La historia cumplirá 60 años. Ya es un mito. Y como tal deberá conservar su sacralidad, pues todo cuanto ocurrió aquella tarde en La Bombonera hoy sería una ficción, un cuento, una fantasía. O dicho de otra manera: ninguno de quienes estuvimos ese día en La Bombonera hubiéramos imaginado que aquello que veíamos allí hoy resultaría imposible.
Un estadio sin centímetros disponibles, la multitud con su codo a codo inevitable, dos hinchadas, mil banderas, sonidos de voces dispares cruzándose en el espacio, Boca y River definiendo un campeonato y un referí –guapo, peleador y pendenciero- como juez exclusivo para cobrar los “hanses” y los “fules” sin más ayuda que la de sus jueces de línea quienes le marcaban los “oubols” y los córners.
No había VAR, había determinación, personalidad y un profundo sentido de la ética por parte de quien era la “máxima” autoridad. Por cierto que hoy con el VAR, Antonio Roma ni se hubiese animado a adelantarse y si lo hiciere, Delem –u otro- lo hubiese ejecutado nuevamente. Pero para ello, qué sentido tendría contar con un gran árbitro en el campo de juego gracias a quien hoy tenemos esta historia que comenzaré a contar. Fue así:
— Vea Nai Foino, lo cité personalmente a mi despacho para decirle que usted será el árbitro de Boca-River el próximo domingo.
— Muy bien. Muchas gracias, Presidente. Eso sí, a los jueces de línea, si usted no se opone, los voy a nombrar yo.
— Hágalo Nai Foino, hágalo.
En el tercer piso de la AFA, Raúl H. Colombo –Presidente– y Carlos Nai Foino –árbitro líder de aquella generación de enormes referís– continuaron su amable diálogo:
— ¿Sabe qué pasa, Carlos?, tanto Liberti (Antonio Vespucio, presidente de River), como Armando (Alberto J., presidente de Boca) me tienen loco con este partido. Me presionan todo el tiempo. Que cuidado con esto, con aquello y con lo otro. Y que el referí, guarda con el referí. Y la verdad (se confesaba Colombo) yo confío en usted, en su personalidad, en su firmeza.
— Quédese tranquilo Colombo. Yo voy a ir con Vicino y Miculka como jueces de línea. Y todo va a salir bien.
Boca y River tenían 39 puntos. Los partidos ganados sumaban de a dos puntos –no tres como hoy– y los empates –como ahora– solo uno. Quien ganare, sería campeón. Después de ese encuentro, quedaría una última fecha. De tal manera que imponerse en el clásico, era ganar virtualmente el campeonato. Y empatarlo, obligaría a un partido de desempate en cancha neutral.
Carlos Nai Foino medía 1.82 y pesaba 105 kilos. Era de Remedios de Escalada, hincha de Independiente y se dedicaba al corretaje comercial. En esa época los referís debían tener un trabajo en blanco, fehaciente y exhibir el sobre de su sueldo cada vez que la AFA lo requiriere, pues eran técnicamente amateurs, cobraban los viáticos. Nai Foino era líder entre sus colegas e impulsor de la Asociación Argentina de Árbitros. Su apellido era de origen holandés y en su genética había vocación por el referato. Un tío suyo, Consolato Nai Foino, quien lo iniciara, fue famoso por haber puesto nocaut, en un partido Boca-Independiente jugado en 1949, al recio zaguero central de Boca Francisco Perroncino, luego de que éste lo insultara.
Carlos Nai Foino, a raíz del Boca-River, también metió un nocaut. Fue a un hincha de River apodado Sandrini, que ingresó al campo de juego para agredirlo. No era la primera vez pues en la final entre Peñarol y Benfica, jugado en 1961 en el Estadio Centenario, fui testigo de un hecho inimaginable. Ese encuentro lo ganó Peñarol 5-0 con dos goles de Spencer, dos de Joya y uno del Pepe Sasía. Al termino del partido un jugador de Benfica llamado Neto llegó corriendo hasta donde estaba Nai Foino, quien había sido el referí, le apuntó y le pegó un cabezazo en la frente que lo desmayó. Rápidamente Nai Foino fue asistido, llevado al vestuario, atendido por los médicos de Peñarol y en pocos minutos logró recuperarse.
