímpico.
Luego de Río, Carlitos tuvo que pasar una octava vez por el quirófano. “Giannini volvió a operarlo para limpiar la zona, sobre todo porque tenía un hematoma entre dos huesos”, precisa Carlos (p). Carlitos volvió a jugar en nuestra Liga Nacional, con la camiseta de Boca, en 2017, tras cuatro años sin actividad oficial en ningún club. Jugó 16 partidos en 90 días en los que siguió su recuperación fuera del campo, con los kinesiólogos del club. Con un impactante triple turno diario. Promedió 11.6 puntos, 3.2 rebotes y 2.6 asistencias, logrando salvar a Boca del descenso tan temido. Algo que había prometido cuando llegó.
Así fue que volvió a Europa. Tuvo un paso fugaz por el Baskonia de España y luego recaló en Italia, donde aún vive. El Torino le abrió las puertas hasta 2018, cuando se las cerró por una durísima discusión en el vestuario con el dueño del equipo. En febrero del 2019 se dio un esperado regreso a la Fortitudo Bologna, club en el que había jugado 15 años antes, previo a su salto a la NBA. El poderoso estaba en la Serie A-2 y Carlitos, con su talento y experiencia, lo devolvió a la Lega, siendo campeón. La lesión empezó a ser parte del pasado, aunque nunca la olvidó del todo. Cada tanto se realiza una intervención, como la de hace un par de meses en Bolonia. “Me sacan grasa abdominal y me inyectan esas células en el pie. Así se reactiva la zona. Y sí, así pasé de estar para contar vacas en el campo a estar hoy para seguir jugando”, explica sonriente, con su habitual sentido del humor, algo que sólo pierde cuando recuerda el procesamiento judicial de 2019 que tuvo en Santa Fe por hacer una operación inmobiliaria con un narcotraficante que está prófugo de la Justicia.
En julio del 2020 firmó en Pesaro y comenzó a vivir una nueva juventud. Cada semana que pasaba subía su nivel y era figura del equipo, con promedios y porcentajes de sus mejores épocas, pese a que ya estaba pisando los 40 años. Hoy sigue ahí, pero además, su nivel en Italia lo devolvió a la Selección, en noviembre del 2021, tras cinco años. Hoy, dentro de un grupo distinto, es el único sobreviviente de la mítica Generación Dorada, con la que logró dos medallas olímpicas. Un regreso para volver a aportar su excelsa calidad y el oficio de saber cómo ganar en equipo. Pero, sobre todo, un retorno para disfrutar de cómo volvió a jugar contra todos los pronósticos. Y gana: como tutor del plantel, aportó tres puntos en 16 minutos en cancha en la gran final ante la Verdeamarela en Recife, para volver a gritar campeón.
“Es verdad que fueron años de sufrimiento en los que toqué fondo. Por semanas estuve quebrado, tirado en un sillón, tomando mate, comiendo facturas y asados con amigos. Tenía 20 kilos más que hoy, era una garrafa, un Minion (se ríe), no podía ni caminar… Pero perseveré y luché por lo que amo. Nunca dejé de soñar con volver a jugar. Yo comía soñando, dormía soñando, respiraba soñando. Cuando otros no sentían ni pensaban igual. Pero yo seguí adelante y la luz se hizo al final del túnel. No estoy rengo, no se me desplazaron los huesos como me dijeron, no quedé con pie ortopédico como algunos presagiaron. Estoy bien, para seguir jugando, quien sabe hasta cuándo”. Inspirador, ¿no? Carlitos lo hizo, y como el nuevo #PibeDe40.
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