Julio Santella devela los secretos de la exitosa carrera de Carlos Bianchi: del “confesionario” con los jugadores a la intimidad de la histórica final Boca-Real Madrid

El preparador físico que acompañó al Virrey cuenta cómo fue el día a día que los llevó a la cima. Triunfó en Vélez, fracasó en Europa y tuvo revancha en Boca. Del jugador frustrado al profe que tuvo de maestros a Zubeldía y Toto Lorenzo. La huella que dejó en Racing con Basile y un presente de disfrute familiar

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Julio Santella, histórico PF de
Julio Santella, histórico PF de Carlos Bianchi y del fútbol argentino

“Para mucha gente, Bianchi terminó siendo solo ‘el celular de Dios’. Y eso es algo muy triste. Como si sus brillantes dotes de conductor y analista, queden minimizadas por el hecho de la suerte. Carlos es eternamente querido en Vélez y en Boca, pero pasan los años y parecería que solo fue cuestión de un guiño de la fortuna, que es algo que te ayuda, obviamente, pero nunca lo decisivo. La gestión de día a día, que en él era brillante, es lo determinante en el fútbol. Era un hombre que le sacaba rédito a sus propias palabras, con el don de hablar lo justo y necesario. Lo que él decía eran cosas fuertes y concretas. Sin vueltas”.

Pocos en el universo de la número cinco han conocido tanto y en profundidad a Carlos Bianchi, como Julio Santella, el profe, como es querido y reconocido por todos. De esos personajes que siempre es placentero escuchar, por el enorme caudal de historias que posee, la manera de decirlas y la humildad, ese patrimonio reservado a los grandes de verdad.

“Empecé en el fútbol como jugador, en el club Unión de Mar del Plata, hasta que una persona me vio y recomendó a Estudiantes de La Plata, a donde llegué en 1964, para actuar en la 5° división. Allí estaba Miguel Ignomiriello, que es una persona decisiva en la historia de nuestro fútbol, ya que estaba 30 años adelantado a su época, especialmente en la metodología de trabajo, que a mí me marcó muchísimo y fue un primer elemento de formación importante. Tuve la suerte de formar parte de aquellos planteles de Estudiantes que ganaron las Copas Libertadores e Intercontinental, aunque no llegue a disputar ningún partido. Estar allí fue más que cualquier curso que uno pudiera hacer, porque era un aprendizaje permanente. Era un número cinco metedor, hasta que Juan Urriolabeitia me pasó de lateral, en el que fue mi último año en tercera división. El propio Zubeldía, que estaba en todos los detalles, sabiendo que me gustaba el tema de la preparación física y como no tenía chances de jugar, me recomendó que dejara el profesorado de La Plata y que vaya al de Buenos Aires. Él mismo hizo la gestión para que me fuera a préstamo a Deportivo Español, que estaba en Primera B. Me instalé en la Capital y ahí comenzó una nueva historia”.

En el placard quedaron los botines, el pantalón corto y la camiseta, pero desde ese mismo armario salieron las zapatillas y la indumentaria que lo acompañaría de allí en adelante. El futbolista le pasó la posta el preparador físico.

“Miguel Ignomiriello asumió en las divisiones inferiores de San Lorenzo y me llevó a trabajar con él en 1972, al tiempo que en la primera estaba el Toto Lorenzo como técnico y Jorge Castelli como profe. Era estar en el lugar indicado, porque todos ellos eran una fuente de conocimiento permanente que fui absorbiendo. Poco tiempo después fuimos con Miguel a la selección juvenil, donde hicimos una pretemporada de tres meses, algo inédito para la época, preparatoria para el torneo de Cannes, con un plantel excelente, donde estaban Trobbiani, Tarantini, Bochini y Bertoni, entre otros. Sin embargo, allí fue donde el fútbol me dio mi primer cachetazo fuerte, porque los dirigentes de AFA tomaron la decisión que la delegación viajara a ese campeonato, sin preparador físico. Me pegó mucho, porque pensaba ¿El medio en donde me quiero desarrollar es así? Comencé a trabajar en una escuela y un año más tarde me llegó la oferta para las inferiores de All Boys. Las condiciones no eran las mejores, porque muchas veces practicábamos arriba de las piedras (risas), pero lo recuerdo con fervor y ganas de avanzar. El DT de la primera era Marzolini, quien me llamó para estar con él y logramos salvarnos del descenso a la B, en un torneo reducido. Nunca más trabajé con Silvio, pero debo agradecerle, porque sé que siempre habló bien de mí”.

En tantos años vinculado a este mundo apasionante, Julio se cruzó y compartió momentos con una infinidad de personajes. Uno de ellos, fue alguien que se destacó por sus cualidades como entrenador, pero también por su histrionismo: Juan Carlos Lorenzo.