Una vez que retomó la normalidad, salió con el pantaloncito y la blusa negra abierta de su indumentaria y aun manchada de sangre salió corriendo hacia el vestuario del Benfica. Ni los colegas uruguayos encabezados por el Turco Marino, ni los empleados del Centenario ni la policía lograron contener a esa verdadera fiera que intentó tirar abajo la puerta del camarín portugués pues todo cuanto quería era estar cara a cara con el tal Neto. defensor del Benfica. Y no conforme con ello y sabiendo que aún faltaba el partido de desempate –que también ganó Peñarol– se fue hasta el hotel Cottage de Carrasco a buscar al jugador que lo había agredido pues estaba convencido de que Nai Foino había favorecido a Peñarol. Pero esta vez fue la Policía quien le impidió permanecer en el lobby del hotel y se lo llevó en un patrullero hasta el hotel Victoria Plaza, donde estaba alojado. Por cierto, no había VAR. Los árbitros dirigían, no eran dirigidos…
Volvamos a aquel domingo 9 de diciembre de 1962. Sí, resultaba difícil llegar a la cancha de Boca. El bajo, ya desde Retiro, se había transformado en una lenta y pletórica caravana de automóviles, colectivos y camiones llenos de hinchas mezclados. Sí, sí, los de River y los de Boca convergían en el mismo sentido con banderas y bombos sin más “ofensa” que un premonitorio canto triunfal.
En la esquina de Almirante Brown y Brandsen, el dueño del bar, un español que se llamaba José Moro, ampliaba su sonrisa atendiendo antes y seguramente después del partido a hinchas de River y de Boca sedientos y sin problemas para compartir el espacio excitante de lo que sería una jornada inolvidable.
La Boca, aquella tarde, se presentaba particularmente excitada y triunfante. Lo decían las ventanas que espiaban los pies de los caminantes, un “Judas” con destino de cenizas en la esquina de Palos y Suarez. Lo reafirmaban las cantinas de la calle Necochea, con mesas desnudas esperando una noche interminable y triunfal. La iluminaban las lamparitas de colores en las puertas de los conventillos y ese aroma inconfundible de la multitud marchando esperanzada.
Hasta el vestuario de Carlos Nai Foino llegó Juan Sesín, un caballero encargado de las Relaciones Públicas de Boca.
— ¿Señor, qué necesita?, le preguntó el único policía que custodiaba la puerta.
— No, nada. Quería saludar al señor Nai Foino y preguntarle si necesita algo, ¿vio? Además, tenemos siempre los presentes del club para los referís.
— Espere que le pregunto, respondió atentamente el policía.
— Mire amigo –respondió el agente– ahí me dice el señor Nai Foino que no necesita nada, que no acepta ningún presente, que le agradece y me dio la orden que no permita el ingreso de ninguna persona.
— Bueno, vengo después del partido, se resignó Juan Sesín.
— No, también me dijo que después del partido no entra nadie, aclaró el policía.
La radio era el medio en apogeo. La radio en casa y también las portátiles en los miles de oídos, casi tanto como espectadores hubiese en la propia cancha. Yo trabajaba en Radio Mitre. Era vestuarista y hacia “campo de juego” de una transmisión de época en la que su estrella era el maestro Bernardino Veiga, mientras que Héctor Rombys y Victor Francis, los comentaristas, Roberto Díaz Oromí, el locutor comercial. Ricardo Arias, por su parte era el relator de la reserva, partido que se jugaba inexorablemente antes que el de primera, a las 13:30. Un fantástico elenco que contaba además con Miguel Zeifer en el otro vestuario y el enorme Juan José Lujambio en los “estudios centrales”.
