Todo crack carga con una historia detrás. Y esta trata de sacrificio, pasión y dedicación. El fanatismo por el fútbol y la selección argentina de este personaje forjaron su deseo de vestir la camiseta blanca y celeste y ser campeón. Tanto lo soñó, que lo cumplió. Pero antes tuvo que luchar contra algunas adversidades que la vida le puso enfrente. Hoy afronta una exposición mediática de la que no reniega y antes de triunfar tuvo que subir pequeños peldaños con un horizonte claro. La historia de Rodrigo De Paul, como nunca se había contado.
De Paul nació el 24 de mayo de 1994 y para el 98 ya tenía bien claro qué quería hacer de su vida. Con un padre enamorado del fútbol y una madre que ya llevaba religiosamente a jugar al baby a sus dos hermanos mayores (Damián y Guido) al Club Social y Deportivo Belgrano de Sarandí, el juguete predilecto de Rodrigo fue una pelota. Tal era la desesperación por seguir el mandato familiar que su primer entrenador, Carlos Figuera, tenía que pedir permiso a sus colegas rivales para meterlo en la cancha -como arquero- en la Categoría 92.
Con tal de jugar, él se calzaba los guantes y rodilleras que le terminaban de cubrir por completo todas sus extremidades y ensayaba voladas de palo a palo al igual que uno de sus primeros ídolos: Carlos Roa. Lechuga venía de ser furor en el Mundial de Francia 98 por su consagratoria tanda de penales ante Inglaterra en los octavos de final y entonces Rodrigo le pidió a su madre que le comprara el buzo de arquero y hasta adoptó su apodo. Así es que en un torneo disputado en el Club Germinal de Gerli, se ubicó último en la fila del equipo y le pidió expresamente a su DT que le dijera al hombre que nombraba a cada chico con micrófono que lo presentara como Rodrigo “Lechuga” De Paul. Sin ningún tipo de pudor, levantó los brazos y saludó a toda la gente cuando escuchó que lo mencionaban. Y hubo otro apodo espontáneo que surgió de la cabeza del presentador de turno en otro torneo, por sus habilidades y cualidades como jugador: Rodrigo “Maravilla” De Paul.
“Él siempre quiso destacarse, le gustaba estar en la cancha, que lo miren, que lo aplaudan y hacerse ver”, relata a Infobae Mónica Ferraroti, su mamá, quien frecuentaba en esa época el Club Belgrano como madre acompañante y por la cantidad de horas que pasaba allí terminó con labores de secretaria administrativa cobrando cuotas y entradas los días de partido. En la semana, cuando a sus tres hijos les tocaba entrenar, se situaba en una de las oficinas del centro deportivo ubicado sobre la Avenida Belgrano para chequear que hicieran sus tareas antes de tocar la pelota.
Figuera, su primer técnico, en más de una ocasión tuvo que pedirle al árbitro de turno que detuviera el partido porque el pequeño Rodrigo tenía necesidades fisiológicas y precisaba ayuda para quitarse el equipamiento en el vestuario. Otra de las cosas con las que lidiaba el técnico era cuando se quedaba sin energías. “Si se cansaba, se apoyaba contra el arco. El entrenador lo sacaba y se venía a dormir la siesta a upa mío. Es que todavía era un bebé”, cuenta su mamá.
El diminuto Rodri pasó de protagonista entre el público presente por sus impredecibles ocurrencias con los compañeros más grandes a serlo por sus cualidades técnicas con los de su categoría. Le gustaba jugar arriba y hacer goles, pero no ponía reparos cuando le tocaba ir abajo. De hecho esa fue la estrategia de su otro DT, Carlos Wirth, para que Belgrano no perdiera contra el baby de Racing y así él evitara las cargadas de los pibes con los que ya compartía vestuario en las infantiles de la Academia.
En la Categoría 93 de Belgrano fue dirigido por Roberto, su papá, que tenía una estirpe ganadora que aseguran que fue heredada por el menor de sus hijos. “Era igual de ganador que él”, afirman. Rodrigo se podía enfurecer con los árbitros o enojarse con algún compañero que le devolvía mal una pelota. Pretendía ganar a toda costa y llegó a llorar en más de una ocasión si perdía algún partido. Cuando tocaba derrota, su rostro se transformaba por un par de horas hasta que pasaba el mal trago. De técnica prodigiosa y magnífica pegada, marcaba de a 10 goles en un partido de cancha chica.
Rober, su papá, que se separó de su mamá cuando él era pequeño, es hincha de Boca, pero desde su círculo íntimo aseguran que Rodrigo se hizo de Racing desde que tuvo uso de razón, espantando los rumores que lo vincularon hace un tiempo con los colores xeneizes. Claro que creció viendo la época dorada del Boca de Carlos Bianchi, época en la que se enamoró del fútbol desplegado por Juan Román Riquelme, pero su lugar en el mundo pasó a ser el Cilindro y el Predio de Tita Mattiussi, donde transitó todas las Inferiores.
