Durante casi tres décadas, la selección argentina de básquet fue modelo en el país y en el mundo por varias cosas. Primero, claro, por lo deportivo y lo profesional, por haber construido una generación de oro que no sólo logró resultados impensados (dos medallas olímpicas -oro y bronce- y un subcampeonato mundial) sino que fue un ejemplo de unión, comportamiento, disciplina y sacrificio. Y segundo por la continuidad de los procesos. Desde la asunción de Guillermo Vecchio, el entrenador que arrancó a moldear a una muy talentosa camada de jóvenes desde 1993, se hizo una sucesión de entrenadores que dejaron su huella, ayudando a forjar a distintas promociones. Vecchio les hizo empezar a creer que se podía competir con los mejores, en 1997 llegó Julio Lamas para abrirles el camino y ponerlos en cancha, en el 2000 arribó Rubén Magnano con su exigencia para sacarle el jugo a un grupo de jugadores muy talentosos, en el 2004 se sumó Sergio Hernández para mantener a este grupo único en la elite, en el 2011 volvió Lamas para alargar la estadía en el máximo nivel y en el 2014 regresó Oveja para trabajar con una nueva generación que, con la guía de los últimos bastiones de la GD, llegó a un inesperado subcampeonato mundial en 2019.
En 2021, con la partida lógica de Hernández, tras dos extensos ciclos cumplidos, asumió Néstor García, un entrenador con 33 años en el máximo nivel y muchos pergaminos, con grandes trabajos en la Liga Nacional, en el Fuenlabrada español y en varias selecciones, en especial la de Venezuela y la de Dominicana. Carismático, comprador, creativo y con muchos conocimientos parecía una opción confiable para comenzar con un nuevo proceso, que incluía volver a potenciar a un grupo que había dado un paso en falso en Tokio 2020 y comenzar a meter en el equipo a integrantes más jóvenes, con el Mundial 2023 como gran objetivo.
El Che arrancó bien, usando su verborragia y carisma, motivando en la intimidad, generando un buen clima de trabajo e inyectando energía nueva en este sistema de ventanas eliminatorias, igual a las del fútbol, donde hay pocos días de trabajo y es clave potenciar individualidades y construir una nueva identidad de equipo, sabiendo que no sobra el talento y, sobre todo, altura y capacidad física cerca del aro. El comienzo fue bueno porque, además, los rivales resultaron endebles. Pero, cuando llegó Venezuela a Buenos Aires y generó la primera derrota, aparecieron las incógnitas. El regreso de algunas figuras, en especial Campazzo, trajeron dos tranquilizadoras victorias en Venezuela y Panamá para comenzar la segunda fase de la clasificación mundialista como uno de los dos segundos, cuando al Mundial irán tres de cada zona más el mejor cuarto.
Para esta nueva ventana de agosto, Argentina tuvo más tiempo de preparación que nunca, quizá ahí empezó el problema... Primero concentró cuatro días en el Dow Center -el centro de alto rendimiento de Pepe Sánchez en Bahía Blanca- y luego se instaló en Mar del Plata, donde jugaría el lunes pasado ante Bahamas. Pero, claro, primero tenía la parada más brava, con Canadá, único invicto del torneo y de visitante, un test que el equipo no pasaría y eso complicaría más el clima interno. Pero, claro, hasta ahí, hasta ese viaje, estaba todo bien. O bastante bien. Cuando los jugadores se enteraron cómo iban a viajar, comenzaron las molestias, volvieron las tensiones en el día que se arrastran hace un par de años, cuando las improvisaciones en la organización y las diferencias entre jugadores y dirigencia -como las vividas en 2021, cuando en la previa de Tokio la dirigencia quería hacer la preparación en España y el plantel se puso firme para que sfuera en Las Vegas- aparecieron. Claro, en ese momento estaba Luis Scola, un líder “combativo” que estaba claramente en contra de la nueva conducción y no sólo no se callaba, sino que absorbía la presión de los conflictos. Todos lo seguían al líder con carácter, experiencia y espalda… Ahora es distinto.
Pero, claro, nadie imaginó que a ese desgaste se sumaría un hecho que algunos vieron venir y otros no, aunque a la luz de los hechos todos sabían que era posible porque el tema no era nuevo... Tenía que ver con el regreso a malos hábitos de Néstor García. El Che estaba bien en la intimidad, enchufado con los jugadores y ellos con él. Hasta la llegada a Mar del Plata, donde el Che tiene mucha historia por su paso glorioso por Peñarol en la Liga Nacional… No hace falta más que escucharlo a Campazzo, nuevo capitán, en la previa al duelo con Canadá, para saber que se los estaba “comprando” a todos. Pero, de repente, comenzaron algunos actos poco profesionales del entrenador que, sumados en pocos días, incluso durante el partido con Bahamas, puso fin a su ciclo de apenas un año que corta estas casi tres décadas de procesos largos, coherentes, con una imagen y una línea de trabajo que han permitido que, en el mundo, se empiece a hablar de la escuela argentina, como existe la estadounidense, la rusa y la yugoslava, por caso.