“A comienzos de los ‘80, estando en las inferiores de Vélez, por intermedio de Carlos Román, que era colaborador de Lorenzo, me puso en contacto con él. Lo primero que hicimos juntos fue en San Lorenzo, con la difícil tarea de tratar de devolverlo rápido a Primera, porque se vivía el dolor del descenso. Juan Carlos fue quien armó el equipo, que luego ascendió con Yudica. Cuando promediaba el torneo, nos fuimos a Vélez. Teníamos un equipazo, con Pumpido, Cuciuffo, Ischia, Alonso, Bianchi y Comas, entre otros. Arrancamos con todo, siendo punteros en toda la primera rueda, se creó una gran expectativa, pero nos caímos al final. Allí fue mi primer contacto con Carlos Bianchi. En la anteúltima fecha fuimos a La Plata a enfrentar a Estudiantes, que peleaba el título mano a mano con Independiente. Lo que vivimos esa noche fue una película de terror. Nos rompieron el vestuario, tiraron bombas de estruendo ahí dentro, lo que provocó un caos absoluto, con los jugadores que se desmayaban. Quedamos aprisionados, padeciendo una experiencia tristísima. Ahora sería un escándalo total. En septiembre de ese mismo 1983, agarramos con el Toto en Atlanta, que venía muy bien en el torneo de la B, pero que por alguna situación que desconozco, habían prescindido de López y Cavallero. No hubo que hacer demasiados retoques y tuvimos la suerte de ser campeones y ascender”.

Equipo de Racing de 1985,
Equipo de Racing de 1985, con Alfio Basile como director técnico y Santella como preparador físico

Al comenzar 1984, Lorenzo se fue a Colombia, pero sin la compañía de Santella, quien pocos meses después estaba nuevamente en Liniers, para formar parte del cuerpo técnico de otro entrenador que iba a quedar en la historia de nuestro fútbol: Alfio Basile: “Hicimos una gran campaña, llegando a la final del Nacional ‘85, perdiendo con una excelente rival, como fue el mejor Argentinos Juniors de todos los tiempos. El Coco les transmitía una confianza extraordinaria a los muchachos solo con su presencia, brindando una agresividad bien entendida. Nos fuimos y a los pocos días tuvo la oferta para dirigir a Racing, su gran pasión, que estaba luchando en la B. Llegamos con pocas fechas por delante, pero con el equipo ya clasificado para el octogonal. Basile fue determinante en lograr el ascenso, porque le hizo entender a ese plantel la grandeza de la Academia. Estuvimos concentrados casi un mes en el predio del sindicato de empleados de comercio, en las afueras de Ezeiza. ‘¿De acá quién se va a querer rajar?’, me decía el Coco (risas). Después del ascenso decidió no dirigir por un año y se fue a ver el Mundial de México. Su ayudante de campo era Carlos Babington, que decidió iniciar su carrera como DT y me llevó con él a Platense, su primera experiencia. Arrancamos bien, pero después nos fue muy mal (risas). En 1989 fuimos a Huracán y un año más tarde logramos el ascenso con un equipo equilibrado, donde se destacaban Cúper, Quiroz, Saturno y Mohamed. Lo que más me quedó es cómo se identificó la gente, quizás porque recordaban al del ‘73 y nos acompañaron mucho”.

El profe Santella supervisa la
El profe Santella supervisa la rutina de entrenamiento en el Boca de Bianchi (@fotobairesarg)

El Globo llegó hasta las nubes altas de la primera división, dando buenos espectáculos. A fines del ‘91 se cerró el ciclo de Babington y el profe Santella debió esperar un año para volver al ruedo. Pero aquel no sería un regreso más.

“Bianchi dudaba un poco con respecto a quien podía ser su preparador físico. Como le gente de Vélez a mí me conocía de toda la vida, eso también influyó en su decisión. Arrancamos con mucha ilusión en enero del ‘93. Siempre le admiré su metodología, que era muy interesante y voy a poner un ejemplo. Llegábamos al hotel para concentrarnos el día anterior al partido y al rato sonaba el teléfono en mi habitación. Era él que me decía: ‘¿Me podría mandar a fulano, por favor?’, haciendo referencia a alguno de los jugadores del plantel. Yo lo iba a buscar para que fuera a la pieza de Bianchi, que le hablaba a solas del partido que íbamos a afrontar, pero también le preguntaba por la familia y sus cosas personales. En ese mano a mano, percibía cosas que eran imposibles en las reuniones grupales. Los muchachos solían decir: ‘Pasé por el confesionario’ (risas). Por supuesto que también estaba la charla táctica, con el pizarrón, donde se señalaban cosas puntuales, como la pelota parada o las marcas. Son pequeñas cosas que no se conocen, pero que fueron la base de la enorme tarea de un entrenador único. Los jugadores se entregaban a Carlos, porque él los convenció y les había ganado su voluntad. Pero no hay una fórmula para el éxito, porque en el manejo de un grupo confluyen un montón de factores para llegar a un buen resultado y muchos tienen que ver en cómo se ejerce el liderazgo. En mi opinión, otra de las claves de su gran tarea es que Bianchi era una figura limpia y clara, lo que lo acercaba a los jugadores y la relación con ellos la manejaba como nadie, incluso con una mirada, más allá de las palabras”.