Las demás emisoras tenían unos relatores, comentaristas y reporteros brillantes. José María Muñoz y Enzo Ardigó estaban en Rivadavia. Fioravanti y Horacio Besio en radio El Mundo. Alfredo Curcu con Julio Ricardo en los comentarios y el querido Raúl Fernánez en la información en Splendid y Ricardo Podestá y el inolvidable Néstor Ibarra en Porteña (hoy Continental). En cada punto del dial, la radio como medio ofrecía el fútbol como nadie y llegaban a todo el país sin excepciones.
Transmisiones previas de cuatro horas y cierres dos horas después. Relatos, interpretaciones técnicas, “color”, reportajes. Todo estaba allí, en esa insuperable manera de vivir cada jornada de fútbol. Recuerdo que en esa época Canal 7 sólo ofrecía unos compactos. Recién en el ‘63 comenzaría a televisar el fútbol de manera regular.
Desde una mesa en la zona de los vestuarios, se conectaba una consola alimentada por línea telefónica y desde allí se extenderían doscientos metros de cable. Al cabo de tal longitud el periodista trabajaba con un micrófono de mano macizo y plateado cuyo peso oscilaba los 600 gramos.
Era una época en la cual los reporteros acreditados podíamos ingresar al campo de juego. Y yo me ubiqué detrás del arco donde está el túnel de los visitantes, con mis auriculares gigantes y mi pesado micrófono.
Tuve suerte. Allí se produjeron las dos jugadas que marcaron el resultado. En el primer tiempo, penal para Boca.
— ¿Fue penal, realmente? me preguntó Don Bernardino.
— No tengo dudas, Bernardino, Amadeo (Carrizo, el más grande, el inventor del puesto) llegó al mismo tiempo que Paulo de Valentím y lo tocó; era una inmejorable oportunidad de gol. Tal vez Amadeo confiaba en que Etchegaray no se dejaría comer la espalda… Dije yo sin titubear
Fue ensordecedor el “¡¡Tim/Tim/Tim, Gol de Valentim!!”, con el cual despertó la tribuna de Boca.
Iban 14 minutos. Y el brasileño volvía a marcarle a River. Más aún, resultaría el máximo goleador de Boca –hasta allí– en los clásicos frente a River, con 13 goles.
Era mucho lo que se jugaba. Por eso, tal vez, las 60.000 personas estaban más pendientes del resultado final que del juego. Detrás del arco –ahora quien defendía de ese lado era Antonio Roma– se apreciaban las interrupciones como un “valioso” recurso táctico para Boca. Había que ver de cerca en acción a Carmelo –el legítimo– Cholo Simeone con músculos hasta en las orejas, tirarla para arriba hasta transponer los palcos y mandarla a la calle. O a Silvero, que buscaba a Artime adonde éste fuera.
Curioso fue lo de Orlando con Delem. Es que los dos brasileños eran muy amigos, como también sus esposas. Los dos matrimonios vivían en el mismo edificio, de Urquiza y Rivadavia. Cenaban juntos todos los domingos. Cuando en la charla técnica Silvero recomendó “tocar” a Delem y amedrentarlo, preguntó quién se animaba. Orlando dijo, “Deja a Delem pra mi” (“Déjenme a Delem a mí”). Y lo molió a patadas. Por cierto, la relación entre las familias se interrumpió hasta muchos años después.
El Rata –Antonio Ubaldo Rattin- no paraba de gritar todo el tiempo, amenazante: “Cortalo, cortalo. Salí Silvio, salí Silvio. A los pies, Silvio, barrelo Silvio (por Marzolini)”. El director técnico era José D’Amico, un hombre extraordinario que se había iniciado como preparador físico y sucedió al Gordo Vicente Feola, un ilustre brasileño Campeón del Mundo en 1958 en Suecia, a quien Alberto J Armando contrató en la etapa inicial de lo que ilusoriamente se llamó el “Fútbol Espectáculo”.
