La carrera de Guillermo Vilas está repleta de momentos inolvidables, de recuerdos completos de emoción que hacen difícil escoger uno en particular. Guillermo vino del polvo, del polvo de ladrillo, ahí donde se formó, creció y obtuvo la mayoría de sus grandes victorias: Roland Garros, Montecarlo, Roma, Kitzbühel, escenarios por demás conocidos y recordados por todos los argentinos.
Es por eso que, comparando con el calendario de hoy, resulta raro que Vilas sólo haya ganado 10 títulos entre los meses de abril y mayo en toda su carrera. Es que se jugaba diferente y había un calendario más repartido.
Su pelo largo, su vincha, su modo de pensar, influencias directas producto de su relación con otros dos trotamundos de la raqueta: el brasileño Tomas Koch y el danés Torben Ulrich, papá del baterista de Metallica.
Su paso por el incipiente mundo del tenis profesional dejó una huella marcada y profunda, sobre todo en el tenis argentino, deporte al que popularizó y obligó a agrandar los estadios.
Dicen que la distancia y el paso del tiempo agrandan la imagen de los héroes y de sus hazañas, pero Vilas siempre conservó la misma talla destacada en todo el mundo. Por eso el reconocimiento en su paso por los diferentes escenarios, aún muchos años después de su retiro. Como en Roland Garros, disfrutando del cariño del público francés que lo reconocía en los pasillos para pedirle un autógrafo o conseguir una foto junto a él.
O del otro lado del Atlántico, en el US Open, donde Illie Nastase, múltiple campeón y número 1 del mundo, señaló después de agradecer los saludos de varias personas: “Lo peor es que me saludan porque piensan que soy Vilas. Lo quieren mucho acá”.
Cuando Vilas dijo ¡muuu!
El primer gran hito de Guillermo Vilas fue en el Masters de 1974. El marplatense se había quedado con el Grand Prix -circuito que sumaba una serie de torneos y clasificaba al certamen de Maestros-, luego de vencer en la final del Campeonato de la República al español Manolo Orantes. Dos días más tarde estaba viajando a Melbourne, junto al profesor Belfonte, con pasajes otorgados por la Secretaría de Deportes. El viaje era tan largo, que el vuelo hizo escala en Papete, para continuar un par de días después rumbo a Australia.
La primera sorpresa fue que Jimmy Connors, quien había ganado 3 títulos de Grand Slam ese año (Australia, Wimbledon y el US Open) no jugaría el torneo. Así, los 8 participantes fueron divididos en dos grupos. Al marplatense le tocó el Azul, en el que también estaban el sueco Bjorn Borg, el australiano John Newcombe y Onny Parun, de Nueva Zelanda.
En el Rojo se agruparon el rumano Ilie Nastase, Raúl Ramírez (México), Manuel Orantes (España) y Harold Solomon (Estados Unidos).
Sobre el césped del estadio de Kooyong, Guillermo enfrentó en la primera jornada a John Newcombe, quien había alcanzado el N°1 del mundo en junio de ese año, y lo venció por 6-4 y 7-6 (2). Al día siguiente derrotó a Onny Parun por 7-5, 3-6 y 11-9 y ya estaba en semifinales, pero antes debía cruzarse con quien sería su sombra negra. También de pelo largo y vincha, precursor como Guillermo en esto de introducir el topspin en el juego, Bjorn Borg aparecía del otro lado de la red en un encuentro, casi, de compromiso, que Vilas ganaría por 7-5 y 6-1.
A partir de la semifinal los encuentros serían a 5 sets. El profe Belfonte y el marplatense esperaban un partido tranquilo frente a Raúl Ramírez, a quien ya le había ganado 11 de los 12 partidos entre ellos. Sin embargo, el mexicano se quedó con el primer set por 6-4, pero luego Vilas se llevó los 3 parciales siguientes por 6-3, 6-2 y 7-5. Por primera vez un argentino definía el torneo de Maestros. Con 22 años, el marplatense enfrentaba a Illie Nastase, ex número 1 del mundo (#6 en ese momento) y campeón del Masters en los 3 años anteriores.