El preparador físico Raúl Garrandés, que trabajaba en las preinfantiles de Racing con Jorge Cardinale y Ricardo Sequeira, fue quien pasó el dato que le habían traído desde el Club Belgrano sobre De Paul. Su prueba en la Academia fue casi a la par de descartar a Independiente: Ricardo Enrique Bochini lo había visto en cancha chica y preguntó por él para llevarlo al Rojo, pero Rodrigo le advirtió a Mónica “no, mamá, a Independiente no”. No hubo caso, el flechazo con Racing había podido más.
El nombre Rodrigo De Paul se hizo vox populi en el baby fútbol. Los padres de todas las categorías del Club Belgrano se quedaban a ver a “su” 94 y los rivales se alertaban y lamentaban de antemano cada vez que tenían que enfrentar. Si ya había sido desvergonzado con la 92 y 93, con su división se soltó completamente. Rememoran en su club que después de cada gol, obligaba a quienes estaban en la tribuna a ensayar alguna coreografía, entre las que se destacó la de la canción “Bicho, bicho” de Los Fatales, abriendo y cerrando sus brazos y palmas con movimientos verticales.
En Racing muchos empezaron a llamarlo “De Pul”, porque así pronunciaba su apellido uno de sus primeros entrenadores. Prontamente en cancha de 11 también empezó a dar que hablar. Era el 10 de su categoría, en la que se destacaba al lado de un número 8 llamado Guillermo López. Juntos llegaron a jugar algunos partidos para la 93 e incluso hicieron un viaje a Mar del Plata para enfrentarse con Aldosivi en el estadio mundialista José María Minella, uno de los primeros que disfrutó entre varios campeonatos infantiles en el interior del país.
El espíritu positivo por el que hoy De Paul se destaca en la Selección Mayor ya era una faceta exhibida como juvenil. Durante esos viajes al interior, en las casas de familia en las que se alojaban los chicos le abrían las puertas para tenerlo. Al término de los entrenamientos, esperaba a que lo buscaran sus padres sentado en el bufet del club junto a veteranos que jugaban a las cartas o el dominó. No tenía problemas de adaptación ni en hacer amistades con más grandes o chicos. Y tampoco hacía diferencia de estrato social: podía quedarse a dormir en casas aledañas a Sarandí o en la de algunos compañeros que vivían en barrios más carenciados.
Su madre tenía que luchar un poco para organizarle las carpetas del colegio y obligarlo a que cumpliera con las tareas. Todo lo contrario sucedía cuando los compromisos estaban ligados al fútbol. De niño celebró cumpleaños multitudinarios en el Club Belgrano con maratones con pelota y se perdió otras tantas fiestas por tener que levantarse temprano para entrenar o jugar. Gajes del futuro oficio, que le llaman. “Tenía disciplina y constancia. Nunca tuve que luchar con él para que se levantara a entrenar, lo hacía solo. Él nos iba llevando a nosotros. Le tenía fe de que llegara a Primera por el entusiasmo que le veía. Siempre quiso jugar, no le importaba otra cosa”, remarca Mónica.
Algunos de sus entrenadores temían por su desarrollo físico, ya que era uno de los más delgados de su división. El respaldo que le proporcionaron en Racing a través del rodaje en cada fin de semana fue fundamental para que, al tiempo, llamara la atención de Luis Zubeldía, quien llevó adelante un proyecto de promoción de juveniles al plantel de Primera entre los que sobresalieron Ricardo Centurión, Luis Fariña, Bruno Zuculini, Luciano Vietto y Juan Musso, entre otros.
De la Quinta División, Zubeldía lo llevó a entrenarse con los profesionales en un grupo que contaba con nombres pesados como los de Sebastián Saja, Fernando Ortiz, Iván Pillud, Mario Bolatti, Mauro Camoranesi y Pepe Sand. No llegó a disputar 60 partidos en dos temporadas, cuando el Valencia de España cerró su pase en casi 5 millones de euros. Fue el turno de codearse con los mejores jugadores del mundo, generar una amistosa intimidad con Nicolás Otamendi y dar un salto de calidad desde el plano técnico y físico. Cuando retornó a préstamo a Racing a principios de 2016, su cuerpo había sufrido una modificación notoria: lo notaron sus amigos, cuando se juntaron a jugar algún picado y no podían moverlo al chocarlo. Su contextura se ensanchó y su segundo ciclo por la Academia no significó un paso atrás sino tomar impulso para recalar otra vez en el Viejo Continente.
Esta vez se lo llevó el Udinese de Italia por una cifra similar a la que había sido adquirido por Valencia. Sus primeros dos años de pura continuidad en el equipo de Bérgamo cautivaron la atención del cuerpo técnico de la selección argentina. Y se reencontró con un viejo amigo de las inferiores de Racing como Juan Musso. En realidad, Lionel Scaloni le había echado el ojo a Rodrigo cuando todavía era ayudante de campo de Jorge Sampaoli. Y, desde que tomó las riendas de forma provisional tras el Mundial de Rusia 2018, lo convocó. Con el correr del tiempo, De Paul se transformó en el principal rostro de la tan exigida y necesaria renovación de jugadores en la Selección Mayor.