El faltazo a un entrenamiento, algunas actitudes en el hotel que vieron los jugadores, los rumores de salidas fuera de la concentración y la extraña y no habitual forma de dirigir contra Bahamas fueron los motivos que generaron que los jugadores dijeran “hasta acá llegamos”. Hoy las redes se inundaron de videos que reflejan el comportamiento del entrenador en los tiempos muertos: los olvidos, equivocaciones y hasta la actitud de los jugadores, quienes ya no querían escucharlo y se iban de los minutos... Todo frente a las cámaras de TV. Una situación indisimulable, a la vista de todos.
Por eso el festejo medido tras un triunfo esencial y las caras largas en la conferencia de prensa. Internamente ya estaba todo mal. El radio pasillo comenzó y la dirigencia tomó la decisión de echarlo, ya en la madrugada del martes. Pero faltaba una reunión de los jugadores más importantes con el entrenador para manifestarle todo lo que habían visto y aclararle que esto no podía seguir así. Fue, más que nada, para decirle las cosas de frente porque la decisión ya estaba tomada. Fabián Borro, presidente de la Confederación Argentina (CAB), le anunció el despido al entrenador, aunque le dijo que se anunciaría como una renuncia. Así, en un escueto comunicado, la CAB informó sobre la desvinculación que ya había adelantado el sitio Sólo Básquet Online. “El Che adelantó de forma verbal su alejamiento por motivos de intimidad que respetamos”, se escribió, avisando que no formaría parte de la delegación argentina que ya había viajado a Brasil, donde este sábado debutará ante Islas Vírgenes, en Recife, por la Americup, la Copa América del básquet. Infobae intentó dos veces contactarse con Néstor, para conocer su versión de los hechos, pero sin ninguna respuesta.
Un verdadero papelón sin precedentes en las últimas tres décadas. A la luz de los hechos y con los antecedentes en la mano, está claro que la CAB equivocó el camino con la designación de un entrenador que podía vivir esta situación, que no era de la misma línea que los anteriores coaches… Ojo: el Che, en un primer momento, no era ni siquiera la primera opción para reemplazar a Hernández. El elegido por Borro, el amo y señor del básquet nacional, era Pablo Prigioni, pero la imposibilidad de dirigir en las ventanas -la NBA no lo permite mientras se compite, entre octubre y junio- hizo que tuviera que buscar otra alternativa. Y ahí se decidió por el Che, pese a que todos los jugadores querían a Silvio Santander, DT de amplia trayectoria en la Selección que ahora es ayudante en el seleccionado chino.
Borro sentía que la buena relación personal con Néstor y la probada experiencia del coach eran el combo ideal para una elección “segura”, teniendo en cuenta que Borro no quería a nadie del riñón del Oveja, en especial a Santander. La jugada, está claro, salió mal. Y no es lo único que ha salido mal en estos tiempos, desde las intervenciones a varias federaciones hasta el poco interés en avanzar legalmente en el esclarecimiento del desfalco económico que sufrió la CAB durante más de una década, pasando por las decisiones y actitudes que tensaron la relación con los jugadores y otros cambios polémicos que han motorizado desde la organización central, que hoy maneja todos los estamentos del básquet argentino, incluso la Liga Nacional.
El daño ya está hecho. A una imagen, a una marca, como la selección argentina. Ahora hay que barajar y dar de nuevo. Con más visión y humildad. Por lo pronto, la CAB anunció lo que parecía cantado, aunque adelantado en el tiempo: la sucesión quedó en manos de Pablo Prigioni, quien siempre fue muy tenido en cuenta y su status aumentó a partir de su trabajo en Las Vegas -en la previa de Tokio- y en algunas ventanas. Su llegada a los jugadores, su voz de mando, conocimientos y liderazgo lo pusieron en un rol protagónico en cada entrenamiento, pese a que había llegado con perfil bajo, para aprender y sumar. Pero, de a poco, su lugar fue creciendo. Hasta el punto de que, en Tokio, el equipo tuvo al menos una jugada creada por él que se llamó PP, sus iniciales.
El entrenador cordobés ya está en Recife para dirigir al equipo, que este sábado a las 14.30 debutará contra Islas Vírgenes, en este torneo algo devaluado, pero que es el más importante de la región, una especie de Copa América del básquet. Lo que no aclaró el comunicado de la CAB es cómo hará para dirigir en las próximas ventanas clasificatorias para el Mundial, en noviembre y febrero, cuando él estará trabajando con Minnesota Wolves en la NBA, donde es principal asistente del head coach. ¿Le darán permiso? Parece difícil. ¿O ahí confiarán en Gonzalo García, el coach que parecía que se haría cargo del equipo hasta el Mundial 2023? Por lo pronto, la llegada del ex base de la Generación Dorada sirve para tranquilizar las aguas absolutamente revueltas y ver si se puede superar rápidamente este escándalo. Hacer una buena Americup ayudaría bastante a pasar la turbulencia. Y, en especial, que desde ahora todos y cada uno entiendan que la Selección está por encima cualquier nombre y persona, que requiere un compromiso total, dentro y fuera del campo. Y no sólo es referencia para quienes están en el equipo… Ojalá todos sientan eso y lo reflejen con hechos para que algo así no vuelva a pasar. A la Generación Dorada le costó mucho sentar las bases. Y el legado no se mancha.
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