En Boca, durante 1961, Feola no logró sacar al equipo campeón y D’Amico, quien había sido su PF, quedó al frente del equipo. En el otro banco, un símbolo de River: Néstor “Pipo” Rossi. Un grande, la historia misma de River, desde La Máquina hasta el final. Pipo, conocido también como “La Voz”, pues nunca dejaba de hablar se dirigía permanentemente al árbitro: “Y, ¿qué pasa ahí?, ¿qué fue eso, Nai Foino?. ¡¡Nai Foino, Nai Foino, no ves un carajo. Fue “fau”, fue “fau”!!! ¡¡Eh, eh, cobrá algo para nosotros…!!
Cansado de tanto grito, el referí corrió hasta el banco. Pipo Rossi lo esperó sonriente y en silencio, al tiempo que hacía girar el botón del medio de su saco azul.
— Rossi, no grites, ni te hagas el guapo, le vociferó el árbitro en la cara.
— Carlos, estás cobrando todo para ellos. Aflojá un poco, viejo.
— Rossi, no te voy a echar así que no te mandes la parte. ¿Me entendiste?. Si vos querés cruzar esta cancha expulsado como víctima para que los de Boca te puteen y los de River te aplaudan, no va. Conmigo no va. Así que basta de aspaviento, quedate piola sentadito ahí. No hagas biógrafo. No te voy a echar, ¿me entendiste?. Quedate ahí y no seas botón…, le refrendó enfáticamente el árbitro
Cuando Nai Foino volvía al lugar donde había quedado el balón, Pipo insistió: “Cobra algo pa’ nosotros, fiera”.
El cielo de la pesada tarde no quiso despejarse. Las tribunas presagiaban su destino. Los de Boca, eufóricos. Los de River, silenciosos.
— ¿Cuánto falta?
— Faltan ocho, Bernardino, respondí con total concentración.
De pronto, el momento culminante. Ese instante en que sin saberlo estamos siendo testigos de la historia. Viene un centro desde la derecha, Luisito Artime ensaya tirarse en palomita en el área y el Cholo ocupa el mismo lugar. Artime cae. Nai Foino se agacha, clava la mirada en el área, lleva el silbato a la boca, pita fuerte y con el dedo índice de la mano derecha señala firmemente el punto del penal. No había VAR…los árbitros dirigían, no eran dirigidos
— ¿Qué cobraste, qué cobraste? Le reclama Simeone desesperado.
— ¿Perdón…?, pregunta el referí.
— ¿Qué cobraste?, insiste el Cholo.
— El penal que le hiciste al 9 cobré.
Los jugadores de River se abrazan: Las tribunas visitantes también. Recomienzan a flamear las banderas. No hay dudas sobre quién habrá de rematar. Será Delem. Una de las más bellas personas que pasó por esta tierra.
Mientras los conciliábulos continúan, Antonio Roma no deja su palo izquierdo. Está concentrado en su responsabilidad. Se pone en cuclillas y permanece ajeno a todo. La hinchada de River despierta hasta la locura. La de Boca se sumerge en angustia. Carlos Nai Foino se ajusta la chaqueta negra, la hace descender hasta la cintura bajando por su indisimulable abdomen apenas prominente. Se acomoda la rodillera que sujeta su dolorida pierna izquierda. El juez de línea Antonio Miculka, un gran instructor de árbitros tras su retiro, toma la posición perpendicular de respaldo visual.
Antonio El Tarzán Roma, metido en un buzo negro “que me hace más estilizado” –decía– se pone en el medio de su arco señalándole a Delem con la mano derecha “pateamelo a este lado”. Ahora todo es silencio. Y como si la Bombonera se hubiese transformado en un templo, puede percibirse el rostro de la multitud en uno solo, el del drama. Once metros, doce pasos, un balón, un shoteador, un arquero y un campeonato. Roma parecía feliz de tener la posibilidad de ser héroe. En los pocos minutos antes del remate, estaba tranquilo y sonriente. Delem, en cambio, lucía pálido y tenso.