La emoción que se apoderó de su madre cuando se enteró que iba a debutar en Primera con Racing se multiplicó por mil cuando a través de una videollamada, Rodrigo le comunicó que lo habían citado para la Selección: “Esos momentos de alegría siempre están presentes, son muy puntuales. Yo estaba trabajando en la oficina cuando me dijo que lo habían llamado. Mis compañeros aplaudían mientras yo lloraba de la emoción”. Y agrega: “Era llegar adonde quería, el sueño que tenía. Él ama la camiseta de la selección argentina, ama esa camiseta”.
Cientos de imágenes se le atravesaron al recibir la noticia. El buzo de Lechuga Roa no había sido el único pedido de Rodrigo a sus papás, ya que cada vez que la Selección estrenaba camiseta, él quería tenerla. La mayoría de los pósters de su habitación tenían formaciones de la Albiceleste o figuras de cada momento. Y cuando encendía las consolas de videojuegos, casi siempre elegía jugar con Argentina: “Era fanático. Tenía una voluntad tan férrea, seguridad y constancia que lo terminó consiguiendo. No es por casualidad que haya llegado, es por mucho esfuerzo, mucho pensarlo, mucho soñarlo y mucho trabajar para eso”.
En su club de origen no titubean al decir que Rodrigo fue uno de los futbolistas que cambió el ambiente en el vestuario de la Selección. Fue puntal del recambio propuesto por Scaloni y responsable de oxigenar a históricos como Lionel Messi, Ángel Di María y otros. Su desfachatez y personalidad entradora, confianzuda y forma de ser en general cuajaron a la perfección para hacer grupo con el capitán, el Fideo, Nicolás Otamendi, Leandro Paredes, Gio Lo Celso y el Papu Gómez, otro de los personajes del plantel. “Por su trato, siempre encuentra alguna forma de que lo quieran”, opinan en Belgrano.
Y si a Messi le faltaba quitarse un poco de peso en la mochila de responsabilidad que llevaba partido a partido con la Selección, De Paul dentro de la cancha le vino como anillo al dedo. Sus descubridores ven los mismos gestos que Rodrigo tenía en baby fútbol hoy en la Mayor. Pide la pelota con desesperación, gesticula con reclamos aunque sea Messi el que la lleva. Y no duda en cambiar de frente si el 10 está marcado, algo que antes no sucedía con frecuencia.
En la Copa América de 2019 pisó fuerte cuando Scaloni lo metió en cancha y pasó a ser habitué. Dos años más tarde, fue el motor del mediocampo y una de las grandes figuras para la conquista en Brasil. Sus primeros entrenadores coinciden en que Argentina perdió tiempo al no convocarlo antes: “La final de la Copa América contra Brasil la jugó como lo hacía acá en el club, cuando teníamos que frenarlo porque se chocaba contra las paredes. Siempre con esa energía. Fue el 80% de ese partido, corrió con el alma”. A la vez, apuntan que quizás no brille tanto en sus clubes, pero cuando se pone la casaca albiceleste se transforma. No tienen dudas al afirmar que “De Paul es jugador de Selección”.
“Me encanta verlo en la cancha, juegue con el equipo que juegue. No caigo cuando escucho que le gritan, le dedican algún cartel o le piden una camiseta. Me parece que fuera para otro”, revela su mamá, que lo extraña a la distancia pero está aliviada desde que se levantaron las reestricciones por el coronavirus que espaciaron sus encuentros en persona para poder abrazarlo dos o tres veces al año.
De Paul no reniega de su éxito y la fama que adquirió con sus logros profesionales. Y no se olvida de sus orígenes. Por eso siempre vuelve a Avellaneda cuando viaja a Argentina y nunca falta su presencia en el Club Belgrano, donde fue y sigue siendo feliz. Por una gestión en conjunto con Iván Marcone, otro futbolista surgido en la entidad de Sarandí, invitó a unos 30 chicos a ver un partido que la Selección disputó ante Uruguay por Eliminatorias el año pasado. Su agasajo fue completo, porque además de aportar las entradas convirtió un tanto y se los dedicó.
“Yo vivo cada alegría suya como si fuera mía. Lo acompaño en cada paso que da, él me sigue arrastrando como hacía de chico. Me da muchísimo orgullo y disfruto a la par de él. Son todos pasitos que fue dando encaminado al que esperamos que sea el más importante de todos”, se ilusiona Mónica, que lentamente va armando las valijas para alentarlo en Qatar dentro de algunas semanas.
En el último tiempo, De Paul afrontó importantes cambios en su vida privada por la separación de su primera esposa y la incipiente relación con la cantante Tini Stoessel. Desde su círculo íntimo, donde respaldan cada decisión que toma, no dudan ni del amor que les tiene a sus hijos ni del compromiso que sostiene con la Selección en un momento tan importante como previo a una Copa del Mundo. Así que quien crea que las movidas mediáticas lo sacarán de foco, está equivocado.
“Rodrigo vive, come y respira Mundial. No piensa en otra cosa”, concluye su mamá.
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