Hoy Julio mira poco fútbol
Hoy Julio mira poco fútbol y utiliza su tiempo estando con su familia

Fueron tres años y medio donde Vélez se transformó. Pasó a ser un equipo casi imbatible, eslabonando títulos locales e internacionales de manera maravillosa. Chilavert, Trotta, Basualdo, Bassedas, Flores y Asad fueron algunos de los apellidos que cimentaron la leyenda. A mediados del ‘96 llegó el desafío para Bianchi y Santella de intentar repetir la gloria en el fútbol italiano, pero la historia se escribió de manera distinta. Y dos años más tarde, asomó Boca en sus vidas.

“Veníamos medio golpeados, porque guste o no, en Roma fracasamos, más allá de que habíamos llegado a un equipo que tenía dos millones de problemas (risas). Al poco tiempo llegó la oferta de Boca y era como una revancha. Sabíamos que íbamos a un club grande donde solo vale ser campeón. Fue como un desafío buscado, porque Carlos sintió que era la cercana posibilidad de revertir lo que había ocurrido, pero con el antecedente de lo logrado en Vélez. Nos encontramos con un excelente plantel. Había buen clima para trabajar, donde debo reconocer que no me costó nada la relación con los muchachos. Se dio todo a la perfección desde el inicio, con un Carlos brillante, que se ocupaba de ver a las divisiones inferiores, para ir incorporando de a poco a los chicos. Y algo fundamental: jamás hubo un trato especial para nadie, porque todos eran iguales para nosotros. Bianchi dejaba las cosas en claro desde el arranque, pidiendo profesionalismo y al que se mandaba una macana, no lo perdonaba. Me quedó grabada una anécdota con él, porque un día le planteé para saber qué le parecía modificar una cosa del entrenamiento habitual que realizábamos. Me miró, hizo un largo silencio y me dijo: ‘¿Julio, ¿cómo nos están yendo las cosas hasta ahora?, ¿bien o mal?’, obviamente respondí que nos estaba yendo muy bien. ‘Entonces no cambiemos’, fueron sus palabras (risas). ¿Qué más le iba a sugerir? Ese es Carlos Bianchi, un tipo lógico 100%”.

Santella junto a Bianchi, en
Santella junto a Bianchi, en viaje para disputar uno de los tantos títulos que compartieron. Esa vez con el escudo de Boca (@fotobairesarg)

Quedará para todos los tiempos en el corazón azul y oro aquella mañana de diciembre de 2000 cuando Boca gritó campeón del mundo ante un galáctico Real Madrid, en buena parte, gracias a la planificación que crearon Bianchi y Santella: “En Boca estábamos muy fuertes y seguros, porque ganamos los dos primeros torneos que disputamos en la temporada 1998/99. Carlos transmitía certezas y seguridades, que eran decisivas para los jugadores. Además, tenía un enorme conocimiento del fútbol europeo, no solo por haber actuado allá, sino porque mantenía una estrecha vinculación con amigos y conocidos. Vivía acá, pero estaba al tanto de lo que pasaba allá. Aquel partido con el Real Madrid se encaró desde el respeto por el rival, algo primordial desde siempre en Bianchi, y que se lo hacía entender al jugador, pero descansado en la fortaleza de su grupo. Jamás dejó trascender si había alguna debilidad, eso quedaba para puertas adentro. Era un motivador a su manera, como lo que trascendió del vestuario en la final contra Palmeiras de la Libertadores 2000, pegando el recorte del diario con las palabras de Scolari, que aseguraba que ellos se sentían campeones. Cada tanto hacía algunas costas de esas, para potenciar aún más la fuerza grupal”.

La catarata de éxitos hacía de Bianchi el permanente candidato a la selección argentina. Sin embargo, fue un binomio que estuvo más cercano en la fantasía del hincha que en la realidad: “Nunca sentí que estuviésemos cerca de la Selección. Y sinceramente no lo esperaba tampoco, era algo que sentía lejano. En mi cabeza, la idea que Bianchi estaba tan adherido a Boca, iba a impedir la unidad que se necesita en el fútbol argentino para estar a cargo del cuadro nacional. Con Carlos pensamos muy parecido y jamás estuvo en nuestros horizontes proyectarnos para estar en ese puesto. No es que no lo quisiera, pero hacés una lectura de la situación y te das cuenta que no va a poder ser”.

El mediodía asomó por el invernal ventanal de este bar de Palermo, donde el aire se llenó de fútbol y recuerdos. Esos que tienen color de presente en la actualidad del profe: “De vez en cuando tengo contacto con quienes fueron mis jugadores, pero a veces te sorprende un llamado de alguno de ellos y es una alegría enorme. Lo mismo que los grupos de WhatsApp, donde integro un par, participando poco, pero siempre estoy atento por si tienen problemas para tratar de ayudar. Miro poco fútbol, porque actualmente me encargo de disfrutar más de la familia”.

El éxito es seductor y embriagador. Suele hacer que algunas personas se pierdan en sus senderos y extravíen los verdaderos valores de la vida. En las antípodas están los hombres como Julio Santella, que aun habiendo ganado todo, siguen por el camino de la honestidad y la humildad. Y allí está el verdadero triunfo.

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