El referí puso el balón en el punto del penal, sobre el césped raído y aun alfombrado por papelitos que el viento no alcanzó a hacerlos volar. Vladem Lazaro Ruiz Quevedo, conocido futbolísticamente como Delem, se acercó donde la pelota lo miraba y retrocedió desde ella cuatro o cinco pasos girando hacia su izquierda. El Tano Roma seguía señalándole su palo derecho. La Bombonera era un sepulcro. Delem tomó carrera, llegó hasta el balón y le pegó con la parte interna de su botín derecho. El remate no resultaba violento y llevaba apenas un poco de efecto. Roma dio un gigantesco salto hacia adelante y se tiró a su derecha. La pelota viajó hacia ese lugar y el arquero de Boca la rechazó con tanta fuerza hasta hacerla llegar con pique y todo casi al banderín del córner. Después se agarró de la red emocionado y corrió a consolar al deprimido Delem.
— ¿Qué pasó?, ¿qué pasó allí?, me preguntaba al aire Veiga
— Bernardino, lo que pasó fue que Roma se adelantó por lo menos un metro y medio y eso le están reclamando los jugadores de River al árbitro. Espere Bernardino, ahí estoy ingresando al campo de juego. Espere, ya estoy aquí. Escuche, escuche Bernardino:
— No viste que se adelantó dos metros, cómo no vas a hacer patear de vuelta. Una locura, viejo (Jose Varacka).
— Esto no puede ser, no puede ser. Hay que patear otra vez, por favor Nai Foino (Vladislao Cap).
— Si no haces patear de vuelta, te va a remorder la conciencia toda la vida. Nos estás entregando (Sarnari).
— Tenes una oportunidad, Nai Foino. No te vayas así del arbitraje, maestro, hacelo patear de nuevo (Luis Artime).
— ¿Y el árbitro que les contesta?, preguntan desde la cabina.
— Ya estoy, ya estoy. Escuchen al referí Bernardino, está rodeado por jugadores de River: “Aire, aire, salgan, córranse, basta de llorar, penal bien pateado es gol. Qué me vienen con grupos a mi… Les doy un penal en la cancha de Boca faltando siete minutos, se juegan un campeonato, lo patean como el orto y lo quieren patear de vuelta. Aire, aire, que empiezo a expulsar. Vamos, córranse que seguimos. Faltan siete más el descuento, y hay que jugarlos. Basta de llorar, aire… Penal bien pateado es gol”. Hay una una parte de la frase de Nai Foino que parece indiscutible: antes de los cambios reglamentarios los Puskas, los Pelé, los Albrecht, los Corbatta, los Alonso, los Diego, los Zico, los Platini –previo a que el arquero debiera tener cuanto menos un pie apoyado en la línea– el porcentaje de penales convertidos con arqueros zambullidos hacia adelante, superaba el 95% .
La jornada terminó con dos sensaciones. Mientras La Boca y una enorme parte del país festejaban hasta la locura, un cortejo lúgubre compartía las calles del barrio para volver a casa sin festejos y sin agravios. Los jugadores de Boca y de River se habían saludado al finalizar el partido. Qué época…
Algunos intercambiaron camisetas. Luis Artime dijo: “Así es el fútbol, hay que aceptar los resultados”. Una semana después, Boca le ganaba 4 a 0 a Estudiantes y se consagraba campeón con 43 puntos
No había VAR, los árbitros dirigían, no eran dirigidos y la historia sigue dándole parte de la razón a Nai Foino: penal bien pateado es gol.
Además, ¿en que Biblia está escrito que el fútbol debe ser perfecto? Y en cual otra puede afirmarse que el VAR lo torna infalible y trasparente. La belleza de este juego, el más bello que el hombre haya inventado, es su inimaginable humanizada imperfección…
Ah, perdón por la insistencia: penal bien pateado es gol.
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