Vilas había jugado el torneo de menor a mayor y el primer set mostró la paridad del tenis entre ellos. Sólo dos puntos en el tie break marcaron la diferencia por 8-6 para el argentino. En el segundo, el zurdo fue contundente y lo ganó con claridad por 6-2, pero su edad, su primera gran final y la figura del rumano pesaron para que Nastase igualara el match con un doble 6-3. Suele decirse que el quinto set se juega más con la inercia que con el tenis, por lo que hay que usar más la cabeza. Guillermo logró quebrar y disponerse a sacar 5-4, 40-15, con doble punto de título. Su servicio fue sobre la derecha de Nastase y la devolución del rumano se fue ancha. Guillermo terminó lanzando su raqueta al aire, con un salto arqueado de victoria, que lo dejó del otro lado, abrazado a su rival.
Vilas demostró, allí, que podía adaptarse a las diferentes superficies, y que con su nivel en constante ascenso, unido a un juego más agresivo, mucha concentración y un buen servicio le habían otorgado su primer gran triunfo y a la Argentina una gran alegría.
Con el trofeo en la mano y el micrófono al frente, Guillermo esbozó una sonrisa y le dijo al público en el estadio: “Hasta hace unos meses pensaba que el césped era solo para las vacas”.
El cuarto Mosquetero
Para los argentinos, Roland Garros es comparable a un Mundial sobre polvo de ladrillo y levantar la Copa de los Mosqueteros es algo así como haber llegado. Guillermo ya conocía sensaciones similares, después de haber caído en la final de 1975, cuándo no, ante Bjorn Borg. Esta paternidad del sueco, años más tarde, motivaría a Guillermo a contratar a un psicólogo, y fue uno de los primeros en utilizarlo en el deporte.
Ese año 1977 había comenzado de buena manera para Guillermo, con la final en el Abierto de Australia, donde perdió con Roscoe Tanner. Avanzada la temporada, le daba a la Argentina la victoria, en Copa Davis, frente a Chile y tiempo después, junto a Ricardo Cano, vencieron por primera vez a Estados Unidos (integrado por Brian Gottfried y Dick Stockton, en singles). En el medio, una visita a la por entonces famosa y hoy recordada doctora Aslan y 20 días en Transilvania, para rejuvenecerse y fortalecerse.
Nuevamente en Europa, el zurdo tuvo buenas actuaciones en Niza y Montecarlo, pero Borg le cerró el camino en ambas ocasiones.
Unas semanas después, el 23 de mayo, comenzó la conquista de su primer título de Grand Slam en París. Vilas aparecía como tercer preclasificado en Roland Garros, detrás de Illie Nastase y Adriano Panatta. Su sombra negra, Bjorn Borg, y Jimmy Connors no participarían del certamen.
En 100 minutos y sin estar bajo presión, Vilas superó su primer compromiso, al vencer a Franulovic (Yugoslavia), por 6-1, 6-2 y 6-4. En la ronda siguiente, superada la sorpresa inicial, terminó borrando de la cancha 2 a Belus Prajoux por 2-6, 6-0, 6-3 y 6-0. El chileno sería el único jugador del torneo en quitarle un set a Vilas ese año.
Tres días después, el marplatense volvió a jugar, esta vez ante el sudafricano Bernie Mitton. Noventa minutos le alcanzaron para avanzar a la segunda semana del Abierto francés, por 6-1, 6-4 y 6-2. En sólo 7 días tenía la mitad del trabajo hecho.
Vilas tuvo su día de descanso, pero Stan Smith (EEUU) debió completar su victoria en dos jornadas y en esas condiciones ingresaron al Court Central. Ochenta minutos más tarde se daban la mano por encima de la red. Guillermo con cara de cuartofinalista y Smith con rostro de resignación, después de haber estado como un hombre al acecho, por la paliza que le dieron (6-1, 6-2 y 6-1).
El segundo día de junio, otro mordió el polvo. El polaco Wojtek Fibak tendría un buen arranque de partido, en cuartos de final, pero sólo 70 minutos le duraría a Vilas en cancha, hasta que a sus esperanzas se las llevó el viento que molestó durante toda la jornada y se fueron con el 6-4, 6-0 y 6-4.
Ya en semifinales, Guillermo volvía a encontrarse con el mexicano Raúl Ramírez, quien había declarado que quería enfrentarse con el argentino, “porque no me va a ganar siempre”. Y como por una especie de magia su deseo se cumplió el sábado 5 de junio. Pero no la pasó bien, el Gran Willy lo despachó con un 6-2, 6-2 y 6-3 y se metía en su segunda final de Roland Garros.
París amaneció gris y lluviosa el domingo de definición. Gottfried arrancaba con una ventaja de 2-1 en los enfrentamientos de esa temporada entre ambos, pero sería el perdedor en la final, una de las más cortas que recuerda Roland Garros. En 1 hora y 49 minutos Guillermo Vilas dejaba inscripto su nombre en una de las placas que circundaban el estadio 1. Con un juego sólido desde el fondo, basado en su fuerza y regularidad, superó claramente a sus adversarios y, ese 5 de junio, marcó un antes y un después en el tenis argentino.
El triunfo que faltaba
La llegada a Forest Hills mostraba a un Vilas triunfador, pero no satisfecho. Iba en busca de más. Para él, atrás habían quedado sus grandes triunfos y los 7 títulos consecutivos, que hasta hoy son récord en un mismo año. Guillermo pretendía vencer sobre la arcilla gris-verdosa del US Open que, luego de una doble votación, dejaría de utilizarse al año siguiente. La USTA pretendía favorecer a los jugadores locales con una cancha que les fuera más beneficiosa, ya que sobre ésas no conseguían la victoria.
Las primeras rondas del torneo se jugaban a tres sets y, recién a partir de cuartos de final, competían a cinco. El primer rival de ese año fue el campeón español Manolo Santana, que apenas ganó un game en el primer set. Algo similar ocurrió con el estadounidense Gene Mayer, aquel raro jugador con todos sus golpes a dos manos y que ingresaba con una Biblia en su bolso. Luego del 6-3 y 6-0 a Mayer, llegó el 6-3 y 6-3 al potente y alto Víctor Amaya y la contundencia del 6-3 y 6-1 sobre José Higueras (España), con el que Guillermo se metió en los cuartos de final.
Ya con los partidos a 5 sets, seguía marcando diferencias: 6-1, 6-1 y 6-0 a Raymond Moore (Sudáfrica) y 6-2, 7-6 y 6-2 a Harold Solomon (EEUU), para arribar a la final esperada, aunque la más riesgosa, frente a uno de sus archirrivales: Jimmy Connors, tan crack como petulante.
Duelo de zurdos y la recomendación de Ion Tiriac (su entrenador) a Vilas: “La pelota de Connors no describe parábola, jugale con slice hacia abajo ‘Guillerma’”. El rumano tenía razón, Jimbo utilizaba empuñadura continental, impactaba bastante plano y le pegaba a la bola cuando estaba en su parte más alta, una pelota con efecto de slice hace que el pique sea bajo y que la bola casi se arrastre. Eso obligaría al estadounidense a golpear para arriba y esperar a que la gravedad haga el resto,
A pesar de las recomendaciones, Connors ganó el primer set por 6-2 y un gesto de Tiriac captado por la televisión le recordaba a Vilas cuál era el plan inicial. De esa manera igualó en sets con un 6-3 y luego pasó al frente al ganar el tie break en el tercero.
El cuarto parcial fue casi anecdótico, si no fuera por los recuerdos del malhumor y los gestos de fastidio de Connors. Y el partido debía terminar como culminó. 5-0 para Vilas y un cuarto match point en su favor, con el saque de Jimmy. Peloteo, una bola paralela al revés de Guillermo y la pelota que se fue, pero ni el umpire ni el juez de línea la dieronn mala. Vilas los miró, Jimbo se dio vuelta para ir a efectuar un nuevo saque. El marplatense volvió a mirar al señor que cubría esa línea, quien tímidamente comenzó a extender su brazo y a cantar out. Todo pareció en slow motion, pero provocó el delirio y un nuevo salto de triunfo de Vilas, que conseguía su segundo torneo de Grand Slam y en el mismo año.
El argentino llegó hasta la red para saludar a su rival, Jimbo se dirigió a protestar al árbitro y la muchedumbre ingresó para alzar al campeón. El pique ya no existía y no había sobre qué reclamar. En la euforia, Guillermo terminó sin vincha, en andas de la gente y sin saludar a Connors, que se fue presuroso, cuando vio el desborde de la gente.
“Ese partido nunca terminó”, sostendría años más tarde el estadounidense.
Pero, en definitiva, Guillermo Vilas volvía a dejar su huella y a colocarle un peldaño más a las tribunas del tenis argentino. Fue un 11 de septiembre, el Día del Maestro.
Veni, vidi, vici
A pocos meses de cumplir 28 años, en la semana del 19 de mayo de 1980, Guillermo Vilas llegaba a la ciudad de Roma en busca de la conquista de uno de los títulos que nunca había podido conseguir. Sobre la superficie que a él le resultaba más cómoda, el polvo de ladrillo.
El sorteo del torneo romano, en aquella oportunidad, le ofreció a Vilas la posibilidad de quedarse con el certamen. Abrió con un jugador local, Franco Merlone, a quien le ganó por 6-2 y 6-3, siguió con otro triunfo sencillo sobre el argentino Guillermo Aubone (6-1 y 6-2), para llegar a cuartos venciendo a Henry Pfister (EEUU), por 6-4 y 6-3. A partir de cuartos de final tendría rivales de mayor jerarquía, aunque ninguno de ellos pudo arrebatarle un set, Raúl Ramírez, de México, primero (6-2 y 6-4) y el estadounidense Eliot Telscher en semifinales (6-4 y 6-0) le dejaron el libre tránsito para enfrentar a una joven figura francesa que estaba en pleno crecimiento.
Nacido en Camerún, Yannick Noah se ubicaba en el puesto 24 del ranking, con tan sólo 19 años, y enfrentaba en la final de Roma a un Vilas (por entonces número 4 del escalafón) sumamente enfocado en la conquista de un título que se le había negado en dos ocasiones.
Era el cuarto choque entre ellos, todos en canchas lentas, y el francés sólo había podido arrebatarle un set en Roland Garros, el resto fueron siete parciales arrolladores que incluyeron cuatro 6-1 y un 6-0.
La definición del torneo romano, a cinco sets, parecía seguir por el mismo camino que los partidos anteriores, pero los nervios de Guillermo y la presión de Noah hicieron que los dos últimos parciales fueran definidos sólo por un quiebre. Guillermo, que ya era ídolo en la capital italiana, se daba el gusto, ahora, de conquistar el título de Roma por 6-0, 6-4 y 6-4. Lo ganaba invicto, sin haber dejado un set en el camino y manteniendo una supremacía sobre el francés, que estiraría hasta el final de su carrera por 11-2.
Montecarlo 1982, el último grande
El título de Montecarlo en 1982 marcó el final de los grandes triunfos de Guillermo Vilas en el circuito, que pudo haberse extendido hasta Roland Garros, pero allí, un chico de apenas 17 años lo sorprendía y le quitaba su quinto Grand Slam. Mats Wilander ganaba, así, su primer Abierto francés.
El certamen de Mónaco significó mucho en la carrera de Vilas, lo ganó en dos ocasiones y tuvo una final inconclusa con Jimmy Connors, tal vez por eso Guillermo haya elegido al principado como el lugar para su retiro, en el cual continuar la vida contenido por su familia y lejos de la exposición pública.
Con triunfos sobre top 40 y dos Top 5, Vilas conseguía mantenerse en el radar de Roland Garros. Eran épocas duras para la Argentina, la Guerra de Malvinas recién había comenzado y el 10 de abril de 1982, Vilas y Clerc jugaban por un lugar en la definición. Atrás habían quedado las fáciles victorias sobre Chris Lewis (6-1 y 6-1), Shlomo Glickstein (6-4 y 6-3) y Pablo Arraya (6-1 y 6-1), “ahora era tiempo de demostrar que los argentinos estábamos unidos”, dijo Guillermo, después del triunfo sobre Batata Clerc por 7-6 y 7-5.
Al día siguiente llegaría la consagración al vencer al N° 2 del mundo Ivan Lendl, por 6-1, 7-6 y 6-3 y recibió su trofeo N° 56 de manos de la Princesa Grace.
Pero la mayoría de la gente no recuerda tanto este título, sino el romance que nació por la noche, luego de la final, en la discoteca Jimmy Z, durante la fiesta organizada por Regine. Un argentino propició el acercamiento entre el campeón y la Princesa Carolina, quienes volvieron a verse en París dos días después y continuaron juntos por algunos meses, hasta que, según dicen algunos, la presión de la familia real le puso fin al romance.
A lo largo de su carrera, el Gran Willy no sólo conquistó 62 títulos (4 de Grand Slam y 1 Masters), varios Olimpia de Oro y la consideración de la prensa argentina de ser uno de los 5 mejores deportistas del Siglo XX, sino que además conquistó el corazón y el respeto de la gente y no sólo en su país. Luego de su retiro (1986), en 1991, el tenis mundial lo reconoció al introducirlo en el Hall de la Fama que se encuentra en Newport, Estados Unidos.
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